»Ahora Clodio y su séquito han llegado al mismo tramo largo y monótono de carretera en el que nos encontramos nosotros. Clodio tiene a sus amigos a su lado para conversar animadamente y, desde luego, a su hijo, al que puede ir señalando los diferentes mausoleos y tumbas que continúan salpicando el camino aquí y allá. Cuando eso se acaba, puede explayarse sobre la misma carretera, como ha hecho todo Claudio desde que se construyó. Es una carretera magnífica, ¿verdad? Los bloques de piedra cortados y encajados con suma perfección, la superficie tan suave y regular, el camino considerablemente ancho (carretas de bueyes pueden venir en dirección contraria y pasar sin necesidad de detenerse). Uno podría pensar que los mismos dioses habían construido semejante carretera, pero no, fue Apio Claudio Ceco, remoto antepasado de nuestro Publio Clodio. Una cosa más para que el niño se sienta orgulloso.
»Aricia se encuentra al final del trayecto, a unas cuatro horas de camino. Un jinete con prisa lo haría en menos tiempo pero, dado que los guardaespaldas van a pie, Clodio y sus amigos están obligados a mantener un paso lento pero constante. Camino de Aricia, ¿junto a qué pasarían?
– ¡Junto a montón de nada! -replicó Davo, confirmando su presencia después de un largo silencio. Parecía haber adquirido el control de su montura y un mejor humor, dispuesto a reírse de sí mismo.
– Un montón de tierras de labranza vacías, para ser exactos, interrumpidas de vez en cuando por algunos bosques y algunos pantanos en las zonas bajas, todo muy llano y no especialmente llamativo. A la izquierda, montañas lejanas en el horizonte. A la derecha, una pendiente suave y gradual hacia el mar. Y de frente, aumentando de tamaño a medida que nos vamos acercando, el monte Albano. ¿Qué te parece, Davo?
Echó un vistazo a la baja masa puntiaguda del horizonte.
– ¡Debe de ser enorme!
Sonreí.
– Realmente no. Es sólo una montaña pequeña en relación con otras, pero supone una importante señal en estas llanuras. Son muchas ciudades pequeñas entre cordilleras y estribaciones. Aricia es una de ellas. Pero la primera a la que llegaremos, exactamente cuando el terreno comience a elevarse, es Bovilas. Eco, tú has venido por aquí en numerosas ocasiones, cuando ibas a Neápolis. ¿Qué distancia hay entre Bovilas y Roma?
– Un poco más de once mojones.
– Y ¿qué hay en Bovilas?
– Papá, sólo he ido allí de pasada. No estoy seguro de haberme detenido alguna vez.
– ¡Piensa!
Entrecerró los ojos con la mirada puesta en las estribaciones que había delante de nosotros, como si así pudiera distinguir los detalles a semejante distancia.
– Me parece recordar una posada junto a la carretera. Y un establo.
– Sí, el establo habrá estado allí probablemente de una forma u otra durante más de doscientos años, desde que se adoquinó el primer trayecto de la Vía Apia, de Roma a Bovilas. Apio Claudio Ceco construyó la carretera como una ruta militar para que la utilizaran las legiones; por eso es tan amplia y recta. Bovilas era la primera parada para los mensajeros militares, un lugar para cambiar los caballos. Y donde hay un establo, por supuesto hay una posada. ¿Qué aspecto tiene la posada de Bovilas?
– Un edificio de piedra de dos plantas.
– Sí, probablemente haya dormitorios comunitarios en la planta superior, una taberna en los -bajos y una cocina en la parte posterior. Un establo y una posada. ¿Qué más?
Eco se encogió de hombros.
– Algunas casas desperdigadas, alejadas de la carretera. Ah, y un altar a Júpiter construido a la sombra de-viejos robles dispuestos en círculo junto a un riachuelo. Un paraje muy bonito.
– Robles, sí; no bien comienza a elevarse el terreno en la carretera a la altura de Bovilas, los árboles se hacen más densos. La cumbre de la montaña es un bosque en toda regla. Supongo que no habrás visto nunca un bosque, Davo.
– He visto lo que llaman arboledas, que crecen alrededor de los templos en la ciudad.
