– Entonces, beberemos una copa juntos antes de ponernos en marcha. El funicular bajará dentro de media hora -dijo dirigiéndose hacia donde estaban los licores, el sifón de soda y la cubeta de hielo-. No tengo ni idea de qué acostumbras beber ahora.
– Bourbon de Kentucky, si tienes. Sin soda, sin agua y sin hielo.
– Sí tengo, pero es demasiado fuerte para tomarlo con el estómago vacío.
– Estoy acostumbrado. Es lo que beben mis buscadores de petróleo cuando el que invita es otro. El país es musulmán, por supuesto, pero yo lo importo en secreto y me aseguro de que nadie lo beba fuera del campamento.
Ruby le alcanzó el vaso y se sentó con su jerez.
– Cada vez se vuelve más misterioso el asunto, Lee. ¿Qué país musulmán?
– Persia. Irán, lo llaman ellos. Me dedico a la industria del petróleo allí, en sociedad con el sah.
– ¡Dios mío! Con razón no teníamos ni señales de ti.
Bebieron en silencio durante unos minutos.
– ¿Qué le ha pasado a Alexander, mamá? -dijo entonces Lee.
Ella no intentó evadirlo.
– Sé lo que quieres saber. -Suspiró, estiró las piernas y se quedó mirando fijamente las hebillas color rubí de sus zapatos-. Varias cosas… La pelea contigo, porque sabía que estaba equivocado. Después de que se bajó del caballo, no sabía cómo hacer para arreglar los destrozos que su caballo había hecho. Para cuando había decidido tragarse su orgullo e ir a buscarte, tú habías desaparecido. Te buscó desesperadamente. Entretanto, sucedió lo de Anna con O'Donnell, lo del bebé… y lo de Jade. El vio cómo la colgaban, ¿sabes?, y eso lo afectó mucho. Después Nell, que no quería hacer lo que él deseaba, y Anna, que tuvo que ser separada de su hija. Otro hombre se hubiera endurecido mucho más, pero mi amado Alexander no. Todo eso junto hizo que se detuviera, aunque no de golpe, sino gradualmente. Y, por supuesto, se culpa a sí mismo por haberse casado con Elizabeth. En ese momento, ella no era mucho mayor que Anna. Estaba justo en la edad en que las impresiones se graban como en la piedra. Y así fue, ella se convirtió en una piedra.
– Pero él te tenía a ti, en cambio Elizabeth no tuvo a nadie. ¿Te resulta extraño que se haya convertido en una piedra?
– ¡Gilipolleces! -contestó violentamente. Le había tocado su punto vulnerable. Tenía el vaso vacío, así que se puso de pie y lo llenó nuevamente-. Yo sigo esperando que un día Elizabeth sea feliz. Si conociera a alguien podría divorciarse de Alexander por su perpetuo adulterio conmigo.
– ¿Elizabeth en un tribunal de divorcio ventilando sus trapos al sol?
– Piensas que no lo haría…
– Puedo imaginármela huyendo en secreto con un amante, pero no frente a un juez en una sala llena de periodistas.
– Jamás se escapará en secreto con un amante, Lee, porque tiene que ocuparse de Dolly. La niña ya se ha olvidado por completo de Anna. Piensa que Elizabeth es su madre y Alexander su padre.
– Bueno, eso sólo ya sería una razón más que suficiente para no divorciarse, ¿no crees? Saldría otra vez a la luz todo el tema de Anna y el padre desconocido de la niña, y Dolly tiene… ¿cuántos años? ¿Seis? Ya es bastante mayor para entender.
– Sí, tienes razón. Tendría que haber pensado en eso. ¡Mierda! -Cambió de humor repentinamente como solía hacerlo-. ¿Y tú? -dijo radiante-. ¿Alguna esposa en vista?
– No. -Miró el reloj de pulsera de oro que Alexander le había regalado en Londres y terminó su copa-. Es hora de ir, mamá.
– ¿Elizabeth sabe que estás aquí? -preguntó Ruby poniéndose de pie.
– No.
