“Así que sois pareja desde la universidad. Eso es muy romántico.”
“Sí, ya sé que suena así,” dijo Kyle. “Pero lo cierto es que me costó un tiempo ganarme su corazón. Y todo ese tiempo estuve tratando a mis competidores a palos. Como te puedes imaginar, prácticamente todos los chicos que la veían se quedaban embelesados de inmediato con la señorita Jessica Hunt. Y eso solo con mirarla. Cuando acabas por conocerla, todavía te embelesa más.”
“Kyle,” dijo Jessie, sonrojándose. “Me estás dejando en evidencia. Guárdate algo de eso para octubre.”
“Sabéis una cosa,” dijo Kimberly con una sonrisa. “Me acabo de acordar de que tengo que ir a recoger a mis hijos ahora. Y de repente, me da la impresión de que estoy interrumpiendo los planes de una pareja feliz de bautizar su nuevo hogar. Así que me voy a ir, pero prometo presentaros al resto de los vecinos. Tenemos un vecindario de lo más amistoso. Todo el mundo se conoce. Organizamos barbacoas en la calle cada semana. Los niños se quedan a dormir en las otras casas todo el tiempo. Todo el mundo pertenece al club de yates local, aunque no tengan barco propio. Cuando os acomodéis, os vais a dar cuenta de que este es un lugar estupendo donde vivir.”
“Gracias, Kimberly,” dijo Kyle, acompañándole a la puerta. “Estaremos encantados de conocer a todo el mundo. Y muchas gracias por los brownies.”
Después de que se marchara, cerró la puerta, haciendo un gesto exagerado al cerrarla.
“Parece agradable,” dijo Kyle. “Esperemos que todos sean así.”
“Sí, me cayó bien,” asintió Jessie. “Era un poco curiosa, pero supongo que así es como es la gente por aquí. Supongo que debería acostumbrarme a la idea de que se ha terminado el anonimato.”
“Va a ser un proceso de adaptación,” asintió Kyle. “Pero creo que, a la larga, vamos a preferir saber los nombres de nuestros vecinos y poder dejar las puertas sin el pestillo cerrado.”
“Aunque me di cuenta de que lo acabas de cerrar ahora mismo,” señaló Jessie.
“Eso es porque estaba pensando en lo que dijo Kimberly sobre bautizar nuestro nuevo hogar,” dijo mientras se acercaba a ella, quitándose la segunda camiseta en diez minutos. “Y no quiero ninguna interrupción mientras la bautizo.”
*
Jessie yacía en la cama esa noche, mirando al techo, con una sonrisa en su rostro.
“A este ritmo, vamos a llenar esos dormitorios extra en un suspiro,” dijo Kyle, pareciendo leer sus pensamientos.
“Dudo que podamos mantener ese ritmo cuando empieces a trabajar en la oficina y comience mi nuevo semestre.”
“Estoy dispuesto a probar si tú quieres,” dijo él, suspirando profundamente. Jessie podía sentir como todo su cuerpo se relajaba junto a ella.
“¿No estás nervioso en absoluto?” le preguntó.
“¿Por qué?”
“Todo esto—mejor salario, nueva ciudad, nueva casa, nuevo estilo de vida, nueva gente, nuevo todo.”
“No todo es nuevo,” le recordó. “Ya conoces a Teddy y a Melanie.”
“He visto a Teddy tres veces y a Melanie una vez. Apenas le conozco. Y a ella solo la recuerdo vagamente. Solo porque tu mejor amigo del instituto viva a unas pocas manzanas, no quiere decir que ya esté integrada en nuestra nueva vida.”
Sabía que estaba provocando una pelea, pero no parecía que pudiera controlarse. Kyle no picó el anzuelo. En vez de ello, se dio la vuelta hacia su lado de la cama y le pasó un dedo a lo largo de su hombro derecho, a lo largo de una cicatriz alargada, rosácea, y en forma de luna que le recorría unos doce centímetros desde la parte superior del brazo hasta la base del cuello.
“Ya sé que te sientes aprensiva,” dijo con ternura. “Y tienes todas las razones para estarlo. Todo es nuevo. Y ya sé que eso puede resultar apabullante. No tengo palabras para decirte cuánto aprecio el sacrificio que estás haciendo.”
