Morgan Rice - Arena Uno. Tratantes De Esclavos

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Arena Uno. Tratantes De Esclavos: краткое содержание, описание и аннотация

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Si le gustó LOS JUEGOS DEL HAMBRE, le encantará ARENA UNO. --Allegra Skye, autora del Bestseller SavedDe Morgan Rice, escritora de DIARIO DE UN VAMPIRO, número uno en ventas, llega el primer libro de una nueva trilogía de ficción distópica. Nueva York. 2120. Estados Unidos ha sido diezmado, exterminado por la Segunda Guerra Civil. En este mundo post apocalíptico, los sobrevivientes son escasos. Y la mayoría de ellos son miembros de una pandilla violenta de predadores que vive en las grandes ciudades. Ellos patrullan la campiña buscando esclavos, nuevas víctimas para llevar a la ciudad, para su deporte mortal favorito: la Arena Uno. El estadio de la muerte, donde los adversarios son obligados a pelear hasta la muerte, de manera salvaje. Sólo hay una regla en la Arena: nadie sobrevive. Nunca. En lo más profundo del desierto, en las Montañas Catskill, Brooke Moore, de 17 años, logra sobrevivir, escondiéndose con su hermana menor, Bree. Ellas tienen el cuidado de evitar las pandillas de tratantes de esclavos que patrullan la campiña. Pero un día, Brooke no es tan cuidadosa como siempre, y atrapan a Bree. Los tratantes de esclavos se la llevan, rumbo a la ciudad, a lo que será una muerte segura.

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Me dirijo a la dirección donde vi a los ciervos, a unos treinta metros de distancia. Cuando lo encuentro, saco el cuchillo de caza de papá y lo mantengo a mi lado. Sé que es difícil que lo vea de nuevo, pero tal vez este animal, como yo, es un animal de costumbres. No hay manera de que yo sea lo suficientemente rápida como para perseguirlo, ni tengo la suficiente velocidad para abalanzarme -- ni tengo una pistola o cualquier arma de caza. Pero tengo una oportunidad, y me refiero a mi cuchillo. Siempre he estado orgullosa de mi capacidad de dar en el banco a veintisiete metros de distancia. Lanzar el cuchillo era una de mis habilidades, de las que mi papá siempre parecía estar asombrado -- por lo menos lo suficientemente impresionado como para no tratar de corregirme ni de mejorarme. En cambio, se adjudicaba el crédito, diciendo que mi talento era gracias a él. Pero, en realidad, él no podía lanzar ni medio cuchillo tan bien como yo.

Me arrodillo en el lugar en el que estuve antes, escondiéndome detrás de un árbol, mirando la meseta, con el cuchillo en la mano, esperando. Rezando. Todo lo que oigo es el sonido del viento.

Imagino lo que voy a hacer si veo al ciervo: me voy a levantar poco a poco, apuntaré, y lanzaré el cuchillo. Creo que la primera vez voy a apuntar a su ojo, pero luego decidiré apuntar a su garganta: si fallo por algunos centímetros, entonces todavía habrá una oportunidad de clavarlo en algún otro lugar. Si mis manos no están demasiado congeladas, y si tengo tino, imagino que tal vez, sólo tal vez, podré herirlo. Pero me doy cuenta de que todo es un gran "tal vez".

Los minutos pasan. Me parecen diez, veinte, treinta... El viento cesa, a continuación, vuelve a haber ráfagas, y mientras eso sucede, siento los finos copos de nieve que soplan en los árboles y caen en mi cara. A medida que pasa más tiempo, siento más frío, estoy más entumecida, y empiezo a preguntarme si esto es una mala idea. Pero siento otro dolor agudo por hambre, y sé que tengo que intentarlo. Voy a necesitar toda la proteína que pueda obtener para poder hacer esta mudanza, sobre todo si voy a empujar esa motocicleta cuesta arriba.

Después de casi una hora de espera, estoy completamente congelada. Me pregunto si debo darme por vencida y bajar la montaña. Tal vez debería mejor tratar de pescar.

Decido levantarme y caminar, hacer circular mis extremidades y mantener mis manos ágiles; si tuviera que usarlas ahora, probablemente no serían útiles. Cuando me levanto, me duelen mis rodillas y espalda por la rigidez. Empiezo a caminar en la nieve, dando pequeños pasos. Me levanto y doblo mis rodillas, tuerzo la espalda a la izquierda y a la derecha. Vuelvo a meter el cuchillo en el cinturón, y luego froto mis manos una sobre otra, soplando sobre ellas una y otra vez, tratando de recuperar la sensación.

De repente, me congelo. A lo lejos, una ramita se quiebra y presiento que hay movimiento.

Me vuelvo lentamente. Allí, sobre la cima de la colina, aparece un ciervo. Da unos pasos lentamente, con vacilación, en la nieve, levantando suavemente sus cascos y bajándolos. Baja la cabeza, mastica una hoja, y después, cuidadosamente da otro paso hacia adelante.

