Se quedó quieta mientras las cosas a su alrededor cambiaban, convirtiéndose en una especie de paisaje gris y borroso ahora que Siobhan no le estaba dando forma para engañarla. Había un leve destello de plata a lo lejos que podría haber sido el camino seguro, pero estaba tan lejos que también podría no haber estado allí.
Unas siluetas empezaron a salir de la neblina. Catalina reconoció las caras de las personas a las que ella había matado: monjas y soldados, el maestro de entrenamiento de Lord Cranston y los hombres del Maestro de los Cuervos. Sabía que eran solo imágenes más que fantasmas, pero eso no hacía nada por reducir el miedo que la atravesaba como un hilo, haciendo que su mano temblara y que la espada que llevaba pareciera inútil.
Gertrude Illiard estaba allí de nuevo, sujetando una almohada.
—Yo voy a ser la primera —prometió—. Voy a asfixiarte como tú me asfixiaste a mí, pero no morirás. Aquí no. No importa lo que te hagamos, no morirás, aunque lo supliques.
Catalina los miró y cada uno de ellos llevaba algún tipo de herramienta, ya fuera un cuchillo o un látigo, una espada o una cuerda de estrangular. Cada uno de ellos parecía ansiar hacerle daño y Catalina sabía que se echarían encima de ella sin piedad tan pronto como pudieran.
Ahora veía que el escudo se desvanecía, haciéndose más translúcido. Catalina agarró su espada con más fuerza y se preparó para lo que estaba por llegar.
Emelina seguía a Asha, Vincente y los demás a través de los páramos de más allá de Strand, sujetando el antebrazo de Cora para no perderse la una a la otra en las neblinas que se alzaban en los páramos.
—Lo conseguimos —dijo Emelina—. Encontramos el Hogar de Piedra.
—Creo que el Hogar de Piedra nos encontró a nosotros —puntualizó Cora.
Esa era una opinión justa, dado que los habitantes del lugar las habían rescatado de la ejecución. Emelina todavía recordaba el calor ardiente de las piras si cerraba los ojos, el hedor punzante del humo. No quería hacerlo.
—También —dijo Cora— creo que para encontrar un lugar, tienes que poderlo ver.
«Me gusta tu mascota» —le respondió Asha, adelantándose a ellos— «¿Siempre habla tanto?»
La mujer que parecía ser uno de los líderes del Hogar de Piedra dio largos pasos, arrastrando su larga capa y con su amplio sombrero no dejaba pasar la humedad.
«No es mi mascota» —le mandó Emelina. Pensó en decirlo en voz alta por Cora, pero fue por ella que no lo hizo.
«¿Por qué otra cosa iba alguien a tener a uno de los Normales por aquí?» —preguntó Asha.
—Ignora a Asha —dijo Vincente, en voz alta. Era lo suficientemente alto para alzarse imponente pero, a pesar de eso y de la espada en forma de cuchillo de carnicero que llevaba, parecía el más amable de los dos—. Tiene problemas para creer que los que no tienen nuestros dones pueden ser parte de nuestra comunidad. Por suerte, no todos nosotros lo sentimos así. En cuanto a la neblina, es una de nuestras protecciones. Los que buscan el Hogar de Piedra para dañarlo deambulan sin encontrarlo. Se pierden.
—Y nosotros podemos cazar a los que vinieron a hacernos daño —dijo Asha, con una sonrisa que no era del todo tranquilizadora—. Sin embargo, ya casi estamos allí. Pronto se levantará.
Lo hizo, y fue como meterse en una amplia isla cercada por la neblina, la tierra surgió de ella en una amplia extensión que fácilmente era más grande de lo que era Ashton. No porque estuviera abarrotada de casas como lo estaba la ciudad. En su lugar, la mayor parte parecía ser tierra de pasto, o terrenos donde la gente trabajaba para cultivar verduras. Dentro del perímetro de la tierra de cultivo había un muro de piedra seca que llegaba hasta el hombro de una persona, colocado delante de una zanja que la convertía en una estructura de defensa en lugar de solo un poste indicador. Emelina sintió un leve destello de poder y se preguntó si había algo más en él.
