Blake Pierce - Casi Ausente

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CASI PERDIDA (LA NIÑERA—LIBRO #2) es el segundo libro de la nueva serie de suspenso psicológico por el autor bestseller Blake Pierce, cuyo libro gratuito y exitoso UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1) ha recibido más de 1.000 opiniones de cinco estrellas. Cuando un hombre divorciado, de vacaciones en la campiña británica, publica un aviso solicitando una niñera, Cassandra Vale, de 23 años, en bancarrota y aún reponiéndose del fracaso de su último empleo en Francia, acepta el trabajo sin vacilar. Adinerado, guapo y generoso, con dos dulces hijos, ella cree que nada puede salir mal.¿O quizás sí?Disfrutando lo mejor que Inglaterra tiene para ofrecer, y con Francia fuera de vista, Cassandra se atreve a creer que al fin puede tomarse un respiro…hasta que una revelación sorprendente la obliga a cuestionarse las certezas de su tumultuoso pasado, su jefe y su propia cordura.Un misterio fascinante, repleto de personajes complejos, varios secretos, giros dramáticos y suspenso vibrante, CASI PERDIDA es el libro #2 de la serie de suspenso psicológico que hará que devore las páginas hasta la madrugada.  ¡El libro #3 de la serie—CASI MUERTA—ya se puede reservar!

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Margot la guió por el mismo camino que habían entrado.

—Las habitaciones en ese pasaje se mantienen cerradas. La cocina es por aquí, a la derecha, y después están las habitaciones de los sirvientes. A la izquierda hay una pequeña recepción y un salón en donde cena la familia.

Al volver, se cruzaron con un mayordomo de uniforme gris que llevaba una escoba, una pala y un cepillo. Él se apartó para que ellas pudieran pasar, pero Margot ni siquiera le agradeció.

El ala oeste era un reflejo del ala este. Habitaciones inmensas y oscuras con mobiliario exquisito y obras de arte. Silenciosas y vacías. Cassie tiritó, ansiaba una luz intensa y hogareña o el sonido familiar de un televisor, si algo de eso siquiera existía en esta casa. Siguió a Margot por las magníficas escaleras al segundo piso.

—El ala de huéspedes.

Tres dormitorios inmaculados con camas con dosel, separados por dos salas de estar. Los dormitorios eran tan pulcros y formales como una habitación de hotel, y la ropa de cama parecía haber sido planchada.

—Y el ala familiar.

Cassie se iluminó, contenta de llegar finalmente a la parte de la casa donde vivía gente.

—El cuarto de bebés.

Para su desconcierto, esta era otra habitación vacía con una cuna con altos barrotes.

—Y aquí están los dormitorios de los niños. Nuestro dormitorio está al final del corredor, a la vuelta de la esquina.

Tres puertas cerradas, una al lado de la otra. Margot bajó la voz y Cassie supuso que no quería entrar a ver a los niños, ni siquiera para decir buenas noches.

—Este es el dormitorio de Antoinette, este es el de Marc y el más cercano al nuestro es el de Ella. Tu dormitorio está enfrente al de Antoinette.

La puerta estaba abierta y dos criadas estaban haciendo la cama afanosamente. El dormitorio era enorme y muy frío. Estaba amueblado con dos sillones orejeros, una mesa y un enorme ropero de madera. Pesadas cortinas rojas cubrían la ventana. Su maleta había sido ubicada a los pies de la cama.

—Podrás escuchar a los niños si lloran o te llaman, por favor atiéndelos. Mañana en la mañana necesitan estar vestidos y prontos a las ocho. Van a estar a la intemperie, así que elige ropa abrigada.

—Lo haré, pero… —Cassie se armó de coraje—. Por favor, ¿podría cenar? No he comido nada desde la cena de anoche, en el avión.

Margot se la quedó mirando perpleja y luego sacudió la cabeza.

—Los niños comieron temprano porque nosotros vamos a salir. Ahora la cocina está cerrada. Mañana el desayuno estará listo desde las siete. ¿Puedes esperar hasta entonces?

—S…supongo que sí.

Se sentía mal de tanta hambre que tenía. El dulce prohibido en su bolso, que había pensado darles a los niños, se convirtió de pronto en una tentación irresistible.

—Y debo enviar un correo electrónico a la agencia, para avisarles que estoy aquí. ¿Podría darme la contraseña del Wi-Fi? Mi teléfono no tiene señal.

La mirada de Margot se volvió inexpresiva.

—No tenemos Wi-Fi y no hay señal para teléfonos celulares aquí. Hay un teléfono de línea en el escritorio de Pierre. Para enviar un correo electrónico tienes que ir a la ciudad.

Sin esperar a que Cassie respondiera, se dio la vuelta y se dirigió al dormitorio principal.

Las criadas ya se habían ido, dejando la cama de Cassie en un estado de perfección espeluznante.

