“¿Cómo te sientes, Gail?”, preguntó mientras caminaban rápidamente hacia la salida.
Gail caminó en silencio por un momento. Tenía una expresión vacía en su rostro.
“Está hecho”, dijo finalmente, su voz fría y entumecida. “Está hecho”.
Salieron del edificio a la luz del día. Riley pudo ver dos muchedumbres al otro lado de la calle, cada una fuertemente controlada por la policía. En un lado había un grupo que estaba de acuerdo con la ejecución, tenían carteles odiosos, algunos soeces y obscenos. Estaban llenos de júbilo, y era comprensible. Del otro lado estaban los que abogaban en contra de la pena de muerte, también con sus propios carteles. Habían pasado toda la noche aquí celebrando una vigilia. Estaban mucho más tranquilos.
Riley no sintió compasión por ninguno de los dos grupos. Estas personas estaban aquí por ellos mismos, para hacer un espectáculo público de su indignación y rectitud, actuando en aras de su propia autocomplacencia. En su opinión, no tenían por qué estar aquí—no estaban entre aquellos cuyo dolor y aflicción era demasiado real.
Había una multitud de reporteros entre la entrada y las muchedumbres con camiones de prensa cerca. Mientras Riley caminaba entre ellos, una mujer corrió hasta ella con un micrófono y un camarógrafo detrás de ella.
“¿Agente Paige? “¿Eres la agente Paige?”, preguntó.
Riley no respondió. Ella intentó pasar a la reportera.
La reportera la siguió tenazmente. “Nos enteramos que Caldwell la mencionó en sus últimas palabras. ¿Algún comentario?”.
Otros reporteros se acercaron a ella, haciendo la misma pregunta. Riley apretó los dientes y siguió por la multitud. Por fin logró liberarse de ellos.
Se encontró pensando en Meredith y Bill mientras se apresuraba para llegar a su carro. Ambos la habían implorado a tomar un nuevo caso. Y estaba evitando darles una respuesta.
“¿Por qué?”, se preguntó.
Se acababa de escapar de los reporteros. ¿Estaba tratando de escapar de Bill y Meredith también? ¿Estaba tratando de escapar de quién era realmente y de todo lo que tenía que hacer?
*
Riley estaba feliz de estar en casa. La muerte que había presenciado esa mañana la había dejado con una sensación de vacío y el viaje de regreso a Fredericksburg había sido cansón. Pero cuando abrió la puerta de su casa adosada, algo no parecía estar bien.
Había demasiado silencio. April ya debería haber regresado de la escuela. ¿Dónde estaba Gabriela? Riley entró en la cocina y la encontró vacía. Encontró una nota sobre la mesa de la cocina.
“Me voy a la tienda”, decía. Gabriela había ido a la tienda.
Riley agarró el espaldar de una silla cuando se vio inmersa en una ola de pánico. April había sido secuestrada de la casa de su padre en otra ocasión en la que Gabriela había ido a la tienda.
Oscuridad, un atisbo de una llama.
Riley se dio la vuelta y corrió al pie de las escaleras.
“April”, gritó.
No hubo respuesta.
Riley corrió por las escaleras. Los dormitorios estaban vacíos. No había nadie en su pequeña oficina.
El corazón de Riley latía con fuerza, sin importar que su mente le estaba diciendo que era una tonta. Su cuerpo no estaba escuchando a su mente.
Corrió al piso inferior y luego a la cubierta trasera.
“April”, gritó.
Pero nadie jugaba en el patio de al lado y no había niños a la vista.
Logró controlarse para no dejar escapar otro grito. No quería que los vecinos se convencieran de que estaba realmente loca. No tan pronto.
Buscó en su bolsillo, sacó su teléfono celular y le envió un mensaje de texto a su hija.
No recibió ninguna respuesta.
Riley entró en su casa y se sentó en el sofá. Sujetaba su cabeza con sus manos.
Estaba de nuevo en el sótano de poca altura, acostada sobre la suciedad en la oscuridad.
Pero la luz se estaba moviendo hacia ella. Podía ver su rostro cruel en el resplandor de las llamas. Pero no sabía si el asesino venía por ella o por April.
Riley se obligó a separar la visión de su realidad.
