Alarmado, Kaul se puso de pie y dijo bruscamente: —Su señoría, protesto. El señor Scarlatti renunció a sus derechos de manera voluntaria, y esto es completamente inesperado. La agencia no tenía ninguna razón para encontrar pruebas para demostrar su incapacidad.
El juez golpeó su mazo y dijo: —Entonces no tengo ninguna razón para considerar nada más. Se le concede la custodia al padre.
Riley no pudo evitar jadear de desesperación.
«Esto es real —pensó—. Perdí a Jilly.»
Riley estaba hiperventilando mientras trataba de darle sentido a lo que acababa de pasar.
«Seguramente puedo impugnar esta decisión», pensó.
La agencia y el abogado podrían encontrar pruebas sólidas de la conducta abusiva de Scarlatti.
Pero ¿qué sucedería en el ínterin?
Jilly jamás se quedaría con su padre. Volvería a huir… y esta vez podría desaparecer para siempre.
Quizá nunca la volvería a ver.
Todavía sentado en el banco, el juez le dijo a Jilly: —Señorita, creo que deberías ir con tu padre.
Para sorpresa de Riley, Jilly parecía completamente tranquila.
Ella apretó la mano de Riley y susurró: —No te preocupes, mamá. Todo va a estar bien.
Se acercó al lugar donde Scarlatti y su novia estaban ahora de pie. La sonrisa de Albert Scarlatti parecía cálida y acogedora.
Justo cuando su padre le tendió los brazos para abrazarla, Jilly dijo: —Tengo algo que decirte.
Scarlatti parecía curioso.
Jilly dijo: —Tú mataste a mi hermano.
—¿Q... qué? —tartamudeó Scarlatti—. Eso no es cierto y lo sabes. Tu hermano Norbert huyó. Te lo he dicho un montón de veces…
Jilly lo interrumpió. —No, no estoy hablando de mi hermano mayor. Ni siquiera lo recuerdo. Estoy hablando de mi hermano menor.
—Pero nunca tuviste…
—No, nunca tuve un hermano menor. Porque lo mataste.
Scarlatti quedó boquiabierto y su rostro enrojeció.
Su voz temblando de ira, Jilly continuó: —Supongo que crees que no recuerdo a mi madre porque era muy pequeña cuando se fue. Pero sí la recuerdo. Recuerdo que estaba embarazada. Te recuerdo gritándole. La golpeaste en el estómago. Te vi hacerlo una y otra vez. Luego se enfermó. Y ya no estaba embarazada. Ella me dijo que era un niño, que habría sido mi hermano menor, pero tú lo mataste.
Riley no podía creer lo que Jilly estaba diciendo. No tenía duda de que todo eso era cierto.
«Ojalá me lo hubiera dicho», pensó.
Pero, por supuesto, quizá era muy doloroso para ella—y solo ahora se había atrevido a hablar de eso.
Jilly estaba sollozando ahora. Ella dijo: —Mami lloró mucho cuando me lo contó. Me dijo que tenía que irse porque si no la matarías. Y eso hizo. Y nunca la volví a ver.
El rostro de Scarlatti se estaba retorciendo en una expresión fea. Era evidente para Riley que estaba luchando con su rabia.
Gruñó: —Niña, no sabes de lo que hablas. Te lo imaginaste todo.
Jilly dijo: —Ella llevaba su vestido azul bonito ese día. El único que le gustaba. Para que veas, sí lo recuerdo. Lo vi todo.
Matas a todo y a todos tarde o temprano. No lo puedes evitar. Apuesto a que también me mentiste cuando me dijiste que mi cachorra huyó. Probablemente también mataste a Darby.
Scarlatti estaba temblando.
—Mi madre hizo lo correcto al marcharse y espero que sea feliz, dondequiera que esté. Y si está muerta, bueno, igual está mejor de lo que estaría contigo.
Scarlatti gritó de furia: —¡Cállate, perra!
Luego agarró a Jilly por el hombro con una mano y la abofeteó con la otra.
Jilly gritó y trató de apartarse de él.
Riley corrió hacia Scarlatti. Antes de que llegara, dos oficiales de seguridad habían agarrado al hombre por los brazos.
