Cormac McCarthy - En la frontera

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Historia de dos adolescentes, Billy y Boyd, de origen campesino, que en medio de un paisaje hostil y huraño irán descubriendo las duras reglas del mundo de los adultos al tiempo que encuentran en la naturaleza el sentido heroico de sus vidas.
Segundo volumen de la llamada «Trilogía de la frontera», En la frontera nos remite a un tiempo inmediatamente anterior al de Todos los hermosos caballos, para centrarse en la historia de dos adolescentes, Billy y Boyd, de origen campesino, que en medio de un paisaje hostil y huraño irán descubriendo las duras reglas del mundo de los adultos al tiempo que encuentran en la naturaleza el sentido heroico de sus vidas. Desde una extraña relación de afecto y complicidad con una loba acosada por los tramperos hasta el asesinato de sus padres a manos de unos cuatreros, el personaje de Billy, protagonista a su vez del último título de la trilogía, Ciudades de la llanura, se verá inmerso en un destino en el que la belleza y la rapiña moral se presentan como los límites inseparables de una misma aventura vital.

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Sí, dijo Billy.

Quédate con tu hermano, dijo el doctor. Te enviaré el caballo.

Luego subió al coche, cerró la portezuela y encendió las luces. Aunque no había nada que ver, los ejiditarios habían salido a las puertas de sus viviendas; eran hombres y mujeres que los faros hacían palidecer, vestidos con sus prendas de algodón sin blanquear, los niños agarrados a sus rodillas y todos ellos mirando cómo el coche se pasaba dando tumbos y torcía y salía del recinto y enfilaba la carretera con los perros que corrían a la par aullando y lanzando dentelladas a los neumáticos que se chafaban blandamente al girar en la arcilla.

Cuando Boyd despertó a media mañana Billy estaba sentado junto a él, y cuando despertó a mediodía y por la tarde, él seguía allí. Estaba sentado, cabeceando y bamboleándose en el crepúsculo y tuvo un sobresalto al oír que lo llamaban por su nombre.

¿Billy?

Abrió los ojos. Se inclinó.

No tengo agua.

Voy a buscar. ¿Dónde está el vaso?

Aquí. Billy.

Qué.

Has de ir a Namiquipa.

Yo no me muevo de aquí.

Ella pensará que le has dado esquinazo.

No puedo dejarte.

Estaré bien.

No puedo irme y dejarte aquí.

Claro que puedes.

Necesitas que alguien se ocupe de ti.

Oye, dijo Boyd. Yo ya he olvidado todo eso. Vamos, haz lo que te pido. Además, tú estabas preocupado por los caballos.

El mozo llegó a mediodía siguiente montando un burro y tirando de Niño por un ronzal. Los trabajadores estaban en los campos y el mozo cruzó el puente y enfiló su hilera de viviendas sin dejar de llamar a un tal señor Páramo. Billy salió y el mozo detuvo el burro y lo saludó con un movimiento de cabeza. Su caballo , dijo.

Miró el caballo. Lo habían alimentado, almohazado, abrevado y dejado descansar, parecía otro caballo, y así se lo dijo al mozo. El mozo inclinó levemente la cabeza, desenganchó el cabo del ronzal de la perilla de su silla y se bajó del burro .

¿ Por qué no montaba en el caballo ?, preguntó Billy.

El mozo se encogió de hombros. Dijo que el caballo no era suyo.

¿ Quiere montar en él ?

Nuevamente se encogió de hombros. De pie, con el ronzal en la mano.

Billy se acercó al caballo, deshizo el nudo de las riendas que colgaban del borrén, embridó el caballo, dejó caer las riendas y le sacó el ronzal a Niño.

Ándale , dijo.

El mozo enrolló la cuerda, la colgó de la perilla de la silla del burro , se acercó al caballo, le dio unas palmadas y cogió las riendas, puso el pie en el estribo y montó. Echó a andar por el paseo entre las hileras de casas, puso el caballo al trote corto y cabalgó colina arriba más allá de la hacienda , pero allí dio media vuelta, pues no quería dejar el caballo fuera del alcance de la vista. Lo hizo recular y girar y ejecutar unas figuras de ochos y luego bajó por la colina al galope y frenó haciendo acodillar al caballo delante de la puerta y se apeó, todo en un solo movimiento.

¿ Le gusta ?, dijo Billy.

Claro que sí , dijo el mozo. Se inclinó y apoyó la palma de la mano en la nuca del caballo y luego se volvió, montó a lomos del burro y se alejó por el paseo sin mirar atrás.

