Washington Irving - Cuentos De La Alhambra
Здесь есть возможность читать онлайн «Washington Irving - Cuentos De La Alhambra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Cuentos De La Alhambra
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Cuentos De La Alhambra: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cuentos De La Alhambra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Cuentos De La Alhambra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cuentos De La Alhambra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Mohamed el Zurdo era tenido entre los cortesanos por un rey sabio, y, a decir verdad, tal se consideraba él mismo. La predicación de los astrólogos no le causó más que una ligera inquietud, y confió en su ingenio para guardar sus hijas y contrariar la fuerza de los hados.
El triple nacimiento fue el último trofeo conyugal del monarca, pues la reina no dio a luz más hijos, y murió pocos años después, dejando confiadas sus tiernas niñas al amor y fidelidad de la discreta Kadiga.
Muchos años tenían que pasar para que las princesas llegasen a la edad del peligro: a la edad de casarse. "Es bueno, con todo, precaverse con tiempo", dijo el astuto monarca; y, en su virtud, resolvió encerrarlas en el castillo real de Salobreña. Era éste un suntuoso palacio incrustado en una inexpugnable fortaleza morisca situada en la cima de una montaña, desde la que se dominaba el mar Mediterráneo, sirviendo de regio retiro, donde los monarcas musulmanes encerraban a los parientes que les estorbaban, permitiéndoles, fuera de la libertad, todo género de comodidades y diversiones, en medio de las cuales pasaban sus días en voluptuosa indolencia.
Allí permanecieron las princesas, separadas del mundo pero rodeadas de comodidades y servidas por esclavos que les adivinaban todos sus deseos. Tenían para su recreo deliciosos jardines llenos de las frutas y flores más raras, con arboledas aromáticas y perfumados baños. Por tres lados daba vistas el castillo a un delicioso valle, hermoso y alegre por su rica y variada vegetación, y limitado por las altas montañas de la Alpujarra; y por el otro lado dominaba el ancho y resplandeciente mar.
En esta deliciosa morada, gozando de un clima plácido y bajo un cielo despejado, las tres princesas crecieron con maravillosa hermosura; y, aunque todas se educaron del mismo modo, daban ya señales prematuras de su diversidad de carácter. Se llamaban Zayda, Zorayda y Zorahayda, y éste era su orden por edades, pues habían tenido tres minutos de intervalo al nacer.
Zayda, la mayor, era de espíritu intrépido, y siempre se ponía al frente de sus hermanas para todo: lo mismo que hizo al nacer. Era curiosa y preguntona, y amiga de profundizar el porqué de todas las cosas.
Zorayda era apasionada de la belleza, por cuya razón, sin duda, se deleitaba mirando su propia imagen en un espejo o en las cristalinas aguas de una fuente, y tenía delirio por las flores, por las joyas, por todos aquellos adornos que realzan la hermosura.
En cuanto a Zorahayda, la menor, era dulce, tímida y extremadamente sensible, derramando siempre ternura, como se podía apreciar a primera vista, por las innumerables flores, pájaros y otros animalitos domésticos que cuidaba con el más entrañable cariño. Sus diversiones eran sencillas, mezcladas con meditaciones y ensueños; se sentaba horas enteras en un ajimez, fija la mirada en las brillantes estrellas de una noche de verano o en el mar rielado por la luna; y entonces la canción de un pescador, débilmente oída desde la playa, o los acordes de una flauta morisca desde alguna barca que cruzaba, eran suficientes para extasiar su ánimo. Sin embargo, bastaba para acobardarla el que se conjurasen los elementos, haciéndola caer desmayada el estampido del trueno.
Así pasaron los años tranquila y dulcemente. La discreta Kadiga, a quien las princesas estaban confiadas, cumplía lealmente su custodia y las servía con perseverante cuidado.
El castillo de Salobreña, como ya se ha dicho, estaba construido en la cúspide de una colina a orillas del Mediterráneo. Una de las murallas exteriores se extendía por la base de una colina hasta llegar a una roca saliente que dominaba al mar, y con una estrecha playa arenosa al pie, bañada por las rizadas olas. La pequeña atalaya que se levantaba sobre esta roca se había convertido en una especie de pabellón, desde cuyos ajimeces, cubiertos con celosías, se podía aspirar la brisa del mar. En aquel sitio pasaban las princesas las calurosas horas del mediodía.