Jilly se liberó y corrió hacia Riley.
El juez golpeó su mazo y todo quedó en silencio. Miró alrededor de la sala, como si no podía creer lo que acababa de suceder.
Por un momento, se quedó allí respirando fuerte.
Luego miró a Riley y le dijo: —Sra. Paige, creo que le debo una disculpa. Tomé la decisión equivocada, y la anulo. —Miró a Scarlatti y añadió: —Una palabra más y lo tendré que arrestar. —Mirando a los demás en la sala, el juez dijo con firmeza—: No habrá más audiencias. Esta es mi determinación final sobre esta adopción. Se concede la custodia a la madre adoptiva.
Volvió a golpear su mazo, se levantó y abandonó la sala sin decir nada más.
Riley se volvió y miró a Scarlatti. Sus ojos oscuros estaban furiosos, pero los dos oficiales de seguridad seguían a su lado. Miró a su prometida, quien estaba mirándola horrorizada. Luego Scarlatti bajó la cabeza y se quedó allí sin decir nada.
Jilly se lanzó a los brazos de Riley, sollozando.
Riley la abrazó y le dijo: —Eres una niña valiente, Jilly. Nunca te dejaré ir, no importa lo que pase. Cuenta conmigo.
*
La mejilla de Jilly seguía ardiendo mientras Riley se encargaba de algunos detalles con Brenda y el abogado. Pero era un dolor agradable que sabía que pronto desaparecería. Había dicho la verdad sobre algo que se había reservado por demasiado tiempo. Como resultado, se había librado de su padre.
Riley, su nueva mamá, las regresó a su habitación de hotel, donde empacaron rápidamente y se dirigieron al aeropuerto. Llegaron con tiempo de sobra para tomar su vuelo a casa y registrar sus maletas para que no tuvieran que cargarlas. Luego se fueron juntas a un baño.
Jilly se quedó mirándose en un espejo mientras su madre estaba en un baño cercano.
Un pequeño hematoma se estaba formando en el lado de su rostro donde su padre le había pegado. Pero iba a estar bien ahora.
Su padre nunca volvería a hacerle daño. Y solo porque había dicho la verdad sobre el hermano menor que había perdido. Eso había cambiado las cosas.
Sonrió un poco al recordar a mamá diciéndole: —Eres una niña valiente, Jilly.
«Sí —pensó Jilly—. Creo que soy muy valiente.»
Cuando Riley salió del baño, no vio a Jilly por ningún lugar.
Lo primero que sintió fue un destello de ira.
Recordó haberle dicho a Jilly claramente: —Espérame justo al otro lado de la puerta. No vayas a ninguna parte.
Y ahora no la veía por ningún lado.
«Qué niña», pensó Riley.
No le preocupaba perder su vuelo. Tenían un montón de tiempo para abordar. Pero había querido tomarse las cosas con calma después de un día tan difícil. Había planeado pasar por seguridad, encontrar su puerta de embarque y luego encontrar un buen lugar para comer.
Riley suspiró con desaliento.
Incluso después de la valentía de Jilly en la sala del tribunal, Riley no pudo evitar sentirse decepcionada por esta nueva muestra de inmadurez.
Sabía que si se disponía a buscar a Jilly en el gran terminal, probablemente jamás la encontraría. Por esa razón, buscó un lugar para sentarse y esperar a que Jilly volviera, lo cual seguramente haría tarde o temprano.
Pero mientras Riley miraba alrededor del gran terminal, vio a Jilly pasando por una de las puertas de cristal que daba al exterior.
O al menos pensó que era Jilly, dado que era difícil estar segura de dónde Riley estaba de pie.
¿Y quién era esa mujer con la que la niña parecía estar?
Parecía Barbara Long, la prometida de Albert Scarlatti.
Pero las dos personas desaparecieron rápidamente entre los viajeros.
Riley sintió un escalofrío de temor. ¿Sus ojos le habían jugado una mala pasada?
No, ahora estaba bastante segura de lo que había visto.
Pero ¿qué estaba pasando? ¿Por qué Jilly iría a cualquier lado con esa mujer?
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