Colleen McCullough - El Desafío

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Australia, finales del siglo XIX. Alexander Kinross – un escocés que ha enterrado sus humildes orígenes tras amasar una enorme fortuna en EEUU y Australia – pide la mano de la joven Elizabeth Drummond. Con apenas 16 años, ésta se ve obligada a dejar su Escocia natal para casarse con un completo desconocido. Ni la brillantez ni el dinero ni la insistencia de Kinross logran que la muchacha sea feliz en su matrimonio. Elizabeth se siente prisionera en la mansión que su marido posee en una zona remota del país y en la que su única compañía son los sirvientes de origen chino que trabajan para ellos. La tensión entre los miembros de la pareja es creciente: la joven desprecia y teme a Kinross, que no oculta su relación extramatrimonial con otra mujer. Sin embargo, lejos de aceptar la situación, Elizabeth intentará encontrar su lugar en esas extrañas tierras.
Con el nacimiento de la Australia moderna como trasfondo, Colleen Mc. retrata la vida de un matrimonio destinado al fracaso desde su inicio, y las consiguientes historias de amor que se generan fuera del mismo.

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– No me di cuenta en ese momento -dijo-, porque no podía hablar las lenguas del lugar, de que los nativos habían descubierto una forma de procesar el petróleo crudo para convertirlo en combustible para motores. Pero, por supuesto, no podían refinado y, además, el doctor Daimler todavía no había descubierto el motor de combustión interna. ¡Una cosa tan simple! Hacer que el combustible trabaje dentro del cilindro en lugar de fuera. Te lo aseguro, Lee, los materiales crudos aparecen en el momento justo para hacer que una nueva invención no sólo sea factible sino también práctica.

Sin embargo, Alexander no estaba a favor del negocio persa.

– No sé mucho de ese país, pero sí que está en bancarrota, que es muy vulnerable y que está a merced de los rusos. Thornleigh, del Banco de Inglaterra, dice que Rusia intentará controlarlos a través de la banca o de un banco concreto. Persia necesita un préstamo y Gran Bretaña se está comportando como una joven a la que le propusieron matrimonio en una ocasión y espera, segura de que se lo volverán a proponer más de una vez. ¿Entonces, por qué no decir que no y aguardar un poco? Sigue adelante todo lo que quieras, Lee, pero mi consejo es que te retires mientras todavía puedas hacerlo sin perder hasta la camisa.

– Cada vez me inclino más hacia ese punto de vista -dijo Lee con un suspiro-. Sin embargo, hay más dinero en el petróleo que en el oro.

– Y es una ventaja que esté a nivel del suelo. Sin embargo, pienso que te has adelantado a hacer tu jugada. Yo me he dedicado a otro campo: al caucho, en lugar del petróleo. Ya hemos plantado en Malasia miles de hectáreas de árboles traídos del Brasil que producen caucho.

– ¿Caucho? -preguntó Lee frunciendo el entrecejo.

– Se está difundiendo cada vez más. Se usa para un montón de cosas. Los automóviles necesitan ruedas de caucho; en concreto, se trata de una cubierta exterior de tela de goma con un tubo de caucho puro lleno de aire en su interior. Las bicicletas han avanzado mucho desde que se inventaron las llantas neumáticas. Elásticos, válvulas, arandelas, telas impermeables y zapatos de goma, sábanas de caucho para las camas de los hospitales, cojines, bolsas de gas, correas para máquinas, sellos, rodillos, etcétera. La lista es infinita. Ahora usan el caucho para los aislamientos de los cables en lugar de la gutapercha, y hay una especie de caucho duro como la roca que se llama vulcanita y es resistente a la corrosión de los ácidos y los álcalis.

Estaba ausente. Lee se reclinó sobre el respaldo con el estómago repleto por el jugoso filete y miró cómo se dibujaban las emociones en el rostro de Alexander. En realidad, no había cambiado nada y probablemente nunca cambiara. Como la mayoría de los hombres vigorosos, había parecido viejo cuando era joven y se veía joven ahora que ya no lo era. Su cabello, más espeso que nunca, estaba casi todo blanco y le daba un aspecto leonino, porque todavía lo llevaba largo hasta los hombros. Sus ojos conservaban el mismo fuego de obsidiana. A pesar de que insistía en que tenía que usar las escaleras para hacer ejercicio, no había engordado ni un kilo.

Aunque su carácter se había aplacado otra vez, quizá por lo que había sucedido con Anna y Dolly, Lee no estaba convencido de que la arrogancia y el autoritarismo que le había visto desplegar en Kinross hubieran desaparecido para dar lugar al antiguo Alexander. Seguía siendo tan dinámico como siempre y todavía poseía ese instinto infalible acerca de lo que había que hacer. Caucho. ¡Por el amor de Dios!

