Morgan Rice - Una Joya para La Realeza

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La imaginación de Morgan Rice no tiene límites. En una serie que promete ser tan entretenida como las anteriores, UN TRONO PARA LAS HERMANAS nos presenta la historia de dos hermanas (Sofía y Catalina), huérfanas, que luchan por sobrevivir en el cruel y desafiante mundo de un orfanato. Un éxito inmediato. ¡Casi no puedo esperar a hacerme con el segundo y tercer libros! Books and Movie Reviews (Roberto Mattos) De la #1 en ventas Morgan Rice viene una nueva e inolvidable serie de fantasía. En UNA JOYA PARA LA REALEZA (Un trono para las hermanas-Libro cinco), Sofía, de 17 años, se entera de que Sebastián, su amor, está encarcelado y listo para ser ejecutado. ¿Lo arriesgará todo por amor?Su hermana Catalina, de 15 años, lucha para escapar del poder de la bruja – pero puede que este sea muy fuerte. Catalina puede verse forzada a pagar el precio por el trato que hizo -y a vivir una vida que no quiere. La Reina está furiosa con Lady D’Angelica por haber fallado en enamorar a su hijo, Sebastián. Está dispuesta a sentenciarla a la Máscara de Plomo. Pero Lady D’Angelica tiene sus propios planes y no cederá tan fácilmente. Cora y Emelina finalmente llegan al Hogar de Piedra – y lo que encuentran allí las deja atónitas. Pero lo más sorprendente de todo es el hermano de Sofía y Catalina, un hombre que cambiará sus destinos para siempre. ¿Qué secreto guarda sobre sus padres perdidos hace tiempo?UNA JOYA PARA LA REALEZA (Un trono para las hermanas-Libro cinco) es el quinto libro de una nueva y sorprendente serie de fantasía llena de amor, desamor, tragedia, acción, aventura, magia, espadas, brujería, dragones, destino y un emocionante suspense. Un libro que no podrás dejar, lleno de personajes que te enamorarán y un mundo que nunca olvidarás. Pronto saldrá el libro#6 de la serie. poderoso principio para una serie mostrará una combinación de enérgicos protagonistas y desafiantes circunstancias para implicar plenamente no solo a los jóvenes adultos, sino también a admiradores de la fantasía para adultos que buscan historias épicas avivadas por poderosas amistades y rivales. Midwest Book Review (Diane Donovan)

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—Te hubiera gustado nuestra amiga Sofía —dijo Cora—. Parecía tener todo tipo de poderes.

—Los individuos verdaderamente poderosos son raros —dijo Vincente—. Los que parecen más fuertes a menudo son los más limitados.

—Y, sin embargo, conseguís reunir una neblina que se extiende unos kilómetros alrededor —remarcó Emelina. Sabía que eso requería más que una cantidad limitada de poder. Mucho más.

—Lo hacemos juntos —dijo Vincente—. Si te quedas, seguramente contribuirás a ello, Emelina.

Señaló hacia el círculo que había en el centro de la aldea, donde había unos tipos sentados en asientos de piedra. Emelina podía sentir el crujido del poder allí, a pesar de que parecía que lo más extenuante que estaban haciendo era mirar fijamente. Mientras ella miraba, uno de ellos se levantó, con aspecto de estar agotado y otro aldeano fue a ocupar su lugar.

Emelina no había pensado en ello. Los más poderosos conseguían su poder canalizando la energía de otros lugares. Había oído hablar de brujas que robaban las vidas de la gente, mientras que Sofía parecía conseguir el poder de la misma tierra. Incluso parecía lógico, dado quién era. Sin embargo, esta… esta era una aldea entera de aquellos con poder canalizándolo juntos para convertirse en más que la suma de sus partes. ¿Cuánto poder podrían generar de esa forma?

—Mira, Cora —dijo, señalando—. Están protegiendo toda la aldea.

Cora la miró fijamente.

—Eso es… ¿cualquiera puede hacerlo?

—Cualquiera con una pizca de poder —dijo Vincente—. Si alguien normal lo hiciera, o no pasaría nada o…

—¿O? —preguntó Emelina.

—Podrían succionarles la vida. No es seguro intentarlo.

Emelina vio el malestar de Cora al oírlo, pero no pareció durar. Estaba demasiado ocupada mirando alrededor de la aldea como si estuviera intentando entender cómo funcionaba todo esto.

—Venid —dijo Vincente—. Hay una casa vacía en esta dirección.

Las guió hasta una cabaña con las paredes de piedra que no era muy grande, pero aun así parecía lo suficientemente grande para ellas dos. La puerta chirrió cuando Vincente la abrió, pero Emelina imaginaba que podía arreglarse. Si podía aprender a guiar un barco o un carro, podía aprender a arreglar una puerta.

—¿Qué haremos aquí? —preguntó Cora.

Vincente sonrió al oírlo.

—Viviréis. Nuestras granjas proporcionan suficiente comida y la compartimos con cualquiera que ayude a trabajar en la aldea. La gente contribuye con aquello en lo que son aptos para contribuir. Los que pueden trabajar el metal o la madera lo hacen para construir o para vender. Los que saben luchar trabajan para proteger la aldea, o para cazar. Encontramos una utilidad para cualquier talento.

—He pasado la vida aplicando maquillaje a los nobles mientras se preparan para las fiestas —dijo Cora.

