Anne Rice - El Mesías

Здесь есть возможность читать онлайн «Anne Rice - El Mesías» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Mesías: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Mesías»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Anne Rice abandona momentáneamente las historias de vampiros para adentrarse en la vida de Jesucristo, concretamente en los primeros años de vida de éste. La autora cede la palabra al propio Jesús, quien, con la voz de un niño de siete años, narra sus primeros recuerdos en Alejandría y su traslado, poco tiempo después y junto a su familia, a Nazaret. Es la primera parte de una trilogía que podría relevarse polémica: en un sueño, Jesús, el niño narrador, se encuentra con Satán.

El Mesías — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Mesías», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Los bancos del lado izquierdo estaban ocupados por mujeres. Vi cómo mis tías y Bruria ocupaban sus sitios. Había muchos niños, sentados en el suelo y por todas partes, y también en el lado derecho, delante de los hombres. Había también una hilera de columnas, y al fondo un espacio para que un hombre leyera de pie.

Ya era momento de entrar. Había muchas personas esperando detrás de mí, y nadie delante. Pero un hombre alto se situó a la izquierda, un hombre con una larga barba grisácea y de aspecto suave, tan poblada en el labio superior que casi le ocultaba la boca. Sus ojos eran oscuros y tenía una cabellera larga hasta los hombros, sólo un poquito gris, bajo el chal de rezar.

El hombre alargó su mano delante de mí.

Habló con voz muy suave, mirándome al hacerlo, pero sus palabras iban dirigidas a los demás.

– Conozco a Santiago, sí, y a Silas y Leví, los recuerdo, pero ¿y éste? ¿Quién es?

Yo guardé silencio. Todo el mundo nos estaba mirando y eso no me gustó.

Empecé a asustarme.

Entonces habló José:

– Es mi hijo. Jesús hijo de José hijo de Jacob -dijo.

Los que estaban detrás de mí se me acercaron más. Cleofás me puso la mano en la espalda, y lo mismo hizo Alfeo. Mi tío Simón se colocó también detrás y apoyó una mano en mi hombro.

El hombre de la barba, de rostro sereno, me miró fijamente y luego miró a los demás.

Entonces oí la voz de la vieja Sara, tan clara como antes. Estaba detrás de todos nosotros.

– Ya sabes quién es, Sherebiah hijo de Janneus -dijo-. ¿Hace falta que te diga que hoy es el sabbat? Déjale entrar.

El rabino debía de estar mirándola, pero yo no podía volver la cabeza. Miré al frente y tal vez vi el suelo de tierra, o la luz que entraba por las celosías, o todos los rostros vueltos hacia nuestro grupo. Pero, viera lo que viese, supe que el rabino se dio la vuelta y que otro de los rabinos allí presentes -y había dos en el banco- le susurró algo.

Y acto seguido supe que íbamos a entrar en la sinagoga.

Mis tíos ocuparon el extremo del banco. Cleofás se sentó en el suelo y me indicó que me sentara yo también. Santiago, que ya había estado allí, tomó asiento al lado de Cleofás. Luego los otros dos chicos se levantaron y vinieron a sentarse con nosotros. Ocupábamos la esquina interior.

La vieja Sara avanzó con ayuda de tía Salomé y tía María hasta el banco de las mujeres. Y por primera vez pensé: «Mi madre no ha venido.» Podía haberlo hecho, dejar los pequeños al cuidado de Riba, pero no había venido.

El rabino dio la bienvenida a muchas personas hasta que la sinagoga estuvo llena.

No levanté la vista cuando empezaron a hablar. Supe que el rabino recitaba de memoria cuando cantó en hebreo:

– Es Salomón quien habla -dijo-, el gran rey. Señor, Señor de nuestros padres, Señor misericordioso, tú creaste al hombre para que gobernara sobre la creación, mayordomo del mundo… para que administrara justicia con el corazón virtuoso. Otórgame sabiduría, Señor, y no me niegues un lugar al lado de tus siervos.

Mientras lo pronunciaba, los hombres y los chicos empezaron lentamente a repetir cada frase, y el rabino hacía pausas para que pudiéramos seguirlo.

Mi temor remitió, pues la gente se había olvidado de nosotros. Pero yo no olvidaba que el rabino nos había interrogado y había pretendido impedirnos la entrada. Recordé las extrañas palabras que mi madre me había dicho en Jerusalén. Recordé sus advertencias. Supe que algo andaba mal.

