Blake Pierce - La Casa Perfecta

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En LA CASA PERFECTA (Libro #3), la criminóloga Jessie Hunt, de 29 años, recién salida de la Academia del FBI, regresa para verse acosada por su padre asesino, atrapada en un juego letal del gato y el ratón. Mientras tanto, debe apresurarse a detener a un asesino en un nuevo caso que le lleva hasta las profundidades de los suburbios—y al precipicio de su propia mente. Y se da cuenta de que la clave para su supervivencia depende de que descifre su pasado—un pasado al que no quería volver a enfrentarse.Un thriller de suspense psicológico de ritmo trepidante con personajes inolvidables y suspense que acelera el corazón, LA CASA PERFECTA es el libro #3 de una excitante serie nueva que le hará pasar páginas hasta altas horas de la madrugada.El Libro #4 de la serie Jessie Hunt estará disponible muy pronto.

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“No”, dijo él, eligiendo no responder al comentario sobre su debilidad. “Asumo total responsabilidad por mis acciones. Me tomé tres whiskey sours. Le oteé las piernas en ese vestido con el corte lateral. Y ella sabe lo que me pone a cien. Supongo que se debe a todas esas charlas a corazón abierto que habéis tenido las dos a lo largo de los años. Sabía muy bien lo de acariciarme el antebrazo con sus dedos. Sabía qué decir, casi ronroneando en mi oído. Probablemente sabía que tú no habías hecho ninguna de esas cosas en mucho tiempo. Y sabía que no ibas a hacer aparición en esa fiesta de cócteles porque estabas en casa, inconsciente debido a las pastillas para dormir que te tomas la mayoría de las noches”.

Eso se quedó suspendido en el aire durante unos segundos, mientras Eliza trataba de recomponerse. Cuando estuvo segura de que no le iba a gritar, le respondió con una voz sorprendentemente calmada.

“¿Me estás culpando a mí de esto? Porque parece que suena a que dices que no pudiste guardártela en tus pantalones porque tengo problemas para dormir por la noche”.

“No, no lo dije con esa intención”, lloriqueó, retrocediendo ante la ira que había en sus palabras. “Es solo que tú siempre tienes problemas para dormir por la noche. Y nunca pareces muy interesada en quedarte levantada conmigo”.

“Solo para que quede claro, Grayson, dices que no me echas la culpa a mí, pero entonces pasas de inmediato a decir que estoy demasiado colocada de Valium y que no te doy bastante atención de chico grande, así que tuviste que tirarte a mi mejor amiga”.

“¿Qué clase de mejor amiga es para hacer algo así?”, le lanzó Gray desesperado.

“No cambies de tema”, le espetó ella, obligándose a mantener una voz moderada, en parte para evitar despertar a los niños, pero principalmente porque hacerlo era lo único que evitaba que perdiera los estribos. “Ya está en mi lista. Ahora es tu turno. No podías haber venido donde mí y decirme, “mira cariño, realmente me encantaría pasar una velada romántica contigo esta noche” o “cielo, me siento desconectado de ti últimamente. ¿Podemos acercarnos esta noche?” ¿Es que eso no era una opción?”.

“No quería despertarte para molestarte con preguntas como esa”, contestó él, con voz tímida, pero palabras cortantes.

“¿Y así que decidiste que el sarcasmo es la mejor manera de tratar este tema?”, exigió ella.

“Mira”, dijo él, revolviéndose como un escarabajo en busca de una salida, “se ha terminado con Penny. Ella me dijo eso esta tarde y yo estoy de acuerdo. No sé cómo saldremos adelante después de esto, pero quiero hacerlo, aunque solo sea por los niños”.

“¿Aunque solo sea por los niños?”, repitió, asombrada de todas las maneras en que podía fallarle al mismo tiempo. “Lárgate de aquí ahora mismo. Te doy cinco minutos para que hagas una maleta y te metas en tu coche. Reserva un hotel hasta futuro aviso”.

“¿Me estás echando de mi propia casa?”, le preguntó, incrédulo. “¿De la casa que yo he pagado?”.

“No solo te estoy echando”, le susurró llena de ira, “si no estás saliendo del garaje en cinco minutos, llamo a la policía”.

“¿Para decirles qué?”.

“Ponme a prueba”, dijo ella, encendida.

