Colleen McCullough - Tim

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El pájaro espino, la magnífica novela de Colleen McCullough, ha sido best seller en muchos países del mundo por su notable calidad literaria y el denso contenido humano que la distingue. Tim es una novela anterior de la misma autora, que no le va en zaga en forma alguna. Plantea el viejo problema de la edad en el amor, mejor dicho, de la diferencia de edades en el amor. Tim es un joven obrero de veinticinco años, hijo de un matrimonio humilde, que posee la belleza y la perfección física de un Adonis griego. Conserva, empero, una mente infantil, poco desarrollada. Mary es una solterona de más de cuarenta años que ha encontrado su tranquilidad espiritual consagrándose a su trabajo, hasta que, inesperadamente, un día ve a Tim. Estudio penetrante de psicología humana, escrita con dignidad y sencillez, Tim es otra notable creación de Colleen McCullough.

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»Mamá y yo a veces también nos peleábamos -prosiguió-, pero a pesar de eso nos queríamos mucho. Pasamos juntos muy buenos años, que siempre recordaré con una sonrisa y con un brindis de mi vaso de cerveza. Ése no entendería -dijo, señalando con la cabeza en dirección del sofá-, pero mamá se sentiría verdaderamente desilusionada si yo no brindara por ella todos los días en el «Seaside».

A Mary le costó un gran esfuerzo refrenar su impulso de precipitarse hacia el anciano para confortarlo físicamente, pero sabiendo qué trabajo tan grande le había costado el controlarse, mantuvo los brazos a sus costados y trató de decirle con los ojos empañados de lágrimas y con una sonrisa de afecto, que ella sí comprendía muy bien.

19

Durante todo el viaje a Artarmon, Tim no dijo una sola palabra, y permaneció hundido en el asiento del coche. No eran muchas las veces que había dormido en la casa de Mary en Sydney y el cuarto que siempre ocupaba no le producía la misma sensación de pertenencia que su cuarto en la casa de campo; por lo mismo, no supo qué hacer cuando Mary se dispuso a dejarlo para que se cambiara de ropa y se acostara. De pie en el centro de la habitación, restregándose nerviosamente las manos, la miró con expresión de súplica. Siempre indefensa ante esa expresión en particular, Mary exhaló un suspiro y vino en su ayuda.

– ¿Por qué no te pones tu pijama y tratas de dormir un poco, Tim? -le preguntó.

– ¡Pero es que no es de noche; estamos en pleno día! -protestó él, revelándose en la voz el dolor y el temor que estaba sufriendo.

– Eso no tiene que preocuparte, querido -replicó ella, con un nudo en la garganta-. Creo que podrás dormir un poco si cierro las persianas para que no entre luz en el cuarto.

– Me siento enfermo -dijo él, hipando peligrosamente.

– ¡Oh, pobrecito Tim! -respondió ella al instante, recordando cuánto temía él que lo regañaran por ensuciar el suelo-. Ven, vamos, yo te tendré la cabeza.

Tim empezó a vomitar en cuanto llegaron a la puerta del cuarto de baño. Mary lo sostuvo poniéndole la mano en la frente, hablándole cariñosamente y palmeándole la espalda mientras él pugnaba y se arqueaba miserablemente.

– ¿Ya terminaste? -le preguntó ella suavemente. Cuando él contestó afirmativamente, Mary hizo que se sentara en la silla tapizada del baño y abrió la llave del agua caliente para llenar la bañera.

– Mira cómo te has puesto, ¿te das cuenta? Yo creo que lo mejor es que te desnudes y te des un buen baño caliente, ¿no crees? Te sentirás mucho mejor en cuanto sientas el agua.

– Tomó una toalla y le limpió las huellas del vómito del rostro y de las manos; le quitó la camisa y la dobló cuidadosamente y luego con la misma camisa procedió a limpiar el suelo. Tim la miraba hacer apáticamente, temblando y con el rostro pálido.

– Lo si-si-sssiento mucho, Mary -tartamudeó-. Lo en-ssssucié todo y tú te va-va-vaas a enojar conmigo.

La mujer alzó la cara y sonrió desde la postura que tenía, arrodillada sobre los mosaicos.

– ¡Jamás, Tim, jamás! No pudiste evitarlo, eso es todo, pero hiciste todo lo posible para aguantarte hasta llegar al baño, ¿no es así? Eso es lo único que importa, corazón.

Su palidez y debilidad la alarmaron; no parecía estar recuperándose tan pronto como debiera, por lo que no se sorprendió cuando cayó de rodillas frente al retrete y empezó a vomitar otra vez.

