– ¿Qué le sucedió a Clodio?
– Alguien le sacó la lanza del hombro y logró ponerse en pie. Algunos hombres de Milón volvieron a la carga…
– ¿Dónde estaba Milón?
Se quedó pensando un rato.
– En ningún lugar a la vista, al menos en aquel momento.
– En resumen, dices que la batalla comenzó de forma espontánea y sin el conocimiento de Milón, mientras éste estaba lejos, a la cabeza del desfile. Los grupos se encontraron por casualidad y se cruzaron en silencio sin ningún incidente hasta que Clodio soltó un insulto de despedida y Birria le tiró la lanza impulsivamente.
Felicia asintió con la misma sonrisa imperturbable y la misma mirada inexpresiva. ¿Eso era todo lo que había que saber sobre el incidente?
– Aun así, papá, un ciudadano es responsable del comportamiento de sus esclavos -me recordó Eco-. Pudiera ser que Milón no apoyara el crimen de Birria, pero hasta cierto punto es legalmente culpable.
– Y un hombre es también responsable de cualquier historia falsa que proponga -dije recordando la muy distinta pero no menos vívida versión de los hechos que Milón había expuesto en el contio de Celio. Hasta entonces, todo lo que Felicia me había contado coincidía con la versión de Fulvia, recogida por los supervivientes del grupo de Clodio, salvo que Fulvia había omitido el insulto de despedida de Clodio. Sin ese detalle, el ataque de Birria aparecía completamente no provocado, tal vez incluso premeditado. Pero el detalle del insulto parecía bastante verosímil y era difícil de imaginar que Felicia se equivocara o mintiera. Era comprensible que Fulvia hubiera omitido un hecho que afeara el recuerdo de su esposo. Sus fuentes de información podrían habérselo ocultado o quizás podrían no haber oído el insulto. Pero la elaborada historia de Milón sobre una emboscada a sangre fría parecía toda una invención-. ¿Cómo continuó la batalla?
Mal para Clodio y sus hombres -dijo Felicia-. Les superaban en número considerablemente, desde luego. A algunos les mataron en el acto. Un grupo se escapó al bosque, con los hombres de Milón tras ellos. Uno de los amigos de Clodio que iba a caballo gritó que iba a buscar ayuda y enfiló colina arriba, tratando de atravesar a galope las filas de Milón. Supongo que regresó a la villa de Clodio.
– ¿Lo consiguió?
– No lo sé. No lo vi.
– ¿Y el otro amigo de Clodio a caballo?
– Creo que debió de ser tirado del caballo de un golpe, porque cuando volví a mirar, todos los hombres de Clodio (los que aún seguían con él sin ser abatidos) iban a pie. Los caballos habían desaparecido.
– Lo que explica que Clodio hiciera la retirada a pie.
– Y por qué se dirigía a Bovilas, para mayor seguridad -dijo Eco-. Los hombres de Milón obstaculizaban el camino que llevaba a su villa. Tenía que huir a la posada o quedarse en la carretera.
– Y Clodio ya estaba gravemente herido -dije-. Tu hermano dice que se tambaleaba y tuvieron que ayudarle. Sin embargo, llegó hasta la posada mucho antes que sus perseguidores. Me pregunto cómo consiguió cogerles tanta ventaja.
– Los hombres de Milón no fueron tras ellos inmediatamente -dijo Felicia-. Parecían no estar seguros de si debían seguirles o no. Parecían perros de caza, corriendo adelante y atrás, incapaces de encontrar la pista. Hasta que llegó Milón.
– ¿Y entonces?
– Milón estaba furioso. Dio patadas en el suelo, agitó los puños, se plantó ante las narices de Birria y le chilló como un loco provocando a un oso salvaje. Me agaché para verlo. Pero Milón se sosegó y celebró una especie de concilio para conferenciar con algunos de sus hombres, formando un círculo. Parecieron llegar a una decisión y Milón envió a Eudamo y Birria además de un numeroso grupo de hombres en dirección a Bovilas. El resto cenó filas en torno a Milón que desenvainó la espada y continuó echando miradas al bosque.
»Yo misma me asusté. Algunos hombres de Clodio habían huido al bosque, con los hombres de Milón detrás, y me preocupaba que pudieran surgir del claro que hay detrás del santuario o intentaran refugiarse en el mismo santuario. De manera que me quedé quieta y me oculté entre las sombras. Nadie advirtió mi presencia.
