Cuando el antibiótico empezó a hacer efecto me bajó la temperatura, pero si no era una cosa, era otra, y el día que me cambiaron el ventilador fue brutal. Me había acostumbrado al que respiraba por mí, un objeto grande e inmóvil que silbaba y hacía ruido en el rincón, pero en caso de que tuvieran que cambiarme de habitación, tenían que ponerme uno más pequeño que pudiera moverse conmigo. Para empezar, no podía sincronizar mi respiración con él y estaba convencido de que trabajaba en mi contra, por lo que volví a entrar en pánico. Era como si algo me obstruyera la garganta, casi como si me estuviera ahogando en el mar otra vez. Fue horrible y tardé un tiempo en acostumbrarme, pero cuando lo conseguí, fue como si reviviera. No solo podía hablar casi con normalidad, sino que también estaba un paso más cerca de que me trasladaran al ala contigua.
Fue entonces cuando me dejaron ver a los amigos que habían estado de vacaciones conmigo en el momento del accidente. Marcus entró primero y fue una visita cargada de lágrimas. Mi madre lo había recogido en la estación y había intentado prepararlo para lo que estaba a punto de ver. Pero supongo que no había palabras para explicarlo. Mi movilidad física no había cambiado desde que me había visto por última vez en la playa, y estaba conectado a un montón de máquinas que me mantenían con vida. Mis amigos habían sufrido mucho por mi culpa y volver a verlos fue muy emotivo. No fui capaz de asimilar lo que había ocurrido en la playa después de que me fuera hasta más tarde, cuando ya podía hablar mejor y hacerme entender y tenía la mente más despejada. Noté que a Marcus todavía le preocupaba no haber sido capaz de venir conmigo en el helicóptero y haber tenido que pasar las primeras horas y la primera noche solo, pero le aseguré que me habían cuidado bien y que mis padres habían llegado al día siguiente. Ahora que lo pienso, mis amigos tuvieron que cargar con una responsabilidad muy grande. Éramos jóvenes y la mayoría no habíamos tenido que lidiar con sucesos que nos hubieran cambiado la vida. El apoyo que se dieron entre ellos, el de sus familias, nuestro colegio y el de mi familia los ayudó de verdad; he ahí otro ejemplo de lo fundamental que el apoyo puede ser en situaciones difíciles. También me conmovió enterarme de lo preocupados que habían estado los amigos portugueses de Marcus y Hugo y lo mucho que habían ayudado a la hora de localizarme una vez el helicóptero se marchó de la playa.
Mi estancia en la UCI fue una verdadera montaña rusa de emociones y cambios físicos. Las infecciones contra las que mi cuerpo tuvo que luchar me ponían más en peligro de lo que pensábamos y, tal y como nos dijeron mucho tiempo después, hubo momentos en los que a los médicos les preocupaba que no sobreviviera. Así que supongo que, sin saberlo, dedicaba parte de mi energía a sobrevivir. También luchaba contra una gama de emociones a las que nunca había tenido que hacer frente. Casi cada vez que alguien venía a visitarme, había lágrimas en algún momento y, como el típico chico duro loco por el deporte, nunca había expresado mis emociones tan abiertamente. Al principio fue difícil, sentía angustia e intentaba no llorar, pero, después de un tiempo, llorar se convirtió en algo tan sincero y natural que dejó de importarme. Enfrentarme a la oscuridad dejándome llevar por las emociones fue difícil, aunque purgante, y algo que hoy en día soy capaz de hacer mejor gracias a lo que me ocurrió.
Mientras me encontraba en la UCI, empecé a ser consciente de las postales y los mensajes que había empezado a recibir casi en cuanto mi accidente se hizo público. Cuando estaba en Portugal, los amigos y la familia habían escrito a mis padres a la dirección de mi casa, pero ahora que me encontraba en Stoke Mandeville, recibía la mayoría de las postales directamente en el hospital. Al principio, cuando todavía tenía que seguir tumbado de espaldas, no podía asimilar la gran cantidad de cartas que había, pero cuando me elevaron pude ver cómo se multiplicaban día tras día cuando mi familia las dejaba en las estanterías, por las paredes, en cualquier repisa o superficie. Me asombró que todas esas personas pensaran en mí. Y no solo que pensaran en mí, sino que se tomaran su tiempo para escribir, dibujar y enviarme regalos. El esfuerzo que dedicaban a ello me emocionó y cada carta parecía construirse sobre la emoción de la última.
Casi todas las cartas tenían un mensaje para mí, algunas incluían palabras de consuelo, esperanza o amor, y yo me las tomé muy en serio. La variedad de personas era asombrosa: me escribieron desde amigos y familiares, por supuesto, hasta amigos de amigos; profesores, padres y niños de mis colegios de primaria y secundaria, o miembros de mis antiguos equipos de rugby,
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.