– ¿Cuánto te debemos? -pregunté a la mujer. Mientras contaba las monedas de la bolsa de Eco, me incliné hacia ella por encima de la barra-. Tu hermana… ¿Cómo se encuentra ahora?
Sacudió la cabeza.
– Una mujer destrozada, como te he dicho. No sé si lo superará alguna vez.
– ¿Hay alguna posibilidad de que reciba visitas?
– ¿Visitas? -La mujer frunció el ceño. Bajé aún más la voz.
– Perdóname. No he sido totalmente sincero contigo, me temo. Pero ahora que te he oído hablar, sé que puedo confiar en ti. Hoy no pasaba por aquí por casualidad.
– ¿No? -La mujer me miró suspicazmente, pero con creciente interés.
– No. Estoy aquí de parte de Fulvia.
– La viuda de Clodio? -Enarcó las cejas.
– Sí… Por favor, no alces la voz. Antes no estaba seguro de poder confiar en ti, pero ahora que he oído los sentimientos que albergas por Clodio y por Milón y su esposa…
– ¡Conejo asado! ¡Conejo asado! -Los recién llegados se pusieron a canturrear y a golpear las mesas con los puños, riendo con buen humor.
– ¡Esperad vuestro turno! -gritó la mesonera con una mirada feroz que los otros tomaron a broma. Rieron y empezaron otra cantinela que rápidamente se descompuso en carcajadas:
– ¡Na-bos! ¡Na-bos! ¡Na-…
La mujer se acercó más por encima de la barra y me habló en unsusurro.
– ¡Comprendo! Así que tú estás aquí para ayudar a estropear los planes de Milón.
Fruncí los labios.
– No puedo decir que ése sea mi propósito al venir aquí exactamente, pero puedo decir que Fulvia me ha pedido que averigüe lo que pueda acerca de la muerte de su esposo.
– ¡Ah! -exclamó meneando la cabeza con expresión astuta.
– Ya puedes comprender por qué me gustaría hablar con tu hermana, si pudiera ser.
– Desde luego -dijo pensativamente, pero luego frunció el entrecejo-. Pero no es posible.
– Me hago cargo de su frágil estado… X o, no es sólo eso. Es que no está aquí.
– ¿No?
– Se ha ido con su hijo a Regio a quedarse con nuestra tía. Todos pensaron que sería lo mejor, que estuviera por un tiempo lo más lejos posible de este lugar.
Asentí. No se podía ir más lejos que a Regio, que está en la misma punta de la península Itálica.
– ¡Conejo asado, nabos y salsa! ¡Conejo asado, nabos y salsa! La mujer se encogió de hombros.
– Ahora sí que tengo que atender a los otros. Pero buena suerte. Cualquier cosa que ayude a bajarle los humos a ese Milón…
– Ah, otra pregunta…
– ¡Conejo asado, nabos y salsa!…
– ¿Sí?
– Marco Antonio… ¿Significa algo ese nombre para ti?
Se quedó pensando un instante y luego negó con la cabeza.
– ¿Estás segura?
– No he oído hablar nunca de él. No debe de ser de por aquí.
– ¡Conejo asado, nabos y salsa!…
La mesonera refunfuñó.
– ¡Será mejor que dé de comer a esta pandilla rápidamente, antes de que se nos amotinen! -Puso los ojos en blanco, dirigió una última sonrisa a Davo y se alejó a toda prisa.
– Ahora, ¿adónde? -dijo Eco cuando salíamos de la posada-. Podría echarme una siestecilla después de esta comilona.
Davo bostezó y se estiró, satisfecho con la propuesta.
– Tonterías. Aún es temprano y tenemos mucho que hacer. Davo, ve a por los caballos.
Emprendimos la marcha por la Vía Apia y no tardamos en pasar los establos y los servicios que no habían sido del agrado de Fausta Cornelia.
Eco se echó a reír.
– ¿Crees que la esposa de Milón puede ser la mitad de desagradable de lo que nuestra mesonera parece pensar?
– Nunca he tenido el gusto de conocer a dicha dama, pero ciertamente ha sido el tema de más de un cotilleo. No es que ande buscando tales chismorreos. Bethesda se los cuenta a Diana, ¿sabes?, y no puedo evitar oírlos por casualidad.
