—¡Murphy! —dijo él. —Espera un minuto.
Murphy levantó la vista y se dio la vuelta. Hacía un momento, parecía perdido en sus pensamientos, pero sus ojos se pusieron instantáneamente alerta. Su rostro era delgado, como el de un pájaro, guapo a su manera.
—Luke Stone, —dijo, su tono era plano. No parecía estar contento, ni tampoco disgustado de ver a Luke. Sus ojos eran duros. Como los ojos de todos los muchachos de las Delta, había una fría y calculadora inteligencia allí.
—Déjame acompañarte un minuto, Murph.
Murphy se encogió de hombros. —Haz lo que quieras.
Acompasaron los pasos el uno con el otro. Luke ralentizó sus zancadas para acomodarse al ritmo de Murphy. Caminaron un momento sin decir una palabra.
—¿Cómo te va? —dijo Luke. Ofreció una delicadeza extraña. Luke había ido a la guerra con este hombre. Habían estado en combate juntos una docena de veces. Tras la muerte de Martínez, eran los dos últimos supervivientes de la peor noche de la vida de Luke. Se podría pensar que había cierta intimidad entre ellos.
Pero Murphy no le mostró nada a Luke. —Estoy bien.
Eso fue todo.
Ni “¿Cómo estás?”, ni “¿Ya habéis tenido al bebé?”, ni “Tenemos que hablar de algunas cosas.” Murphy no estaba de humor para conversar.
—He oído que dejaste el Ejército, —dijo Luke.
Murphy sonrió y sacudió la cabeza. — ¿Qué puedo hacer por ti, Stone?
Luke se detuvo y agarró a Murphy del hombro, este se enfrentó a él, ignorando la mano de Luke.
—Quiero contarte una historia, —dijo Luke.
—Dispara, —dijo Murphy.
—Ahora trabajo para el FBI, —dijo Luke. —Una pequeña sub-agencia dentro de la Oficina. Recogida de información en Operaciones Especiales, la dirige Don Morris.
—Bien por ti, —dijo Murphy. —Eso era lo que todos solían decir. Stone es como un gato, siempre cae de pie.
Luke ignoró ese comentario. —Tenemos acceso a la mejor información. Lo tenemos todo. Por ejemplo, sé que se denunció tu desaparición a principios de abril y que fuiste dado de baja deshonrosamente unas seis semanas después.
Murphy se echó a reír ahora. —Debes haber cavado un poco para dar con eso, ¿eh? ¿Enviaste a un topo a examinar mi archivo personal? ¿O te lo acaban de mandar por correo electrónico?
Luke siguió adelante. —La policía de Baltimore tiene un informante que es un lugarteniente cercano a Wesley “Cadillac” Perkins, líder de la banda callejera Sandtown Bloods.
—Qué bien, —dijo Murphy. —El trabajo policial debe ser infinitamente fascinante. —Se dio la vuelta y comenzó a caminar de nuevo.
Luke caminó con él. —Hace tres semanas, Cadillac Perkins y dos guardaespaldas fueron asaltados a las tres de la mañana, mientras se metían en su coche en los aparcamientos de una discoteca. Según el informante, sólo les atacó un hombre. Un hombre alto, delgado y blanco. Dejó inconscientes a los dos guardaespaldas en tres o cuatro segundos. Luego golpeó con la pistola a Perkins y le quitó un maletín que contenía al menos treinta mil dólares en efectivo.
—Parece un hombre blanco atrevido, —dijo Murphy.
—El hombre blanco en cuestión también le quitó a Perkins un arma, una peculiar Smith & Wesson .38, con un eslogan particular grabado en la empuñadura. El Poder Da La Razón. Por supuesto, ni el ataque, ni el robo del dinero, ni la pérdida del arma fueron denunciados a la policía. Eso es sólo algo de lo que este informante habló con el que le había contratado.
Murphy no estaba mirando a Luke.
— ¿Qué me intentas decir, Stone?
Luke miró hacia adelante y notó que se estaban acercando a la tumba de John F. Kennedy. Una multitud de turistas estaba situada a lo largo del borde de las losas de doscientos años de antigüedad y hacía fotos del fuego de la llama eterna.