Hallándose en cierta ocasión sentada la curiosa Zayda en una de las ventanas del pabellón, mientras que sus hermanas dormían la siesta recostadas en otomanas, se fijó en una galera que venía costeando a mesurados golpes de remo. Cuando se fue acercando, observó que venía llena de hombres armados. La galera ancló al pie de la torre, y un pelotón de soldados moriscos desembarcó en la estrecha playa conduciendo varios prisioneros cristianos. La curiosa Zayda despertó inmediatamente a sus hermanas, y las tres se pusieron a observar cautelosamente por la espesa celosía de la ventana, que las libertaba de ser vistas. Entre los prisioneros venían tres caballeros españoles ricamente vestidos; estaban en la flor de su juventud y eran de noble presencia; además, la arrogante altivez con que caminaban, aunque cargados de cadenas y rodeados de enemigos, manifestaba la grandeza de sus almas. Las princesas miraban con profundo y anhelante interés; y si se tiene en cuenta que vivían encerradas en aquel castillo, rodeadas de siervas y no viendo más hombres que los esclavos negros y los rudos pescadores, ¿cómo ha de extrañarnos que produjera una gran emoción en sus corazones la presencia de aquellos tres apuestos caballeros radiantes de juventud y de varonil belleza?
– ¿Habrá en la tierra ser más noble que aquel caballero vestido de carmesí? -dijo Zayda, la mayor de las tres hermanas-. ¡Mirad qué arrogante va, como si todos los que le rodean fuesen sus esclavos!
– ¡Fijaos en aquel otro, vestido de azul! -exclamó Zorayda-. ¡Qué hermosura! ¡Qué elegancia! ¡Qué porte!
La gentil Zorahayda nada dijo; pero prefirió en su interior al caballero vestido de verde.
Las princesas siguieron observando hasta que perdieron de vista a los prisioneros; entonces, suspirando tristemente, se volvieron, mirándose un momento unas a otras, sentándose, meditabundas y pensativas en sus otomanas.
La discreta Kadiga las encontró en tal actitud. Contáronle ellas lo que habían visto, y aun el apagado corazón de la dueña se sintió también conmovido.
– ¡Pobres jóvenes! -exclamó-. ¡Apostaría que su cautiverio deja presa del más profundo dolor el corazón de algunas damas principales de su país! ¡Ah, hijas mías! No tenéis una idea de la vida que hacen estos caballeros en su patria. ¡Qué justas y torneos! ¡Qué respeto a sus damas! ¡Qué modo de enamorar y de dar serenatas!
La curiosidad de Zayda se acrecentó en extremo, y no se cansaba de preguntar ni de oír de los labios de la dueña la animada pintura de los episodios de sus días juveniles allá en su país. La hermosa Zorayda se reprimía y se miraba disimuladamente en un espejo cuando la conversación recayó sobre los encantos de las damas españolas; en tanto que Zorahayda ahogaba sus suspiros cuando oía contar lo de las serenatas a la luz de la luna.
Todos los días renovaba sus preguntas la curiosa Zayda, y todos los días repetía sus historias la madura dueña, siendo escuchada por su bello auditorio con profundo interés y entrecortados suspiros.
Al fin la astuta vieja cayó en la cuenta del daño que acaso estaba ocasionando: ella se había acostumbrado a tratar a las princesas como niñas, sin considerar que insensiblemente habían ido creciendo y que tenía ya delante de sí tres hermosísimas jóvenes casaderas. "Ya es tiempo pensó la dueña de avisar al rey."
Hallábase sentado cierta mañana Mohamed el Zurdo sobre un amplio diván en uno de los frescos salones de la Alhambra cuando llegó un esclavo de la fortaleza de Salobreña con un mensaje de la prudente Kadiga felicitándole en el cumpleaños del natalicio de sus hijas. Al mismo tiempo le presentó el esclavo una delicada cestita adornada de flores, y en la cual, sobre pámpanos y hojas de higuera, venían un melocotón, un albaricoque y un prisco, cuya frescura, color y madurez tentaban el apetito. El monarca, versado en el lenguaje oriental de las flores y las frutas, adivinó al punto el significado de esta emblemática ofrenda.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Cuentos De La Alhambra»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cuentos De La Alhambra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Cuentos De La Alhambra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.