—Joven príncipe –dijo este mientras se erizaba con las manos el cabello de la frente –No por nada conocemos al bosquerino como el rey sabio. Le puedo asegurar que, si él lleva a sus fuerzas a su terreno, la victoria estará de su parte. Nosotros somos guerreros de campo abierto, en un bosque, nuestras tropas caerían. Creo que Stebanis le debe haber ya explicado el arte de la guerra, sino, debería estudiarlo por si solo.
—Tienes razón, nunca había pensado en esa posibilidad –Ponizok asentía con la cabeza mientras se mordía los labios.
Bueno, aquí nos separamos. Espero capitán Filead, que cuando se produzca este conflicto, este a mi lado en el campo de batalla. –Filead hizo una reverencia al joven príncipe y se retiró a la gran taberna de la ciudad donde los capitanes del ejército solían pasar las noches.
Las puertas de los muros de la fortaleza permanecían todavía abiertas mientras que los guardias, apostados en ellas, vigilaban el ingreso y salida de personas. El Capitán fallstoriano cruzó la inmensa entrada de piedra y recorrió las calles de la ciudad, las cuales rebosaban de gente. Los escuadrones de la guardia patrullaban todas las calles de Norte a Sur y de Este a Oeste, manteniendo la seguridad en la capital.
El Faleriano, ese era el nombre de la taberna, era un viejo edificio de piedra por el cual subían enredaderas. Al ver a Filead llegando los guardias abrieron las puertas. La oscuridad prevalecía en este lugar. En una mesa de la esquina derecha, Filead logró distinguir las capas negras con lobos plateados bordados en ellas.
—¡Mis amigos! –Filead tomó uno de los asientos y se sentó. Llamó a uno de los camareros –Una pinta de cerveza rubia por favor.
Uno de los hombres sentado a la mesa miró al Capitán. Era un hombre viejo, sus ojos eran grises como el hierro y su pelo negro como la oscuridad.
—¿Qué noticias traes? –dijo este mientras tomaba un trago de cerveza –¿o acaso no traes ninguna?
—Déjalo Benogac –dijo otro de los hombres –de seguro no tiene noticias o nada importante que decir. Desde que lo mandaron al castillo se ha vuelto un niño mimado.
El capitán Filead se reía entre dientes, tenía sus manos cruzadas delante de su boca.
—Muy cierto Capitán Wolfhem –Filead se levantó colocando su mano en la empuñadura de su espada –Pero este niño mimado podría arrancarte la cabeza del cuerpo con un solo movimiento de su espada. –los ojos del joven capitán se posaron sobre los de Wolfhem.
Este con una sonrisa en el rostro se sirvió más cerveza en su jarro, Los demás hicieron lo mismo salvo Filead que aún permanecía de pie con la mano en su arma. De pronto un grito los hizo saltar de sus asientos, en la calle la gente corría despavorida, un hombre de la guardia de la ciudad entró rápidamente a la taberna y viendo a los capitanes sentados les gritó:
»¡Fuego! ¡Se queman las cercanías de la ciudad! «.
Los tres capitanes corrieron rápidamente a las murallas donde miles de soldados y personas del pueblo miraban el fuego. Alkardas llegó montado en su caballo, lo seguía Ponizok junto con toda la guardia real. El calor golpeó con fuerza en los rostros de todos.
—¡Wolfhem! –dijo Alkardas mientras cogía un catalejo que fue brindado por uno de sus guardias. –¡Toma todos los hombres que creas necesarios y dirígete al sector más cercano al fuego! Busca por todos lados al causante de este incendio.
El capitán miró a su rey. Sus ojos demostraban temor y duda.
—Mi señor, el fuego permanece allí. –dijo Wolfhem –Si el viento cambia de dirección puede que nos asesine o arrase con la ciudad.
De pronto, el cielo se nubló, y de él, comenzaron a caer gotas de lluvia tan grandes como diamantes. Alkardas admiró el milagro que estaba sucediendo. Los hombres agradecían a sus dioses que las mandaran para detener el mal que los azotaba.
—Recuerda esto –le dijo el príncipe al esbelto Capitán –Faler es nuestro padre y como tal protege a sus hijos.