Estuvimos varias horas en la sinagoga. Se leyó y se habló. Algunos niños se quedaron dormidos. Al cabo de un rato la gente empezó a desfilar. Algunos iban saliendo y otros llegando. Allí dentro se estaba bien.

El rabino fue de un lado a otro haciendo preguntas e invitando a dar respuestas. De vez en cuando se oían risitas. Cantamos un poco y después se habló de la Ley de Moisés, dando lugar a discusiones acaloradas por parte de los hombres. Pero a mí me entró sueño y me dormí con la cabeza apoyada en las rodillas de José.

En cierto momento desperté y todo el mundo estaba cantando. Era muy bonito, y no se parecía en nada a los cánticos de la gente en el Jordán.

Volví a quedarme dormido.

José me despertó para decirme que volvíamos a casa.

– ¡No puedo llevarte en brazos durante el sabbat! -susurró-. Levanta.

Lo hice. Salí con la cabeza gacha, sin mirar a nadie a la cara.

Llegamos a casa. Mi madre, que estaba recostada contra la pared, cerca del brasero, y arrebujada en una manta, levantó la vista. Miró a José y noté que lo interrogaba con los ojos.

Me acerqué a ella y me eché a su lado, con la cabeza en sus piernas. Me adormilé a ratos.

Desperté varias veces antes de la puesta de sol. En ningún momento estuvimos a solas.

Mis tíos hablaban en voz baja a la luz de las lámparas que no debían apagarse durante el sabbat.

Aunque hubiera tenido la ocasión de hacerle alguna pregunta a José, ¿qué le habría preguntado? ¿Qué podía preguntar que él quisiera responder, que no me hubiera prohibido preguntar? Yo no quería que mi madre supiese que el rabino me había parado en la puerta de la sinagoga.

Mis recuerdos se enlazaban como eslabones de una cadena: la muerte de Eleazar en Alejandría y todo lo que vino después, paso a paso. ¿Qué habían dicho aquella noche, antes de partir, acerca de Belén? ¿Qué había pasado en Belén? Yo había nacido allí, pero ¿de qué estaban hablando?

Vi a aquel hombre agonizando en el Templo, la muchedumbre asustada e intentando escapar, el largo viaje, las llamaradas que subían al cielo. Oí a los bandidos. Me estremecí. Sentí cosas que no logré relacionar con palabras.

Pensé en Cleofás cuando creyó que iba a morir en Jerusalén, y luego en mi madre en aquel tejado. «Te digan lo que te digan en Nazaret… un ángel se apareció… no había ningún hombre… una niña que tejía para el Templo, hasta que fue demasiado mayor… un ángel se apareció.»

José dijo:

– Vamos, Yeshua, ¿cuánto tiempo vas a poner esa cara de preocupación? Mañana iremos a Séforis.

16

El camino de Séforis, salpicado de otros pueblos más pequeños, estaba repleto de gente ya desde Nazaret. Inclinamos la cabeza al pasar por delante de las cruces, aunque ya no había ningún cuerpo en ellas. Se había derramado sangre en la región y estábamos apenados. Vimos casas reducidas a cenizas, también árboles quemados, y gente que mendigaba diciendo que lo habían perdido todo por culpa de los bandidos o los soldados.

Nos detuvimos repetidas veces para que José les diera monedas de la bolsa familiar. Mi madre les dedicaba palabras de consuelo.

Los dientes me castañeteaban y mi madre pensó que tenía frío, pero no era eso, sino la visión de las casas incendiadas de Séforis, a pesar de que buena parte de la ciudad estaba intacta y que la gente compraba y vendía tranquilamente en el mercado.

Mis tías vendieron el lino bordado de oro que habían traído de Egipto con ese único propósito, y obtuvieron más de lo que esperaban; lo mismo pasó con los brazaletes y las tazas. La bolsa del dinero abultaba cada vez más.

Nos acercamos a los que lloraban a sus muertos entre vigas quemadas y cenizas, o a aquellos que preguntaban: «¿Habéis visto a éste, habéis visto a aquél?» Dimos un poco de dinero a las viudas. Y durante un rato lloramos, quiero decir, la pequeña Salomé y yo, y también las mujeres. Los hombres habían seguido adelante.

Era el centro mismo de la ciudad lo que había ardido, según nos contaron; el palacio de Herodes, el arsenal, y también las casas próximas a éste donde se habían hecho fuertes los rebeldes.

Ya había hombres despejando el terreno para empezar la reconstrucción.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Mesías»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Mesías» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Mesías»

Обсуждение, отзывы о книге «El Mesías» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x