Colleen McCullough - La huida de Morgan

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Bristol, Inglaterra 1787. Cientos de prisioneros iban a ser arrancados de su tierra natal y forzados a emprender un duro viaje por mar para poblar tierras desconocidas y hostiles. Abandonados a su suerte en tierras australianas, su llegada sería sólo el principio de una larga odisea. Morgan habría de conocer el lado más cruel del ser humano, pero también el amor y la amistad más sinceros. La huida de Morgan parte de episodios históricos para narrar la increíble epopeya de los primeros colonos en Australia.

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– No tenía ni idea de que la ingeniería fuera tan despiadada. ¿Qué ocurrió?

– Bueno, después de toda una serie de contratiempos tras haber perdido el contrato gubernamental de un molino de harina en Deptford, Wasborough murió de pura desesperación -sólo tenía veintiocho años- y Pickard huyó a Connecticut. Pero yo he descubierto la manera de sortear la patente del condensador separado de vapor y tengo intención de fabricar el modelo de Wasborough-Pickard antes de que expiren las patentes y Watt se apropie de ellas.

– Cuesta creer que el hombre más brillante del mundo sea tan infame -dijo Richard.

– ¡James Watt -dijo Thomas Latimer con la cara muy seria- es un pequeño y tacaño hijo de puta escocés cuya máxima habilidad es su inmenso orgullo! Si algo existe, lo tiene que haber inventado Watt… si hubiera que darle crédito, Dios es su aprendiz y el Cielo es un baggis , el plato típico escocés a base de avena y asaduras de cordero. ¡Qué asco!

Richard contempló las perezosas aguas del Froom y observó la gran cantidad de pecios que contenía. Ideal para bloquear los cubos de una rueda hidráulica, pensó.

– Comprendo las ventajas del vapor en comparación con el agua -dijo-. No podemos seguir instalando industrias que precisen de energía hidráulica en mitad de las ciudades. Las bombas de incendios con movimiento giratorio son el camino del futuro, señor Latimer.

– Llámame Tom. ¡Piénsalo, Richard! Wasborough soñaba con incorporar una de sus bombas de incendios a un barco de tal forma que se pudiera seguir un rumbo tan recto como una flecha sin necesidad de tener en cuenta el estado de la mar o de las corrientes o las viradas y las bordadas en busca de un viento favorable. Su aparato de vapor haría girar las hélices de una rueda hidráulica modificada a ambos lados del barco y lo impulsaría hacia delante. ¡Maravilloso!

– Realmente maravilloso, Tom.

Cuando regresó a casa, Richard expresó aquel mismo sentimiento ante un público integrado por su padre y el primo James el farmacéutico.

– Latimer está buscando inversores -les dijo- y yo estoy pensando aportar mis tres mil libras a este proyecto.

– Perderás el dinero -le dijo severamente Dick.

El primo James el farmacéutico no estaba de acuerdo.

– La noticia de las intenciones de Latimer ha despertado mucho interés, Richard, y las credenciales de este hombre son excelentes, aunque sea un recién llegado en Bristol. Yo mismo pienso invertir mil libras en su proyecto.

– En tal caso, los dos estáis locos -sentenció Dick, negándose a rectificar.

Con la cabeza inclinada sobre los libros, William Henry estaba sentado junto a la antigua mesa del señor James Thistlethwaite, haciendo los deberes; había pasado de la pizarra a la pluma y el papel y su meticulosa paciencia tan parecida a la de Richard le permitía disfrutar escribiendo con una impecable caligrafía, sin las manchas y los borrones que eran la cruz de la vida de casi todos los muchachos.

Ganaré el suficiente dinero para darle a William Henry unos estudios que lleguen hasta el nivel de Oxford. No entrará a los doce años en la botica de un farmacéutico o el despacho de un abogado -¡o el taller de un armero!- para trabajar durante siete años como esclavo no pagado. Yo tuve suerte con Habitas, pero ¿cuántos jóvenes aprendices pueden decir que tienen un buen amo? No, no quiero este destino para mi único hijo. Desde Colston tendrá que ir a la escuela secundaria de Bristol y desde allí, a Oxford. O a Cambridge. Le gusta mucho estudiar y observo que, tal como me ocurre a mí, no le supone ningún esfuerzo tener que leer un libro. Le encanta aprender.

