Colleen McCullough - La nueva vida de Miss Bennet

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La nueva vida de Miss Bennet: краткое содержание, описание и аннотация

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Las protagonistas de Orgullo y prejuicio, veinte años después. Mary, la pequeña de las hermanas Bennet, no quiere llevar una vida sujeta a las convenciones sociales: no contempla casarse, como han hecho sus hermanas, ni desea caer en la rutina de una existencia oscura e infeliz. Sin responsabilidades familiares, aprovechará su libertad para viajar y escribir un libro que denuncie la situación de los más desfavorecidos. Su peregrinaje será mucho más complicado de lo que ella nunca imaginó…
Para Gloria Bruni, compositora y diva. Una persona tan hermosa por dentro como por fuera.

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»¡Piensa, Mary, piensa…!», se reprendió a sí misma. «¡Sé lógica! Era un hastío. No tenía más opción que pasarme soñando las semanas, los meses, los años… soñar con pisar las piedras del Foro Romano, soñar con comer naranjas en un huerto de Sicilia, soñar con llenarme la mirada con la visión del Partenón, soñar con apoyar la mejilla contra algún muro de Tierra Santa que Jesucristo pudiera haber tocado, o en el que se hubiera apoyado, o por el que simplemente se hubiera deslizado su sombra. He soñado con poder vagabundear libremente por playas lejanas, he soñado con visitar ciudades de climas más soleados, y con las montañas y los cielos de los que sólo sé por lo que he podido leer. Mientras, en la realidad he vivido un mundo dividido entre libros, música y una madre que no me necesitaba en absoluto.

»Pero ahora que soy libre, no tengo ningún deseo de experimentar todas esas cosas. Todo lo que deseo es ser útil, tener un objetivo. Tener algo que hacer y hacer algo que sirva para algo. Pero… ¿podré hacerlo? No. Mis hermanas mayores y sus maridos caerán sobre Shelby Manor esta misma semana y promulgarán una nueva sentencia de aletargamiento sobre la tía Mary. Probablemente vendrán con la horda de niñeras, amas de llaves y tutores que son responsables del bienestar de los niños de Elizabeth y Jane. Porque, naturalmente, la señora Darcy y la señora Bingley sólo disfrutan de los buenos momentos de los niños y dejan las miserias de la maternidad a otros. Las esposas de los hombres importantes no esperan a que las cosas ocurran: hacen que las cosas ocurran. Hace diecisiete años, la señora Darcy y la señora Bingley estaban demasiado ocupadas disfrutando de sus matrimonios como para ocuparse de mamá.

»¡Oh, qué amargo suena todo eso! No creía que al dar forma a los pensamientos sonara tan amargo. En aquel tiempo, no me lo parecía. Debo ser amable con ellos. Cuando papá murió, ambas se convirtieron en madres, Kitty se acababa de casar y Lydia… ¡oh, Lydia! Los Collins se quedaron con Longbourn, y mi destino quedó sellado, entre la espada y la pared. ¡Con qué delicadeza lo manejó todo Fitz! Shelby Manor siguió contando con los servicios de los Jenkins, y la joven solterona, la tía Mary, seguiría entregada a su tarea con tanta devoción como un carpintero que se dedica a ensamblar pedazos de madera. Mamá y yo nos mudamos a diez millas de distancia de Meryton, lo suficientemente lejos de los odiosos Collins, y sin embargo lo suficientemente cerca para que mamá continuara viendo a sus viejas amigas. La tía Phillips, lady Lucas y la señora Long estaban encantadas. Y yo también. Una fabulosa biblioteca, un piano enorme y los Jenkins.

»Así que… ¿de dónde nace este repentino rencor contra mis hermanas? Es completamente anticristiano e inmerecido. El Señor sabe que al menos Lizzie ha tenido sus propios problemas. El suyo no ha sido un matrimonio feliz…».

Temblando, Mary se apartó de la ventana para acurrucarse en una silla, al otro lado de la chimenea, alejada de su compañera de salita, quieta e insoportablemente silenciosa. Entonces se descubrió a sí misma observando con detenimiento el pañuelo de seda rosa, esperando que se hinchara con una repentina respiración. Pero no sucedió. El doctor Callum no tardaría en llegar; llevarían a mamá a su cama de plumas, y la lavarían, la vestirían y la mostrarían tendida durante la larga y gélida vigilia que tendría lugar entre la muerte y el entierro.

Comenzó a sentirse culpable, y recordó que no había ordenado que llamaran al señor reverendo Courtney. ¡Oh, qué engorro! Si el viejo Jenkins no había regresado con el doctor, el joven Jenkins tendría que ir a buscar al reverendo.