Wolfhem tomó un numeroso grupo de los mejores soldados y se dirigió a donde yacía el fuego que se extinguía a pasos agigantados. Filead comprendía que algo malo estaba pasando. Su rey no estaba siendo muy sincero con ellos.
—¿Alguien en esta ciudad ha visto como sucedió esto? –Alkardas gritaba a los presentes.
De la gran multitud se oyó hablar a una sola persona. Un simple carnicero de la ciudad, el cual pasaba todas las noches admirando las tierras de más allá y todas las estructuras de la ciudad.
—¡Mi gran rey! –dijo este a gritos –Una bola de luz blanca cayó del gran cielo. Al impactar con la tierra una gran explosión de fuego emergió de esta.
Filead analizó lo dicho por el hombre, los ojos de este demostraban seguridad al hablar por lo que dedujo que decía simplemente la verdad.
—Debió ser una estrella errante de las que hablan los sabios. –dijo Filead a su rey.
—¡Déjate de cuentos para niños Filead! –Alkardas no parecía contento, más bien parecía nervioso –¡Estrellas errantes, son viejas leyendas nada más! ¡Ahora todos se retiran, solo los guarda murallas permanecen aquí!
La gente comenzó a retirarse, el capitán Filead caminaba por la calle solo. Sus pensamientos estaban en las viejas leyendas. Ponizok logró alcanzarlo y casi susurrando le dijo:
—Yo te creo. Si fue una estrella errante, cuantas leyendas deben ser ciertas –El joven príncipe le sonreía al capitán y este le devolvió la sonrisa.
3
Travesías y peligros
Amanecía, las aves cantaban al imponente sol, los ciudadanos de Filardin abrían sus negocios, los puestos de telas y alimentos se abrían paso a lo largo de las calles. Las campanas de la ciudad comenzaron a sonar. La gran multitud que circulaba por la Calle del Invierno, la cual cruzaba la ciudad en dirección a la fortaleza, comenzó a tirarse para los costados. Cabalgaba un grupo de caballeros. Todos ellos con armaduras color gris oscuro, un tabardo rojo cubría la parte superior de estas y sus capas eran color carmesí con ribetes dorados.
Ante las puertas de la fortaleza principal se hallaba el rey y a su derecha el joven príncipe que vestía un jubón de terciopelo blanco y su magnífica espada colgada a su derecha. El que parecía el líder de los caballeros descendió rápidamente de su caballo. Filead reconoció al instante el emblema que llevaba en el pecho. Un gran lobo negro sobre fuego dorado.
—Veo que lord Dreimod ha mandado a sus caballeros. –dijo Alkardas admirando las armaduras de estos –¿Cómo anda el viejo rufián? Se dice por aquí que ya no desea más seguir luchando.
—Puras mentiras mi señor –el caballero se sacó el yelmo. Su pelo era blanco como el platino y sus ojos dorados como el oro. –Temo mi señor que la ciudad de Minathan ha sufrido un ataque, que la ha dejado en ruinas.
—A qué te refieres con que ya solo son ruinas –dijo Alkardas tomando por los hombros a su hijo –¿La ciudad fue destruida? ¿Por quién?
—No lo sabemos mi rey –dijo desmontando el guardia, este se acomodó la cota de malla y erguido siguió contando –un hombre apareció en medio de la noche y con sus manos prendió fuego todo lo que se encontraba a su paso.
—Con una antorcha me imagino –dijo el capitán Filead.
—¡No! –refutó el hombre de Lord Dreimod –de sus manos desprendía oleadas de fuego, con los cuales destruyó y mató a la mayoría de la población de la ciudad. Mi señor huyó de allí cuando vio que no lo podrían vencer.
—Me encargaré de enviar constructores a reparar todo lo que haya sido destruido por el fuego –dijo el rey, este llevó a su hijo hasta un lugar apartado y le dijo –irás a Minathan, necesito que veas lo que pasó, y me digas, con detalle, todo lo que observes. El capitán Filead te acompañará, ten mucho cuidado Poni –el rey besó a su hijo en la cabeza.
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