Colleen McCullough - Las Señoritas De Missalonghi

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La escritura mágica de Colleen McCullough consigue, en Las señoritas de Missalonghi, transportar al lector a un mundo fascinante que participa por igual de la realidad y de la ensoñación. Missy Wright, la protagonista de la novela, es una mujer soltera que, a sus 33 años, compensa los tonos grises y difíciles de su vida con la lectura de novelas románticas. Missy arrastra una vida sin alicientes en la localidad australiana de Byron. Una existencia llena de estrecheces económicas y la convivencia con su madre y su tía constituyen las referencias vitales en que se mueve nuestra heroína cotidiana. Hasta que, inesperadamente, entra en escena John Smith, un desconocido que proyecta instalarse en el valle cercano a la casa en que habita Missy. A partir de aquí, despuntará un mundo de felicidad y entrega que colmará las ilusiones, hasta entonces frustradas, de la protagonista del relato. El hechizo del amor hará milagros y Missy alcanzará una vida llena, por encima de las mezquinas tensiones familiares y la marginación femenina de que había sido víctima. Las señoritas de Missalonghi es una descripción exacta y brillante de la vida en una remota localidad australiana y, también, un verdadero cuento de hadas.

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– Me alegro de pillarla de esta manera, porque estaba empezando a preguntarme si todavía estaba en el mundo de los vivos. Su madre me aseguró que sí, cuando fui a visitarla, pero no me permitió verlo con mis propios ojos.

– ¿Fue a ver cómo estaba?

– Sí, el martes pasado.

– ¡Oh, gracias! -dijo ella con fervor.

Él levantó las cejas, pero sin expresión burlona. Por el contrario, dejó su carro donde estaba y fue caminando con ella en dirección a Missalonghi.

– Supongo que no sería nada serio… -comenzó después de algunos minutos durante los cuales caminaron lado a lado en silencio.

– No lo sé -dijo Missy, percibiendo las emanaciones de compasión y lástima que surgían de él, a todas luces con una salud de hierro-. Tengo que ir a un doctor de Sidney con bastante urgencia. Un especialista del corazón , creo.

¿Por qué lo diría de aquella manera?

– Oh… -exclamó él sin saber qué decir.

– ¡Dónde vive usted exactamente, señor Smith? -le preguntó ella para cambiar de tema.

– Bueno, un poco más allá, en la dirección de donde acaba de venir usted, hay una cascada -dijo sin rodeos, y en un tono de voz que le decía a Missy que, ya fuese a causa de su enfermedad o tal vez porque la encontraba por competo inofensiva, había decidido considerarla como una amiga-. Hay una vieja cabaña de leñador cerca del fondo de la cascada y, de momento, estoy instalado en ella provisionalmente. Pero estoy empezando a construir una casa más cerca de la propia cascada, con bloques de arenisca que yo mismo excavaré. Acabo de venir de Sidney, donde he recogido un motor para accionar una gran sierra. De esta manera podré cortar los bloques mucho más de prisa y mejor, y también la madera.

Ella cerró los ojos y exhaló un largo e inconsciente suspiro.

– ¡Oh, cómo lo envidio!

La miró con curiosidad.

– Es un extraño comentario en boca de una mujer.

Missy abrió los ojos.

– ¿Ah, sí?

– Por lo general, a las mujeres no les gusta que las separen de las tiendas, de su casa y de las demás mujeres.

Su tono era severo.

– Seguramente tiene razón en cuanto a la mayoría -dijo ella pensativa-, pero en ese aspecto no me parezco a las demás mujeres, o sea que le envidio la paz, la libertad, el aislamiento…¡Sueño con ellos!

Legaron al final del sendero, y apareció a la vista el tejado de hierro acanalado de Missalonghi, de un rojo desvaído.

– ¿Hace todas sus compras en Sydney? -preguntó, por decir algo, arrepintiéndose de inmediato por hacer preguntas tontas, ¿acaso no lo había visto por primera vez en la tienda de tío Maxwell?

– Cuando puedo -dijo él. Era evidente que no la relacionaba con la tienda de tío Maxwell-. Pero es un buen trecho hasta las Montañas cuando se va cargado hasta los topes, y sólo tengo estos caballos. Aun así, prefiero mil veces comprar en Sidney que en Byron. En mi vida había estado en un sitio con tanta gente entrometida.

Missy hizo una mueca.

– No les haga mucho caso, señor Smith. No sólo es usted una novedad, sino que además les ha robado lo que durante años habían considerado una propiedad exclusiva, aunque nunca se acordaran de ella ni la desearan.

Él soltó una carcajada, evidentemente complacido de que ella hubiera tocado el tema.

