Robert H. Benson - La invisible luz

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Un sacerdote anciano cuenta historias de visiones, fantasmas y espíritus, vistos con una mirada creyente. Lo sobrenatural que irrumpe en lo natural dándole un nuevo sentido. La obra reclama el reconocimiento de la verdad sobrenatural, facultad que el protagonista disfruta de forma extraordinaria pero que el autor reclama como común a todo ser humano con una vida espiritual coherente.

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3 El águila de sangreEsto es lo que sé: si la única Luz Verdadera prende para Amar o para Odiar, bastante me obsesiona,una sola mirada Suya desde el Tabernáculo atrapa más que estar completamente perdido en el Templo.Omar KhayyamUna noche, cuando iba a mi habitación, encontré un libro en un pequeño estante junto a la ventana, su título no lo recuerdo, que describía los lejanos días en los que la religión de Cristo y los dioses del norte pugnaban entre sí en Inglaterra. Estuve leyendo una hora o dos hasta irme a dormir y continué al despertarme. Lo comenté en el desayuno.–Sí –dijo el anciano–, era uno de los libros de mi padre. Recuerdo haberlo leído siendo un muchacho. Creo que se decía en aquellos tiempos que era un libro poco científico y mal documentado. Mis padres solían pensar que todas las religiones excepto el cristianismo venían del diablo. Sin embargo, creo que san Pablo nos enseña a verlas con una mayor esperanza.No dijo más por el momento; pero en el transcurso de la mañana, mientras yo paseaba arriba y abajo por el terreno elevado que corre bajo los pinos junto al paseo, vi al sacerdote venir hacia mí con un cuaderno en sus manos. Estaba algo polvoriento y azorado.–Fui a buscar algo que pensé que podría interesarle después de lo que comentó en el desayuno –comenzó– y finalmente lo encontré en el desván.Comenzamos a pasear juntos arriba y abajo.–Me ocurrió algo muy curioso –me dijo– cuando era un chaval. Recuerdo contárselo a mi padre al regresar a casa y aún permanece en mi cabeza. Pocos años después, un viejo profesor estaba con nosotros y una noche, después de la cena, después de hablar de lo mismo que comentábamos esta mañana, mi padre me pidió que lo volviera a contar. Al terminar, el profesor me pidió que lo escribiera para él. Así que lo escribí en este cuaderno, luego hice una copia para él y se lo mandé. Este cuaderno realmente es una especie de diario irregular en el que solía escribir algunas veces. ¿Quiere escucharlo?Le dije que me encantaría escuchar esa historia, así que prosiguió.–Primero debo contarle las circunstancias del hecho. Tenía unos dieciséis años, mis padres estaban fuera por vacaciones y me marché a casa de un amigo del colegio, no lejos de Ascot. Era el periodo alrededor de Navidad y solíamos llevarnos la comida, especialmente los días soleados, estábamos todo el día fuera sobre el brezo. Debo recordarle que yo era solo un chaval en aquellos tiempos, por lo que apuesto que exageré o elaboré alguno de los detalles un poquito, pero los hechos fundamentales de la historia son de plena confianza. ¿Nos sentamos mientras le leo lo que pasó?Sentados en un banco que se alzaba al final de la explanada, con la vieja casa ante nosotros recibiendo los cálidos rayos del sol, comenzó a leer:«Sobre las seis de la tarde de un día al final de enero, Jack y yo recorríamos errantes los altos campos de brezo cerca de Ascot. Habíamos caminado todo el día y nos habíamos perdido, pero seguíamos avanzando tan en línea recta como podíamos, sabiendo que tarde o temprano nos cruzaríamos con la carretera. Estábamos bastante cansados y silenciosos, de pronto Jack profirió una exclamación y señaló una luz a través de la vegetación. Esperamos un momento a ver si se movía, pero permaneció inmóvil.“¿Qué es eso?”, pregunté. “No debería haber ninguna casa por aquí.”