Gray se la quedó mirando. Imperturbable, Eliza caminó hacia el teléfono y lo descolgó. Hasta que no oyó el tono de llamada, él no se puso en marcha. En tres minutos, estaba saliendo a todo correr por la puerta como un perro con el rabo entre las piernas, su bolsa de viaje repleta de camisas y chaquetas formales. Se le cayó un zapato mientras se apresuraba a ir hacia la puerta. No se dio cuenta y Eliza no le dijo nada.

Hasta que no escuchó cómo salía disparado el coche del garaje, no volvió a colgar el teléfono. Bajó la vista a su izquierda y vio que le sangraba la palma de la mano de clavarse las uñas. Ni había notado el escozor hasta este instante.

CAPÍTULO CUATRO

A pesar de que le faltara práctica, Jessie transitó el tráfico desde el centro de Los Ángeles a Norwalk sin demasiados apuros. Por el camino, como una manera de alejar su destino inminente de sus pensamientos, decidió llamar a sus padres.

Sus padres adoptivos, Bruce y Janine Hunt, vivían en Las Cruces, New México. Él era un agente retirado del FBI y ella una profesora jubilada. Jessie había pasado unos cuantos días con ellos de camino a Quantico y tenía pensado hacer lo mismo en su camino de vuelta, pero no tenía suficiente tiempo entre el final del programa y su regreso al trabajo, así que tuvo que olvidarse de la segunda visita. Esperaba volver otra vez muy pronto, sobre todo porque su madre estaba batallando un cáncer.

No parecía justo. Janine llevaba peleando con ello más de una década y eso venía a coronar la otra tragedia a la que se habían enfrentado hacía años. Justo antes de que acogieran a Jessie cuando tenía seis años, acababan de perder a su bebé, también debido a cáncer. Estaban deseosos de rellenar ese hueco en sus corazones, incluso aunque supusiera adoptar a la hija de un asesino en serie, uno que había matado a su madre y le había dejado a ella por muerta. Como Bruce estaba en el FBI, el emparejamiento les resultó lógico a los alguaciles que habían colocado a Jessie en el programa de Protección de Testigos. En teoría, todo tenía sentido.

Alejó esto a la fuerza de sus pensamientos mientras marcaba su número.

“Qué hay, Pa”, dijo. “¿Cómo van las cosas?”.

“Bien”, respondió él. “Tu madre está echándose una siesta. ¿Quieres volver a llamar más tarde?”.

“No, podemos charlar nosotros. Ya hablaré con ella esta noche o lo que sea. ¿Qué está sucediendo por allí?”.

Cuatro meses antes, se hubiera resistido a hablarle a él sin la presencia de su madre. Bruce Hunt era un hombre difícil que no regalaba la confianza y tampoco es que Jessie fuera una bola de peluche mimosa. Los recuerdos que albergaba de sus años jóvenes con él eran una mezcla de alegría y frustración. Hubo excursiones para ir a esquiar, de acampada y de senderismo por las montañas, y vacaciones familiares a México, que solo estaba a sesenta millas de distancia.

Claro que también tuvieron sus concursos de gritos, sobre todo cuando era una adolescente. Bruce era un hombre que apreciaba la disciplina. Jessie, que albergaba años de resentimiento acumulado por la pérdida de su madre, su nombre, y su hogar al mismo tiempo, tendía a portarse mal. Durante sus años en USC y después, seguramente hablaron menos de dos docenas de veces en total. Las visitas de uno a otro lado eran una rareza.

Pero recientemente, la vuelta del cáncer de su madre les había obligado a hablar sin un mediador. Y, de alguna manera, habían acabado por romper el hielo. Hasta se había pasado por L.A. para ayudarle a recuperarse de su herida en el abdomen, después de que Kyle le atacara el otoño pasado.

“Las cosas siguen tranquilas por aquí”, le dijo, respondiendo a su pregunta. “Tu madre tuvo otra sesión de quimioterapia ayer, razón por la que está descansando ahora. Si se siente lo bastante bien, puede que salgamos a cenar más tarde”.

“¿Con toda la banda de la policía?”, le preguntó jocosamente. Pocos meses atrás, sus padres se habían mudado de su hogar a una instalación de vivienda asistida, poblada principalmente por retirados del Departamento del Alguacil de Las Cruces, y del FBI.

“Qué va, solo nosotros dos. Estoy pensando en una cena con velas, pero en alguna parte donde pueda llevar el balde para poner debajo de la mesa en caso de que ella tenga que vomitar”.

“Sin duda, eres todo un romántico, Pa”.

“Lo intento. ¿Cómo van las cosas por allí? Asumo que aprobaste el entrenamiento con el FBI”.

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