Blake Pierce - Casi Ausente

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CASI PERDIDA (LA NIÑERA—LIBRO #2) es el segundo libro de la nueva serie de suspenso psicológico por el autor bestseller Blake Pierce, cuyo libro gratuito y exitoso UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1) ha recibido más de 1.000 opiniones de cinco estrellas. Cuando un hombre divorciado, de vacaciones en la campiña británica, publica un aviso solicitando una niñera, Cassandra Vale, de 23 años, en bancarrota y aún reponiéndose del fracaso de su último empleo en Francia, acepta el trabajo sin vacilar. Adinerado, guapo y generoso, con dos dulces hijos, ella cree que nada puede salir mal.¿O quizás sí?Disfrutando lo mejor que Inglaterra tiene para ofrecer, y con Francia fuera de vista, Cassandra se atreve a creer que al fin puede tomarse un respiro…hasta que una revelación sorprendente la obliga a cuestionarse las certezas de su tumultuoso pasado, su jefe y su propia cordura.Un misterio fascinante, repleto de personajes complejos, varios secretos, giros dramáticos y suspenso vibrante, CASI PERDIDA es el libro #2 de la serie de suspenso psicológico que hará que devore las páginas hasta la madrugada.  ¡El libro #3 de la serie—CASI MUERTA—ya se puede reservar!

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Volviéndose a la ornamentada mesa de madera del vestíbulo, empujó un pisapapeles de vidrio veneciano y blandió una hoja de papel de forma defensiva.

—Aquí, ¿ves?

Pierre echó un vistazo a la hoja y suspiró.

—Dice a las cuatro de la tarde. No de la mañana. El chofer que contrataste obviamente entendió bien, y aquí está ella.

Se giró hacia Cassie y le extendió la mano.

—Soy Pierre Dubois. Ella es mi prometida, Margot.

No presentó a la criada. En su lugar, Margot le gritó que fuera a arreglar el dormitorio que estaba enfrente a los de los niños, y la criada se alejó apresurada.

—¿En dónde están los niños? ¿Ya están en la cama? Deberían conocer a Cassie —dijo Pierre.

Margot sacudió la cabeza.

—Estaban cenando.

—¿Tan tarde? ¿No te dije que tienen que cenar temprano cuando tienen clases? Aunque estén de vacaciones, ya deberían estar acostados para cumplir con los horarios.

Margot lo miró y se encogió de hombros con enojo, antes de dirigirse hacia una puerta a la derecha haciendo resonar sus tacones altos.

—¿Antoinette? —Exclamó— ¿Ella? ¿Marc?

La respuesta fue un estruendo de pasos y fuertes gritos.

Un niño de cabello oscuro entró corriendo al vestíbulo, con una muñeca agarrada del cabello. Lo seguía de cerca una niña más pequeña y regordeta, en un mar de lágrimas.

—¡Devuélveme mi Barbie! —le gritó.

El niño se detuvo, patinándose al ver a los adultos, e hizo una carrera hasta la escalera. Al precipitarse hacia allí, rozó con el hombro el lado curvo de un jarrón azul y dorado.

Cassie se tapó la boca con las manos, horrorizada al ver como el jarrón se balanceaba en el pedestal y caía destrozado en el piso. Las esquirlas de vidrio colorido se desparramaron por las tablas de madera oscura.

El silencio ante el impacto se rompió con los rugidos furiosos de Pierre.

—¡Marc! Devuélvele la muñeca a Ella.

Arrastrando los pies y con el labio inferior hacia afuera, Marc retrocedió pasando por los escombros. Le tendió la muñeca a Pierre de mala gana, y este se la devolvió a Ella. Los sollozos se apagaron mientras arreglaba el cabello de su muñeca.

—Ese era un jarrón de vidrio durand art —Margot le dijo, entre dientes, al niño—. Una antigüedad. Irremplazable. ¿No tienes respeto por los objetos de tu padre?

Un silencio hosco fue la única respuesta.

—¿En dónde está Antoinette? —preguntó Pierre, con cierta frustración.

Margot levantó la vista y Cassie, siguiendo su mirada, vio a una niña delgada de cabello oscuro en lo alto de la escalera. Parecía ser la mayor de los tres por unos años. Estaba vestida de manera elegante en un traje perfectamente planchado, y esperaba con su mano en la barandilla hasta que obtuvo toda la atención de su familia. Luego, con el mentón hacia arriba, comenzó a descender.

Cassie, ansiosa por causar una buena impresión, aclaró su garganta e intentó saludarlos de manera amistosa.

—Hola, niños. Mi nombre es Cassie. Estoy encantada de estar aquí y feliz de poder cuidarlos.

Ella respondió con una sonrisa tímida. Marc no levantó la vista del suelo, enojado. Y Antoinette la miró a los ojos por un buen rato, desafiante. Luego, y sin decir una palabra, le dio la espalda.