– No es exactamente lo mismo. Bueno, ya es mucho para Bovilas, pero no demasiado, ¿verdad? No es un lugar muy especial para exhalar el último aliento, pero allí fue donde murió Clodio al día siguiente. La refriega comenzó ya avanzada la carretera, pero aparentemente los hombres de Milón persiguieron a Clodio hasta la posada, donde hizo su última parada. Según Fulvia, fue un senador llamado Sexto Tedio el que pasó por allí y se encontró con el cuerpo tirado en la carretera. Ordenó a sus esclavos que lo introdujeran en la litera y lo envió a Roma. Tú y yo vimos en qué condiciones estaba cuando llegó ante Fulvia, apuñalado y estrangulado. Y después de Bovilas, Eco, ¿qué más hay en la carretera?
– El terreno empieza a elevarse, como ya has dicho. Pendientes pobladas de árboles con fincas de gente rica, pilones instalados a ambos lados de senderos privados que conducen a las grandes mansiones que apenas se vislumbran al pasar. estiró el cuello y entrecerró los ojos-. Algo nuevo, más próximo a la carretera…, una especie de templo…
No es un templo sino una residencia. La casa de las vírgenes vestales. Tienes razón, es nuevo, construido en los últimos años. Antes, las vestales vivían en alguna parte de la montaña, más arriba. Hay un templo de Vesta por allí arriba. No es un sitio en donde nosotros los hombres podamos poner los pies. Continúa, jinete imaginario. ¿Qué más hay a continuación por la carretera?
Al otro lado de la carretera…, algo más de carácter religioso… relacionado con las mujeres. Un santuario, no un templo…, ¡un santuario a Fauna, la Buena Diosa!
– ¡Excelente! Un rincón para que los adoradores de Fauna dejen sus ofrendas y recen plegarias y también otro sitio en donde no seriamos particularmente bien recibidos. Pero, en opinión de Fulvia, fue en el tramo de la carretera directamente enfrente del santuario de la Buena Diosa en donde comenzó la pelea entre Clodio y Milón. Echaremos un vistazo más detallado a la extensión del terreno para ver sí parece apropiado para tender una emboscada. Pero volvamos a Clodio en el día anterior a su muerte, de camino entre Roma y Aricia. Habrá pasado por todos estos lugares, quizás sin detenerse, deseando apresurar la marcha ahora que se encontraba tan cerca de su destino. ¿Qué viene después, Eco?
– Ummmmm. Me parece recordar unos pilones impresionantes a la izquierda de la carretera y un camino que llevaba a una villa, arriba en la cumbre.
– Sí. Si no me equivoco en mis deducciones, será allí donde pasemos la noche.
– ¿La villa de Pompeyo?
– Por las indicaciones que me dio Cara de Niño, creo que ése es el lugar.
Eco dejó escapar un silbido.
– La vista debe de ser extraordinaria.
– Sí. A Pompeyo parece gustarle vivir en sitios donde le sea posible divisar el mundo que le rodea desde las alturas. Pero no te detengas todavía. ¿Qué hay después en la carretera?
– Más villas privadas. Una de ellas debe de pertenecer a Clodio.
– Sí, la suya es aquella enorme mole que parece encaramarse por la ladera del monte.
– ¿El espacio en el que podaron todos los árboles y lo excavaron todo?
– Sí. Al parecer, gran cantidad del espacio interior está bajo tierra, como los sótanos, defendible como una fortaleza, según me contó Fulvia. Por lo que me dijo, deduzco que Clodio estaba especialmente orgulloso del lugar, más contento incluso que con el palacete del Palatino. Tendremos ocasión de verlo más de cerca. Allí fue donde el viaje de Clodio terminó por aquel día, a sólo una milla o así a este lado de Aricia. Debían de quedarle algunas horas de sol. Clodio inspeccionó el terreno probablemente, habló con el capataz y vio todo lo que tienen que ver los propietarios de fincas cuando llegan a una de sus propiedades. Su cocinero preparó un banquete al que fueron invitados algunos personajes del lugar. Todo parece muy respetable, muy aburrido. Después de aquel viaje a caballo, probablemente el pequeño Publio se quedaría dormido en el triclinio después de la cena. A la mañana siguiente, Clodio presenta sus respetos al Senado de la ciudad de Aricia, y después sigue una breve recepción. En seguida vuelve a su finca, poco después del mediodía o a primera hora de la tarde. Fulvia dice que pretendía pasar al menos una noche allí.
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