Vincente encogió los hombros.

—Bueno, estoy seguro de que encontrarás algo. Y aquí también hay celebraciones. Encontrarás un modo de encajar.

—¿Y si quisiéramos irnos? —preguntó Cora.

Emelina miró a su alrededor.

—¿Por qué alguien iba a quererse ir? Vosotras no queréis, ¿verdad?

Entonces hizo lo impensable y hurgó en la mente de su amiga sin preguntar. Allí podía sentir sus dudas, pero también la esperanza de que todo esto saldría bien. Cora realmente quería poderse quedar. Sencillamente no quería sentirse como un animal enjaulado. No quería estar otra vez atrapada. Emelina lo podía entender, pero aun así, se relajó. Cora iba a quedarse.

—Yo no —dijo Cora— pero… necesito saber que todo esto no es una trampa, o una prisión. Necesito saber que no vuelvo a ser una sirvienta ligada por contrato en todo menos en el nombre.

—No lo eres —dijo Vincente—. Esperamos que te quedes, pero si decides marchar, solo pedimos que guardes nuestros secretos. Esos secretos protegen el Hogar de Piedra, más que la neblina, más que nuestros guerreros. Ahora, me iré para que os instaléis. Cuando estéis listas, venid al edificio circular del centro de la aldea. Allí Flora lleva el comedor y habrá comida para las dos.

Se fue, lo que significó que Emelina y Cora pudieron echar un vistazo a su nuevo hogar.

—Es pequeña —dijo Emelina—. Sé que tú vivías en un palacio.

—Yo vivía en cualquier rincón del palacio que encontraba para dormir —puntualizó Cora—. Comparada con una alacena o una hornacina vacía, esto es enorme. Pero necesitará trabajo.

—Podemos trabajar —dijo Emelina, mirando ya las posibilidades—. Atravesamos medio reino. Podemos hacer una cabaña mejor en la que vivir.

—¿Piensas que Catalina o Sofía alguna vez vendrán aquí? —preguntó Cora.

Emelina se había estado haciendo casi la misma pregunta.

—Creo que Sofía va a estar ocupada en Ishjemme —dijo—. Con suerte, realmente encontró a su familia.

—Y tú encontraste a la tuya, en cierto modo —dijo Cora.

Eso era cierto. Puede que la gente que había allí no fueran realmente sus familiares, pero lo parecían. Habían experimentado el mismo odio en el mundo, la misma necesidad de esconderse. Y ahora, estaban allí el uno por el otro. Era lo más cercano a una definición de familia que Emelina había encontrado.

Eso también convertía a Cora en familia. Emelina no quería que ella lo olvidara.

Emelina la abrazó.

—Creo que esto puede ser una familia para las dos. Es un lugar donde las dos podemos ser libres. Es un lugar donde las dos podemos estar a salvo.

—Me gusta la idea de estar a salvo —dijo Cora.

—A mí me gusta la idea de ya no tener que atravesar el reino andando en busca de este lugar —respondió Emelina. A estas alturas ya estaba harta de estar de camino. Alzó la vista—. Tenemos un techo.

Después de tanto tiempo de viaje, incluso eso parecía un lujo.

—Tenemos un techo —le dio la razón Cora—. Y una familia.

Se hacía extraño poder decirlo después de tanto tiempo. Era suficiente. Más que suficiente.

CAPÍTULO CUATRO

La Reina Viuda María de la Casa de Flamberg estaba sentada en sus recibidores y luchaba por contener la furia que amenazaba con consumirla. Furia por el bochorno del día anterior, furia por el modo en que su cuerpo la traicionaba, haciéndola toser sangre en un pañuelo de encaje incluso ahora. Sobre todo, furia por unos hijos que no hacían lo que se les decía.

—El Príncipe Ruperto, su majestad —anunció un sirviente, cuando el hijo mayor entraba haciendo aspavientos en el recibidor, pareciendo esperar exactamente alabanzas por todo lo que había hecho.

—¿Va a felicitarme por mi victoria, Madre? —dijo Ruperto.

La Viuda adoptó su tono más frío. Era lo único que la frenaba de gritar ahora mismo.

—Es costumbre hacer una reverencia.

Al menos eso bastó para que Ruperto parara de golpe y la mirara fijamente con una mezcla de sorpresa y rabia antes de intentar una breve reverencia. Bueno, hagamos que recuerde quién todavía mandaba aquí. Parecía haberlo olvidado por completo en los últimos días.

—Así que quieres que yo te felicite, ¿verdad? —preguntó la Viuda.

—¡Gané yo! —insistió Ruperto—. Yo hice retroceder la invasión. Yo salvé al reino.

Lo dijo como si fuera un caballero que vuelve de una gran cruzada en los viejos tiempos. Bueno, tiempos como estos habían pasado hacía mucho.

—Siguiendo tu propio plan temerario en lugar del que se acordó —dijo la Viuda.

—¡Funcionó!

La Viuda hacía un esfuerzo por contener su mal genio, al menos por ahora. Sin embargo, a cada segundo se hacía más difícil.

—¿Y piensas que la estrategia que yo escogí no hubiera funcionado? —preguntó—. ¿Piensas que no hubieran colisionado contra nuestras defensas? ¿Piensas que debería estar orgullosa de la matanza que ocasionaste?

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