–Muy inspirado, por lo que escucho.
–Así es…
–Y después de tantos años, cuando ya el Congreso funciona normalmente, te sientes orgulloso, me imagino.
Tomó un sorbo de su café y miró hacia el pasillo.
–Claro… sin duda. Aunque todo es siempre muy distinto a lo que uno se imagina… sobre todo en política.
–Y en todo este tiempo que ha cambiado el país, la Cámara y la Dirección de Comunicaciones, me imagino que también ha cambiado tu rol como Jefe de Relaciones Públicas, ¿no?
–La verdad es que no mucho –respondió.
Guardamos silencio. Me habían comentado que Bernardo tenía problemas dentro de Comunicaciones. Que era el funcionario de mayor rango en la Dirección, con el mejor sueldo, pero que nadie sabía exactamente cuál era su trabajo.
–Pero usted viene del mundo de las asesorías, Directora. Debe ser interesante… –dijo finalmente.
–Siempre es interesante trabajar con personas y temas distintos, pero creo que acá puede ser similar: muchos temas y muchos diputados.
–En realidad no creo que sea nada parecido. Los diputados son muy especiales.
–Eso dicen. ¿Es tan así?
–Supongo que viven estresados y necesitan que uno los ayude a solucionar sus cosas, pero nunca piensan que ellos son ciento veinte y que es imposible atenderlos a todos a la vez.
–¿Y eso quieren?
–A veces se juntan los requerimientos.
–¿Y ustedes les explican que no se puede?
–No. Corremos para darles en el gusto, lo que a veces es un poco estresante. Pero lo que nadie hace, Directora, es decirle que no a un diputado. Porque eso puede llegar a complicarle la vida. No se lo recomiendo.
Lo quedé mirando.
–¿Lo dices por experiencia propia?
–Digamos que en veinticuatro años me ha tocado sufrir a un par de honorables.
–¿Y qué dicen los jefes al respecto?
–¿A qué jefes se refiere…?
–No sé, el Secretario General. ¿No es él nuestro jefe?
–Claro. El Secretario es el jefe superior del servicio y la máxima autoridad administrativa de la Cámara. El jefe de todos nosotros. Pero el Presidente es la máxima autoridad de la Corporación. Por tanto nuestro jefe.
–¿O sea también es el jefe de Catalán?
–Sí y no…
–¿Sí o no? ¿No está el Presidente por sobre el Secretario General?
–Sí, pero solo por un año… El próximo año viene otro Presidente.
–Pero entonces ese Presidente será la máxima autoridad de la Cámara y estará por sobre Catalán… o no?
–Sí, pero será otra persona. De otro partido. Y quizás no tendrá las mismas prioridades que el actual…
–¿Y eso cambiará las prioridades de todos? ¿De Comunicaciones, por ejemplo?
–Sí y no.
–No te entiendo.
–Es que puede tener prioridades distintas, eso digo.
–Pero me imagino que hay prioridades que son institucionales. Esas no dependen del nombre que asuma la Presidencia, ¿no?
–Tiene que conocer a los diputados, Directora. Son muy especiales. Y cuando asumen como presidentes, se ponen aún más especiales. Hemos tenido varios ejemplos de eso…
Joana apareció en la puerta. Se veía alarmada.
–Viene entrando el diputado Dalmazzo. La busca a usted, Directora… –alcanzó a decir.
Lo vi entrar. No lo conocía personalmente, pero ubicaba de nombre a Dalmazzo, diputado de la Democracia Cristiana, conocido por sus polémicas declaraciones a la prensa. Me puse de pie para recibirlo. También Bernardo.
–Diputado, qué gusto tenerlo por acá...
–¡Ah! Usted es la nueva jefa de las Comunicaciones –dijo sin mirarme–. Quería conocerla. Me dicen que la eligieron por sus antecedentes profesionales.
–Entiendo que sí, diputado…
–Bueno, yo vengo a darle un consejo; en el fondo, a hacerle un favor, porque usted es nueva acá, y porque me dicen que tiene la idea de hacer muchos cambios en Comunicaciones.
–Esa es la idea, diputado.
–Escúcheme: acá llega mucha gente que cree que sabe mucho, que trae postítulos, doctorados y una montonera de esos diplomas que acá no sirven de nada. ¿Sabe por qué? Porque en la Cámara los únicos que sabemos algo somos nosotros, los diputados… ¿me entiende? Así es que no se las dé de inteligente ni innovadora ni nada. Usted se limita a hacer lo que le decimos los diputados y no va a tener problemas. Y no se ponga a hurguetear tampoco. No es necesario.
