Riley se puso en movimiento. Sabía que no tenía tiempo para darle sentido. Se echó a trotar e instintivamente metió la mano debajo de su chaqueta y palmeó la pistola que llevaba en su pistolera.
Fue detenida por un guardia uniformado que se puso frente a ella.
Dijo con una voz profesional: —¿Está sacando un arma, señora?
Riley soltó un gemido de frustración y dijo: —Señor, no tengo tiempo para esto.
Supo por la expresión del guardia que eso había confirmado sus sospechas.
Sacó su propia arma y se acercó a ella. Por el rabillo del ojo, Riley vio que otro guardia había detectado la actividad y también se aproximaba.
—Déjeme pasar —espetó Riley, mostrando ambas manos—. Soy agente del FBI.
El guardia con el arma no respondió. Riley supuso que no le creía. Y ella sabía que estaba entrenado para no creerle. Solo estaba haciendo su trabajo.
El segundo guardia parecía que estaba a punto de cachearla.
Riley estaba perdiendo valioso tiempo. Dada su formación, sabía que probablemente podría desarmar al guardia con el arma antes de que pudiera disparar. Pero lo último que necesitaba era pelear con guardias de seguridad bien intencionados.
Obligándose a detenerse, dijo: —Déjeme mostrarle mi placa.
Los dos guardias se miraron con recelo.
—De acuerdo —dijo el guardia con el arma—. Pero despacito.
Riley sacó su placa cuidadosamente y se las mostró.
Ambos quedaron boquiabiertos.
—Estoy apurada —dijo Riley.
El guardia delante de ella asintió y enfundó su arma.
Riley se echó a correr por el terminal y salió por las puertas de cristal.
Riley miró a su alrededor. Ni Jilly ni la mujer estaban a la vista.
Pero luego vio la cara de su hija en la ventanilla trasera de un VUD. Jilly parecía alarmada, y sus manos estaban presionadas contra el cristal.
Peor aún, el vehículo estaba empezando a alejarse.
Riley se echó a correr.
Por suerte, el VUD se detuvo. El vehículo que estaba delante se había detenido para dejar a los peatones pasar y el VUD estaba atrapado detrás de él.
Riley llegó al lado del conductor antes de que el VUD pudiera alejarse.
Vio a Albert Scarlatti en el asiento del conductor.
Sacó su arma y la apuntó a la ventana, directamente a su cabeza.
—Se acabó, Scarlatti —gritó a todo pulmón.
Pero Scarlatti abrió la puerta abierta inesperadamente, golpeándola con ella. La pistola cayó de su mano y al pavimento.
Riley estaba furiosa ahora, no solo con Scarlatti, sino con consigo misma por calcular mal la distancia entre ella y la puerta. Aunque se había dejado llevar por el pánico, logró calmarse para pensar.
Este hombre no se iría con Jilly.
Antes de que Scarlatti pudiera volver a cerrar la puerta, Riley metió su brazo adentro para bloquearla. Aunque la puerta golpeó su brazo dolorosamente, no cerraba.
Riley abrió la puerta de par en par y vio que Scarlatti no se había molestado en abrocharse el cinturón de seguridad.
Lo agarró por el brazo y lo arrastró fuera del auto.
Era un hombre grande y más fuerte de lo que esperaba. Él se logró soltar y levantó el puño para pegarle en la cara. Pero Riley fue más rápida. Lo golpeó con fuerza en el plexo solar y escuchó el viento salir de golpe de sus pulmones mientras se dobló hacia adelante. Luego lo golpeó en la nuca.
Se cayó de bruces sobre el pavimento.
Riley encontró su arma y la enfundó.
Para entonces, varios guardias de seguridad estaban a su alrededor. Afortunadamente, uno de ellos era el hombre al que se había enfrentado en la terminal.
—No pasa nada —les gritó el hombre a los otros guardias—. Ella es del FBI.
Los guardias preocupados obedientemente mantuvieron la distancia.
En ese momento, Riley oyó a Jilly gritar desde dentro del auto: —¡Mamá! ¡Abre la puerta!