“Es una choza de tejedores de brezo, supongo”, dijo Jack.Le pregunté qué quería decir con eso.“¡Oh! No sé exactamente”, dijo Jack. “Son una especie de gitanos”.Había aparecido en medio del brezal, la luz crecía constantemente al acercarnos. La luna estaba empezando a levantarse y era una noche clara, una de esas heladoras noches sin viento que algunas veces vienen después de un otoño húmedo. Jack se escurrió por un hueco hasta una oculta acequia, y pude escuchar el hielo quebrarse cuando salía gateando.“Patinaremos mañana, por Júpiter”, le escuché decir.Cuando nos acercamos, empecé a ver que nos aproximábamos a un grupo de abetos; el brezo empezó a ser más bajo. Al mirar a la luz, vi el contorno de una choza en la que brillaba. La ventana aparentemente era de forma irregular, y la cabaña parecía estar apoyada contra un alto abeto en el extremo de la arboleda. Al acercarnos pisando silenciosos el suave brezo, vi que la choza estaba construida completamente alrededor del abeto, que servía de pilar central. Estaba hecha de ramas colgantes y sujetas fuertemente con brezo.Sentí más y más curiosidad porque nunca había oído nada de los ‘tejedores de brezo’, y a la vez, debo confesarlo, algo de miedo, porque era un lugar solitario y nosotros solo dos niños. Yo iba delante, llegué a la ventana y me asomé.Los muros interiores estaban cubiertos de mantas y ropas para mantener el viento afuera, había un viejo y largo banco en una esquina, aparentemente el suelo estaba alfombrado con ramas y mantas y había una salida al otro lado, parcialmente cerrada por un parapeto colgante apoyado contra el hueco. Medio sentada y medio tumbada en el banco había una anciana con la cara oculta. Una lámpara de aceite colgaba de una de las ramas de abeto que formaban el techo. No había signo de ningún otro ser viviente en aquel lugar. Entonces Jack se asomó tras de mí y habló sobre mi hombro.“¿Puede indicarnos el camino a la carretera más cercana?”, preguntó.La anciana se sentó de pronto, con una mirada de pánico en su cara. Estaba extraordinariamente sucia y parecía enferma. Pude ver a la tenue luz de la lámpara que tenía un rostro avejentado lleno de arrugas, con profundos ojos negros, blancas cejas y pelo totalmente canoso. Su boca empezó a balbucear cuando nos vio. De repente hizo un gesto violento para que nos fuéramos de la ventana.Jack repitió la pregunta y la vieja se levantó, caminó cojeando despacio y dificultosamente hasta la puerta y en un momento había rodeado la cabaña y la teníamos a nuestro lado. Entonces me di cuenta de lo pequeña que era. No podía tener más de un metro y medio y estaba muy jorobada. Debo decir que me sentía muy incómodo y asustado con esa terrorífica criatura cerca de mí y mirándome a la cara. Me cogió del abrigo y con su otra mano apuntaba rápidamente alrededor hacia todas las direcciones. Parecía querer advertirnos de algo fuera de la arboleda, pero no pronunció palabra alguna.Jack se impacientó.“¡Vieja sorda loca!”, dijo en un tono bajo, y luego elevando la voz y lentamente: “¿Puede decirnos por dónde llegar a la carretera más cercana?”Entonces ella pareció entender y apuntó vigorosamente en la dirección en la que habíamos llegado.“¡No tiene sentido!”, dijo Jack, “Hemos venido por allí. Vayamos en la otra dirección”, continuó, “no podemos perder aquí toda la noche”. Y rodeando la cabaña desapareció en la arboleda.La anciana soltó mi abrigo al instante y empezó a correr tras Jack. Rodeé la cabaña por el otro lado y vi a Jack alejarse delante de mí por los abetos que se dispersaban al extremo de la arboleda dejando que la luz de la luna iluminara entre ellos. Al volver mi mirada hacia el bosquecillo, vi que la anciana se había detenido al comprobar que no podría alcanzarnos. Estaba con sus manos extendidas y emitiendo un extraño sonido, mitad llanto mitad gemido. Yo me sentía incómodo porque no la habíamos tratado con cortesía y me detuve, pero en ese momento Jack me llamó.