—¿Piensas que estoy aquí para reclamar el trono? —preguntó Lucas. Negó con la cabeza—. Me enseñaron a ser un noble, lo mejor que pudieron. También me enseñaron que no hay nada más importante que la familia. Por eso vine.
Sofía podía sentir su sinceridad a pesar de que Jan no lo hiciera. Para ella era suficiente –más que suficiente. La ayudaba a sentirse… segura. Ella y Catalina habían confiado la una en la otra durante demasiado tiempo. Ahora, había una extensa colección de primos, su tío… y un hermano. Sofía no podía expresar la sensación que eso daba de que su mundo se había extendido.
Lo único que lo haría mejor era que Sebastián estuviera allí. Esa ausencia parecía un agujero en el mundo que no se podía llenar.
—O sea —dijo Lucas—, ¿el padre de tu hijo es el hijo de la mujer que ordenó que mataran a nuestros padres?
—¿Piensas que eso complica demasiado las cosas? —preguntó Sofía.
Lucas le contestó medio encogiendo los hombros.
—Complicado, sí. ¿Demasiado complicado? Eso lo tienes que decir tú. ¿Por qué no está aquí él?
—No lo sé —confesó Sofía—. Me gustaría que estuviera.
Por fin, llegaron al castillo y se dirigieron al recibidor. Las noticias de la llegada de Lucas se les debían haber adelantado, pues todos los primos estaban en el recibidor, incluso Rika, que tenía una venda para tapar la herida en la cara que había recibido defendiendo a Sofía. Sofía se dirigió primero a ella y le cogió las manos.
—¿Estás bien? —preguntó.
—¿Y tú? —replicó Rika—. ¿Y el bebé?
—Todo está bien —la tranquilizó. Miró alrededor—. ¿Catalina está aquí?
Ulf negó con la cabeza.
—Frig y yo no la hemos visto hoy.
Hans tosió.
—No podemos esperar. Tenemos que entrar. Padre está esperando.
Hizo que pareciera serio, pero entonces, Sofía recordó cómo había sido cuando ella llegó allí, y lo precavida que había sido la gente con ella. En Ishjemme, eran muy prudentes con la gente que aseguraba ser uno de ellos. Sofía se sentía casi tan nerviosa estando allí esperando a que las puertas se abrieran como lo había estado la primera vez, cuando había sido ella la que reclamaba su herencia.
Lars Skyddar estaba delante del asiento ducal, esperándolos con gesto serio como si estuviera preparado para recibir a un embajador. Sofía tenía la mano entrelazada con la de su hermano mientras avanzaban, a pesar de que eso provocó una mueca de confusión de su tío.
—Tío —dijo Sofía—, este es Lucas. Es el que vino de las Tierras de la Seda. Es mi hermano.
—Le he dicho que eso no es posible —dijo Jan—. Que…
Su tío alzó una mano.
—Había un niño. Pensaba… me dijeron, incluso a mí, que murió.
Lucas dio un paso adelante.
—No morí. Estaba escondido.
—¿En las Tierras de la Seda?
—Con el Oficial Ko —dijo Lucas.
El nombre pareció bastar para el tío de Sofía. Dio un paso adelante y le brindó a Lucas el mismo abrazo aplastante e inmenso que le había dado a Sofía cuando la reconoció.
—Pensé que ya me habían bendecido lo suficiente con el regreso de mis sobrinas —dijo—. No pensaba que podría tener un sobrino también. ¡Debemos celebrarlo!
Parecía evidente que debía haber un banquete, e igual de evidente que no había tiempo para prepararlo, lo que significaba que casi a la vez, había sirvientes corriendo casi en todas direcciones, intentando preparar las cosas. Casi parecía que Sofía y Lucas se habían convertido en el punto inmóvil del centro de todo aquello, allí de pie mientras incluso sus primos corrían alrededor intentando preparar cosas.
«¿Las cosas siempre son así de caóticas?» —preguntó Lucas, mientras media docena de sirvientes pasaban corriendo por delante con bandejas.
«Creo que solo cuando hay un nuevo miembro de la familia» —le devolvió Sofía. Se quedó quieta, preguntándose si debía hacer la siguiente pregunta.
