Colleen McCullough - La nueva vida de Miss Bennet

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Las protagonistas de Orgullo y prejuicio, veinte años después. Mary, la pequeña de las hermanas Bennet, no quiere llevar una vida sujeta a las convenciones sociales: no contempla casarse, como han hecho sus hermanas, ni desea caer en la rutina de una existencia oscura e infeliz. Sin responsabilidades familiares, aprovechará su libertad para viajar y escribir un libro que denuncie la situación de los más desfavorecidos. Su peregrinaje será mucho más complicado de lo que ella nunca imaginó…
Para Gloria Bruni, compositora y diva. Una persona tan hermosa por dentro como por fuera.

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Kitty inspiró aire por la nariz.

– ¡Westminster! ¡Ni siquiera de los lores, además! ¡Los comunes! ¡Buah! La verdad, querida, no es mucho decir que una es la reina de un hatajo de aburridos miembros del Parlamento, te lo aseguro. A Fitz le gusta cargarla con diamantes y rubíes, brocados y terciopelos. Se puede decir que tiene cierta magnificencia, pero esa pareja no está a la moda, desde luego. -Kitty miró a Mary con gesto pensativo-. Ahora que el asombroso boticario de Lizzie te ha curado esos granos supurantes y su dentista te ha arreglado esa dentadura, Mary, te pareces bastante a Elizabeth. Es una lástima que esas mejoras lleguen un poco tarde para que puedas encontrar a tu propio lord Menadew.

– La perspectiva de una larga vida de soltería nunca me ha preocupado, y una cara no es más que una cara -dijo Mary, sin inmutarse-. Haberme librado de mis dolencias y de mis enfermedades es una bendición; el resto no significa nada.

– Mi querida Mary -dijo Kitty, que parecía un poco asombrada-, es una cosa estupenda que tu apariencia haya mejorado tanto, ahora que mamá ha muerto. Tal vez no desees casarte, pero casarse es desde luego mucho más cómodo que hacer lo contrario. A menos que desees vivir a cargo o al servicio de otras personas… y eso será lo que ocurrirá si vas a Pemberley o a Bingley Hall. Sin duda Fitz te concederá una especie de provisión, pero dudo que dicha cantidad te permita lujos como una dama de compañía o un elegante carruaje. Fitz es muy tacaño.

– Interesante -dijo Mary, ofreciéndole a su hermana un pedazo de pastel-. La lectura que haces de su temperamento se parece mucho a la mía. Fitz dispensa su fortuna de acuerdo con sus necesidades. Para él la caridad sólo es una palabra del diccionario, nada más. La mayor parte de la pasmosa cantidad de dinero que ha gastado en nosotros, en los Bennet, ha sido para aliviar sus propias incomodidades, desde George Wickham a mamá. Y ahora que mamá ha muerto, dudo que sea muy generoso conmigo. Especialmente… -añadió, con la idea bullendo en su rebelde cerebro-, si mi cara ya no me cualifica como una apropiada tía solterona.

– Yo sé que sir Peter Cameron anda buscando esposa -dijo Kitty-, y creo que te convendría muchísimo… no tiene necesidad ninguna de dote, y es culto y amable.

– ¡Que no se te pase ni por la imaginación! Aunque no puedo decir que tenga pensado ir a Pemberley o a Bingley Hall. Lizzie grita mucho… me lo ha dicho Charlie; ella y Fitz se ven poco desde que él se pasó al partido contrario y, cuando están juntos, es muy desagradable con ella.

– ¡El bueno de Charlie! -exclamó Kitty.

– Estoy contigo.

– Fitz no se ocupa de él -dijo Kitty con una extraña mirada-. El chico es demasiado sensible.

– ¡Yo más bien diría que Fitz es demasiado duro! -protestó Mary-. No hay un jovencito más amable e inteligente que Charlie.

– Sí, hermana, estoy de acuerdo, pero los caballeros tienen ideas peculiares respecto a sus hijos. Por mucho que deploren la permisividad con el vino, con los dados, con las cartas y con las mujeres pérdidas, en el fondo del corazón consideran esos asuntos como leves indiscreciones que un joven tiene que disfrutar y que, finalmente, se acabarán pasando. De todos modos, tengo que decir que esa asquerosa, Caroline Bingley, siempre anda hablando mal de Charlie, de quien antaño decía que era el ojito derecho de Fitz.

«Hora de cambiar de tema», pensó Mary. No quería mezclar su sentimiento de pérdida con una preocupación bastante más importante: el cariño que sentía por Charlie.

– Mañana esperamos a los Collins.