“Sé que al final irá bien,” dijo ella, suavizándose. “Pero es que son muchas cosas con las que tratar al mismo tiempo.”
“Es por eso que nos va a ayudar vernos mañana con Teddy y Melanie. Restableceremos esa conexión y después tendremos amigos en el vecindario con los que contar mientras nos situamos. Solo conocer a dos personas puede hacer más fácil la transición.”
Kyle bostezó profundamente y Jessie pudo afirmar que estaba a punto de quedarse frito. Por lo general, ese enorme bostezo significaba que se quedaría frito en menos de sesenta segundos.
“Sé que tienes razón,” dijo ella, decidida a terminar la noche de buenas maneras. “Estoy segura de que va a ser estupendo.”
“Lo va a ser,” asintió Kyle con indolencia. “Te quiero.”
“Yo también te quiero,” dijo Jessie, sin saber con certeza si le había escuchado antes de quedarse dormido.
Escuchó sus respiraciones profundas y trató de utilizarlas para quedarse dormida. El silencio era perturbador. Estaba acostumbrada a los sonidos reconfortantes del centro de la ciudad mientras se quedaba dormida.
Echaba en falta los pitidos de los coches más abajo, los gritos de los hombres de finanzas saliendo medio borrachos de los bares que retumbaban contra los rascacielos, el sonido atronador de los camiones saliendo del aparcamiento. Le habían servido de ruido de fondo durante años. Ahora todo lo que tenía para reemplazarles era el leve zumbido del filtrador de aire que había en el rincón de la habitación.
De vez en cuando, creía escuchar un sonido crujiente en la distancia. Como la casa tenía más de treinta años, cabía esperar algunos ruidos de acomodación. Probó a tomar una serie de respiraciones relajantes profundas, tanto para ahogar los demás ruidos como para relajarse. Sin embargo, había una idea que le estaba molestando.
¿Realmente crees que va a ser estupendo vivir aquí?
Se pasó la siguiente hora dándole vueltas a sus dudas y alejándolas con una sensación de culpabilidad antes de caer finalmente rendida de fatiga y entrar en un delicioso sueño.
A pesar de los gritos interminables, Jessie intentaba reprimir el dolor de cabeza que le mordisqueaba los bordes de su cráneo. Daughton, el niño de tres años de carácter tierno, pero sorprendentemente ruidoso de Edward y Melanie Carlisle, se había pasado los últimos veinte minutos jugando a algo que llamaba Explosión y que básicamente consistía en chillar “¡boom!”
Ni Melanie (“llámame Mel”) ni Edward (“Teddy” para los amigos) parecían sentirse molestos por los chillidos intermitentes así que Jessie y Kyle también actuaban como si se tratara de algo normal. Estaban sentados en la sala de estar de los Carlisle, poniéndose al día antes de dar el paseo que habían planeado para ir a almorzar al puerto. Los Carlisle vivían a solamente tres manzanas de allí.
Kyle y Teddy habían estado charlando afuera durante la última media hora mientras Jessie se familiarizaba de nuevo con Mel en la cocina. Aunque solo la recordaba de un previo encuentro, después de unos pocos minutos, estaban charlando con toda la cordialidad del mundo.
“Le pediría a Teddy que hiciera una barbacoa, pero no quiero que os pongáis enfermos durante vuestra primera semana por aquí,” dijo Mel sarcásticamente. “Estamos mucho más a salvo yendo al malecón a comer.”
“¿No es el mejor cocinero del mundo?” preguntó Jessie con una ligera sonrisa.
“Digámoslo de esta manera. Si alguna vez se ofrece a cocinar, pretended que tenéis algo urgente que atender. Porque si os coméis algo que él haya preparado, vais a tener una urgencia de verdad.”
“¿Qué pasa, cielo?” preguntó Teddy mientras Kyle y él pasaban al interior. Era un tipo barrigón, con aspecto pastoso y cabello rubio en retroceso, y una piel pálida que parecía que pudiera quemarse con tan solo cinco minutos al sol. Jessie también percibió que su personalidad era bastante parecida—pastosa y maleable. Un instinto profundo que no podía describir pero en el que había aprendido a confiar con el paso de los años le decía que Teddy Carlisle era un hombre débil.
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