Blake Pierce - La Casa Perfecta

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En LA CASA PERFECTA (Libro #3), la criminóloga Jessie Hunt, de 29 años, recién salida de la Academia del FBI, regresa para verse acosada por su padre asesino, atrapada en un juego letal del gato y el ratón. Mientras tanto, debe apresurarse a detener a un asesino en un nuevo caso que le lleva hasta las profundidades de los suburbios—y al precipicio de su propia mente. Y se da cuenta de que la clave para su supervivencia depende de que descifre su pasado—un pasado al que no quería volver a enfrentarse.Un thriller de suspense psicológico de ritmo trepidante con personajes inolvidables y suspense que acelera el corazón, LA CASA PERFECTA es el libro #3 de una excitante serie nueva que le hará pasar páginas hasta altas horas de la madrugada.El Libro #4 de la serie Jessie Hunt estará disponible muy pronto.

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Incluso si alguien lo averiguaba, el edificio tenía portero y un guarda de seguridad. Tanto la puerta principal como los ascensores requerían de llave de acceso. Y ninguno de los apartamentos tenía el número de unidad en su exterior. Los residentes tenían que recordar qué puerta era la suya.

Aun así, Jessie tomó precauciones extraordinarias. Una vez el taxi, que pagó en metálico, le dejó en su destino, entró al centro comercial. Primero, atravesó a toda prisa una cafetería, moviéndose entre la multitud antes de tomar una salida lateral.

Entonces, cubriéndose su melena castaña a la altura de los hombros con el gorro de la sudadera, atravesó un comedor hasta meterse a un pasillo que tenía unos lavabos junto a una puerta con un letrero que decía “Solo Personal”. Le dio un empujón a la puerta del cuarto de aseo para mujeres para que, si alguien le estaba siguiendo, la viera cerrándose y pensara que ella había entrado al aseo. En vez de ello, sin mirar atrás, corrió hasta la entrada del personal, que era un pasillo alargado con entradas de servicio a todas las tiendas del centro.

Trotó por el pasillo curvado hasta que dio con una escalera y un letrero que decía “Mantenimiento”. Apresurándose a bajar las escaleras lo más sigilosamente posible, utilizó la llave que había conseguido del manager del edificio para abrir también esa puerta. Había negociado una autorización especial gracias a su conexión con el L.A.P.D. en vez de intentar explicar que sus precauciones tenían más que ver con el hecho de que tuviera a un asesino en serie suelto por padre.

Cuando salió, la puerta de mantenimiento se cerró y se bloqueó mientras ella transitaba por un estrecho pasadizo con tuberías a la vista que salían de todos los ángulos y jaulas de metal para salvaguardar maquinaria que no comprendía. Tras varios minutos esquivando y maniobrando todos los obstáculos, llegó a una pequeña alcoba cerca de un enorme calentador.

A mitad de camino del pasadizo, la zona de descanso estaba oscura y era fácil pasarla por alto. Se lo habían tenido que mencionar la primera vez que había estado por aquí. Entró a la alcoba mientras sacaba la vieja llave que le habían dado. La cerradura de esta puerta consistía en uno de esos pestillos de toda la vida. Lo giró, empujó la pesada puerta, y rápidamente la cerró y la bloqueó tras pasar al otro lado.

Ahora ya en la sala de suministros del sótano de su edificio de apartamentos, se había trasladado oficialmente de la propiedad del centro comercial al complejo de apartamentos. Corrió a través de la sala oscura, casi cayéndose encima de una bañera llena de lejía que yacía en el suelo. Abrió esa puerta, pasó a través de la oficina vacía del jefe de mantenimiento, y subió la estrecha escalera que daba al pasillo trasero del piso principal del edificio de apartamentos.

Dobló la esquina para dar con el vestíbulo donde había un grupo de ascensores, y donde podía escuchar a Jimmy el portero y a Fred el guarda de seguridad charlando amigablemente con un residente en el vestíbulo principal. No tenía tiempo para ponerse al día ahora mismo, pero se prometió a sí misma reconectar con ellos más tarde.

Ambos eran dos tipos muy agradables. Fred había sido un policía de patrulla de autopistas que se había retirado prematuramente después de sufrir un accidente de moto mientras estaba de servicio. Le había dejado con cojera y con una enorme cicatriz en su mejilla izquierda, pero eso no impedía que gastara bromas constantemente. Jimmy, que tenía unos veintitantos años, era un joven agradable y servicial que se estaba pagando la universidad con este trabajo.

