Jack Mars - Mando Principal

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“Uno de los mejores thrillers que he leído este año.”--Críticas de Libros y Películas (referente a Por Todos Los Medios Necesarios) En MANDO PRINCIPAL (La Forja de Luke Stone - Libro n° 2), un innovador thriller de acción del número 1 en ventas, Jack Mars, el veterano de élite de las Fuerzas Delta Luke Stone, de 29 años, dirige al Equipo de Respuesta Especial del FBI en una angustiosa misión para salvar a los rehenes estadounidenses de un submarino nuclear. Pero cuando todo sale mal y el Presidente impresiona al mundo con su reacción, podría pesar sobre los hombros de Luke el salvar no sólo a los rehenes, sino al mundo entero.MANDO PRINCIPAL es un thriller militar inigualable, un viaje de acción salvaje que te hará pasar las páginas hasta altas horas de la noche. Esta serie, precuela de la SERIE DE THRILLER LUKE STONE, éxito de ventas, nos remite a cómo empezó todo, una serie fascinante del famoso autor Jack Mars, calificado como “uno de los mejores autores de suspense.” “Thriller en su máxima expresión.”--Midwest Book Review (referente a Por Todos los Medios Necesarios) También está disponible la exitosa serie, número uno en ventas, de THRILLER LUKE STONE de Jack Mars (7 libros), que comienza con Por Todos los Medios Necesarios (Libro nº1), con más de 800 reseñas de cinco estrellas!

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—Sáltatelo, —dijo el viejo.

Wallace Speck sacudió la cabeza. Tratar con el viejo era un infierno. ¿Cómo es que seguía vivo? Había estado fumando cigarrillos en cadena desde antes que naciera Speck. Su rostro era como un periódico antiguo, volviéndose casi tan amarillo como sus dientes. Sus arrugas tenían arrugas. Su cuerpo no tenía tono muscular en absoluto. Su carne parecía estar colgando de los huesos.

La idea le produjo a Speck un breve recuerdo de una vez que comió en un restaurante elegante. — ¿Cómo está el pollo esta noche? —le preguntó al camarero. —Exquisito, —dijo el camarero. —Se desprende del hueso.

La carne del anciano era cualquier cosa menos exquisita. Pero sus ojos seguían tan afilados como cuchillas de afeitar, tan concentrados como láseres. Era lo único que le quedaba.

Esos ojos miraban a Speck. Querían el morbo. Querían las partes que a la gente como Wallace Speck le preocupaban. Podría desenterrar lo más sucio, y lo hacía. Ese era su trabajo, pero a veces se preguntaba si el Centro de Actividades Especiales de la CIA no estaba abusando de su autoridad. A veces se preguntaba si las actividades especiales no equivalían a la traición.

—El tío tiene problemas para dormir, —dijo Speck. —Parece que no ha superado el secuestro de su hija. Confía en el Zolpidem para dormir y a menudo se diluye la píldora en una copa de vino, o dos. Eso es un hábito peligroso, por razones obvias.

Speck hizo una pausa. Podría darle al viejo el papeleo, pero el hombre no quería mirar el papeleo. Sólo quería escuchar, y Speck lo sabía. —Tenemos cintas de audio y transcripciones de una decena de llamadas telefónicas a su rancho familiar en Texas durante los últimos diez días. Las conversaciones son con su esposa. En cada llamada, expresa su deseo de dejar la presidencia, regresar al rancho y pasar tiempo con su familia. En tres de esas llamadas, se echa a llorar.

El viejo sonrió y dio otra profunda calada al cigarrillo. Sus ojos se convirtieron en rendijas. Su lengua salió disparada. Había un trozo de tabaco allí en la punta. Parecía un lagarto. —Bien. Más.

—Tiene una especie de obsesión por el culto al héroe con Don Morris, nuestro pequeño rival advenedizo del Equipo de Respuesta Especial del FBI.

El viejo hizo un movimiento con la mano como una rueda que gira.

—Sigue.

Speck se encogió de hombros. —El Presidente tiene un perro, como ya sabes. Ha comenzado a caminar por los terrenos de la Casa Blanca a altas horas de la noche. Se enfada si se tropieza con cualquier Agente del Servicio Secreto mientras está fuera. Hace unas noches, se encontró con dos en diez minutos y tuvo un berrinche. Llamó a la oficina de supervisión nocturna y les dijo que hicieran retirarse a sus hombres. Ya no parece comprender que los hombres están allí para protegerlo, piensa que están allí para molestarle.

—Hmmm, —dijo el viejo. —¿Intentaría huir?

—Diría que parece inverosímil, —dijo Speck. —Pero con este Presidente, nunca se sabe lo que va a hacer.

—¿Qué más?