– Desde luego, papá, lo comprendo. Lo mismo pasa con Menenia, siempre tengo que oírle chismes de mal gusto. Pero sería grosero por mi parte taparme los oídos, ¿no crees? Así que… ¡cuéntame lo que has oído, que yo te contaré lo que he oído yo!
Me eché a reír. Davo, inmune a la ironía, nos miraba como si estuviésemos locos.
– En su mayoría, relacionados con sus costumbres sexuales -dije-. Cuando su anterior marido Cayo Memio andaba lejos gobernando no sé qué provincia, decidió quedarse en Roma y se comportó tan escandalosamente que Memio, cuando volvió a casa, solicitó el divorcio. Luego Fausta se casó con Milón.
– ¿Hijos?
– Todavía no. Llevan casados sólo un par de años. Pero por lo que se oye, ha estado demasiado ocupada con sus amantes para dedicarse a la procreación con su marido.
– ¡Pobre Milón!
– Ahórrate las compasiones. Sospecho que ocurre como dice nuestra mesonera: ambos se casaron por política y por ánimo de lucro. Por muy puta que sea, Fausta es la hija del dictador Sila y eso significa muchísimo, sobre todo para los Optimates con que Milón ha querido juntarse la mayor parte de su vida.
– Qué habrá supuesto para ella ser la hija de Sila?
– Dudo que ni tú ni yo podamos siquiera empezar a imaginárnoslo, Eco. Ella y su hermano gemelo Fausto nacieron tarde en la vida del dictador y él, por lo visto, estaba muy satisfecho consigo mismo. Si Fausta es una mocosa malcriada, es culpa del monstruoso carcamal que le tocó por padre.
– Casarse con ella supuso un ascenso de categoría para Milón, eso lo entiendo. Pero ¿qué supuso para Fausta?
– Puede que no tuviera muchas opciones. Memio se divorció de ella dejándola con la reputación empañada. Milón parecía ser una estrella ascendente, ¿no es cierto? Acababa de heredar muchísimo dinero de su abuelo; no importaba que procediera a despilfarrarlo todo en los juegos fúnebres del viejo. Al parecer, Fausta no se casó con Milón por sus dotes amatorias, ya que ella parece buscar satisfacción en otro lado.
Eco asintió.
– Supongo que conoces la anécdota de Milón pillando al tribuno radical Salustio en la cama con ella… ¡al día siguiente de la boda! Hizo que sus esclavos dieran una paliza a Salustio dejándolo de todos los colores y confiscó su bolsa en pago de una multa.
Sí. Lo que me hace preguntarme cuánto de sinceridad política hay en la alianza de Salustio con los Clodios estos días y cuánto de deseos de venganza hacia Milón. Y claro, luego viene el cuento de que Milón sorprendió a su viejo amigo Sexto Villio en la cama con Fausta. Milón montó en cólera y arrastró a Villio fuera de la habitación a grito pelado. De hecho, Fausta se lo estaba haciendo con dos amantes a la vez, pero el otro había conseguido esconderse en el armario. Mientras Milón daba una paliza a Villio en la entrada, el segundo amante se volvía a colar en la cama con Fausta… ¡y le daba el revolcón de su vida!
– La dama parece inclinada a ser -sorprendida in fraganti -observó Eco.
– O tal vez le guste la crueldad y disfrute viendo cómo apalean a sus amantes.
Davo nos miró y torció el gesto. Supongo que nunca había oído a dos hombres especular sobre el comportamiento de otras personas de forma tan impúdica.
Eco sacudió la cabeza.
– Lo repetiré. Pobre Milón. Se casó con Fausta por prestigio y todo lo que ha obtenido es vergüenza. Hasta su hermano gemelo hace bromas sobre ella.
– Sí, conozco la historia. Mientras su primer marido estaba fuera de Roma, ella se lo hacía con dos amantes a la vez, uno propietario de un batán y el otro un sujeto llamado Mácula, por la mácula de nacimiento que tiene en una mejilla. De ahí el comentario de Fausto: «No entiendo por qué a mi hermana no se le van las manchas; ¿de qué le sirve el que se la batanea?».
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