Se abalanzaron y no tardaron en retorcerse de risa. Josiane reía tan fuerte que Marcel le ordenó parar:
– ¡Te va a producir contracciones y vas a dar a luz prematuramente!
– Ay, ¡me gustaría haber visto la jeta de la Escoba! -hipó Josiane antes de callar, fulminada por la mirada furiosa de Marcel, que se había lanzado sobre su vientre para mantener al bebé en su sitio.
* * *
Esa noche, la señora Barthillet recibía a Alberto Modesto para cenar. Con este, se sabe siempre cuándo va a aparecer, se le oye cojear desde el bajo de la escalera. No le gustaba salir con él. Tenía la impresión de pasear a un inválido. Prefería recibirlo en su casa. Vivía en un tercero sin ascensor. A Alberto le costaba subir y llegaba siempre el último. Ella le había apodado Poulidor. Había comprado comida precocinada, vino, pan, prensa. Estaba deseando leer su horóscopo. Saber si iba a ganar, por fin, el premio gordo, porque ya no aguantaba al cojo. Se estaba volviendo sentimental y hablaba de divorciarse para casarse con ella. Hasta aquí hemos llegado, pensó sacando las compras de las bolsas de plástico. Cuanto más pienso en largarme, más se me pega.
Metió los platos ya elaborados en el microondas, abrió una botella de vino, tiró dos platos sobre la mesa, barrió con la mano una corteza de queso que se había quedado pegada a la mesa desde la cena del día anterior y esperó leyendo la revista. Fue entonces cuando vio a la hermosa señora Dupin en brazos de Gary. ¡Pero, bueno! Se palmeó los muslos y se rio a carcajadas. No disparaba bajo, el retoño real, ¡tirarse a la autora de moda! Gritó «¡Maxou, Maxou! Ven a ver»… Max no había vuelto. De hecho, ya no volvía; eso le venía bien, ya no le tendría que aguantar… Bostezó, miró el reloj, ¿qué estará haciendo Poulidor? Y retomó la lectura de la revista rascándose las costillas.
* * *
Philippe había ido a buscar a su hijo al colegio. Todos los lunes, Alexandre salía a las seis y media. Seguía clases de inglés complementarias. Se llamaban Inglés +. Alexandre estaba muy orgulloso.
«Lo entiendo todo, papá, lo entiendo absolutamente todo». Hacían el trayecto de vuelta a pie hablando en inglés. Se había convertido en un nuevo rito. Los niños son más conservadores que los adultos, pensó Philippe cerrando su mano sobre la de Alexandre. Sentía una alegría serena, profunda y hacía durar esos trayectos. Qué feliz estoy de haber comprendido a tiempo que estaba perdiéndome algo bueno.
Alexandre le contaba cómo había marcado dos goles seguidos al fútbol, cuando Philippe vio la primera página de la revista con una gran foto de Iris en su quiosco. Dio un rodeo para que Alexandre no viese nada. Subieron al piso y, en el descansillo, Philippe se golpeó la frente diciendo:
– Oh my God! I forgot to buy Le Monde! Go ahead, son. I'll be back in a minute… [20]
Volvió a bajar, compró la revista, la leyó subiendo las escaleras, la metió en el bolsillo de su abrigo y se quedó pensativo.
* * *
Hortense y Zoé volvían juntas del instituto. Lo hacían una vez a la semana, y Zoé aprovechaba para imitar el porte indolente y altanero que su hermana decía que era la forma de subyugar a los hombres. A Zoé le costaba, pero Hortense se aplicaba para enseñárselo. «Es la clave del éxito, Zoíta, ¡vamos! ¡Haz un esfuerzo!» Le parecía a Zoé que ella había ganado muchos puntos a ojos de su hermana desde que le había revelado EL secreto. Hortense era más suave con ella, menos insoportable en casa. Casi había dejado de ser del todo insoportable, incluso, pensó Zoé estirando los hombros como le pedía su hermana.
Fue entonces cuando vieron a su tía en la primera página de una revista, con una foto de Gary y ella en primer plano. Frenaron en seco al unísono.
– Hacemos como si no fuera con nosotras, Zoé, mantén la distancia -declaró Hortense.
– Pero volveremos a comprarla cuando nadie nos vea, ¿verdad?
– Ni eso. No merece la pena. ¡Ya sabemos lo que hay dentro!
– ¡Oh, sí, Hortense!