Cuando Riley se acercó al vehículo, vio que la mujer, Barbara Long, estaba sentada en el asiento del copiloto y parecía aterrada.
Sin decir una palabra, Riley tocó el interruptor de desbloqueo que controlaba todas las puertas.
Jilly abrió la puerta y salió del auto.
Barbara Long abrió la puerta de su lado, como si tuviera la intención de escabullirse. Pero uno de los guardias la detuvo antes de que pudiera dar dos pasos.
Pareciendo completamente derrotado, Scarlatti estaba tratando de ponerse de pie.
Riley se preguntó: «¿Qué debo hacer con este tipo? ¿Arrestarlo? ¿Y qué de la mujer?»
Parecía una pérdida de tiempo y energía. Además, si lo acusaba, ella y Jilly estarían atrapadas en Phoenix por varios días.
Mientras estaba tratando de decidirse, oyó la voz de Jilly detrás de ella: —¡Mamá, mira!
Riley se dio la vuelta y vio a Jilly sosteniendo una perrita con orejas grandes en sus brazos.
—Podrías dejar ir a mi ex-padre —dijo Jilly, con una sonrisa maliciosa— Después de todo, trajo de vuelta a mi perrita. Qué amable de su parte.
—Es… —espetó Riley asombrada, tratando de recordar el nombre de la cachorra de la que Jilly había hablado.
—Ella es Darby —dijo Jilly con orgullo—. Ahora se puede ir a casa con nosotras.
Riley vaciló por un momento, y luego sintió una sonrisa formándose en sus labios.
Miró a los guardias y dijo: —Encárguense de él como quieran. Y de su prometida también. Mi hija y yo tenemos que coger un avión.
Riley alejó a Jilly y a la perrita de los guardias perplejos.
—Vamos —le dijo a Jilly—. Tenemos que encontrar una jaula. Y explicarle esto a la aerolínea.
Mientras el avión descendía hacia DC, Riley tenía a Jilly acurrucada contra su hombro, tomando una siesta. Incluso la cachorra, nerviosa y llorona al inicio del vuelo, estaba tranquila ahora. Darby estaba durmiendo tranquilamente en la jaula que habían comprado a toda prisa. Jilly le había explicado a Riley que Barbara se le había acercado afuera del baño y convencido a ir con ella para buscar a Darby, alegando que ella odiaba los perros y que quería que Jilly la tuviera. Cuando llegó al auto, Barbara la metió dentro y cerró las puertas, y el auto se puso en marcha.
Ahora que todo el calvario había terminado, Riley se encontró pensando de nuevo en la extraña llamada telefónica de Morgan Farrell.
—Maté al bastardo —le había dicho Morgan.
Riley había llamado a la policía de Atlanta de inmediato, pero no había tenido noticias desde entonces, y tampoco había tenido tiempo de llamar para averiguar lo que había sucedido.
Se preguntó si Morgan le había dicho la verdad o si Riley había llamado para nada.
¿Morgan estaba en custodia?
A Riley le parecía difícil de creer que la mujer de aspecto frágil había matado a nadie.
Pero Morgan había sido muy insistente.
Riley la recordó diciendo: —Estoy mirando su cuerpo tendido en la cama. Tiene cuchilladas por todas partes y sangró mucho.
Riley sabía muy bien que incluso las personas menos sospechosas podrían ser conducidas a extremos violentos. Por lo general ocurría por algo reprimido y oculto que estallaba bajo circunstancias extremas, haciéndolas cometer actos aparentemente inhumanos.
Morgan también le había dicho: —He estado bastante ida últimamente, y tiendo a no recordar las cosas que hago.
Tal vez Morgan había fantaseado o alucinado todo el asunto.
Riley se recordó a sí misma: «Lo que fuera que sucedió, no es de mi incumbencia.»
Era hora de que se centrara en su propia familia, la cual ahora incluía dos hijas y, para su sorpresa, una perra.
Y ya era hora de volver al trabajo.
Pero Riley no pudo evitar pensar que después de la audiencia de hoy y lo que había pasado en el aeropuerto, tal vez se merecía un buen descanso. ¿No debería tomarse otro día de licencia antes de volver a Quantico?
Читать дальше