“Pero tú no,” murmuró Jessie con dulzura, olvidando de repente sus agujetas y molestias mientras le atraía hacia ella. “Yo siempre estoy levantando la vista para mirarte a ti, cachalote.”
Sus labios empezaban a rozarse con los de él, cuando sonó el timbre de la puerta principal.
“Tiene que ser una broma,” gruñó Jessie.
“Por qué no vas a abrir?” sugirió Kyle. “Voy a buscar una camiseta limpia que ponerme.”
Jessie se acercó a la puerta principal, con la cerveza en la mano. Esa era su pequeña rebelión por el hecho de que le hubieran interrumpido en medio de su juego de seducción. Cuando abrió la puerta, le saludó una animada pelirroja que parecía tener más o menos su misma edad.
Era bonita, con una nariz pequeña como un botón, relucientes dientes blancos, y un vestido veraniego que era lo bastante ajustado como para demostrar que nunca se perdía una clase de Pilates. Llevaba en las manos una bandeja llena de lo que parecían ser brownies caseros. Jessie no pudo evitar echarle una ojeada al enorme anillo de bodas que llevaba puesto. Relucía al sol de la tarde.
Casi sin pensar, Jessie se puso a trazar un perfil de la mujer: treinta y pocos años; se casó pronto; dos, quizá tres niños; ama de casa que ha tenido mucha ayuda; curiosa, pero sin malicia.
“Hola,” dijo la mujer con voz alegre. “Soy Kimberly Miner, tu vecina de enfrente. Solo quería daros la bienvenida al vecindario. Espero no molestaros.”
“Hola, Kimberly,” contestó Jessie con su voz más amigable de vecina nueva. “Yo soy Jessie Hunt. Lo cierto es que acabamos de meter la última caja hace un par de minutos así que esto es muy oportuno. Y es tan dulce por tu parte, ¡literalmente! ¿Son brownies?”
“Así es,” dijo Kimberly, entregándole la bandeja. Jessie observó cómo pretendía intencionadamente no mirar la cerveza que tenía en la mano. “Son algo así como mi especialidad.”
“Pues entonces entra y come uno,” le ofreció Jessie, a pesar de que era lo último que quería en este instante. “Lamento que la casa esté hecha un lío, al igual que Kyle y yo. Llevamos todo el día sudando. Lo cierto es que él está buscando una camiseta limpia ahora mismo. ¿Te gustaría algo de beber? ¿Agua? Gatorade. ¿Una cerveza?”
“No, gracias. No quiero molestar. Seguramente ni siquiera sabes en qué caja están las copas ahora mismo. Me acuerdo del proceso de la mudanza. Nos llevó meses. ¿De dónde venís?”
“Oh, estábamos viviendo en D. T. L. A.,” dijo Jessie, y al ver la expresión confusa en la cara de Kimberly, añadió: “Oh, eso es el centro urbano de Los Ángeles. Teníamos un apartamento en el distrito de South Park.”
“Oh, vaya, gente de ciudad,” dijo Kimberly, riéndose un poco de su bromita. “¿Qué os ha traído a Orange County y a nuestra pequeña comunidad?”
“Kyle trabaja para una empresa de gestión de patrimonios,” explicó Jessie. “Abrieron una oficina satélite aquí este año que se expandió hace poco. Es algo muy importante para ellos porque PFG es una empresa bastante conservadora. Así que le preguntaron si quería encargarse de ella. Supusimos que era buen momento para un cambio porque estamos pensando en comenzar una familia.”
“Oh, con el tamaño de esta casa, supuse que ya teníais hijos,” dijo Kimberly.
“No—solo somos optimistas,” respondió Jessie, intentando ocultar la repentina vergüenza que le sorprendió sentir. “¿Tú tienes hijos?”
“Dos. Nuestra hija tiene cuatro años y mi hijo tiene dos. Lo cierto es que voy a pasar a recogerles de la guardería en unos minutos.”
Kyle llegó y le rodeó la cintura a Jessie con el brazo mientras extendía la otra mano para estrechar la de Kimberly.
“Hola,” dijo con calidez.
“Hola, bienvenidos,” respondió ella. “Por favor, entre vosotros dos, vuestros futuros hijos van a ser unos gigantes. Me siento como una chiquilla junto a los dos.”