“Vamos”, me dijo, “seguro que encontramos la carretera al final de esto”.Así que le seguí.Me volví otra vez y vi entre los árboles a la pequeña anciana como la habíamos dejado, se llevó una mano a la boca y lanzó un curioso silbido lastimero hacia nosotros que me sobrecogió. Parecía demasiado potente para alguien tan pequeño.Según avanzábamos por el bosque crecía la oscuridad. Aquí y allá la blanca luz de la luna se colaba entre las agujas de los abetos y grandes espacios de tenue luz nos rodeaban. Los árboles se levantaban a gran altura, crecían tan espesos que no alcanzábamos a ver nada de los alrededores. De vez en cuando tropezábamos en una raíz o nos enganchábamos en una zarza, parecía que estábamos siguiendo un camino estrecho que conducía más y más hacia el corazón del bosque. De pronto Jack se detuvo y levantó su mano.“¡Silencio!”, dijo.Me paré también y escuché sin respirar durante un instante.“¡Silencio!”, repitió, “Algo viene”, y saltó a un lado del camino escondiéndose detrás de un árbol. Yo le seguí.Entonces escuchamos un ruido atropellado ante nosotros y un gruñido, y una criatura grande llegó a toda prisa por el sendero. Cuando pasó pude verla, dejándome aterrorizado, era un enorme cerdo; pero lo que me dejó aterrorizado fue que recorriendo casi la totalidad de la espalda tenía una profunda herida por la que brotaba sangre. La criatura, entre fuertes gruñidos, siguió el camino hacia la choza y en seguida el sonido murió en la distancia. Como estaba apoyado sobre Jack, pude sentir su brazo temblar mientras se agarraba al tronco del árbol.“¡Oh!”, dijo en un momento, “Debemos salir de aquí. ¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde?”Pero yo seguía alerta mientras le tranquilizaba.“Espera”, le dije, “hay algo más”.Saliendo del bosque, delante de nosotros, nos llegaba un jadeo y los suaves sonidos de pasos cojeando por el camino. Nos agazapamos y observamos. Entonces la figura de un anciano jorobado apareció ante nosotros, recorriendo rápidamente el camino. Parecía asustado y sin respiración. Su boca se movía y parecía hablarse a sí mismo en voz baja y en tono de queja, sus ojos buscaban en el bosque a uno y otro lado.Cuando llegó cerca de nosotros, acurrucados y temiendo respirar, vi una de sus manos por delante de él abriéndose y cerrándose, y manchada con algo que parecía de color negro a la luz de la luna. No nos vio, estábamos ocultos tras una enorme zarza, y pasó bajando el camino. Después de eso todo quedó en silencio.Tras unos minutos en perfecta quietud, nos levantamos y seguimos, pero ninguno de nosotros pensó continuar por el camino por donde esas dos terribles cosas habían llegado, así que fuimos dando tubos campo a través, manteniendo un curso paralelo al camino durante casi doscientos metros. Jack había empezado a recuperarse, incluso comenzó a hablar y a reírse de haberse asustado de un cerdo y un anciano. Más tarde me contó que no había visto la mano del viejo.Entonces el camino empezó a empinarse. En ese momento detuve a Jack.“¿Ves algo?”, pregunté.Difícilmente recuerdo lo que dije o hice, pero esto fue lo que mi amigo me contó después. Jack dijo que allí no había nada más que un pequeño montículo delante, donde no había árboles.“¿No ves nada en la alto del montículo? Fuera, en el claro, donde ilumina la luz de la luna.”Jack me contó después que pensó que me había vuelto repentinamente loco y comenzó a asustarse.