A Riley le sorprendió el hecho que Caldwell no había optado por la silla eléctrica. Era un monstruo impenitente que parecía estar esperando su muerte con los brazos abiertos.
Eran las 8:55 cuando se abrió la puerta. Riley oyó unos murmullos en la sala cuando varios miembros del equipo de ejecución metieron a Caldwell en la cámara. Dos guardias lo flanqueaban, cada uno agarrando un brazo, y otro lo seguía. Un hombre bien vestido entró de último, era el director de la prisión.
Caldwell vestía un pantalón azul, una camisa azul y unas sandalias sin calcetines. Estaba esposado y encadenado. Riley no lo había visto en años. En su corto tiempo como asesino en serie había tenido el cabello largo y rebelde y una barba desgreñada, un look bohemio apropiado para un artista callejero. Ahora estaba bien afeitado y se veía bastante ordinario.
Aunque no luchó, se veía asustado.
“Qué bueno”, pensó Riley.
Miró la camilla y alejó la mirada de nuevo. Parecía estar tratando de no mirar la cortina plástica azul. Por un momento, miró fijamente por la ventana de la sala de observación. De pronto parecía estar más tranquilo y más sereno.
“Ojalá pudiera vernos”, murmuró Gail.
No podía verlos debido a un vidrio de visión unilateral; Riley no compartía el deseo de Gail. Caldwell ya la había mirado mucho para su gusto. Para capturarlo, había ido de encubierto. Había pretendido ser un turista en el paseo marítimo de la playa Dunes y lo había contratado para dibujar su retrato. La había adulado mucho mientras trabajaba, diciéndole que era la mujer más hermosa que había dibujado en mucho tiempo.
Supo en ese entonces que era su próxima víctima potencial. Esa noche había sido la carnada, dejándolo acecharla por la playa. Cuando había intentado atacarla, los agentes de respaldo no tuvieron problemas para atraparlo.
Su captura había sido bastante sosa. El descubrimiento de que había descuartizado y guardado a sus víctimas en un congelador había sido otra cosa. Estar junto en frente y haber visto el momento exacto en el que habían abierto el congelador fue uno de los momentos más desgarradores de la carrera de Riley. Aún sentía compasión por los familiares de las víctimas, Gail entre ellas, por tener que identificar a sus esposas, hijas y hermanas descuartizadas...
“Demasiado bellas como para vivir”, había dicho el asesino.
A Riley le asustó mucho el hecho de que él la había visto a ella de esa manera. Ella nunca se había considerado hermosa y los hombres, incluso su ex marido, Ryan, rara vez le decían que lo era. Caldwell era una excepción cruel y horrible.
Se preguntaba qué significaba que un monstruo patológico la había considerado una mujer perfectamente hermosa. ¿Había reconocido algo dentro de ella que era tan monstruoso como él? Había tenido pesadillas sobre sus ojos admiradores, sus palabras melosas y su congelador lleno de partes durante unos años después de su juicio y condena.
El equipo de ejecución colocó a Caldwell en la camilla de ejecución, le quitó las esposas, grilletes y sandalias y lo sujetaron con unas correas de cuero, dos por el pecho, dos para sostener sus piernas, dos alrededor de sus tobillos y dos alrededor de sus muñecas. Sus pies descalzos daban a la ventana. Era difícil ver su rostro.
De repente, las cortinas se cerraron sobre las ventanas del observatorio. Riley entendió que esto era ocultar la fase de la ejecución donde algo pudiera salir mal, que al equipo le cuestora encontrar una vena adecuada, por ejemplo. Aún así, le pareció peculiar. Las personas en ambos observatorios estaban a punto de ver a Caldwell morir, pero no tenían permitido presenciar la inserción mundana de las agujas. Las cortinas se mecían un poco, aparentemente por los movimientos de los miembros del equipo que estaban del otro lado.