Los ojos de Luke se dirigieron a la pared baja de granito, en el borde del monumento. Justo encima de la pared, pudo ver el Monumento a Washington al otro lado del río. El muro en sí tenía numerosas inscripciones, recogidas del discurso inaugural de Kennedy. Una famoso captó la atención de Luke:
NO PREGUNTES LO QUE TU PAÍS PUEDE HACER POR TI...
—El arma que Martínez usó para suicidarse tenía la inscripción El Poder Da La Razón en la empuñadura. La Oficina rastreó el arma y descubrió que había sido utilizada previamente para cometer dos asesinatos, al estilo de ejecución, que se cree que están asociados con las guerras del narcotráfico de Baltimore. Uno fue el asesinato por tortura de Jamie 'El Padrino' Young, el líder anterior de los Sandtown Bloods.
SINO LO QUE PUEDES HACER TÚ POR TU PAÍS.
Murphy se encogió de hombros. —Todos estos apodos: Padrino, Cadillac… Debe ser difícil hacer un seguimiento de ellos.
Luke siguió. —De alguna manera, ese arma siguió su camino desde Baltimore hacia el sur, hasta la habitación de hospital de Martínez, en Carolina del Norte.
Murphy volvió a mirar a Stone. Ahora sus ojos eran planos y muertos. Eran los ojos de un asesino. Si Murphy había matado a un hombre antes, había matado a cien.
—¿Por qué no vas al grano, Stone? Di lo que piensas, en vez de contarme una fábula para niños sobre capos de la droga y hombres de atraco a mano armada.
Luke estaba tan enfadado que casi podría darle un puñetazo a Murphy en la boca. Estaba cansado e irritado. Tenía el corazón roto por la muerte de Martínez.
—Sabías que Martínez quería suicidarse... —comenzó.
Murphy vaciló. —Tú mataste a Martínez, —dijo. —Mataste a todo el escuadrón. Tú, Luke Stone, los has matado a todos. Yo estaba allí, ¿recuerdas? Asumiste una misión, que sabías que era un desastre, porque no querías anular la orden de un maníaco con ansias de muerte. Y todo esto... ¿para qué? ¿Para avanzar en tu carrera?
—Le diste el arma a Martínez, —dijo Luke.
Murphy sacudió la cabeza. —Martínez murió aquella noche en la colina. Como todos los demás. Pero su cuerpo era demasiado fuerte para darse cuenta de ello, sólo necesitaba un empujón.
Se miraron el uno al otro durante un largo momento. Por un instante, en su mente, Luke volvió a la habitación del hospital de Martínez. Las piernas de Martínez estaban destrozadas y no se las pudieron salvar. Una había desaparecido a la altura de la pelvis, la otra por debajo de la rodilla. Todavía podía usar sus brazos, pero estaba paralizado justo por debajo de la caja torácica. Era una pesadilla.
Las lágrimas comenzaron a deslizarse por la cara de Martínez. Golpeó la cama con los puños.
—Te dije que me mataras, —dijo con los dientes apretados. —Te dije... que... me... mataras. Ahora mira esto... este desastre.
Luke lo miró fijamente. —No podía matarte. Eres mi amigo.
—¡No digas eso! —dijo Martínez. —Yo no soy tu amigo.
Luke se sacudió el recuerdo. Estaba de vuelta a una colina verde en Arlington, en un día soleado de principios de verano. Estaba vivo y, sobre todo, bien. Y Murphy todavía estaba aquí, ofreciendo su versión. No la que Luke quería escuchar.
Había una multitud de personas a su alrededor, mirando la llama de Kennedy y murmurando por lo bajo.
—Como de costumbre, —dijo Murphy. —Luke Stone decide en favor de un ascenso. Ahora se encuentra trabajando para su antiguo oficial al mando, en una agencia de espionaje civil súper secreta. ¿Tienen buenos juguetes allí, Stone? Por supuesto que sí, si Don Morris lo está dirigiendo. ¿Secretarias guapas? ¿Coches rápidos? ¿Helicópteros negros? Es como un programa de televisión, ¿verdad?
Luke sacudió la cabeza. Era hora de cambiar de tema.
—Murphy, desde que desapareciste sin permiso, hemos detectado una serie de robos a mano armada en solitario, en ciudades del nordeste. Has fijado tu objetivo en pandilleros y traficantes de drogas, que sabes que se están llevando grandes cantidades de dinero en efectivo y que no van a denunciar...
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