Pedro Cayuqueo - Historia secreta mapuche 2

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Corre el año 1883 en Chile. La guerra de invasión del país mapuche quedó atrás. Silenciados los cañones y quebradas las últimas lanzas, miles de colonos arriban a la estación ferroviaria de Angol siguiendo la huella de las tropas del ejército.
Pronto, el puerto de Talcahuano se verá abarrotado de inmigrantes enganchados en Europa por las agencias de colonización. Caravanas interminables de carretas surcan de mar a cordillera los caminos de la Araucanía. Son los pioneers tras la epopeya.
Chilenos, suizos, italianos, españoles, franceses y alemanes, todos llegarán a territorio mapuche de posguerra buscando su tajada. La llamada California chilena es un hervidero de gente, lenguas y negocios con las tierras, la mayoría de ellos bastante poco santos.
Junto con la fundación de pueblos y el avance del ferrocarril hacia el sur, a la vieja Frontera, llegan también veteranos de guerra, prófugos de la justicia, bandoleros, tinterillos y estafadores de la más diversa calaña.
En las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del siglo XX, ellos transformarán Wallmapu en un violento y peligroso Far West. De todo ello nos cuenta el periodista Pedro Cayuqueo en la continuación de su exitosa saga histórica.

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No sucede lo mismo con la mujer mapuche soltera, comenta. Ellas gozan de la más completa libertad, subraya Mansilla. Atentas las lectoras con el siguiente párrafo:

La mujer soltera se entrega al hombre de su predilección. El que quiere puede penetrar un toldo de noche, acercarse a la cama de la china que le gusta y hablarle. Ni el padre, ni la madre, ni los hermanos le dicen una palabra. No es asunto de ellos, sino de la china. Ella es dueña de su voluntad y de su cuerpo, puede hacer de él lo que quiera. Si cede no se deshonra, no es criticada, ni mal mirada. Al contrario, es una prueba de que algo vale. De otra manera no la habrían solicitado. Como se ve la mujer soltera es libre como los pájaros para los placeres del amor entre los indios. Sale cuando quiere, va donde quiere, habla con quien quiere, hace lo que quiere. Pero no confundir con licencia o libertinaje. Solo diré que, como en todas partes del mundo, la mujer tiene el instinto de saber que el pudor aumenta el misterio del amor (Mansilla, 1871:202-203).

Volvamos ahora con el principal objetivo del viaje del coronel Mansilla, en teoría la firma de un tratado de paz con los bravos jefes rankülche.

¿Sospecharán ellos que el real objetivo del gobierno argentino es avanzar hacia el sur la frontera y abrir paso al ferrocarril por sus tierras? Sigan leyendo y lo sabrán.

- EL PARLAMENTO DE LEUBUCÓ –

Aquel no era el primer contacto del jefe Panguitruz con Mansilla. Meses antes, por carta, le había enviado el ofrecimiento —habitual en esos años— de ser compadres.

“Mi futura ahijada era una chinita como de siete años, hija de cristiana. Más predominaba en ella el tipo español que el araucano. La senté en mis rodillas y la acaricié, no era huraña”, cuenta Mansilla.

Ser “compadres” para los mapuche implicaba no solo el cambio de nombre del ahijado al tomar el de su padrino. También trataba principalmente de confianzas y lealtades que se debían honrar hasta la muerte.

Era —cuenta Mansilla— traspasar un hijo (o una hija) del dominio del padre al padrino, quedando obligado este último a tratarlo como hijo propio, a socorrerlo, educarlo y encaminarlo para la vida. Hablamos de un verdadero voto solemne.

Pues bien, fue tras conocer a su futura ahijada en la toldería del gran jefe que comenzaron las tratativas más políticas entre Mansilla y Panguitruz. Los preparativos de la gran junta.

Yo, hermano, quiero la paz porque sé trabajar y ya tengo bastante para mi familia. Si me he tardado tanto en aceptar lo que usted me proponía ha sido porque tenía muchas voluntades que consultar. En esta tierra el que gobierna no es como entre los cristianos. Allí manda el que manda y todos obedecen. Aquí hay que arreglarse primero con los otros caciques, con los capitanejos, con los hombres antiguos. Todos son libres y todos son iguales. Haremos una junta grande y en ella usted y yo expondremos nuestras ideas. Mientras tanto cuente conmigo para ayudarlo en todo (Mansilla, 1871:213).

Como se ve —escribe Mansilla—, para el jefe rankülche “nosotros vivimos en plena dictadura y ellos en plena democracia”.

“Le contesté —agrega el militar— asegurándole que el presidente Sarmiento era un hombre muy bueno, que por carácter y por tendencias era hombre manso, que no amaba la guerra y que por otra parte la constitución le mandaba al Congreso conservar el trato pacífico con los indios”.