—Sea lo que sea, pregúntalo —dijo Lucas—. Sé que tiene que haber cosas que necesitas saber.
—Antes dijiste que te criaron unos tutores —dijo Sofía—. ¿Eso significa que… mis, nuestros, padres no están en las Tierras de la Seda?
Lucas negó con la cabeza.
—Al menos, no que yo pudiera descubrir. He estado buscando desde que llegué a la mayoría de edad.
—¿Tú también has estado buscándolos? ¿Tus tutores no sabían dónde estaban? —preguntó Sofía. Suspiró—. Lo siento. Parece que no esté feliz de haber ganado un hermano. Lo estoy. Estoy muy feliz de que estés aquí.
—¿Pero sería perfecto si estuviéramos todos? —supuso Lucas—. Lo comprendo, Sofía. Yo he ganado dos hermanas, y primos… pero también estoy muy ávido de tener padres.
—No creo que eso cuente como avaricia —dijo Sofía con una sonrisa.
—Tal vez, tal vez no. El Oficial Ko decía que las cosas son como son, y el dolor viene de desear otra cosa. Para ser justos, normalmente lo decía mientras bebía vino y le masajeaban con los mejores aceites.
—Pero ¿sabes alguna cosa sobre nuestros padres y a dónde fueron? —preguntó Sofía.
Lucas asintió.
—No sé a dónde fueron —dijo—. Pero sé cómo encontrarlos.
Catalina abrió los ojos mientras la luz cegadora se debilitaba e intentó entender dónde estaba y qué había sucedido. La última cosa que recordaba era que había estado luchando para abrirse camino hacia una imagen de la fuente de Siobhan y había clavado su espada en la bola de energía que la había unido a la bruja como aprendiza. Ella había cortado ese vínculo. Había ganado.
Ahora, parecía que estaba al aire libre, sin ningún rastro de la cabaña de Haxa o de las cuevas que había detrás. Se parecía solo un poco a las partes del paisaje de Ishjemme que ella había visto, pero los campos llanos y las explosiones de bosque podrían haber estado allí. Eso esperaba Catalina. La alternativa era que la magia la hubiera transportado a algún rincón del mundo que ella no conocía.
A pesar de la rareza de estar en un lugar que no conocía, Catalina se sentía libre por primera vez en mucho tiempo. Lo había conseguido. Había luchado contra todo lo que Siobhan, y su propia mente, le habían puesto en el camino, y se había librado de la opresión de la bruja. Al lado de esto, encontrar el camino de vuelta al castillo de Ishjemme parecía algo fácil.
Catalina escogió una dirección al azar y partió, caminando a pasos regulares.
Continuaba avanzando, intentando pensar en qué haría con su recién descubierta libertad. Evidentemente, protegería a Sofía. Eso por descontado. Ayudaría a criar a su sobrinita o sobrinito cuando llegara. Tal vez podría ir a buscar a Will, aunque con la guerra eso podría ser difícil. Y encontraría a sus padres. Sí, eso parecía una cosa buena que hacer. Sofía no iba a poder deambular por el mundo en su busca a medida que avanzaba su embarazo, pero Catalina sí que podía.
—Primero tengo que descubrir dónde estoy —dijo. Miró a su alrededor, pero aún no había puntos de referencia que reconociera. Sin embargo, había una mujer un poco más lejos en un campo, doblada sobre un rastrillo mientras sacaba malas hierbas. Tal vez ella podría ayudar.
—¡Hola! —gritó Catalina.
La mujer alzó la vista. Era mayor, con la cara arrugada por tantas estaciones trabajando allá fuera. Para ella, Catalina seguramente tenía el aspecto de una especie de bandida o ladrona, armada como estaba. Aun así, sonrió mientras Catalina se acercaba. La gente era amable en Ishjemme.
—Hola, querida —dijo—. ¿Me dirás cómo te llamas?
—Me llamo Catalina —Y, como eso no parecía suficiente, y como ahora sí que podía asegurarlo—: Catalina Danse, hija de Alfredo y Cristina Danse.
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