Peg estaba allí con Mag, ambas ocupadas en dar los últimos toques a la cena mientras Richard iba y venía entre las mesas ocupadas, recogiendo jarras vacías y sirviendo otras llenas.

El ambiente estaba más animado que antes y, al final, parecía que Peg se estaba recuperando. De vez en cuando, conseguía esbozar una sonrisa, no revoloteaba ansiosa alrededor de William Henry y, a veces, en la cama, se volvía voluntariamente hacia Richard para ofrecerle un poco de amor. Pero no como el de antes, eso, no. Eso era un sueño y los sueños de Richard se estaban muriendo. Sólo los jóvenes pueden superar las montañas de la mente, pensó Richard. A los treinta y cinco años, ya no soy joven. Mi hijo tiene nueve años y yo le estoy traspasando los sueños.

Junto con otros doce hombres, Richard firmó la entrega de su dinero al señor Thomas Latimer con el propósito expreso de que éste desarrollara una nueva clase de bomba de incendios; ninguno de los inversores, entre los cuales figuraba el primo James el farmacéutico, tenía intereses en la fundición de latón, que se dedicaba a la fabricación de las planas cadenas con eslabones de gancho destinadas a las nuevas bombas de pantoque encargadas por el Almirantazgo.

– Cerraré por Navidad -le dijo el señor Thomas Latimer a Richard (el cual estaba tan entusiasmado que visitaba la fábrica de Wasborough casi todos los días), la víspera de aquella brumosa, melancólica y grisácea estación.

– ¡Qué extraño! -fue el comentario de Richard.

– ¡Bueno, pero es que los obreros no cobrarán! He observado que las cosas no se hacen bien por Navidad. Demasiado ron. Aunque no sé qué pueden celebrar estos pobres desgraciados -añadió Latimer, lanzando un suspiro-. Los tiempos no han mejorado a pesar del nombramiento del joven William Pitt como canciller del tesoro público.

– ¿Y cómo quieres que mejoren los tiempos, Tom? La única manera que tiene Pitt para pagar las deudas de la guerra americana consiste en aumentar los impuestos ya existentes y crear otros nuevos. -Richard esbozó una taimada sonrisa-. Claro que, si les pagaras las vacaciones a los obreros, éstos podrían celebrar unas Navidades mucho más felices.

La jovialidad del señor Latimer no sufrió menoscabo.

– ¡No lo podría hacer! Si lo hiciera, todos los amos de Bristol votarían en contra mía para expulsarme de la asociación.

Sin embargo, para Richard fue muy agradable poder pasar más tiempo en el Cooper's Arms durante el período navideño, pues Wil liam Henry no tenía clase y la taberna estaba llena de juerguistas y aficionados a la cerveza con especias. Mag y Peg habían preparado unas deliciosas morcillas con acompañamiento de salsa de brandy y una pierna de venado asada al espetón, y Dick había elaborado su bebida festiva a base de vino caliente con azúcar y especias. Richard sacó sus regalos: un segundo gato gris atigrado para Dick, para servir ginebra; sendos paraguas de seda verde para Peg y Mag; y, para William Henry, un paquete de libros, una resma del mejor papel de escribir y una estupenda pelota de corcho cubierta de cuero y nada menos que seis lapiceros hechos con el mejor grafito de Cumberland.

Dick estuvo muy contento con su gato para la ginebra, y Peg y Mag estaban extasiadas.

– ¡Qué extravagancia! -gritó Mag, abriendo su paraguas para admirar bajo la luz de la lámpara su fino tejido de color jade-. ¡Oh, Peg, qué elegantes estaremos! ¡Dejaremos en la sombra incluso a la prima Ann! -Hizo una pirueta y cerró a toda prisa el paraguas-. ¡William Henry, no te atrevas a arrojar la pelota aquí dentro!

Como es natural, la pelota fue el mejor regalo para William Henry, aunque los lapiceros también fueron muy de su agrado.

– Papá, me tendrás que enseñar a sacarles punta. Quiero que me duren el mayor tiempo posible -dijo con una radiante sonrisa de felicidad-. ¡Oh, cómo los admirará el señor Parfrey! Él no tiene lapicero.

El señor Parfrey era el maestro al que más apreciaba William Henry, todo el mundo lo sabía; William les había estado ensalzando sus virtudes desde que se iniciaran las clases de latín a principios de octubre.

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