En su interior, había una serie de casas de piedra y turba: cabañas bajas con tejados de turba y pasto, casas redondas que parecía que siempre habían estado allí. En el centro de todo esto había un círculo de piedra parecido a los otros que había en la llanura, solo que este era más grande y estaba lleno de gente.
Por fin habían encontrado el Hogar de Piedra.
—Vamos —dijo Asha, caminando rápidamente hacia él—. Haremos que os sintáis cómodas. Me aseguraré de que nadie os confunde con un invasor y os mata.
Emelina la observó y después miró a Vincente.
—¿Siempre es así? —preguntó.
—Normalmente es peor —dijo Vincente—. Pero ayuda a protegernos. Venga, deberíais ver vuestro nuevo hogar vosotras dos.
Bajaron hacia la aldea construida de piedra, los demás fueron tras ellos o partieron para correr a hablar con amigos.
—Parece un lugar muy hermoso —dijo Cora. Emelina se alegró de que le gustara. No estaba segura de lo que hubiera hecho si su amiga hubiera decidido que el Hogar de Piedra no era el santuario que esperaba.
—Lo es —le dio la razón Vincente—. No estoy seguro de quién lo fundó, pero rápidamente se convirtió en un lugar para aquellos como nosotros.
—Aquellos con poderes —dijo Emelina.
Vincente encogió los hombros.
—Eso es lo que dice Asha. Personalmente, prefiero pensar en él como en un lugar para todos los desfavorecidos. Las dos sois bienvenidas aquí.
—¿Tan sencillo como eso? —preguntó Cora.
Emelina imaginaba que sus sospechas tenían mucho que ver con las cosas que se habían encontrado en el camino. Parecía que casi todo el mundo que se habían encontrado había estado decidido a robarles, esclavizarlas o algo peor. Debía confesar que podría haber compartido muchas, solo que eran gente como ella en muchos aspectos. Quería poder confiar en ellos.
—Los poderes de tu amiga dejan claro que es una de los nuestros, mientras que tú… ¿eras una de las criadas ligadas por contrato?
Cora asintió.
—Sé lo que es eso —dijo Vincente—. Yo crecí en un lugar donde me decían que tenía que pagar por mi libertad. Igual que Asha. Pagó por ella con sangre. Es por eso que es cautelosa para confiar en los demás.
Emelina se puso a pensar en Catalina al oír eso. Se preguntaba que habría pasado con la hermana de Sofía. ¿Habría conseguido encontrar a Sofía? ¿Iba también de camino al Hogar de Piedra, o estaba intentando encontrar el camino a Ishjemme para estar con ella? No había manera de saberlo, pero Emelina tenía esperanzas.
Bajaron hasta la aldea, detrás de Vincente. A primera vista, podría haber parecido una aldea normal pero, cuando miró más de cerca, Emelina vio las diferencias. Vio las runas y las marcas de hechizo trabajadas en la piedra y la madera de los edificios, sentía la presión de docenas de personas con talento para la magia en el mismo lugar.
—Esto es muy tranquilo —dijo Cora.
Puede que a ella le pareciera tranquilo, pero para Emelina, el aire estaba animado con el parloteo de la gente mientras se comunicaban mente a mente. Aquí parecía tan común como hablar en voz alta, tal vez incluso más.
También había otras cosas. Ya había visto lo que el curandero, Tabor, podía hacer, pero había quien usaba otros talentos. Un chico parecía jugar a un juego de copa y pelota sin tocarlo. Un hombre parecía chisporrotear luces en tarros de cristal, pero parecía no haber ningún encendido involucrado. Incluso había un herrero trabajando sin fuego, el metal parecía responder a su contacto como algo vivo.
—Todos tenemos nuestros dones —dijo Vincente—. Hemos acumulado conocimiento, para poder ayudar a los que tienen poder a manifestarlo todo lo que puedan.
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