Cerró la puerta.

Nunca imaginó que sentiría nostalgia, pero en ese momento ansiaba escuchar una voz amigable, el murmullo de la televisión, el desorden de un refrigerador lleno. Los platos en la pileta, los juguetes en el piso, el sonido de los videos de YouTube reproduciéndose en un celular. El alegre caos de una familia normal, la vida de la que esperaba formar parte.

Por el contrario, sentía que ya estaba envuelta en un conflicto amargo y complicado. Nunca debió haber esperado hacerse amiga de estos niños inmediatamente, no con la dinámica familiar que se había desarrollado hasta ahora. Este lugar era un campo de batalla, y aunque encontrara en Ella una aliada, temía que ya se había hecho una enemiga con Antoinette.

La luz del techo, que había estado titilando, se apagó de repente. Cassie buscó su mochila a tientas para sacar su teléfono, y desempacó lo mejor que pudo con la luz de la linterna. Lo enchufó en el único tomacorriente visible al otro lado del dormitorio, y en la oscuridad arrastró los pies hasta la cama.

Con frío, preocupación y hambre, se trepó entre las frías sábanas y se cubrió hasta el mentón. Esperaba sentirse más esperanzada y optimista después de conocer a la familia, pero estaba dudando de su capacidad para lidiar con ellos y temía lo que ocurriría al día siguiente.

CAPÍTULO CUATRO

La estatua se erguía rodeada de oscuridad en la puerta de Cassie.

Sus ojos sin vida y su boca se abrieron, al tiempo que se acercaba a ella. Las finas grietas alrededor de sus labios se ensancharon y todo su rostro comenzó a desintegrarse. Los fragmentos de mármol cayeron como una lluvia y repiquetearon en el suelo.

—No —susurró Cassie, pero se dio cuenta de que no se podía mover.

Estaba atrapada en la cama con las extremidades paralizadas, aunque su mente en pánico le imploraba que se escapara.

La estatua se dirigió hacia ella con los brazos extendidos, y de sus extremidades caían en cascada trozos de piedra. Comenzó a gritar, era un sonido fuerte y agudo, y mientras lo hacía Cassie vio lo que había debajo de la cáscara de mármol.

El rostro de su hermana. Frío, gris, muerto.

—¡No, no, no! —gritó Cassie, y sus propios gritos la despertaron.

El dormitorio estaba totalmente oscuro y ella estaba enrollada, tiritando. Se sentó, aterrada, y tanteó en busca de un interruptor que no estaba allí.

Su mayor temor, el que luchaba por reprimir durante el día, pero que lograba entrar en sus pesadillas. Era el temor de que Jacqui hubiese muerto. Si no ¿por qué su hermana había dejado de comunicarse de repente? ¿Por qué no había recibido cartas o llamadas telefónicas, ni una sola noticia de ella durante años?

Temblando de frío y miedo, Cassie se dio cuenta de que las piedras que repiqueteaban en su sueño se habían convertido en el sonido de la lluvia, que con las ráfagas de viento golpeaban contra el vidrio de la ventana. Y por encima de la lluvia, escuchó otro ruido. Era el alarido de uno de los niños.

“Podrás escuchar a los niños si lloran o te llaman, por favor atiéndelos”.

Cassie se sintió confundida y desorientada. Quería prender una lámpara en su mesa de luz y tomarse unos minutos para tranquilizarse. El sueño había sido tan vívido que aún se sentía atrapada adentro de él. Pero los alaridos debían de haber comenzado mientras ella dormía, quizás habían causado su pesadilla. La necesitaban urgentemente, tenía que apresurarse.

Corrió el acolchado y descubrió que no habían cerrado bien la ventana. Con el viento, la lluvia había entrado por un hueco, y los bordes de las sábanas estaban empapados. Se levantó de la cama en la oscuridad y se dirigió al otro lado del dormitorio, en donde esperaba que estuviera su teléfono.

Una capa de agua en el suelo había convertido a los azulejos en hielo. Se patinó, perdiendo su punto de apoyo, y aterrizó con un golpe seco y doloroso en la espalda. Se había golpeado la cabeza contra el marco de la cama y su visión explotó en estrellas.

—Maldición —susurró, e intentó aliviarse sobre las manos y rodillas, esperando que el dolor de cabeza y el mareo disminuyeran.

Gateó por los azulejos y tanteó en busca de su teléfono, con la esperanza de que se hubiese salvado de la crecida de agua. Vio con alivio que esta parte del dormitorio estaba seca. Prendió la linterna y se apoyó dolorida sobre los pies. La cabeza le punzaba y su blusa estaba empapada. Se la quitó y rápidamente se puso la primera ropa que encontró: unos pantalones deportivos y una blusa gris. Descalza, salió rápidamente del dormitorio.

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