Panguitruz interroga a Mansilla sobre Sarmiento, también sobre el Congreso y la constitución. Le interesa también todo lo relacionado con la familia de Rosas, su “padrino”. Están en ello cuando el jefe rankülche dispara: “¿Y para qué quieren ustedes nuestras tierras?”, le pregunta.

Mansilla, sorprendido, intenta explicar.

Argumenta que necesitan solo “quince leguas de desierto” para la “seguridad de la frontera” y para el “buen resultado” del tratado de paz, pero que los rankülche podrían transitar y “hacer boleadas” en ellas libremente, sin necesidad de pasaporte.

Es entonces cuando Panguitruz da el golpe de gracia.

—Mire, hermano ¿por qué no me habla con la verdad?

—Le he dicho a usted la verdad —le contesté.

—Ahora va a ver, hermano. —Y esto diciendo se levantó, entró en el toldo y volvió trayendo un cajón de pino con tapa corrediza. Lo abrió y sacó de él una porción de bolsas. Era su archivo. Cada bolsita contenía notas oficiales, cartas, borradores, periódicos. Él conocía cada papel perfectamente. Revolvió su archivo y sacó un impreso muy doblado y arrugado, revelando que había sido manoseado muchas veces. Era La Tribuna de Buenos Aires. En ella había marcado un artículo sobre el gran ferrocarril interoceánico. Me lo indicó, diciéndome:

—Lea, hermano.

Conocía el artículo y le dije:

—Ya sé, hermano, de lo que trata.

—¿Y entonces por qué no es franco? Usted no me ha dicho que quieren las tierras para que pase un ferrocarril.

Me vi sumamente embarazado. Hubiera previsto todo menos argumento como el que se me acababa de hacer.

—Hermano, eso no se va a hacer nunca y si se hace, ¿qué daño les resultará a los indios de eso? —respondí.

—Que después que hagan el ferrocarril dirán los cristianos que necesitan más campos al sur y querrán echarnos de aquí de nuestras tierras. Y tendremos que irnos al sur del río Negro, a tierras ajenas, porque entre esos campos y el río Colorado no hay buenos lugares para vivir.

—Eso no ha de suceder si ustedes observan honradamente la paz —le dije.

El indio suspiró, como diciendo: ¡Ojalá fuera así!

(Mansilla, 1871:225-226).

La sorpresa para Mansilla fue grande. El jefe rankülche estaba perfectamente enterado de los planes argentinos. También de los acalorados debates en Buenos Aires sobre cuál era la política más conveniente para ejecutar “con los indios”, si la paz o la guerra.

Mansilla pronto caerá en cuenta además de que el espionaje estaba “a la orden del día en Leubucó”.

“Unas veces era un cristiano sucio y rotoso que andaba por allí haciéndose el distraído; otras un indio pobre, insignificante al parecer que acurrucado se calentaba al sol, y a quien yo le había dirigido la palabra sin obtener una contestación, no obstante que comprendía y hablaba bien el castellano”, relata.

Mediante estas estratagemas el jefe rankülche “sabe cuánto pasa a su alrededor y también lejos de él”, concluye el militar.

Aquello fue una constante en ambos lados de la cordillera. Sucede que los mapuche no vivían aislados del acontecer político winka. Todo lo contrario, se informaban cuanto podían de sus planes, dinámicas y también de sus disputas internas de poder.

Eran escenarios políticos que los lonkos analizaban para futuras negociaciones o bien para planificar la guerra.

Las grandes jefaturas mapuche del siglo XIX tuvieron mucha claridad sobre el acontecer político argentino y chileno, así como de la sociedad fronteriza y sus intereses en pugna.

Se trataba de información de inteligencia que —al igual que en nuestros días— era recogida ya sea por fuentes abiertas (periódicos, libros, documentos, todo aquello de acceso público) o bien por fuentes cerradas (agentes infiltrados, espías o informantes).

Un caso tomado de la historia fronteriza del lado chileno, el denominado Plan Benavente, resulta muy ilustrativo de la efectividad y sofisticación alcanzada por los lonkos a la hora de recabar información del enemigo. Lo recoge el historiador Arturo Leiva en su libro Araucanía - Etnia y política (1859-62).

Sucedió que el año 1853 fue presentado al Congreso Nacional un proyecto de ley relativo a la Araucanía conocido bajo el nombre de su principal autor, el entonces senador Diego José Benavente. De inmediato se hizo notar al sur del Biobío “una agitación que costaba atribuir a algo concreto”, según publicó El Correo del Sur de Concepción, por entonces el periódico mejor informado de los asuntos de la Frontera.

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