– ¡Oh, Señor…! -lamentó Kitty, y luego dejó escapar una risilla sofocada-. ¿Te acuerdas de cómo mirabas con arrobamiento amoroso a ese hombre espantoso? Realmente, querida Mary, por aquel entonces eras una criatura patética. ¿Qué ocurrió para que cambiaras de opinión? ¿O todavía suspiras por el señor Collins?

– ¡Claro que no! El tiempo y mis pequeños quehaceres me curaron. Sólo hay unos cuantos años en los que una puede perder el tiempo con deseos inapropiados, y después de que Charlie viniera a pasar una temporada aquí, comencé a comprender los errores que había cometido. O… en fin -Mary lo admitió honestamente-, Charlie me los mostró. Lo único que hizo fue preguntarme por qué no pensaba más en mí misma y se asombró de que no fuera así. ¡Tenía diez años! Me hizo prometer que dejaría de leer libros cristianos (así los llamaba él), y que me dedicaría a leer a los grandes pensadores. La clase de pensadores, decía, que podrían despertar mi mente. Ya entonces era bastante ateo… ¿sabes? Y cuando el señor y la señora Collins vinieron a hacernos una visita, sintió lástima por ellos. Por la estupidez y la necedad del señor Collins y por los esfuerzos de Charlotte a la hora de intentar que su marido resultara un poco más tolerable. -La sonrisa de Lizzie iluminó el rostro de Mary: cálida, adorable, divertida-. Sí, Kitty, tienes que darle las gracias a Charlie por lo que tienes delante de ti en este momento, incluso por lo de los granos y los dientes. Fue él quien le pidió a su madre que hiciera algo al respecto…

– Entonces, ojalá lo hubiera conocido mejor de lo que lo conozco -dijo Kitty con una mirada de desconfianza-. ¿Te dijo algo respecto a lo de tu manera de cantar?

Aquello provocó una abierta carcajada.

– Sí, sí… Pero con Charlie la cosa es que nunca deja que una se sienta desamparada. Me dijo que no se me ocurriera cantar, que chillaba como un marrano, y me aconsejó que dejara las canciones para los ruiseñores; pero luego se pasó todo el día asegurándome que tocaba el piano tan maravillosamente como herr Beethoven.

– ¿Y quién es ése? -preguntó Kitty, arqueando las cejas.

– Un alemán. Charlie lo escuchó en Viena cuando Fitz estuvo allí intentando hacer frente a Bonaparte. Tocaré para ti algunas de sus piezas más sencillas. A Charlie nunca se le olvida enviarme un paquete con nuevas partituras por mi cumpleaños.

– ¡Charlie, Charlie, Charlie…! ¡Cuánto lo quieres…!

– Con locura -dijo Mary-. No sabes, Kitty, lo bueno que ha sido conmigo durante todos estos años. Sus visitas iluminaban mi vida.

– Cuando hablas en ese tono, confieso que siento una pizca de envidia… ¡Oh, mi querida Mary! ¡Has cambiado!

– No en todos los sentidos, hermana. Todavía tiendo a decir lo que pienso. Sobre todo al señor Collins -y resopló con gesto de enojo-. Cuando pensaba que andaba buscando una esposa hermosa, aún era capaz de excusar su inapropiada elección de mujeres como Jane y Lizzie, pero cuando se lo pidió a Charlotte Lucas, se me cayeron todas las vendas de los ojos. Charlotte es como un pastel de una libra que lleva hecho más de una semana, y tan vulgar y tan poco apetecible como él. Entonces comencé a comprender que no era merecedor de mi cariño.

– Desde luego, no pretendo alcanzar la profundidad de tu intelecto, Mary -dijo Kitty con aire pensativo-, pero a menudo me asombra cómo la divinidad de Dios ha podido crear seres tan poco sustanciales. En justicia, el señor Collins apenas debería haber tenido dinero para ir tirando, haber sido un reverendo pobretón, y sin embargo siempre prospera aunque no tenga ningún mérito en sí mismo.

– Oh, no lo tuvo fácil cuando Lizzie se casó con Fitz y papá se murió, cuando heredó Longbourn. Lady Catherine de Bourgh nunca le perdonó… aunque no sé exactamente por qué.

– Yo sí. Si le hubiera gustado a Lizzie, nuestra hermana se habría casado con él en vez de robarle a Fitz a Anne de Bourgh -dijo Kitty.

– Bueno, su señoría hace mucho que murió, y su hija con ella -dijo Mary con un suspiro.

– ¡Y eso demuestra aún más que los caminos de Dios son inescrutables!

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