Sentí un aire caliente subiendo por las mejillas. Bernardo miraba la escena sin mover un músculo.
–Disculpe, diputado, no entiendo por qué me está diciendo esto. Estoy segura de que usted todavía no sabe lo que voy a proponer, lo que voy a presentar la próxima…
–Es que no me está escuchando –interrumpió–. Le estoy diciendo que usted no está acá para proponer nada. Usted está acá para hacer lo que le digamos los diputados. Así es que no ande pensando en lo que va a cambiar. Tómelo como un consejo. Si no lo entiende le va a ir mal. Hasta luego.
Se dio media vuelta y salió de mi oficina. Yo me quedé mirando el umbral de la puerta. No sabía si sentarme o seguir de pie. Afuera, los periodistas de mi equipo seguían trabajando como si nada hubiera pasado. Como si nadie hubiera escuchado nada. Igual que hace unos momentos, afuera de la oficina del Secretario General. Me sentí avergonzada, aunque no supe por qué. Pasó un rato, no sé cuanto, y apareció Joana para ofrecerme otro café.
–Creo que Bernardo también necesita uno –respondí.
Me senté sin saber qué acababa de ocurrir.
Bernardo seguía mirando hacia afuera. También parecía avergonzado.
Se sentó frente a mí, tomó aire y me dijo en voz baja:
–Usted debe tener muy claro, Directora, que acá todo se sabe, de inmediato… y todos saben que todo se sabe de inmediato.
Me miró unos segundos, como viendo el efecto de sus palabras.
–El diputado Dalmazzo también lo sabe –continuó–. Y, en el fondo, para él lo más importante de esta conversación con usted, es que toda la Cámara sepa que la tuvo. Y lo que dijo. Y, también, que usted no le respondió nada.
Calló unos instantes y luego agregó:
–Pero olvídese de eso, Directora. Vamos a ver el cambio de Mesa.
2. El podio: un lugar definitivo e implacable
Ignacio Cruz
–Les ruego a los señores y señoras diputadas que tomen asiento. De conformidad a lo dispuesto en el artículo 49 del Reglamento de la Corporación, corresponde la elección de los miembros de la Mesa, de manera secreta y en un solo acto. Para tal efecto, el señor Secretario procederá a llamar a las señoras diputadas y señores diputados para que emitan su voto mediante la cédula respectiva.
El diputado Oscar Céspedes, Presidente en ejercicio de la Cámara, leía un tarjetón y trataba de poner orden en la sala de sesiones. Muchos conversaban de pie sin prestar atención a la ceremonia. El diputado Ignacio Cruz miraba la escena. Estaba nervioso, pero no se notaba: sonreía.
Los diputados se fueron sentando y Augusto Catalán comenzó a llamarlos en voz alta y por orden alfabético:
–¡Señor Abarca…!
–¡Señora Aguilar…!
–¡Señor Amenábar…!
El diputado Ignacio Cruz miraba atento cómo cada uno se paraba de su asiento y caminaba hacia la mesa en el centro del hemiciclo.
–¡Señor Jiménez…!
–¡Señora Miranda…!
Todos dejaban el papel con su voto para la presidencia y vicepresidencias en el recipiente de plata sobre la mesita al centro del hemiciclo. Cruz observaba cada detalle. Llegar acá le había costado mucho trabajo. Y un par de amigos. Pero no había dudado ni un momento: sería Presidente de la Cámara. Sentía un vértigo interior ahora que todo estaba sucediendo. Calculó que cada diputado se demoraba en promedio alrededor de quince segundos en votar. Los antiguos, con más rodaje, tardaban diez. Los más nuevos, que aún lo consideraban un acto simbólico, se tomaban más tiempo: mostraban el papel antes de dejarlo y saludaban al funcionario que custodiaba la mesita y a la galería. La votación de los ciento veinte tomaría alrededor de media hora. Paciencia, pensó Cruz. No era nada comparado con el tiempo que había esperado para vivir este momento. Ser Presidente de la Cámara de Diputados marcaba una inflexión en su carrera política. Se transformaría en la cuarta autoridad del Estado, un actor político nacional, con llegada directa al Gobierno, al Presidente de la República, incluso. Las leyes de este periodo llevarían su firma y él incidiría en qué proyectos se discutirían y con qué prioridad. Y accedería a las asignaciones extras, que le permitirían contratar a profesionales y asesorías, algo fundamental para crecer y estar en condiciones de ser senador. Porque de eso se trataba todo esto: de su futuro.
Читать дальше