– Yo creo que eso ya fue todo -dijo ella cuando él se quedó quieto una vez más-. ¿Qué tal si te das un baño?

– Estoy tan cansado, Mary -murmuró aferrándose a la silla.

No se atrevió a dejarlo; la silla era de respaldo recto y no tenía brazos y, si se desmayaba, no podría sostenerse en ella. El mejor lugar para él en esos momentos era dentro de la bañera de agua tibia, donde podría estirarse y calentarse a plena satisfacción. Cerrando la mente a las injuriosas palabras de Dawnie y orando en silencio porque él jamás mencionara eso en casa, lo ayudó a desvestirse y a meterse en la bañera, con un brazo sosteniéndolo firmemente de la cintura y el otro alrededor de los hombros.

Tim se hundió en el agua con un suspiro de alivio: ya más tranquila, vio cómo el color le volvía poco a poco, y mientras él se relajaba en el baño, ella terminó de limpiar el piso y el retrete. El olor era horriblemente pegajoso, por lo que abrió la puerta y la ventana para que entrara el aire fresco del otoño. Sólo entonces se volvió a mirarlo.

Tim se había sentado en la bañera como un chiquillo, inclinado hacia delante y sonriendo levemente, mirando cómo las volutas de vapor se elevaban de la superficie del agua, con el espeso cabello dorado rizándose a causa del agua. ¡Tan hermoso… tan hermoso! «Hay que tratarlo como un niño», se dijo a sí misma mientras tomaba el jabón. Sin embargo, mientras pensaba eso, no pudo menos que contemplarlo de cuerpo entero en el agua transparente porque de pronto Tim se había tendido de espaldas cuan largo era, dejando escapar un suspiro de satisfacción. La desnudez vista en un libro, después de todo, era algo completamente aparte de su realidad en el cuerpo de Tim; en los libros, nunca había tenido el poder de conmoverla o excitarla. Mary se obligó a mirar en otra dirección, pero involuntariamente su mirada regresaba furtivamente al cuerpo de él hasta que descubrió que Tim había cerrado los ojos y entonces pudo contemplarlo con una especie de apetito disciplinado, pero inquisitivo, no tanto con hambre carnal sino con un sentimiento confuso.

Un cambio en su postura la hizo mirarlo a la cara, para descubrir que él la miraba cansadamente, pero con aire de curiosidad: Mary sintió que la sangre se le calentaba bajo la piel y casi esperó el comentario que sin duda él haría, pero Tim no dijo nada. La mujer retrocedió, se sentó en el borde de la bañera y comenzó a enjabonarle el pecho y la espalda. Sus resbaladizos dedos recorrieron aquella piel que era como una aceitosa seda, y al mismo tiempo y de una manera casual, se detuvieron por unos instantes en la muñeca para tomarle el pulso y ver cómo andaba.

Tim se veía cada vez mejor, aunque un poco inquieto, y hasta se rió cuando ella le vertió agua en la cabeza e hizo que se inclinara hacia delante para lavarle el cabello. Mary no lo dejó jugar mucho sino que hizo que se pusiera en pie en cuanto terminó de bañarlo. Hecho eso, le sacó el tapón a la bañera y abrió la llave de la ducha. La divirtió mucho ver con qué ingenuo placer se arropó Tim en la enorme toalla de baño en cuanto salió al piso, pero se las arregló para escucharlo con rostro serio cuando él le aseguró que nunca había visto una toalla tan grande, agregando que era muy lindo que lo envolvieran a uno por completo como si fuera un bebé.

– Eso estuvo muy lindo, Mary -le confesó, ya acostado en la cama y con los cobertores hasta el mentón-. Creo que mamá me bañaba así cuando era yo un niño chiquito, pero ya no me acuerdo. Me gusta que me bañen: es mucho más lindo que bañarse uno mismo.

– Pues me alegra saberlo -sonrió ella-. Ahora, ponte a gusto y trata de dormir un poco, ¿está bien?

– Está bien -rió él-. Pero no puedo decirte buenas noches, Mary, porque es mediodía.

– ¿Y ahora cómo te sientes, Tim? -preguntó ella, cerrando las persianas y dejando el cuarto en la penumbra.

– Me siento muy bien, pero muy cansado.

– Entonces duérmete, querido. Cuando despiertes y me busques, ahí estaré.

El fin de semana transcurrió sin ningún incidente; Tim se mostró muy reservado, todavía no se había repuesto físicamente, pero Mary no notó nada que le indicara que Tim extrañaba realmente a su madre. El domingo en la tarde hizo que se sentara en el asiento delantero del gran Bentley y condujo el automóvil de regreso a la calle Surf para recoger a Ron.

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