—Estoy intrigada por cómo sabes todo esto —dijo la Viuda.
—Tengo un espía en Ishjemme —dijo Angelica, decidida a demostrar su utilidad. Si podía demostrar que todavía era útil, esto podría volverse a favor suyo—. Un noble de allí. Hace un tiempo que estoy en contacto con él.
—¿Así que conspiras con un poder extranjero? —preguntó la Viuda—. ¿Con una familia que no me tiene ningún cariño?
—No es eso —dijo Angelica—. Yo busco información. Y… puede que ya haya resuelto el problema con Sofía.
La Viuda no respondió a eso, sencillamente dejó un espacio en el que Angelica sentía que tenía que verter palabras antes que la reclamara.
—Endi ha mandado un asesino para que la mate —dijo Angelica—.Y yo he contratado a uno de los míos por si esto fallara. Aunque Sebastián llegara allí, no encontraría a Sofía esperándolo.
—No llegará allí —dijo la Viuda—. Ruperto lo ha metido en la cárcel.
—¿Lo ha metido en la cárcel? —dijo Angelica—. Usted debe…
—¡No me digas lo que debo hacer!
La Viuda bajó la mirada hacia ella y ahora Angelica sintió verdadero terror.
—Has sido una víbora desde el principio —dijo la Viuda—. Intentaste forzar al matrimonio a mi hijo con engaños. Buscaste progresar a costa de mi familia. Eres una mujer que contrata asesinos y espías, que mata a los que se le resisten. Mientras pensaba que podías apartar a mi hijo de ese apego engañado a esta chica, podía aguantar eso. Ya no.
—No es peor de lo que usted ha hecho —insistió Angelica. Tan pronto como lo dijo supo que era un error decirlo.
La Viuda inclinó la cabeza y las manos del guardia estiraron a Angelica bruscamente para que se pusiera de pie.
—Únicamente he actuado siempre como era necesario para conservar a mi familia —dijo la Viuda—. Cada muerte, cada compromiso fue para que otra persona ansiosa de poder no matara a mis hijos. Una persona como tú. Solo actúas para ti y morirás por ello.
—No —dijo Angelica, como si esa palabra tuviera el poder de detenerlo—. Por favor, puedo arreglarlo.
—Has tenido tus oportunidades —dijo la Viuda—. Si mi hijo no quiere casarse contigo por propia voluntad, no le obligaré a irse a la cama con una araña como tú.
—La Asamblea de los Nobles… mi familia…
—Oh, seguramente yo no puedo hacer que de verdad lleves la máscara de plomo por tus acciones —dijo la Viuda—, pero existen otras maneras. Tu prometido te acaba de abandonar. Tu reina acaba de hablarte con dureza. En retrospectiva, debería haber visto lo disgustada que estabas, lo frágil…
—No —dijo de nuevo Angelica.
La Viuda miró por encima de ella al guardia.
—Llévala al tejado y tírala de allí. Haz que parezca que se lanzó ella por el dolor de perder a Sebastián. Asegúrate de que no te vean.
Angelica intentó suplicar, intentó librarse, pero esas manos fuertes ya estaban tirando de ella hacia atrás. Hizo lo único que podía hacer y chilló.
Ruperto se sentía inquieto mientras caminaba por las calles de Ashton, hacia sus muelles. Debería haber estado cabalgando ante los gritos de un pueblo cariñoso, celebrando su victoria. Debería haber tenido a la gente común aclamando su nombre y lanzando flores. Debería haber habido mujeres a lo largo del trayecto ansiosas por lanzarse a él y hombres jóvenes celosos porque nunca podrán ser él.
En su lugar, solo había calles húmedas y gente dedicándose a los deprimentes asuntos a los que los campesinos se dedican cuando no están aclamando a sus superiores.
—Su alteza, ¿está todo bien? —preguntó Sir Quentin Mires. Caminaba como uno de la docena de soldados que habían sido escogidos para acompañarlo, probablemente para asegurarse de que llegaba al barco sin perderse. Probablemente con órdenes de conseguir el paradero de Sebastián antes de que marchara. No estaba ni tan solo cerca de eso. Ni tan solo bastaba para un guardia de honor, realmente no.
