—Tenemos luz verde, —dijo Swann. —Entienden que podríamos recibir algunas quejas de los vecinos.
—¿Y la bola de discoteca?
— Justo donde dijimos que estaría.
Luke contempló un viejo y oxidado buque de carga mediano, el Yuri Andropov II, que descansaba en el muelle. Pensó que un viejo especialista en tortura de la KGB como Andropov debía estar removiéndose en su tumba al ver que esta cosa llevaba su nombre. A alguien debió parecerle gracioso.
La bola de discoteca, por supuesto, era el sumergible perdido, Nereus. Su chip GPS seguía sonando desde el interior de una de las bodegas de ese barco.
—¿Y los instrumentos? —los instrumentos eran la tripulación del Nereus.
—Arriba, en el vestuario, por lo que sabemos.
—¿Y Aretha? ¿Qué tiene ella que decir?
La voz de Trudy Wellington entró, sólo por un segundo.
—Tus amigos ya están de fiesta en la playa.
Luke asintió. Justo al sur de aquí estaba la frontera con la ex República Soviética de Georgia. Los georgianos y los rusos actualmente se mostraban hostiles entre sí. Trudy sospechaba que iban a tener un incidente de fuego uno de estos días, pero con suerte no se iniciaría esta noche.
La ciudad costera georgiana de Kheivani estaba justo al otro lado de esa frontera. Era un lugar tranquilo y sosegado, en comparación con Sochi. Había un equipo de recuperación en una playa oscura de allí, esperando recibir a los prisioneros rescatados, si llegaban tan lejos.
Desde la playa, los prisioneros serían trasladados lejos de la frontera, a lo más profundo de Georgia y luego fuera del país. Eventualmente, cuando llegaran a un lugar seguro, serían informados sobre todo este desastre.
Nada de eso era asunto de Luke. Intencionadamente, no sabía nada sobre cómo iría. Don y Papá Cronin se habían encargado de esa parte. Luke ni siquiera sabía quién estaba involucrado. Podrías cortarle los dedos y sacarle los ojos y no podía dicirte nada al respecto.
—¿Se ha unido el tipo grande a la banda? —dijo Luke.
La voz de Ed Newsam apareció. El aullido del viento y el rugido de los motores casi la ahogaban. —Está en el camerino, listo para subir al escenario. Cuanto antes, mejor, por lo que a él concierne.
Luke suspiro. —Está bien, —dijo, y el peso de la decisión se apoderó de sus hombros como una roca. La gente probablemente estaba a punto de morir. Sabías eso cuando te metías. Sólo que no sabías quién.
—Vamos allá.
—Nos vemos en Las Vegas, —dijo Swann.
—Asegúrate de ver el espectáculo de fuegos artificiales, —gritó Ed. —Me han dicho que va a estar bien.
La llamada se cortó. Luke dejó caer el teléfono satelital en el asfalto desgastado del aparcamiento. Levantó la bota y la dejó caer con fuerza sobre el teléfono, rompiendo la carcasa de plástico. Lo hizo de nuevo, otra vez y otra vez. Luego le dio una patada a los restos destrozados y los lanzó a través de un desagüe abierto hacia el agua.
Tenía otro.
Levantó la vista.
Franchute estaba allí. Su cara era ancha y su piel parecía gruesa, casi como una máscara de goma. Su cabello era negro azabache y estaba peinado hacia atrás. Estaba afeitado, para integrarse mejor en la sociedad rusa. Normalmente, su pueblo llevaba espesas barbas por Alá.
Franchute llevaba una holgada cazadora oscura sobre su gran cuerpo. La noche era un poco cálida para eso. Sus duros ojos miraron a Luke.
—¿Sí? —dijo Franchute.
Luke asintió con la cabeza. —Sí.
Franchute tomó una profunda calada de su cigarrillo. Lentamente exhaló el humo. Luego sonrió y asintió.
—Estoy contento.
* * *
—Rápido, —dijo Ed Newsam. No le estaba hablando a nadie. Mejor, porque nadie podría escucharlo.
—Muy, muy rápido.