Cuando llegaron a la plataforma del teleférico, los estaba esperando Sung. Lee se detuvo de golpe, sorprendido. Su padre, que estaba llegando a los setenta, se había transformado en un venerable anciano chino. La fina barba le llegaba hasta el pecho, tenía las uñas de dos centímetros de largo, la piel, aunque avejentada y algo amarillenta, se veía tersa y sus ojos eran sólo dos surcos dentro de los cuales se deslizaban sincrónicamente dos bolitas negras. Mi papá. Sin embargo, yo considero a Alexander como mi verdadero padre. ¡Oh, cuánto camino hemos recorrido en este viaje increíble! ¿Y hacia dónde navegaremos cuando el viento vuelva a soplar?
– Papá -dijo, haciendo una reverencia y besando la mano a Sung.
– Mi querido muchacho, te ves muy bien.
– ¡Vamos, todos a bordo! -dijo Ruby con impaciencia, lista para presionar el timbre eléctrico que accionaba el motor.
Está ansiosa de vernos a todos juntos, pensó Lee mientras ayudaba a Sung a subir al funicular. Mi madre anhela que todos nos queramos y seamos felices. Pero eso es imposible.
Los recibió Elizabeth, y Ruby estaba tan ansiosa por ver su reacción cuando descubriera al invitado inesperado, que empujó a Lee para que entrara delante de Sung y de ella.
¿Cómo es ver a la mujer de tu vida después de tanto tiempo? Para Lee fue muy doloroso. Sus sentimientos se convulsionaron, y transmitieron a su mente una mezcla de agonía, angustia y dolor. Lo que vio fue un fantasma borroso formado por todas esas emociones, no a Elizabeth.
Besó la mano del fantasma con una sonrisa, la felicitó por su apariencia y pasó a la sala para que ella pudiera saludar a Ruby y a Sung. Alexander y Constance Dewy estaban allí. Constance se acercó, lo besó, le estrechó la mano y lo miró con una elocuente simpatía que lo dejó perplejo. En cuanto estuvo a salvo, sentado en su silla, se dio cuenta de que no había visto realmente a Elizabeth.
Tampoco pudo verla durante la cena. Eran seis los que estaban sentados a la mesa. Alexander había decidido no ocupar las cabeceras, así que Lee estaba sentado en un extremo de uno de los lados y Elizabeth en el otro. En el medio estaba Sung. Enfrente de él estaba Alexander, y más allá, Constance y Ruby.
– No es socialmente correcto -dijo Alexander alegremente-, pero en mi propia casa soy libre de poner a los hombres juntos y dejar que las mujeres conversen de sus temas femeninos. No nos quedaremos aquí a beber oporto y fumar cigarros, saldremos con las damas.
Lee bebió más vino del que acostumbraba. Sin embargo, la comida, tan excelente como siempre (según le habían dicho, Chang continuaba siendo el jefe de la cocina), lo mantuvo relativamente sobrio. Cuando volvieron a la sala para tomar el café y fumar cigarros o cigarrillos, él desbarató el orden que Alexander había planeado y apartó su silla de los demás, aislándose de la diversión. La habitación estaba intensamente iluminada. Las arañas de cristal de Waterford estaban equipadas con bombillas eléctricas en lugar de velas. Los candelabros de pared también se habían adaptado para poder ser utilizados con electricidad. Es muy agresivo, pensó Lee. Ya no quedaban agradables lagunas de oscuridad, había desaparecido el resplandor verde de las lámparas de gas y la suave luz dorada de las velas. La electricidad será nuestro futuro pero no es… romántica. Es más bien despiadada.
Desde donde estaba podía ver a Elizabeth con asombrosa claridad. Era muy hermosa. Como un cuadro de Vermeer, brillantemente iluminado, perfecto en cada detalle. Su cabello seguía tan negro como el de él. Sus suaves ondas terminaban en un moño en la parte de atrás de su cabeza. No llevaba los bucles ni los rizos que se habían puesto de moda. ¿Alguna vez se vestía de un color más encendido? No que él recordara. Esa noche llevaba un vestido azul metálico oscuro de crespón de seda con la falda relativamente recta y sin cola. Por lo general, ese tipo de vestidos estaba adornado con abalorios, pero el de ella era liso y sin borlas; tenía tirantes en torno a los hombros que lo mantenían en su lugar. El conjunto de diamantes y rubíes brillaba alrededor de su cuello, en sus orejas y en sus muñecas. El anillo de compromiso de diamantes era deslumbrante. Sin embargo, la turmalina había desaparecido. No llevaba anillos en la mano derecha.
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