Se dio un breve e incómodo silencio mientras tanto Jessie como Kyle se preguntaban cómo responder.
“¿Gracias?” dijo por fin Kyle.
“Lo siento. Eso fue una grosería por mi parte. Soy Kimberly, vuestra vecina de esa casa,” dijo, señalando al otro lado de la calle.
“Encantado de conocerte, Kimberly. Soy Kyle Voss, el marido de Jessie.”
“¿Voss? Pensé que era Hunt.”
“Él es Voss,” explicó Jessie. “Y yo soy Hunt, al menos por el momento. He estado retrasando hacer el papeleo para cambiarlo.”
“Ya veo,” dijo Kimberly. “¿Cuánto tiempo lleváis casados?”
“Casi dos años,” dijo Jessie tímidamente. “Tengo un auténtico problema con la postergación. Puede que eso explique por qué sigo en la escuela.”
“Oh,” dijo Kimberly, obviamente aliviada de dejar atrás el delicado tema del apellido. “¿Qué estudias?”
“Psicología forense.”
“Vaya—eso suena emocionante. ¿Y cuánto te falta para ser una psicóloga oficialmente?”
“Bueno, me quedé algo rezagada,” dijo Jessie, procediendo a contar la historia obligada de todas las fiestas a las que había ido en los últimos dos años. “Empecé con psicología infantil cuando éramos estudiantes en la USC—allí es donde nos conocimos. Hasta estaba de becaria para mi Master cuando me di cuenta de que no podía con ello. Lidiar con los problemas emocionales de los niños suponía demasiado para mí. Así que cambié de especialidad.”
Intencionadamente, no dijo nada sobre los demás detalles de la razón por la que había dejado su puesto de becaria. Apenas había alguien que supiera sobre ello y, sin duda alguna, no se lo iba a contar a una vecina que acababa de conocer.
“Entonces, ¿te resulta menos perturbador tratar con la psicología de criminales que con niños?” preguntó Kimberly, confundida.
“Extraño, ¿verdad?” concedió Jessie.
“Te sorprenderías,” intervino Kyle. “Tiene este don para meterse en las mentes de los tipos malos. Con el tiempo, se va a convertir en una perfiladora excelente. Ya pueden andarse con cuidado todos los Hannibal Lecter en potencia.”
“De verdad,” dijo Kimberly, sonando realmente impresionada. “¿Has tenido que tratar con asesinos en serie y cosas así?”
“Todavía no,” admitió Jessie. “La mayoría de mi formación ha sido académica. Y con la mudanza, tuve que cambiar de universidad. Así que voy a hacer mis prácticas en UC-Irvine, comenzando este semestre. Este es el último así que me graduaré en diciembre.”
“¿Prácticas?” preguntó Kimberly.
“Es algo así como un puesto interino, pero con menos trabajo. Me asignarán a una prisión o a un hospital psiquiátrico, donde observaré e interactuaré con presos y pacientes. Es lo que he estado esperando durante mucho tiempo.”
“La oportunidad de mirar a los malvados a los ojos y ver lo que hay dentro de sus almas,” añadió Kyle.
“Puede que eso sea algo exagerado,” dijo Jessie dándole un codazo en bromas en el hombro. “Pero con el tiempo, sí.”
“Eso es muy emocionante,” dijo Kimberly, sonando genuinamente intrigada. “Estoy segura de que tendrás historias geniales que contar. A propósito, ¿dices que os conocisteis en la universidad?”
“En el dormitorio de los recién llegados,” dijo Kyle.
“Oh,” presionó Kimberly. “¿Os hicisteis amigos en la lavandería, o algo así?”
Kyle ojeó a Jessie y antes de que dijera una sola palabra, ella ya sabía que iba a meterse de lleno en la historia que acababan contando en todas las fiestas.
“Esta es la versión abreviada,” comenzó Kyle. “Éramos amigos, pero empezamos a salir a mitad del primer semestre después de que un idiota le dejara plantada. A él le echaron de la universidad, supongo que no por el hecho de dejarla tirada. Aun así, creo que se libró de un buen lío. Salimos juntos durante un año, y después nos fuimos a vivir juntos. Hicimos eso durante otro año antes de comprometernos. Entonces nos casamos diez meses después. Vamos a cumplir dos años de éxtasis matrimonial en octubre.”
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