Blake Pierce - La Esposa Perfecta

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La estudiante de perfilado de criminales (y recién casada), Jessie Hunt, de 29 años, descubre que en su nuevo hogar en los suburbios acechan secretos ocultos; cuando aparece un cadáver, se ve atrapada entre el punto de mira de sus nuevas amistades, los secretos de su marido, el trabajo con casos de asesinos en serie – y los secretos de su propio pasado tenebroso. En LA ESPOSA PERFECTA (Un Thriller de Suspense Psicológico con Jessie Hunt – Libro Uno), la estudiante de perfilado de criminales Jessie Hunt está convencida de que por fin ha dejado atrás la oscuridad de su pasado. Su marido Kyle y ella se acaban de mudar de un diminuto apartamento en el centro de Los Ángeles a una mansión en Westport Beach. La promoción de Kyle les ha traído más dinero del que pudieran soñar, y Jessie está a punto de concluir satisfactoriamente su Masters en Psicología Forense, el último paso para manifestar su sueño de convertirse en perfiladora de criminales. Sin embargo, poco después de su llegada, Jessie empieza a notar algunas cosas extrañas. Los vecinos – y sus niñeras – parecen ocultar secretos. El misterioso club de yates al que Kyle está deseando unirse está repleto de parejas infieles, y funciona con unas normas que son preocupantes. Y el célebre asesino en serie al que custodian en el hospital psiquiátrico donde Jessie está completando su diploma parece saber más sobre su vida de lo que resulta normal – o seguro. A medida que su mundo empieza a resquebrajarse, Jessie empieza a cuestionarse todo lo que le rodea – incluida su propia salud mental. ¿Es cierto que ha descubierto una perturbadora conspiración enterrada dentro de una localidad costera del soleado, acomodado sur de California? ¿Acaso sabe el asesino en serie al que está estudiando el origen de sus pesadillas privadas?¿O es que su pasado tortuoso ha regresado por fin para llevársela? Un thriller psicológico de ritmo trepidante con caracteres inolvidables y suspense que le tendrá en vilo, LA ESPOSA PERFECTA es el libro #1 de una fascinante nueva serie que le verá pasando páginas hasta altas horas de la madrugada.

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“¿Verdad que sí?” añadió, riéndose disimuladamente como un colegial.

Jessie se detuvo en seco. Cuando Kyle le alcanzó, le agarró por el antebrazo. Teddy también se detuvo, con una mirada de sorpresa en la cara.

“Continúa, Teddy,” dijo ella, colocándose una sonrisa de plástico en la cara. “Solo necesito hablar con mi hombre un segundo.”

Teddy le lanzó a Kyle una mirada de asentimiento antes de seguir adelante sin hacer ningún comentario. Cuando ella estuvo segura de que ya no les podía oír, miró a su marido.

“Ya sé que es tu amigo del instituto,” susurró. “Pero, ¿crees que podías dejar de actuar como si aún siguieras allí?”

“¿Cómo?” le preguntó él a la defensiva.

“Seguramente esa chica escuchó a Teddy y su tono lascivo. ¿Y tú vas y le animas? No está bien.”

“No es para tanto, Jess,” insistió él. “Solo estaba haciendo una bromita. Quizá se sintió halagada.”

“O quizá le puso los pelos de punta. Sea como fuere, preferiría que mi marido no apoyara la idea de ‘la mujer como objeto sexual’. ¿Es esa una petición razonable?”

“Vaya… ¿así es como vas a reaccionar cada vez que pase una chica en traje de baño?”

“No lo sé, Kyle. ¿Es así como tú vas a reaccionar?”

“¿Venís, chicos?” les gritó Teddy desde abajo. Los Carlisle ya estaban como unos cincuenta escalones más abajo que ellos.

“Ya vamos,” le gritó Kyle de vuelta antes de bajar la voz. “Quiero decir, si todavía te parece bien.”

Kyle siguió hacia adelante antes de que ella pudiera responder, bajando las escaleras de dos en dos. Jessie se forzó a tomar una respiración larga y lenta antes de seguirle, esperando poder exhalar su frustración junto con el aire en sus pulmones.

Ni siquiera nos hemos mudado aún del todo y ya se está empezando a convertir en la clase de cabrón que he tratado de evitar toda mi vida.

Jessie intentó recordarse a sí misma que un comentario estúpido mientras se encontraba bajo la influencia de un viejo compañero de la escuela no quería decir que su marido se hubiera convertido de pronto en un filisteo. Sin embargo, no se podía sacudir de encima la incómoda sensación de que esto no era más que el principio.

CAPÍTULO TRES

Cinco minutos después, con Jessie aún furiosa, entraron al recibidor del Club Deseo, donde recibieron el alivio que necesitaban de un día que ya era tórrido con el aire acondicionado. Jessie echó un vistazo a su alrededor, observando el lugar. No pudo evitar pensar que el nombre, que, según Teddy significaba “Club de los Deseos”, era un tanto grandilocuente, a juzgar por lo que tenía delante.