“Peterson está muerto”, se dijo enfáticamente. “Nunca nos volverá a torturar”.
Se sentó en el sofá y trató de concentrarse en el aquí y en el ahora. Estaba aquí en su nueva casa, en su nueva vida. Gabriela había ido a la tienda. April seguramente estaba en algún sitio cercano.
Su respiración se volvió más lenta, pero no pudo obligarse a ponerse de pie. Tenía miedo que iría al patio y gritaría de nuevo.
Después de lo pareció ser mucho tiempo, Riley oyó la puerta principal abrirse.
April entró por la puerta, cantando.
Ahora Riley pudo ponerse de pie. “¿Dónde coño andabas?”.
April se veía sobresaltada.
“¿Cuál es tu problema, Mamá?”.
“¿Dónde andabas? ¿Por qué no respondiste mi mensaje de texto?”.
“Disculpa, tenía el celular en silencio. Estaba en casa de Cece, Mamá. Al otro lado de la calle. Cuando nos bajamos del autobús escolar, su mamá nos ofreció helado”.
“¿Y cómo iba a saber dónde andabas?”.
“No creía que llegarías a casa antes que yo”.
Riley se oyó a sí misma gritar, pero no pudo contenerse. “No me importa lo que creas. No estabas pensando. Siempre tienes que dejarme saber…”.
Las lágrimas que corrían por las mejillas de April finalmente la detuvieron.
Riley recuperó el aliento, corrió hacia April y la abrazó. Al principio, el cuerpo de April estaba rígido por su rabia, pero Riley la sintió relajarse poco a poco. Entró en cuenta que ella también estaba llorando.
“Lo siento”, dijo Riley. “Lo siento. Es solo que hemos pasado por tantas… tantas cosas terribles”.
“Pero ya todo acabó”, dijo April. “Mamá, ya todo acabó”.
Ambas se sentaron en el sofá. Era un sofá nuevo, lo había comprado luego de mudarse a esta casa. Lo había comprado para su nueva vida.
“Sé que todo acabó”, dijo Riley. “Sé que Peterson está muerto. Estoy tratando de acostumbrarme a eso”.
“Mamá, todo está mucho mejor ahora. No tienes que preocuparte por mí todo el tiempo. Y no soy una chiquilla. Tengo quince años”.
“Y eres muy inteligente”, dijo Riley. “Lo sé. Tengo que seguir recordándomelo. Te amo, April”, dijo. “Por eso es que me porto tan loca a veces”.
“Yo también te amo, Mamá”, dijo April. “No te preocupes tanto”.
Riley estaba encantada de ver a su hija sonreír de nuevo. April había sido secuestrada, había sido la prisionera de Peterson y había sido amenazada con esa llama. Parecía que ya era una adolescente absolutamente normal de nuevo, aún si su madre no había recuperado su estabilidad.
Aún así, Riley no podía dejar de preguntarse si todavía había memorias oscuras en algún lugar de la mente de April que estaban a punto de estallar.
En cuanto a sí misma, sabía que tenía que hablar con alguien sobre sus propios miedos y pesadillas recurrentes. Y tenía que hacerlo lo más pronto posible.
Riley se movía nerviosamente en su silla mientras pensaba en lo que quería decirle a Mike Nevins. Se sentía agitada y nerviosa.
“Tómate tu tiempo”, dijo el psiquiatra forense, estirando el cuello en su silla de oficina y mirándola fijamente con preocupación.
Riley se rio tristemente. “Ese es el problema”, dijo. “No tengo tiempo. He estado postergándolo. Tengo que tomar una decisión. Ya no puedo postergarlo más. ¿Alguna vez me habías visto tan indecisa?”.
Mike no respondió. Solo sonrió y presionó las puntas de sus dedos.
Riley estaba acostumbrada a este silencio de Mike. El hombre apuesto y algo irritable había sido muchas cosas para ella durante los años—un amigo, un terapeuta, hasta un mentor. Últimamente acudía a él para saber su perspectiva sobre la mente oscura de un criminal. Pero esta visita era diferente. Lo había llamado anoche después de llegar a casa de la ejecución y había conducido a su oficina en DC esta mañana.
Читать дальше