Sin embargo, era más amable, más… compasivo. Le había sucedido algo que le había enseñado a ser humilde.

– Tengo un regalo para ti -dijo Lee hurgando en el bolsillo de su camisa. Las fotografías asomaban a punto de salirse, pero antes de que pudiera pasarlas al otro bolsillo, Alexander se había inclinado sobre la mesa y se las había arrebatado de la mano. Todavía le quedaba algo de autoritarismo.

– Que lleves la de tu madre puedo entenderlo, pero ¿la de Elizabeth?

– Mamá me envió tres cuando estaba en la India -dijo Lee sin perturbarse-. Una de ella, una de Nell y otra de Elizabeth. La de Nell se me perdió en alguna parte.

– La de Ruby está mucho más gastada que la de Elizabeth.

– Porque la miro muchas más veces.

Alexander le devolvió las fotografías.

– ¿Vas a volver a casa, Lee? -preguntó.

– Antes… ¡Ah! Aquí está.

Alexander estudió maravillado la moneda.

– Un dracma de Alejandro Magno, ¡y además muy raro! Está en excelente estado. Diría que sin usar, pero es imposible.

– Me la dio el actual sah de Persia, así que, ¿quién sabe? Puede haber estado allí sin que nadie la tocara desde que tu tocayo salió de Ecbatana. El sah me dijo que venía de Hamadan, que era Ecbatana.

– Mi querido muchacho, esto no tiene precio. No sé cómo agradecértelo. Entonces, ¿volverás a casa? -insistió.

– Dentro de un tiempo. Primero quiero ver el Majestic.

– Yo también. Dicen que es el mejor acorazado del mundo.

– Lo dudo, Alexander. ¿Qué le pasa a la Marina británica, que continúa poniendo esos cañones de treinta centímetros en barbetas en lugar de en torretas? Creo que la Marina de Estados Unidos está mucho más adelantada en materia de torretas.

– De todos modos, esos acorazados son demasiado lentos. ¡Catorce nudos! Además, el acero de Krupp está mejor blindado que el de Harvey. El káiser Guillermo también está empezando a construir acorazados -dijo Alexander saboreando su cigarro-. Yo, personalmente, creo que la Marina británica está consumiendo una parte demasiado grande del dinero del gobierno de la nación.

– Oh, por favor, Alexander -respondió Lee cortésmente-. Sé que he estado alejado de este tipo de cosas durante cuatro años, pero dudo mucho que los británicos estén tan faltos de dinero.

– Es verdad que tienen un imperio para saquear, pero la depresión económica a la que estamos haciendo frente en Australia es mundial. La realidad es que la construcción de acorazados da trabajo a la gente. No se ven quillas de buques de pasajeros en los astilleros de Clyde.

– ¿Cómo están las cosas en Nueva Gales del Sur?

– Muy difíciles. Desde mil ochocientos noventa y tres, los bancos se han declarado en quiebra uno tras otro, aunque ése fue el peor año. Los capitales extranjeros se retiraron enseguida. Traté de decir a Charles Dewy que no depositara su dinero en Sydney años atrás, pero no quiso escucharme. Menos mal que Constance tiene dos yernos que son más hábiles de lo que era Charles. -Sus ojos negros brillaron-. Henrietta todavía sigue soltera. ¿Tú no estarás buscando una excelente esposa por casualidad?

– No.

– ¡Qué lástima! Es una buena muchacha, y me temo que está destinada a convertirse en una solterona. Como Nell, que es demasiado irritable y prepotente.

– ¿Cómo está Nell?

– Está estudiando medicina en Sydney. ¿Puedes creerlo? -Alexander frunció el entrecejo-. Se licenció con matrícula de honor en ingeniería en minas y después accedió al segundo año de medicina. ¡Mujeres!

– Bien por ella. Medicina debe de ser una carrera complicada para una mujer.

– ¿Después de haber estudiado ingeniería? ¡Tonterías!

– Es tu hija, Alexander.

– Ni me lo recuerdes.

– ¿Y qué pasó con la federación? -preguntó Lee cambiando de tema.

– El resultado era de prever, aunque Nueva Gales del Sur no está muy conforme. Creo que es porque Victoria sí lo está. No hay animosidad entre las dos colonias. Victoria ganará.

– ¿Y los sindicatos?

– Los esquiladores y el movimiento obrero se unieron y formaron la A.W.U. (Unión Obrera Australiana). Los mineros, los del carbón, obviamente, siguen tan conflictivos como siempre, y la Liga Elec toral Laborista se muere por probar suerte en el Parlamento federal.

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