Casi pasa por alto la entrada al club, una puerta grande, sin carteles, de roble envejecido, adosada a una estructura de aspecto modesto en el extremo más silencioso del puerto. La recepción misma no era nada del otro mundo, con un podio sencillo para la recepcionista que estaba ocupada en este momento por una morena atractiva de aspecto diligente que parecía tener unos veintitantos años.

Teddy se inclinó para hablarle en voz baja. Ella asintió e hizo un gesto al grupo para que pasaran a un pequeño pasillo. Solo cuando otra jovencita rubia, igual de bella, le pidió que depositara su bolso en un canasto, Jessie cayó en la cuenta de que el pasillo también hacía las veces de detector de metales, pero con estilo.

Cuando atravesaron el pasillo, la joven le devolvió su bolso y le indicó que debía seguir a los demás a través de una segunda puerta de paneles de madera que parecía fundirse con la pared que había a su lado. Si hubiera estado ella sola, puede que se hubiera pasado la puerta totalmente por alto.

Una vez atravesaron esa segunda puerta, toda la modestia de la recepción del edificio se desvaneció rápidamente. La habitación cavernosa y circular que estaba mirando con atención tenía dos niveles. El superior, donde estaba ella, tenía mesas en círculo y con vistas al nivel inferior, que se accedía mediante una amplia escalinata.

El nivel inferior tenía una pequeña pista de baile rodeada de multitud de mesas. Parecía que hubieran diseñado todo el lugar utilizando madera reciclada de viejos barcos de vela. Había paneles que estaban juntos, de los que estaban hechas las paredes, de diferentes calidades y tonos. Aunque ese revoltijo no debería haber funcionado bien, lo cierto es que lo hacía, dándole al espacio un ambiente náutico que resultaba reverencial, en vez de un truco barato.

Al extremo de la sala estaba lo más impresionante. Todo el lateral del club que daba al océano estaba compuesto de una ventana de cristal gigantesca, la mitad de ella por encima del nivel del agua, y la otra mitad por debajo. Dependiendo de donde se sentara uno, podía tener una vista del horizonte o de bancos de peces nadando bajo la superficie. Era espectacular.

Les llevaron hasta una mesa grande en el nivel inferior, donde les esperaba un grupo de unas quince personas. Teddy y Mel hicieron las presentaciones de rigor, pero Jessie ni siquiera trató de memorizar los nombres. Le dijeron que había cuatro parejas, con unos siete niños entre todas ellas.

En vez de eso, sonrió y asintió con cortesía a medida que cada una de ellas le asaltaba con más información de la que podía procesar.

“Yo me dedico al marketing en las redes sociales,” le dijo alguien llamado Roger o Richard. Se movía con nerviosismo todo el tiempo y se metía el dedo a la nariz cuando pensaba que no había nadie mirándole.

“Estamos seleccionando moquetas para la pared en este momento,” dijo la mujer sentada junto a él, una morena con mechas rubias en su pelo que a lo mejor era su mujer, pero que, sin duda alguna, le estaba echando miradas de deseo al tipo moreno al otro lado de la mesa.

Continuó así. Mel le presentaba a alguien, Jessie no intentaba memorizar su nombre de verdad, y en vez de eso, trataba de deducir algo sobre su verdadero carácter basándose en su aspecto, lenguaje corporal, y estilo verbal. Era una especie de juego, uno que utilizaba a menudo en situaciones incómodas.

Después de las presentaciones, entraron otras dos jovencitas muy guapas a recoger a los niños, incluido Daughton, para llevárselos a la Cueva del Pirata, que una de las esposas le dijo era el nombre de la zona de diversión infantil. Jessie asumió que debía de estar muy bien porque todos los niños se marcharon sin señal alguna de ansiedad por la separación.

Cuando se hubieron ido, la comida procedió más o menos como le había advertido Mel. Dos mujeres que, o eran gemelas o tenían aspecto tan similar que lo podrían haber sido, contaron una historia sobre un campamento de verano que principalmente se trataba de la horrible voz de canto del que lideraba las alabanzas.

“Sonaba como si estuviera a punto de dar a luz,” decía una de ellas mientras la otra se reía a carcajadas dándole la razón. En la medida que les prestaba atención, Jessie se perdió mientras se interrumpían y se imponían la una a la otra de manera interminable.

Un chico con un sorprendente pelo largo y rizado y una pajarita con la que estaba demasiado embelesado relataba los detalles de un partido de hockey al que había ido la primavera pasada. Solo que no había nada memorable sobre ello. La historia entera de cinco minutos solo era sobre quién metió los goles. Jessie seguía esperando algún giro en la historia, como cuando se ha arrojado un pulpo a la pista de hielo o algún fan ha saltado la barrera. Pero no hubo ninguno.

“De todos modos, fue un partido increíble,” concluyó finalmente, momento en el que ella supo que era su turno de sonreír con admiración.

“Mejor. Historia. Del. Mundo,” dijo Mel con sequedad, proporcionándole a Jessie el único momento satisfactorio que había disfrutado y algo así como un soplo de aire fresco.

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