– ¿Cuándo pasó por allí el senador Tedio? -dije.
– Eso fue lo que ocurrió a continuación. Una elegante litera bajó por la colina con una pequeña comitiva. Sabía de quién se' trataba porque la hija del senador Tedio se detiene con frecuencia aquí en el santuario.
– ¿A diferencia de Fausta Cornelia?
– Tedia es una mujer chapada a la antigua. Muy piadosa, muy virtuosa. Nada orgullosa ni vanidosa como lo son hoy día tantas mujeres más jóvenes de alta estirpe. Pero aquel día no entró en el santuario cuando los hombres de Milón detuvieron la litera. Tedia permaneció en el interior. Tedio salió yhabló un rato con Milón. Por su modo de gesticular, llegué a la conclusión de que Milón intentaba persuadirle de que se diera la vuelta. Pero el senador es un hombre testarudo. Insistió en seguir adelante, volvió a entrar en la litera y se puso en marcha otra vez colina abajo, hacia Bovilas. Transcurrió más tiempo, no sé cuánto más. Milón iba de un lado a otro y se irritaba por momentos. Finalmente, Fausta Cornelia salió del carruaje y se puso a seguirle los pasos. Tuvieron una especie de discusión, pero la mantuvieron en voz baja. Finalmente regresaron Eudamo y Birria, que traían consigo a los prisioneros.
– Prisioneros… -sacudí la cabeza-. Tu hermano los mencionó. Pero ¿quiénes podían ser?
– ¿Algunos hombres de Clodio?
Negué con un movimiento de cabeza.
– No lo creo.
– ¿Por qué no?
Porque, pensé, Fulvia me dijo específicamente que no había echado de menos a ninguno de los hombres de su esposo. Felicia me lanzó una mirada con aire perspicaz, o con la perspicacia de que fuera capaz cualquiera que tuviera aquella mirada inexpresiva y aquella sonrisa imperturbable.
– Pareces saber ya mucho de lo que ocurrió aquel día.
– Y tú parece que hayas contado esta historia miles de veces.
Se encogió de hombros.
– La Vía Apia es una carretera muy concurrida, aun en esta época tan agitada. Y la gente es curiosa por naturaleza.
– ¿Cuentas lo que viste a cualquiera que se le ocurra pasar?
– Siempre que done algo para el santuario. Nunca he sido de las que se negaran a conceder favores, ni en mi antigua profesión ni en la de ahora.
Me quedé mirándola y cabeceé. Encontré poco que admirar en ella, pero tampoco vi nada que despreciar. Cuando tuve en cuenta el peligro en el que se había metido, ella sola inconsciente y hasta estúpidamente, por el simple hecho de sacar algunas monedas de los forasteros, se me heló la sangre.
– Felicia, ¿tienes idea del riesgo que has corrido? Me sorprende que sigáis vivos tú y tu hermano.
Su sonrisa titubeó. Le parpadearon los ojos como si empezara a enfocar la mirada en ese instante.
– ¿Qué quieres decir?
¿Tienes alguna idea de la magnitud de lo que viste aquel día? Actúas como si se tratara de una simple curiosidad, una divertida anécdota que contar a los viajeros para sacar provecho. Pero en este mismo momento, allá en Roma, un hombre muy poderoso y despiadado lucha por sobrevivir. Milón dice a todo el mundo que aquel día fue víctima de una emboscada tramada por Clodio.
Felicia se encogió de hombros.
– No me importa lo que diga ese hombre. Sé lo que vi, y lo que te he dicho…
– Si fuera dicho en un tribunal, podría enviar a Milón al destierro, desacreditar a sus seguidores y causar un gran desconcierto a algunos de los hombres más poderosos de Roma. Hombres que tienen espías y asesinos por todas partes y establos completos llenos de individuos como Eudamo y Birria. Los agentes de Milón podrían haber estado aquí ya, fisgoneando por todas partes. Si lograron pasar de largo y hacer caso omiso de ti y de tu hermano, sólo pudo ser porque los dioses les hicieron mirar en otra dirección. ¿O ya has hablado con ellos, tan libremente como has hablado conmigo? Puede que ya sepan quiénes sois y qué habéis estado contando. En ese caso, únicamente su incompetencia puede explicar que sigáis vivos para relatarme la historia. ¿O es con tu espíritu con quien estoy hablando ahora?
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