«Y hay una cosa que me niego a hacer…», se dijo a sí misma, «avisar al señor Collins. He estado haciéndolo veinte años».

– Elizabeth -dijo Fitzwilliam Darcy al entrar en el vestidor de su esposa-. Tengo malas noticias, querida.

Elizabeth se encontraba frente al espejo, y se volvió, con las cejas arqueadas sobre sus luminosos ojos. Su habitual brillo se apagó; se levantó con el gesto consternado.

– ¿Es Charlie? -preguntó.

– No, no… Charlie está bien. He recibido una carta de Mary, y dice que tu madre ha fallecido. Estaba durmiendo, muy tranquila…

La silla que había frente al tocador se negó a ayudarla; Elizabeth se encorvó hacia una esquina, y a punto estuvo de caerse cuando tendió la mano para apoyarse y la encontró.

– ¿Mamá? ¡Oh, mamá…!

Fitz la había estado mirando sin acudir en su ayuda; al final se adelantó desde la puerta y cruzó la alfombra para descansar una mano en el hombro desnudo de su esposa, con aquellos largos dedos presionando ligeramente la piel de Elizabeth.

– Querida mía, todo lo que ocurre es para bien…

– ¡Sí, sí, ya lo sé…! ¡Pero sólo tiene sesenta y dos años! Me había hecho a la idea de que moriría muy anciana…

– Ya, mimada como una oca de Estrasburgo. Es una bendición, de todas formas. Piensa en Mary.

– Sí, debo dar gracias a Dios por eso. Fitz, ¿qué hacemos?

– Salir para Hertfordshire a primera hora de la mañana. Enviaré una nota a Jane y a Charles para encontrarnos con ellos en The Crown and Garter a las nueve. Es mejor viajar juntos.

– ¿Y las niñas? -preguntó Elizabeth, sintiendo el dolor a medida que se difuminaba la conmoción. ¿Qué importaban las viejas tribulaciones cuando las nuevas ocupaban todo su corazón?

– Se quedan aquí, desde luego. Le diré a Charles que no permita que Jane lo convenza para llevarse a alguno de los suyos. Shelby Manor es una casa con todas las comodidades, Elizabeth, pero no sirve para acoger a ninguno de nuestros retoños. -Reflejado en el espejo, su rostro parecía endurecido; entonces decidió olvidarse de su sentido del humor, o lo que hubiera sido aquella última frase, y añadió con su tono habitual-: Mary dice que ha mandado llamar a Kitty, pero cree que es mejor que yo me encargue de avisar a Lydia. ¡Vaya… Mary se ha convertido en una mujer verdaderamente juiciosa!

– Por favor, Fitz, ¡llevémonos a Charlie! Tú vas a ir a caballo, y yo tendré que ir en el carruaje sola. Es un camino muy largo. Podemos recoger a Charlie en Oxford de camino.

Darcy torció un poco el gesto mientras pensaba en la propuesta de su esposa, pero luego asintió con su clásico ademán de condescendencia regia.

– Como quieras.

– Gracias. -Dudó a la hora de añadir algo, porque conocía la respuesta, pero de todos modos hizo la pregunta-: ¿Mantenemos nuestro compromiso de dar esa cena esta noche?

– Oh… creo que sí. Nuestros invitados están en camino. Tus vestidos de luto pueden esperar hasta mañana; nos ocuparemos de todo eso mañana. -Apartó la mano de su hombro-. Estaré abajo. Roeford llegará en cualquier momento, seguro.

Y con una mueca de asco en el momento de citar el nombre de su último y valioso aliado tory , Darcy salió de la estancia y dejó que su esposa acabara de arreglarse.

La brocha del maquillaje eliminó de inmediato una lágrima furtiva; con los ojos arrasados, Elizabeth luchaba por mantener el control. ¡Qué espléndida carrera política! Siempre algo importante que hacer, sin tiempo para el descanso, para la compañía, para el ocio. Fitz no lamentaba la muerte de la señora Bennet; Elizabeth lo sabía perfectamente; el problema era que él esperaba que su esposa sintiera la misma indiferencia, que dejara escapar un suspiro de alivio ante la idea de haberse librado de aquella carga particular, en parte vergonzante, en parte enojosa y en parte irremediable. Y, sin embargo, aquella mujer superficial, estúpida y malhumorada la había traído al mundo a ella, a Elizabeth, y seguramente por eso se sentía impulsada a quererla. Al menos a guardar luto por ella, si no a echarla de menos.

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