—No, Sir Quentin —dijo Ruperto—. No está todo bien.
En ese instante, él debería haber sido el héroe. Él había detenido la invasión sin ayuda de nadie, mientras su madre y su hermano habían sido demasiado cobardes para hacer lo que era necesario. Él había sido el príncipe que el reino había necesitado en ese momento, ¿y qué estaba recibiendo por ello?
—¿Cómo son las Colonias Cercanas? —preguntó.
—Me han dicho que sus islas varían, su alteza —dijo Sir Quentin—. Algunas son rocosas, algunas son arenosas, otras tienen ciénagas.
—Ciénagas —repitió Ruperto—. Mi madre me ha mandado a ayudar a gobernar unas ciénagas.
—Me han dicho que allí hay una gran variedad de fauna —dijo Sir Quentin—. Algunos de los hombres de ciencias naturales del reino han pasado años allí con la esperanza de hacer descubrimientos.
—¿Así que son ciénagas infestadas? —dijo Ruperto—. ¿Sabes que no lo estás mejorando, Sir Quentin? —Decidió hacer preguntas importantes, para comprobar las cosas de primera mano mientras caminaban—. ¿Hay buenas casas de juego allí? ¿Cortesanas famosas? ¿Bebidas destacadas de la región?
—Me han dicho que el vino es…
—¡A la mierda con el vino! —contestó bruscamente Ruperto, incapaz de evitarlo. Normalmente, recordar ser el príncipe dorado que todo el mundo esperaba se le daba mejor—. Discúlpeme, Sir Quentin, pero la calidad del vino o la abundante fauna no compensarán el hecho que yo esté exiliado en todo menos en nombre.
El hombre hizo una reverencia con la cabeza.
—No, su alteza, por supuesto que no. Usted merece algo mejor.
Esa era una declaración tan evidente como inútil. Por supuesto que merecía algo mejor. Él era el mayor de los príncipes y el legítimo heredero al trono. Merecía todo lo que su reino pudiera ofrecer.
—Estoy tentado a decirle a mi madre que no voy a ir —dijo Ruperto. Echó un vistazo a Ashton. Nunca hubiera pensado que echaría de menos una ciudad apestosa y sucia como esta.
—Eso podría ser… imprudente, su alteza —dijo Sir Quentin, con esa voz especial que tenía que seguramente significaba que estaba intentando evitar llamar idiota a Ruperto. Seguramente pensaba que Ruperto no se daba cuenta. La gente tenía tendencia a pensar que era estúpido, hasta que era demasiado tarde.
—Lo sé, lo sé —dijo Ruperto—. Si me quedo, me arriesgo a la ejecución. ¿Realmente piensas que mi madre me ejecutaría?
La pausa mientras Sir Quentin buscaba las siguientes palabras fue demasiado larga.
—Lo piensa. Realmente piensas que mi madre ejecutaría a su propio hijo.
—Tiene cierta reputación por… la crueldad —puntualizó el cortesano. Sinceramente, ¿no era así como los hombres con contactos en la Asamblea de los Nobles hablaban siempre?—. Y aunque realmente no llevara a cabo su ejecución, los que estuvieran a su alrededor podrían ser… vulnerables.
—Oh, es su propio pellejo lo que le preocupa —dijo Ruperto. Eso tenía más sentido para él. Pensaba que la gente, en su mayoría, miraba por sus propios intereses, Esta era una lección que había aprendido pronto—. Hubiera pensado que sus contactos en la Asamblea lo mantendrían a salvo, especialmente después de una victoria como esta.
Sir Quentin encogió los hombros.
—Tal vez dentro de uno o dos meses. Ahora tenemos el apoyo. Pero por el momento, todavía están hablando de la extralimitación del poder real, sobre que usted actuó sin su consentimiento. En el tiempo que les llevaría cambiar de opinión, un hombre podría perder la cabeza.
Sir Quentin podría perder la suya de todos modos si insinuaba que, de algún modo, Ruperto necesitaba permiso para hacer lo que quisiera. ¡Él era el hombre que se convertiría en rey!
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