– Mantén la distancia, Zoé, mantén la distancia, y eso se aplica a todo.
Zoé pasó al lado del quiosco sin volverse.
* * *
Iris, vagamente avergonzada, permanecía encerrada en su casa. Quizás había ido un poco lejos enviando las fotos en forma de anónimo a la redacción de la revista. Pensaba que sería divertido, que sería una pequeña noticia que la volvería a poner en primera plana… pero la reacción de su madre no dejaba lugar a dudas: se enfrentaba a un escándalo.
Cenaron los tres. Sólo Alexandre hablaba. Contaba cómo había marcado tres goles seguidos al fútbol.
– Hace un rato eran dos, Alexandre. No hay que mentir, hijo. No está bien.
– Dos o tres, ya no me acuerdo muy bien, papá.
Al final de la comida, Philippe dobló su servilleta y dijo: «Creo que voy a llevarme a Alexandre unos días a Londres, a casa de mis padres. Hace algún tiempo que no los ha visto y pronto serán las vacaciones de febrero. Llamaré al colegio para avisarles…».
– ¿Vienes con nosotros, mamá? -preguntó Alexandre.
– No -respondió Philippe-. Mamá está muy ocupada en este momento.
– ¿Otra vez ese libro? -suspiró Alexandre-. Estoy harto de ese libro.
Iris asintió con un gesto y volvió la cara para esconder las lágrimas que le llenaban los ojos.
* * *
Gary preguntó si podía coger el último trozo de baguette y Jo se lo tendió con la mirada taciturna. Las dos niñas callaban y le miraban en silencio mojar con el pan los restos de la salsa del pisto.
– ¿Por qué me miráis todas con esa jeta? -preguntó después de tragarse su trozo de pan-. ¿Es por lo de las fotos en la revista?
Se miraron aliviadas. Lo sabía.
– ¿Os molesta?
– Aún peor -suspiró Joséphine.
– Pero si no es nada, se hablará de eso durante una semana y después se acabará… ¿Puedo coger otro trozo de queso?
Joséphine le tendió el camembert.
– Pero tu madre… -dijo Jo.
– ¿Mamá? Seguro que iría a partirle la cara a Iris. Pero no está aquí y no lo sabrá…
– ¿Estás seguro?
– Pues claro, Jo. ¿Te crees que ese panfleto se lee en Mosquito? Además, es genial, ¡mi nivel de popularidad va a explotar entre las chicas! ¡Van a querer salir todas conmigo! Voy a ser la estrella del instituto. Durante unos días, en todo caso…
– ¿Eso es todo el efecto que te provoca? -preguntó Jo estupefacta.
– ¡Tendrías que haber visto la prensa inglesa en tiempos de Diana, entonces sí que estábamos acojonados! ¿Puedo acabarme el camembert? ¿Ya no queda pan?
Jo negó abatida. Ella era la responsable de Gary.
– Venga, Jo, no hagas un drama de lo que no lo es.
– ¡Habla por ti! Pero imagínate Philippe y Alexandre…
– No tienen más que tomárselo como un juego. Una broma. La única cosa que me gustaría saber es cómo esas fotos han llegado a ese periodicucho.
– ¡A mí también! -gruñó Jo.
* * *
Iris volvió a salir en la televisión. En programas de radio. «No entiendo todo este estrépito, se extrañó en la emisora RTL, cuando un hombre de cuarenta años sale con una jovencita de veinte, no sale en la primera página de los periódicos. Estoy a favor de la igualdad entre hombres y mujeres en todos los sentidos».
Las ventas del libro volvieron a subir. Las mujeres seguían sus consejos de belleza, y los hombres metían la tripa cuando la veían. Propusieron a Iris dirigir un programa nocturno en una emisora de radio. Lo rechazó: quería consagrarse por completo a la literatura.
* * *
Lejos de esa agitación parisina, sentado en los escalones del porche, Antoine reflexionaba: no había podido traer a sus hijas en las vacaciones de febrero. En Navidad tampoco las había visto. Joséphine le había pedido permiso para llevárselas a Mosquito a casa de una amiga. Las niñas estaban encantadas de ir allí. El había dicho que sí. La Navidad había sido triste y aburrida. No habían encontrado pavo en el mercado de Malindi. Habían comido uapití, que habían masticado en silencio. Mylène le había regalado un reloj de buceo. El no tenía regalo para ella. Ella no había dicho nada. Se habían acostado pronto.
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