—El grupo de acción política ha comenzado a buscar opciones para retirarlo del cargo, —dijo Speck. —La destitución es inviable debido a la división en el Congreso. Además, el portavoz de la Casa Blanca es un aliado cercano de David Barrett y está de acuerdo con él en la mayoría de las cuestiones. Es muy poco probable que siga con el proceso de destitución o permita que suceda bajo su supervisión. Retirarlo del cargo bajo la Vigésimoquinta Enmienda parece estar fuera de lugar también. Barrett probablemente no va a admitir su incapacidad para desempeñar sus funciones y si el vicepresidente trata de...

El viejo levantó la mano. —Lo entiendo, sáltatelo. Dime una cosa: ¿tenemos Agentes del Servicio Secreto en operaciones nocturnas en los terrenos de la Casa Blanca? ¿Hombres que nos sean leales?

—Los tenemos, —dijo Speck. —Sí.

—Bien. Ahora dame detalles sobre la operación de rescate de Rusia.

Speck sacudió la cabeza. —No tenemos detalles. Don Morris es notoriamente tacaño con la información, pero no tiene un gran equipo, al menos no todavía. Podemos suponer que les ha dado la misión a sus mejores agentes, Luke Stone y Ed Newsam, dos chicos jóvenes, ambos ex operadores de las Fuerzas Delta, con amplia experiencia en combate.

—¿Los que rescataron a la desafortunada hija del Presidente?

Speck asintió con la cabeza. —Sí.

El viejo sonrió. Sus dientes eran como colmillos amarillos. Podría pasar por el vampiro más viejo, uno que no hubiera saboreado la sangre en mucho, mucho tiempo. —Vaqueros, ¿no?

—Uh... Creo que tienden a disparar primero, y luego...

—¿Estamos planeando interceptarlos? ¿Desbaratar su operación de alguna manera?

—Ah... —dijo Wallace Speck. —Sin duda ha estado sobre la mesa como una posible opción. Es decir, por el momento no tenemos mucho...

—No lo hagáis, —dijo el anciano. —Apartaos de su camino y dejadlos actuar. Tal vez encuentren la muerte. Tal vez empiecen una guerra mundial. En cualquier caso, eso será bueno para nosotros. Y si David Barrett hace algo disparatado, quiero decir realmente disparatado, estate preparado para saltar y tomar el control de la situación.

Wallace Speck se levantó para irse.

—Sí señor. ¿Algo más?

El viejo lo miró con los ojos de un demonio antiguo. —Sí. Intenta sonreír un poco más, Speck. Todavía no estás muerto, así que haz un esfuerzo en disfrutar aquí y ahora. Se supone que esto es divertido.

CAPÍTULO OCHO

23:20 Hora de Moscú (15:20 Hora del Este)

Puerto de Adler, Distrito de Sochi

Krai de Krasnodar

Rusia

—¿Estáis seguros de que queréis que actuemos en este concierto? —dijo Luke a través del teléfono satelital de plástico azul que tenía en la mano. —Creo que va a ser bastante ruidoso.

Se apoyó contra un viejo Lada Sedan negro, fabricado en Hungría. El pequeño coche cuadrado le recordaba a un viejo Fiat o Yugo, pero no tan elegante. Parecía estar hecho de chapas de chatarra soldadas. Emitía un ligero olor a aceite quemado. Cuanto más rápido iba, más parecía vibrar, como si se estuviera desgarrando por los contornos. Afortunadamente, no era el coche que utilizarían para escapar.

Cerca, su conductor, un corpulento checheno llamado Aslan, se estaba fumando un cigarrillo y orinando a través de una línea de vallas de tela metálica. Aslan prefería que lo llamasen Franchute. Esto se debía a que, cuando Chechenia cayó, había escapado de los rusos desapareciendo en París durante unos años. Sus tres hermanos y su padre habían muerto en la guerra. Ahora, Franchute había vuelto y odiaba a los rusos.

Estaban en una zona de aparcamiento vacía, cerca de la desembocadura del río Mzymta. Un olor húmedo y penetrante a alcantarilla emergía del agua. Desde aquí, un sombrío bulevar de almacenes corría a lo largo de la costa hasta un pequeño puerto de carga, custodiado por una caseta de vigilancia y una alambrada electrificada. Bajo el resplandor de las débiles y amarillas lámparas de arco de sodio, podía ver hombres moviéndose por la puerta.

Las grandes y antiguas casas del Partido Comunista, los nuevos hoteles y restaurantes y las brillantes playas de Sochi en el Mar Negro, se encontraban a sólo ocho kilómetros de la carretera. Pero Adler era tan inconexo y deprimente como un puerto ruso debería ser.

Había un retraso, desde que la voz aguda de Mark Swann irrumpía por todas partes, desde las redes cifradas en los satélites negros, hasta finalmente el teléfono de Luke. La voz de Swann temblaba con excitación nerviosa.

Luke sacudió la cabeza y sonrió. Swann estaba en una suite del ático con la bella Trudy Wellington, en un hotel de cinco estrellas en Trabzon, Turquía. Supuestamente, eran una rica pareja de recién casados ​​de California. Si las balas comenzaran a volar, Swann lo vería en la pantalla del ordenador, casi pero no en directo, vía satélite. Ese era el motivo de que le temblara la voz.

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