– ¿Se refiere a mi valle? Podrían haberlo comprado: la venta no era secreta. Estaba anunciada en todos los periódicos de Sidney y en el de Katoomba. Lo que ocurre es que no son tan listos como se creen, eso es todo.

– Debe de sentirse como un rey allá abajo.

– Así me siento, señorita Wright.

Dicho lo cual, le sonrió, la saludó tocándose ligeramente su gastado sombrero de leñador, se dio media vuelta y se alejó caminando.

Durante el resto del trayecto, Missy fue flotando, y llegó justo a la hora de ordeñar a la vaca. Ni Drusilla ni Octavia hicieron ningún comentario sobre su paseo por el bosque; Drusilla porque aquel alarde de independencia le había gustado más de lo que le podían preocupar sus consecuencias, y Octavia porque se había convencido de que los procesos cerebrales de Missy estaban un poco afectados por el mal que la aquejaba.

De hecho, cuando dieron las cuatro y Missy no había dado señales de vida, las dos mujeres que se habían quedado en Missalonghi tuvieron un pequeño altercado. Octavia pensaba que había que avisar a la policía.

– ¡No, no y no! -dijo Drusilla con bastante violencia.

– Pero tenemos que hacerlo, Drusilla. Tiene el cerebro afectado, lo sé. ¿Cuándo se había comportado así?

– Desde que Missy tuvo el ataque, he estado pensando, hermana, y no me avergüenza decir que cuando el señor Smith entró con ella en brazos, me aterroricé. La idea de perderla de forma tan inesperada, tan injusta… Nunca había estado tan contenta como cuando tío Neville me dijo que no creía que fuese nada serio. Y luego empecé a pensar qué habría sido de Missy si me hubiera ocurrido a mí. Octavia, ¡debemos animar a Missy a que sea independiente de nosotras! No es culpa suya que Dios no le concediera la belleza de Alicia, o mi carácter enérgico. Ahora me doy cuenta de que toda una vida sometida a mi carácter no ha sido bueno para Missy. Yo tomo las decisiones con respecto a todo, y ella por naturaleza las acepta sin rechistar. He estado tomando sus decisiones durante demasiado tiempo. Ya no lo haré más.

– ¡Bobadas! -replicó Octavia-. ¡La chica no tiene sentido común! ¡Zapatos en lugar de botas! ¡Paseos por el bosque! en mi opinión, de ahora en adelante deberías ser más severa con ella, no más indulgente.

Drusilla suspiró.

– Cuando éramos jóvenes, Octavia, llevábamos zapatos. Nuestro padre eran un hombre muy cariñoso y nunca nos faltaba nada. Íbamos en carruaje y teníamos todo el dinero que pudiéramos necesitar para nuestros gastos. Y desde aquellos días, por dura que se haya vuelto la vida, por lo menos tú y yo podemos mirar atrás y recordar el placer de los zapatos y de los vestidos bonitos, las fiestas, la alegría . Mientras que Missy jamás ha tenido unos zapatos bonitos o un vestido. No me culpo por ello, porque no es mi culpa, pero cuando pienso que podría morirse…, bueno, he decidido que le daré todo lo que desee mientras pueda permitírmelo. Los zapatos no puedo, especialmente si van a llegar facturas elevadas del doctor. Pero si desea pasear por el bosque o leer novelas…, que lo haga.

– ¡Bobadas, bobadas, bobadas! Tienes que continuar siendo como antes. Missy necesita mano dura.

Y Drusilla no pudo moverla de allí.

Ajena al examen de conciencia de su madre, Missy decidió no empezar a leer una de las novelas después de cenar y en su lugar eligió hacer encaje.

– Tía Octavia -dijo mientras sus dedos aleteaban-, ¿qué cantidad de encaje has pensado poner en tu vestido nuevo? ¿Crees que será suficiente? Puedo hacer mucho más sin ningún esfuerzo, pero necesitaría saberlo ahora.

Octavia extendió su mano nudosa y Missy depositó en ella el encaje hecho un ovillo, dejando que su tía extendiese cada pieza en su regazo.

– ¡Oh, Missy, es precioso! -suspiró Octavia con respeto y admiración-. ¡Drusilla, mira!

Drusilla cogió un pedazo del regazo de su hermana y lo levantó para acercarlo a la débil luz.

– Sí, es precioso. Debo decirte que estás mejorando día tras día, Missy.

– Ah -dijo Missy con expresión seria-. Es porque por fin he encontrado la clave para deshacer el ovillo de las preocupaciones.

Las dos mujeres de más edad se miraron un instante con cara de circunstancias; luego, Octavia le lanzó una mirada significativa a Drusilla y sacudió la cabeza de modo casi imperceptible. Pero Drusilla no le prestó atención.

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