1 ...6 7 8 10 11 12 ...18 Los nudillos de Luke estaban desollados y desgarrados, las heridas abiertas y la sangre aún corría un poco. Él también le había dado a Murphy algunos buenos golpes.
Detrás de él, el gran Ed apareció en el espejo. Ed se había vuelto a poner la chaqueta, era un profesional consumado y bien vestido. Se suponía que Luke iba a ser el oficial superior de Ed en esta misión. No podía ponerse su propia chaqueta del traje porque estaba sucia de cuando la había tirado en el suelo.
—Vamos, tío, —dijo Ed. —Llegamos tarde.
—Voy va a parecer la presa que ha traído el gato.
Ed se encogió de hombros. —La próxima vez haz como yo. Tráete un traje extra, y un conjunto informal extra y déjalos aquí, en tu taquilla. Me sorprende tener que enseñarte estas cosas.
Luke se había vuelto a poner la camiseta y estaba empezando a abrocharse la camisa de vestir. — Sí, pero, ¿qué hago ahora?
Ed sacudió la cabeza, sonriendo. —Esto es lo que la gente espera de ti, de todos modos. Diles que estabas haciendo un poco de combate tae kwon do en el parking, durante el descanso del café.
Luke y Ed salieron del vestuario y subieron por la escalera de hormigón hasta el piso principal. La sala de conferencias, tan cerca del estilo vanguardista como Mark Swann pudo conseguir, estaba al final de un pasillo lateral angosto. Don solía llamarlo el Centro de Mando, aunque Luke sentía que eso engrandecía un poco los hechos. Quizá algún día.
Un enjambre de mariposas nerviosas rebotaba contra las paredes del estómago de Luke. Estas reuniones eran algo nuevo para él y no podía aparentar que estaba acostumbrado a ellas. Don le dijo que eso le llegaría con el tiempo.
En el ejército, las sesiones informativas eran simples. Algo así:
Este es el objetivo. Este es el plan de ataque. ¿Preguntas? ¿Aportaciones? De acuerdo, cargad el equipo.
Estas sesiones informativas nunca eran así.
La puerta de la sala de conferencias estaba enfrente, abierta. La habitación era algo pequeña y veinte personas dentro harían que pareciera un vagón de metro lleno de gente en hora punta. Estas reuniones le ponían a Luke los pelos de punta. Había interminables discusiones y retrasos. El agolpamiento de gente le hacía sentirse claustrofóbico.
Invariablemente, habría peces gordos de varias agencias y sus empleados estarían dando vueltas, los peces gordos insistirían en dar su opinión, los empleados estarían tecleando en teléfonos BlackBerry, arañando blocs de notas amarillos, entrando y saliendo, haciendo llamadas urgentes. ¿Quiénes eran estas personas?
Luke cruzó el umbral, seguido de cerca por Ed. Los fluorescentes del techo eran brillantes y deslumbrantes.
No había nadie en la habitación. Bueno, tampoco nadie, pero no mucha gente. Cinco personas, para ser exactos. Con Luke y Ed, hacían siete.
—Aquí están los hombres que todos hemos estado esperando, —dijo Don Morris, no estaba sonriendo. A Don no le gustaba esperar. Tenía un aspecto formidable, con una camisa y unos pantalones. Su lenguaje corporal era relajado, pero sus ojos eran agudos.
Un hombre se paró frente a Luke. Era un hombre condecorado con cuatro estrellas, alto y delgado, con un impecable uniforme verde. Su cabello gris estaba recortado hasta el cuero cabelludo. No había rastro alguno de bigote en su cara limpia y recién afeitada: ningún bigote le desafiaba. Luke nunca había visto a ese hombre, pero en el fondo sabía quién era. Hacía su cama todas las mañanas, antes de hacer ninguna otra cosa. La hacía tan bien que incluso se podrían hacer rebotar monedas en ella. Probablemente lo hacía, sólo para asegurarse.
—Agente Stone, Agente Newsam, soy el General Richard Stark, Jefe del Estado Mayor Conjunto.
—General, es un honor conocerle.
Luke le estrechó la mano, antes de que el hombre se acercara a Ed.