Cuando abrieron las cortinas de nuevo, las vías intravenosas estaban en su lugar, pasando de los brazos del prisionero por huecos en las cortinas plásticas. Algunos miembros del equipo de ejecución se habían colocado detrás de las cortinas, donde administrarían las drogas letales.
Un hombre sostenía el auricular del teléfono rojo, listo para contestar una llamada que seguramente nunca llegaría. Otro le hablaba a Caldwell, sus palabras un sonido apenas audible debido al mal sistema de sonido. Le estaba preguntando a Caldwell si tenía unas palabras finales.
En cambio, la respuesta de Caldwell se escuchó bastante bien.
“¿Está aquí la agente Paige?”, preguntó.
Sus palabras impactaron a Riley.
El funcionario no respondió. No tenía derecho a saber la respuesta a esa pregunta.
Después de un silencio tenso, Caldwell habló de nuevo.
“Díganle a la agente Paige que hubiese deseado poder plasmar su belleza con mi arte”.
Aunque Riley no podía ver su rostro claramente, pensó haberlo oído soltar una risita.
“Eso es todo”, dijo. “Estoy listo”.
Riley estaba llena de rabia, horror y confusión. Esto era lo último que había esperado. Derrick Caldwell había elegido hablar de ella en sus momentos finales. Y era incapaz de hacer algo al respecto por estar sentada detrás de este vidrio irrompible.
Lo hizo comparecer ante la justicia pero, a la final, logró vengarse de una forma enfermiza.
Sintió la pequeña mano de Gail sosteniendo la suya.
“Dios mío”, pensó Riley. “Me está consolando”.
Riley trató de controlar sus náuseas.
Caldwell dijo una cosa más.
“¿Lo sentiré cuando comience?”.
Tampoco recibió respuesta a esa pregunta. Riley podía ver el líquido moverse por los tubos transparentes de las vías. Caldwell respiró profundamente y aparentemente se quedó dormido. Su pie izquierdo tembló un par de veces, y luego se quedó inmóvil.
Después de un momento, uno de los guardias pellizcó ambos pies, sin obtener una reacción. Parecía un gesto bastante peculiar, pero Riley entendió que el guardia estaba asegurándose que el sedante estuviera funcionando y que Caldwell estaba totalmente inconsciente.
El guardia les dijo algo inaudible a las personas que se encontraban detrás de la cortina. Riley vio líquido moverse por las vías de nuevo. Sabía que esta segunda droga detendría sus pulmones. En poco tiempo, una tercera droga detendría su corazón.
Riley se encontró pensando en lo que estaba viendo mientras la respiración de Caldwell se hacía más lenta. ¿Cómo era diferente esto de las veces que ella misma había usado fuerza letal? Ella había matado a varios asesinos en el cumplimiento de su deber.
Pero esto no era nada como esas otras muertes. En comparación, era extrañamente controlada, limpia, clínica, inmaculada. No parecía correcta. Irracionalmente, Riley se encontró pensando...
“No debí haberlo dejado llegar a este punto”.
Sabía que no tenía razón, que había llevado a cabo la captura de Caldwell con profesionalismo. Pero aún así pensó...
“Debí haberlo matado yo misma”.
Gail sostuvo la mano de Riley por diez largos minutos. Finalmente, el funcionario que estaba al lado de Riley dijo algo que Riley no pudo escuchar.
El director salió de detrás de la cortina y habló en una voz bastante clara como para ser entendida por todos los testigos.
“La pena de muerte fue ejecutada con éxito a las 9:07 a.m.”.
Luego las cortinas se cerraron de nuevo. Los testigos ya habían visto lo que habían venido a ver. Los guardias entraron en el observatorio e instaron a todos a irse lo más pronto posible.
Gail tomó la mano de Riley de nuevo a lo que todos salieron al pasillo.
“Siento que dijo lo que dijo”, le dijo Gail.
Riley se sobresaltó. ¿Cómo podría Gail preocuparse por los sentimientos de Riley en un momento como este, cuando por fin había comparecido ante la justicia el asesino de su propia hija?
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