Caminó a través del vestíbulo hasta el ascensor de servicio, que no era visible desde la recepción, deslizó su tarjeta, y esperó con ansiedad para ver si alguien le había estado siguiendo. Sabía que las posibilidades eran remotas, pero eso no le impidió balancearse nerviosamente de un pie al otro hasta que llegó el ascensor.

Cuando lo hizo, entró, le dio al botón del cuarto piso, y después cerró las puertas. Cuando se abrieron de nuevo, salió disparada por el pasillo hasta llegar a su apartamento. Tras darse un momento para recuperar el aliento, examinó la puerta.

A primera vista, parecía tan corriente como las demás puertas en ese nivel, pero había añadido varias medidas adicionales de seguridad después de mudarse. Primero, dio un paso atrás hasta estar a un metro de la puerta y en línea directa con la mirilla. Un resplandor verdoso que no era visible desde ningún otro ángulo emanaba del borde del agujero, indicando que nadie había forzado su entrada al apartamento. De haberlo hecho, el borde alrededor de la mirilla hubiera sido de color rojo.

Además de la cámara Nest que había instalado en la puerta, también había múltiples cámaras escondidas en el pasillo. Una tenía una vista directa de su puerta. Otra se enfocaba en el pasillo que había delante del ascensor y la escalera adyacente. Una tercera cámara apuntaba en la otra dirección del segundo grupo de escaleras. Las había comprobado todas de camino en el taxi sin descubrir ningún movimiento sospechoso en los alrededores de su casa.

El siguiente paso era el acceso. Utilizó una llave tradicional para abrir el cerrojo, después deslizó su tarjeta y escuchó cómo el otro cerrojo deslizante también se abría. Pasó al interior cuando la alarma del sensor de movimiento se disparó, dejó su mochila en el suelo, e ignoró la alarma mientras volvía a cerrar las dos puertas y colocaba la barra de seguridad deslizante. Fue entonces cuando introdujo el código de ocho dígitos.

Después de eso, agarró la barra luminosa que guardaba junto a la puerta y se apresuró a ir a su habitación. Levantó el marco extraíble junto al interruptor de la luz para revelar un panel de seguridad oculto e introdujo el código de cuatro dígitos para la segunda alarma, la silenciosa, la que iba directamente a la policía si no la desactivaba en cuarenta segundos.

Solo entonces se permitió respirar tranquila. Mientras inhalaba y exhalaba lentamente, caminó por el pequeño apartamento, con la barra luminosa en la mano, lista para cualquier cosa. Examinar todo el espacio, incluyendo los armarios, la ducha, y la despensa, le llevó menos de un minuto.

Cuando tuvo la certeza de que estaba a solas y a salvo, comprobó la media docena de cámaras para bebés que había colocado por todo el piso. Entonces examinó los cerrojos de las ventanas. Todo estaba en perfecto orden. Eso solo le dejaba un sitio que revisar.

Entró al cuarto de baño y abrió el estrecho armario que estaba formado por varios estantes con suministros como papel higiénico extra, un desatascador, algunas barras de jabón, esponjas de ducha, y líquido para limpiar el espejo. Había un pequeño pasador a la izquierda del armario, invisible a menos que uno supiera dónde buscar. Lo giró y tiró, escuchando cómo el cerrojo oculto chasqueaba. El grupo de estanterías se abrió de par en par, revelando un hueco increíblemente estrecho detrás suyo, con una escalera de soga agregada a la pared de ladrillo. El pasadizo y la escalera se extendían desde su apartamento en el cuarto piso hasta un espacio que accedía a la lavandería del sótano. Estaba diseñado como su salida de emergencia de último recurso en caso de que todas sus demás medidas de seguridad le fallaran. Esperaba no necesitarlo jamás.

Reemplazó la estantería y estaba a punto de regresar a la sala de estar cuando se vio de pasada en el espejo del baño. Era la primera vez que se estudiaba a sí misma con detenimiento desde que se había marchado. Le gustaba lo que veía.

En apariencia, no tenía un aspecto tan distinto al de antes. Había pasado por su cumpleaños en el FBI y ahora tenía veintinueve años, pero no parecía más mayor. A decir verdad, pensó que tenía mejor aspecto que antes de irse.

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