“¿Ves una mujer que está allí? Tiene una larga cabellera rubia en dos trenzas y gruesos brazaletes de oro en sus brazos desnudos. Una túnica, ceñida por un cinturón, que llega por debajo de sus rodillas, y joyas rojas en el pelo, el cinturón y en los brazaletes, sus ojos brillan a la luz de la luna y está esperando, esperando aquello que ha escapado.”Luego Jack me contó que cuando dije aquello tenía un rostro inexpresivo, mis manos extendidas y comencé a hablar, pero que no podía entender una palabra de lo que yo decía. Él miraba fijamente al montículo pero no había mucho que ver, solo abetos formando un círculo alrededor y un espacio desnudo en el medio, sin brezo, eso era todo. Estaríamos a unos quince metros de distancia.Me tumbé allí, me contó Jack, y tras unos minutos me senté y miré a mi alrededor. Entonces recordé que había visto al cerdo y al anciano, pero nada más, sin embargo estaba aterrorizado al recordarlo e insistía sobre descartar una nueva incursión por el bosque y en dejar el montículo a nuestra izquierda. No era capaz de entender por qué el montículo me aterraba, pero no quería ni acercarme. Jack, sabiamente, no dijo nada más sobre ello hasta después. Finalmente encontramos un camino fuera de la arboleda, a través del brezal al largo de medio kilómetro hasta que llegamos a la carretera que Jack conocía y pudimos volver a casa.Cuando contamos nuestra historia, añadiendo Jack, para mi sorpresa, la parte que yo no era capaz de recordar, el padre de Jack no dijo mucho, pero al día siguiente nos llevó a explorar el lugar. Para nuestra sorpresa, la choza de los tejedores de brezo había desaparecido; sí quedaban las ramas tronchadas alrededor del árbol, y las manchas de humo donde la lámpara de aceite estaba colgada y las cenizas de la fogata fuera de la casa, pero no había rastro del anciano o de su esposa. Al seguir el sendero, ahora bajo los cálidos y deliciosos rayos del sol, encontramos oscuras salpicaduras por aquí y por allí en las zarzas, pero estaban secas y descoloridas. Entonces llegamos al montículo.Según nos acercábamos, yo me sentía cada vez más incómodo, pero me avergonzaba mostrar mi temor estando a plena luz del sol.En lo alto encontramos algo curioso que el padre de Jack nos dijo que era una de las costumbres de los tejedores de brezo que nadie fue capaz de explicar. El terreno estaba escavado formando una especie de túnel en rampa que se introducía en la tierra. No tenía más de cinco metros de largo y terminaba donde estaba ya cubierto por la tierra, con una especie de altar, hecho de tierra y piedras machacadas, y como alicatado con trozos de cristal y loza. Pero lo que nos dejó sorprendidos fue encontrar una mancha de algo oscuro que había calado profundamente la tierra ante el altar. Aún estaba empapado.»El anciano terminó de leer y cerró el cuaderno.–Cuando conté todo esto al profesor –me dijo–, él pareció profundamente interesado. Nos explicó, recuerdo, que la herida infringida al cerdo revelaba la naturaleza del sacrificio que el anciano había empezado a oficiar. Él la llamó un “águila de sangre”, y añadió algunos detalles con los que no quiero incomodarle. Dijo también que el tejedor de brezo había confundido dos ritos, porque solo los sacrificios humanos se ofrecían con el “águila de sangre”. De hecho, todo eso parecía ser algo perfectamente familiar para él, incluso dijo muchas cosas más de las que apenas soy capaz de recordar y menos de verificar.–¿Y la mujer en lo algo del montículo? –le pregunté.–Bien –dijo el anciano sonriendo–, el Profesor no tuvo en cuenta mi evidencia al respecto. Él aceptó la primera parte de la historia y simplemente declinó prestar atención a la mujer. Dijo que yo habría estado leyendo cuentos normandos o que me lo imaginaba. Incluso apuntó que debía estar enamorado. Bajo otras circunstancias esta forma de tratar la evidencia sería llamada “Método histórico-crítico”, supongo.–¡Pero no era más que un brutal y desagradable ritual! –exclamé.–Sí, sí –dijo el anciano–, tremendamente desagradable y brutal, pero ¿no era mucho peor la fe del Profesor? Él no era más que un experto Ritualista después de todo, como ve.

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