—Si me disculpas, papá —le dijo a Pierre—, tengo que terminar la tarea antes de acostarme.

—Por supuesto —dijo Pierre, y Antoinette subió la escalera contoneándose.

Cassie sintió que le ardía el rostro de vergüenza ante el intencionado desaire. Se preguntó si debía decir algo, tratar de aclarar la situación o intentar disculpar el comportamiento grosero de Antoinette, pero le era imposible encontrar las palabras adecuadas.

—Te lo dije, Pierre. Ya empezó con el temperamento de adolescente —murmuró Margot furiosamente, y Cassie se dio cuenta de que no había sido la única a la que Antoinette había ignorado.

—Al menos estaba haciendo su tarea aunque nadie la ayudara —respondió Pierre—. Ella, Marc, ¿por qué no se presentan correctamente?

Hubo un breve silencio. Claramente las presentaciones no iban a ocurrir sin una pelea. Pero quizás ella podría aliviar la tensión con algunas preguntas.

—Bueno Marc, ya sé tu nombre pero me gustaría saber tu edad —dijo ella.

—Tengo ocho —murmuró.

Mirándolo a él y a Pierre podía ver que eran parecidos. El cabello alborotado, el mentón firme, los ojos color azul profundo. Hasta la forma en que fruncían el ceño era similar. Las niñas también eran morenas, pero tenían rasgos más delicados.

—Y Ella, ¿cuántos años tienes?

—Casi seis —dijo la pequeña con orgullo—. Mi cumpleaños es el día después de Navidad.

—Es un buen día para cumplir años. Espero que por eso recibas mucho más regalos.

Ella sonrío sorprendida, como si fuese una ventaja que aún no había considerado.

—Antoinette es la mayor. Tiene doce —dijo ella.

Pierre golpeó las manos.

—Bien, es hora de ir a la cama. Margot, luego de llevar a los niños a la cama, ¿puedes mostrarle la casa a Cassie? Le será útil saber dónde están las cosas. Hazlo rápido. Debemos partir a las siete.

—Aún debo terminar de aprontarme —respondió Margot en un tono ácido—. Tú puedes llevar a los niños a la cama y llamar a un mayordomo para que limpie este desorden. Yo le mostraré la casa a Cassie.

Pierre respiró con enojo y miró a Cassie con los labios apretados. Ella supuso que su presencia había hecho que él se tragara sus palabras.

—Arriba y a la cama —dijo él, y los dos niños lo siguieron de mala gana por las escaleras.

Cassie se animó al ver que Ella se dio vuelta para darle un pequeño saludo con la mano.

—Ven conmigo, Cassie —le ordenó Margot.

Cassie siguió a Margot por una entrada a la izquierda hacia una sala formal con muebles exquisitos y excepcionales, y tapices revistiendo las paredes. La sala era enorme y fría, y la gigantesca chimenea no estaba prendida.

—Esta sala se usa muy poco y los niños no tienen permiso para entrar aquí. El comedor principal está al lado y se aplican las mismas reglas.

Cassie se preguntó con qué frecuencia se utilizaba la enorme mesa de caoba, pues parecía inmaculada, y contó dieciséis sillas con altos respaldos. En el aparador pulido de color oscuro había tres jarrones más, parecidos al que había roto Marc. No se podía imaginar una alegre conversación durante la cena en un espacio tan austero y silencioso.

¿Qué se sentiría crecer en una casa así, en la que espacios enteros estaban prohibidos porque los muebles podían ser dañados? Supuso que eso podía hacer que un niño sintiera que los muebles eran más importantes que él.

—A este lo llamamos el salón azul.

Era una sala más pequeña, empapelada en azul marino con enormes puertas francesas. Cassie supuso que se abrían hacia un patio o jardín, pero todo estaba completamente oscuro y lo único que podía ver eran las luces tenues de la sala reflejadas en el vidrio. Hubiera querido que la casa tuviese lámparas de mayor potencia, pues todas las habitaciones eran oscuras y las sombras acechaban las esquinas.

Una escultura atrajo su atención…su pedestal de mármol se había roto, por lo que la escultura yacía sobre la mesa. Sus rasgos parecían vacíos e inmóviles, como si la piedra cubriera el rostro de una persona muerta. Las extremidades eran gruesas y esculpidas toscamente. Cassie tiritó y miró hacia otro lado, pues la vista era espeluznante.

—Esa es una de nuestras piezas más valiosas —dijo Margot—. Marc la derribó la semana pasada. La llevaremos a reparar en breve.

Cassie pensó en la energía destructiva del niño y la forma en que había rozado el jarrón con su hombro. ¿Había sido totalmente accidental? ¿O había un deseo subliminal de destrozar el vidrio, de llamar la atención en un mundo en el que los objetos parecían tener más prioridad?

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