Mi corazón late con emoción. Rara vez siento que mi papá está conmigo, pero hoy sí. Puedo oír su voz en mi mente: Tranquila. Respira lentamente. No dejes que sepa que estás aquí. Concéntrate. Si puedo abatir a este animal, será la comida – comida de verdad -- para Bree, Sasha y para mí - durante al menos una semana. Necesitamos esto.

Necesito dar unos cuantos pasos más en el claro y para tener una mejor visión de él: es un gran ciervo, que está como a unos veintisiete metros de distancia. Me sentiría mucho más segura si estuviera parada a unos nueve metros o incluso dieciocho. No sé si puedo pegarle a esta distancia. Si hiciera más calor, y si no se moviera, entonces sí. Pero mis manos están adormecidas, el ciervo se mueve, y hay muchos árboles estorbando. No lo sé. Lo que sé es que si fallo, nunca va a volver aquí otra vez.

Espero, analizándolo, con miedo de asustarlo. Desearía que se acercara más. Pero no parece querer hacerlo.

Me pregunto qué debo hacer. Puedo atacarla, acercándome lo más que pueda, luego tirarle. Pero eso sería una estupidez: después de apenas noventa centímetros, seguramente se iría corriendo. Me pregunto si debería tratar de acercarme sigilosamente. Pero dudo que va a funcionar. Con el menor ruido, se habrá ido.

Así que me quedo allí parada, indecisa. Doy un pequeño paso hacia adelante, me posiciono para lanzar el cuchillo, en caso de que sea necesario. Y ese pequeño paso fue un error.

Una ramita se quiebra bajo mis pies, y el ciervo levanta de inmediato su cabeza y se vuelve hacia mí. Nos miramos fijamente. Sé que me ve, y que está a punto de irse corriendo. Mi corazón late con fuerza, ya que sé que es mi única oportunidad. Mi mente queda petrificada.

Entonces me lanzo a la acción. Me agacho, agarro el cuchillo, doy un gran paso hacia adelante, y haciendo uso de todas mis habilidades, me estiro hacia atrás y lo lanzo, apuntando a su garganta.

El pesado cuchillo de la Infantería de Marina de papá, da vueltas en el aire repetidamente y rezo para que no choque antes contra un árbol. Verlo dar vueltas, reflejando la luz, es una cosa hermosa. En ese mismo momento, veo al ciervo girar y comenzar a correr.

Está demasiado lejos para que yo vea exactamente lo que sucede, pero un momento más tarde, juro que escuché el sonido del cuchillo entrando en la carne. Pero él huye, y no puedo saber si está herido.

Salgo detrás de él. Llego al lugar donde estaba, y me sorprende ver la sangre de color rojo brillante en la nieve. Mi corazón palpita, me siento animada.

Sigo el rastro de sangre, corriendo, corriendo, saltando sobre las rocas, y como a unos cuarenta y cinco metros lo encuentro, ahí está, derrumbado en la nieve, acostado de lado, con las patas teniendo espasmos. Veo el cuchillo clavado sobre su cuello. Exactamente en el lugar al que yo le apunté.

El ciervo está vivo todavía, y yo no sé cómo acabar con su dolor. Puedo sentir su sufrimiento, y me siento terrible. Quiero darle una muerte rápida y sin dolor, pero no sé cómo hacerlo.

Me arrodillo y extraigo el cuchillo, luego me inclino, y con un rápido movimiento, lo deslizo profundamente en su cuello, con la esperanza de que funcione. Momentos más tarde, la sangre sale a borbotones, y unos diez segundos después, finalmente, las patas del ciervo se quedan quietas. Sus ojos dejan de moverse, también, y por último, sé que está muerto.

Me levanto, miro hacia abajo, con el cuchillo en la mano, y me siento abrumada por la culpa. Me siento salvaje después de haber matado a una hermosa criatura, tan indefensa. En este momento, me es difícil pensar en cuánto necesitábamos este alimento, en la suerte que tuve de atraparlo. Todo lo que puedo pensar es que, tan sólo unos minutos antes, estaba tan vivo como yo. Y ahora está muerto. Miro hacia él ciervo que está perfectamente inmóvil en la nieve, y no puedo evitar sentirme avergonzada.

Ese fue el momento cuando lo escuché por vez primera. Primero hice caso omiso, supuse que debí estar escuchando cosas, porque simplemente no es posible. Pero después de unos momentos, se escuchó un poco más fuerte, más claro, y supe que era real. Mi corazón comienza a latir como loco cuando reconocí el ruido. Se trata de un ruido que he oído aquí antes, sólo una vez. Es el zumbido de un motor. El motor de un auto.

Me quedo ahí parada, con asombro, paralizada como para moverme siquiera. El motor se hace más fuerte, más claro, y sé que sólo puede significar una cosa. Son los tratantes de esclavos. Nadie más se atrevería a conducir hasta lo alto, ni tendría algún motivo para hacerlo.

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