—Estamos muy orgullosos de lo que hicieron ustedes hace un mes. Ambos son el orgullo del Ejército de los Estados Unidos.
Otro hombre estaba parado allí. Era un hombre calvo, de unos cuarenta y tantos años. Tenía una barriga grande y redonda y dedos pequeños y regordetes. Su traje no le quedaba bien: demasiado apretado por los hombros, demasiado apretado alrededor de la cintura. Tenía la cara pastosa y la nariz bulbosa. A Luke le recordó a Karl Malden haciendo un anuncio de televisión sobre el fraude con tarjetas de crédito.
—Luke, soy Ron Begley, de Seguridad Nacional.
También se dieron la mano. Ron no mencionó la operación del mes anterior.
—Ron, me alegro de conocerle.
Nadie mencionó nada sobre la cara de Luke. Eso fue un alivio. Aunque estaba seguro de que Don le diría algo después de terminar la reunión.
—Chicos, ¿no os sentáis? —dijo el general, agitando una mano en la mesa de conferencias. Fue muy amable por su parte invitarles a sentarse en su propia mesa.
Luke y Ed se sentaron cerca de Don. Había otros dos hombres en la habitación, ambos con traje. Uno era calvo y tenía un auricular que desaparecía dentro de su chaqueta. Lo miraron impasiblemente. Ninguno de los dos dijo una palabra. Nadie los presentó. Para Luke, eso significaba suficiente.
Ron Begley cerró la puerta.
La gran sorpresa era que no había nadie más del Equipo de Respuesta Especial en la sala.
El general Stark miró a Don.
—¿Listo?
Don abrió sus grandes manos como si fueran flores abriendo sus pétalos.
—Sí. Esto era todo lo que necesitábamos. Haz lo que quieras.
El general miró a Ed y a Luke.
—Caballeros, lo que estoy a punto de compartir con ustedes es información clasificada.
* * *
—¿Qué no nos estás contando? —dijo Luke.
Don levantó la vista. El escritorio detrás del cual estaba sentado era de roble pulido, ancho y reluciente. Había dos trozos de papel en la mesa, un teléfono de oficina y un viejo y maltratado portátil Toughbook, con una pegatina en la parte posterior de la pantalla, representando la punta de una lanza roja con una daga, el logotipo del Mando de Operaciones Especiales del Ejército. Don era el tipo de persona que mantenía su escritorio limpio.
En la pared detrás de él había varias fotografías enmarcadas. Luke identificó a uno de los cuatro jóvenes Boinas Verdes sin camiseta en Vietnam: Don era el de la derecha.
Don hizo un gesto hacia las dos sillas frente al escritorio.
—Tomad asiento. Tomaos un descanso.
Luke lo hizo.
—¿Cómo está tu cara?
—Duele un poco, —dijo Luke.
—¿Cómo te lo has hecho, estrellándote con la puerta del coche?
Luke se encogió de hombros y sonrió. —Me encontré con Kevin Murphy en el funeral de Martínez esta mañana. ¿Te acuerdas de él?
Don asintió con la cabeza. —Claro, era un soldado decente como son los de las Delta, con un poco de frustración, supongo. ¿Qué aspecto tenía... después de que te encontraras con él?
—Lo último que vi es que todavía estaba en el suelo.
Don asintió nuevamente. —Bien. ¿Cuál era el problema?
—Él y yo somos los últimos hombres con vida de aquella noche en Afganistán. Hay algunos resentimientos. Él piensa que podría haber hecho algo más para abortar la misión.
Don se encogió de hombros. —No estaba en tu mano abortar esa misión.
—Eso fue lo que le dije. También le di mi tarjeta de visita. Si me llama, me gustaría que consideraras contratarlo para trabajar aquí. Está entrenado para las Delta, experimentado en combate, tres misiones, que yo sepa, no se acobarda cuando empieza a faltar el abrigo.
—¿Está fuera de servicio?
Luke asintió con la cabeza. —Sí.
—¿Qué está haciendo?
—Robo a mano armada. Ha estado desvalijando a capos de la droga en varias ciudades.
Don sacudió la cabeza. —Jesús, Luke.
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