Estaba de pie en la cabina, con los pies descalzos y las manos en el timón de un bote con forma de cuña gigante. El bote era largo y estrecho, con una proa muy larga. En la popa, había cinco grandes motores de 275 caballos de potencia. El bote tenía dos asientos.
En Estados Unidos, lo llamarían un bote Cigarrillo o un Go Fast. En los días previos al rastreo por satélite, los narcotraficantes del sur de Florida usaban estas cosas para escapar de la Guardia Costera. Sin embargo, este barco no iba cargado de cocaína.
En la punta del bote, en la proa, había un pequeño compartimento. Ese compartimento estaba lleno de una pequeña cantidad de TNT.
Ed corría a toda velocidad en mitad de la noche, con las luces apagadas, rebotando sobre las olas. Sus motores rugían, un sonido enorme. El viento aullaba a su alrededor. Frente a él, quizás tres kilómetros más adelante, estaba la costa, en su mayor parte oscura, de Georgia. Detrás de él estaban las brillantes luces de Sochi. Esta ciudad estaba disfrutando de su apogeo poscomunista con mucho dinero. Barcos caros como este eran fáciles de encontrar.
De hecho, detrás de Ed y navegando a la misma velocidad, iba otra lancha rápida.
Ese bote lo conducía un temerario georgiano chiflado llamado Garry. Ed no podía ver a Garry, sus luces también estaban apagadas. Y no podía escucharle, había demasiado ruido como para escuchar algo. Pero sabía que Garry estaba allí, tenía que estar.
La vida de Ed dependía de ello.
Garry, junto con el loco conductor checheno de Stone, Franchute, habían sido proporcionados por Papá Bill Cronin. Papá Cronin era de la CIA y se suponía que no iban a involucrar a la CIA en esto, pero lo hicieron de todos modos. El peligro era que la CIA estaba haciendo aguas por alguna parte.
—Los cheques de Bill Cronin provienen de la CIA, —había dicho Don Morris. —Pero ese hombre es una ley y un mundo en sí mismo. Si nos da a los operadores, no serán unos charlatanes. No habrá infracciones de seguridad. Te lo puedo asegurar.
Así que Garry estaba de nuevo allí, con las vidas de Ed y Luke y de todo el mundo en sus manos.
A la izquierda de Ed, al este, había un largo dique de piedra, que sobresalía del agua. Protegía una pequeña área portuaria. Lo recorrió a lo largo, llegando a él en diagonal. Disminuyó la velocidad, sólo un toque, e hizo un giro brusco hacia la tierra.
Miró al cielo, buscando aviones.
Nada, todo despejado.
Ese malecón estaba cubierto de muelles de hormigón. Corrían paralelos a la tierra, a cien metros de la orilla. El malecón y la orilla formaban un paso estrecho de mil metros de largo. En el otro extremo estaba el buque de carga, el Yuri Andropov II.
El trabajo de Ed era perforarle un agujero. Un agujero, y tal vez un pequeño incendio. Lo suficiente como para causar una distracción, una pista falsa. Lo suficiente para permitir que Stone y Franchute se escabullesen en el bote, liberasen a los prisioneros y tal vez incluso escapasen de ese submarino.
Los rusos sabían que los estadounidenses les observaban desde los cielos. Así que estos muelles parecían tener una actividad mínima. Sólo un viejo buque de carga, sin demasiada seguridad, nada que ver aquí.
Pero Ed sabía que había hombres armados en esos muelles. Conducir este bote hasta ese puerto iba a enfurecer a una muchedumbre.
Llegó a la boca del puerto. Respiró hondo.
—Garry, será mejor que estés allí.
Abrió el carburador por completo. Los motores rugieron.
El bote avanzó, incluso más rápido que antes.
La tierra corría a ambos lados de él, el malecón a su izquierda y la orilla a su derecha. Pero mantuvo la vista en el objetivo. Ahora podía verlo, el Andropov, que se avecinaba ahí delante a lo lejos. Estaba atracado perpendicularmente a él, mostrándole toda su longitud.
—Hermoso.
A su izquierda, los hombres corrían por los muelles. Los veía como pequeñas figuras de palo, moviéndose lentamente, demasiado lentos.
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