Miró a la bella durmiente a su lado y se dijo que su historia de amor con Iris iba a disolverse pronto, y de eso también tendría que ocuparse: no quería perder a Alexandre. Pero ¿iba ella a luchar para tener la custodia? Ni siquiera estaba seguro de eso…
* * *
– ¡Nunca terminas de sorprenderme! Así que metes la cabeza en un lavabo y todo tu pasado vuelve. ¡Así! ¡Con un golpe de pila mágica!
– Te juro que me pasó tal y como te he contado. Pero para ser completamente honesta, había empezado antes… jirones que volvían, trozos de rompecabezas que flotaban, pero faltaba siempre el centro, el sentido…
– What a bitch, your mother! [18] ¿ Sabes que podrían haberla denunciado por delito de omisión de socorro?
– ¿Qué querías que hiciese? Sólo podía salvar a una. Ella eligió a Iris…
– Y tú encima la defiendes.
– No la guardo rencor. Me da igual. Sobreviví…
– Sí, pero ¡a qué precio!
– Me siento tan fuerte desde que me he desembarazado de mi pasado. Es un regalo del cielo, sabes…
– Deja de hablarme del cielo con ojos de ángel.
– Estoy segura de que tengo un ángel de la guarda que vela por mí…
– ¿Y qué estaba haciendo tu ángel de la guarda estos últimos años? ¿Se estaba tejiendo unas alas nuevas?
– Me ha enseñado paciencia, obstinación, resistencia, me ha dado valor para escribir el libro, me ha dado el dinero del libro para que me libre de preocupaciones cotidianas… Me gusta mi ángel. ¿No necesitas dinero, por casualidad? Porque voy a ser muy rica y no pienso ser tacaña.
– Calla, si soy inmensamente rica.
Shirley se encogió de hombros, cruzó y separó las piernas, enfadada.
Estaban en la peluquería y volvían a realizar la ceremonia de las mechas. Hablaban, transformadas en árboles de Navidad, con su cabeza llena de papel de aluminio.
– ¿Y las estrellas, todavía les hablas?
– Hablo con Dios directamente cuando hablo con ellas… Cuando tengo un problema, rezo. Le pido que me ayude, que me dé la fuerza, y El lo hace. Me responde siempre.
– Jo, vas por mal camino…
– Shirley, estoy muy bien. No te preocupes por mí.
– Las cosas que dices son cada vez más extrañas. Luca te ningunea, pierdes la cabeza, la sumerges en un lavabo y sales curada de un trauma de la infancia. ¿No te creerás a veces que eres Bernadette Soubirous?
Joséphine suspiró y rectificó:
– Luca me ningunea, creo que me voy a morir, revivo el abandono trágico de mi infancia y uno las piezas, es otra versión.
– En todo caso, espero que no tenga la cara de volver a llamarte.
– Es una pena, creo que estaba enamorada. Estaba tan a gusto con él. No me había pasado eso desde hacía mucho tiempo… ¡desde Antoine!
– ¿Tienes noticias de Antoine?
– Envía correos a las niñas. Siempre con sus historias de cocodrilos. Al menos le pagan, y devuelve el préstamo. Antoine no vive su vida, la sueña con los ojos abiertos.
– Un día va a estamparse contra un muro.
– No se lo deseo. Mylène estará allí…
– ¡Esa sí que es dura de roer! Pero me cae bien…
– A mí también. Ya no estoy nada celosa…
Iban a empezar a cantar las alabanzas de Mylène cuando vinieron a buscarlas para quitarles sus bolas de Navidad. Fueron las dos juntas a la pila de lavado e inclinaron la cabeza hacia atrás, silenciosas, con los ojos cerrados, dejando que sus pensamientos vagaran.
Joséphine insistió en pagar. Shirley se negó. Se pelearon en la caja ante los ojos divertidos de Denise. Fue Jo la que ganó.
Se fueron, mirándose en los escaparates, haciéndose cumplidos por su buen aspecto.
– Te acuerdas, hace un año, cuando me trajiste a hacerme mechas por primera vez. Nos atacaron en esta calle…
– ¡Y yo te defendí!