Cuando se marchó era casi de noche. La señora Muñoz intentó que aguardase a la mañana, pero él no quiso hacerlo. El doctor había llegado por la tarde y le había dejado los vendajes y un paquete de sales de Epsom, y la mujer le había preparado a Boyd una infusión de manzanilla, árnica y raíz de golondrina . A Billy le dio un viejo morral de lona en el que había metido algunas provisiones y él colgó el morral de la perilla de la silla, montó, hizo volverse al caballo y la miró.

¿ Dónde está la pistola ?, preguntó.

La mujer dijo que estaba bajo la almohada, junto a la cabeza de su hermano. Él asintió. Miró por la carretera en dirección al puente y al río y volvió a mirarla. Le preguntó si algún hombre había venido al ejido .

, dijo ella. Dos veces .

Él asintió de nuevo. Es peligroso para ustedes , dijo.

La mujer se encogió de hombros. Dijo que la vida era peligrosa. Y que un hombre del pueblo no tenía otra elección. Él sonrió. ¿ Mi hermano es un hombre del pueblo ?

, respondió ella. Claro .

Billy partió hacia el sur por la carretera entre los álamos de la ribera, cruzando el pueblo de Mata Ortiz y siguiendo la luna por el oeste hasta que se desvió y pasó el resto de la noche al abrigo de una arboleda que había divisado desde la carretera. Se envolvió en su sarape y dejó el sombrero sobre la parte superior de sus botas y no despertó hasta que se hizo de día.

Al día siguiente cabalgó toda la jornada. Pasaban pocos coches y no vio ningún jinete. Por la tarde el camión que había transportado a su hermano hasta San Diego se acercó por el norte a marchas forzadas arrastrando una estela de polvo y se detuvo con un rechinar de frenos. Los trabajadores que viajaban en la plataforma lo saludaron a voces y agitando el brazo; él se acercó, se echó el sombrero hacia atrás y les tendió la mano. Todos se apiñaron al borde de la caja del camión y extendieron el brazo para saludarlo, y él se inclinó en su caballo y les estrechó la mano uno por uno. Le dijeron que era peligroso que estuviera en la carretera. No le preguntaron por Boyd y cuando él empezó a contarles ellos quitaron importancia a sus palabras porque habían ido a verlo aquel mismo día. Dijeron que había comido y que había bebido un poco de pulque para recobrar energías y que todos los síntomas eran de una franca mejoría. Dijeron que solo la intercesión de la Virgen podía haberle hecho soportar una herida como aquella. Una herida tan grave , dijeron. Tan horrible. Una herida tan fea .

Le hablaron con vehemencia de su hermano, acostado con la pistola debajo de la almohada. Tan joven , dijeron. Tan valiente. Y aun así peligroso. Como el tigre herido en su cueva .

Billy los miró. Dirigió la vista hacia el oeste, en dirección a las largas franjas de sombra allá donde el campo se enfriaba. Las palomas se arrullaban desde las acacias. Los trabajadores creían que su hermano había matado al manco en un tiroteo en las calles de Boquilla y Anexas. Que el manco le había disparado sin mediar provocación y que había sido muy insensato al no contar con el valor del güerito. Le pidieron que les diera más detalles. Cómo el güerito se había levantado de su propio charco de sangre para desenfundar su pistola y abatir al manco, que cayó de su caballo. Se dirigían a Billy con gran respeto y le preguntaron como era que él y su hermano habían decidido encaminarse por el sendero de la justicia.

Billy escrutó sus rostros. Lo que vio en aquellos ojos lo emocionó enormemente. El conductor y los otros dos hombres que iban en la cabina se habían apeado y estaban junto a la parte trasera del camión. Todos esperaban a ver qué decía. Al final les dijo que la descripción de la riña era muy exagerada y que su hermano solo tenía quince años y que si alguien tenía la culpa era él mismo por no haber cuidado mejor de su hermano. No debió haberlo llevado a un país extranjero para que le pegaran un tiro en plena calle como si fuera un perro. Ellos sacudieron la cabeza repitiendo entre sí la edad de Boyd. Quince años, dijeron. Qué guapo. Qué joven tan esforzado . Al final les dio las gracias por cuidar de su hermano y se tocó el ala del sombrero. Todos se apiñaron otra vez con los brazos extendidos y él les estrechó otra vez la mano y se despidió también del conductor y de los otros dos que estaban en la carretera y luego tiró de las riendas, dejó atrás el camión y se alejó hacia el sur por la carretera. Oyó cerrarse detrás de él las puertas de la cabina y el sonido del motor al ser puesto en marcha y el camión lo adelantó lentamente, rugiendo en medio de una nube de polvo. Los trabajadores que iban en la caja agitaron el brazo y algunos se quitaron el sombrero y luego uno de ellos se puso de pie aguantándose en el hombro de un compañero, levantó un puño y gritó: en el mundo hay justicia. Luego cada cual siguió su camino.

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