– Y a mí me impresionó tu fuerza. Shirley, te lo suplico, cuéntame tu secreto… Pienso en ello continuamente.
– No tienes más que preguntarle a Dios. El te responderá.
– ¡No bromees con Dios! Venga, dímelo. Yo te cuento todo, siempre confío en ti, y tú te quedas muda. Soy mayor, tú misma dices que he cambiado. Ahora puedes confiar en mí.
Shirley se volvió hacia Joséphine y la miró con expresión grave.
– No se trata sólo de mí, Jo. Pongo a otras personas en riesgo. Y cuando digo riesgo, debería decir gran peligro, sacudidas sísmicas, temblores de tierra…
– No se puede vivir siempre con un secreto.
– Yo lo llevo muy bien. Sinceramente, Jo, no puedo. No me pidas lo imposible…
– ¿No sabría callar lo que Gary se calla desde hace mucho tiempo? ¿Tan débil te parezco? Mira lo que me ha ayudado que tú supieses lo del libro…
– Yo no necesito ayuda ninguna, vivo con ello desde muy pequeña. He sido educada en el secreto. Forma parte de mi naturaleza…
– Hace ocho años que te conozco. Nadie ha venido nunca a ponerme un cuchillo en la garganta haciéndome preguntas sobre ti.
– Es cierto…
– Entonces…
– No. No insistas.
Siguieron caminando sin decir nada. Joséphine pasó el brazo bajo el de Shirley y se apoyó en el hombro de su amiga.
– ¿Por qué me dijiste antes que eras inmensamente rica?
– ¿Te dije eso?
– Sí. Te propuse ayudarte si tenías problemas de dinero y me dijiste «calla, si soy inmensamente rica»…
– Ves, Joséphine, cómo las palabras pueden ser peligrosas en cuanto se intima, en cuanto nos relajamos… Contigo no tengo cuidado, y las palabras caen como las piezas de tu rompecabezas. Un día, descubrirás la verdad tú sólita… ¡en el lavabo del Palace!
Se echaron a reír.
– A partir de ahora no voy a frecuentar más que lavabos. Serán mis posos de café. Lavabo, hermoso lavabo, dime ¿quién es esta mujer a la que amo con locura y que juega a los misterios?
Shirley no respondió. Joséphine pensó en lo que acababa de decir sobre las palabras que se escapan y traicionan. El otro día, sin que supiese por qué, la atención de Philippe la había turbado. «Y, si soy honesta conmigo misma, me gustó esa ternura en su voz». Había colgado, sorprendida por la emoción en la que se había sumergido. Sólo de pensarlo de nuevo, sentía cómo se ruborizaba.
En el ascensor, bajo la luz mortecina del techo, Shirley le preguntó: «¿En qué piensas, Joséphine?», ella sacudió la cabeza y dijo «en nada». Sobre el descansillo, ante la puerta de Shirley, un hombre vestido completamente de negro estaba sentado sobre el felpudo. Las vio llegar y no se levantó. «Oh! My God» !, susurró Shirley. Después, volviéndose hacia Jo, le dijo:
– Pon cara de que no pasa nada y sigue sonriendo. Puedes hablar, no entiende el francés. ¿Puedes quedarte con mi hijo esta tarde y esta noche?
– No hay problema…
– ¿Puedes también procurar que no llame a mi casa, que vaya directamente a la tuya? Ese hombre no debe saber que vive aquí conmigo, cree que está interno.
– De acuerdo…
– Seré yo la que iré a verte cuando se haya ido, pero hasta entonces, cuida de él. Prohíbele que ponga los pies en casa.
La besó, la estrechó el hombro, se dirigió hacia el hombre, todavía sentado, y soltó desenvuelta: Hi, Jack, why don't you come in? [19] Gary comprendió enseguida cuando Jo mencionó al hombre de negro.
– Tengo mi mochila, mañana iré directamente al instituto, dile a mamá que no se preocupe, sé defenderme.
Durante la cena, Zoé, intrigada, estuvo haciendo preguntas. Había vuelto antes que Gary y Hortense y había visto al hombre de negro sobre el felpudo.
– ¿Ese señor es tu papá?
– ¡Zoé, cállate! -la cortó Jo.
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