Richard Evans - Contrafactuales

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Gran Bretaña no participa en la Segunda Guerra Mundial. Hitler conquista Moscú. Churchill pierde las elecciones y nunca llega a convertirse en primer ministro… La historia alternativa siempre ha sido un divertimento, una excusa para los juegos de mesa o un argumento para la ciencia ficción, pero en las últimas décadas ha empezado a llamar también la atención de los historiadores más serios.
¿Por qué? Si la labor de la historia es establecer qué ocurrió, ¿qué sentido tiene preguntarse por lo que pudo haber sido?
Evans examina con ojo crítico la nueva afición de los historiadores, y de los lectores, por los contrafactuales, atendiendo tanto a su importancia para la comprensión de la historia como a los motivos ocultos de los académicos para explorar esta faceta.

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En Gran Bretaña, la situación era muy distinta. La colección más bien frívola de Squire dominó el campo durante mucho tiempo. Seguramente E. H. Carr pensaba en los ensayos de If It Had Happened Otherwise cuando tachó este tipo de especulaciones de mero juego de salón.30 El divulgador histórico, escritor y presentador de la bbc Daniel Snowman, responsable de una larga lista de sólidas publicaciones históricas, intentó superar esta limitación en 1979. La fecha de publicación sugiere raíces políticas profundas en el clima de incertidumbre y examen de conciencia que dominó los años setenta, cuando el debate sobre la “decadencia de Gran Bretaña” estaba a la orden del día. Igual que Margaret Thatcher proclamó que podía ofrecer algo mejor a Gran Bretaña que lo que ofrecían las élites existentes, Snowman invitó a algunos historiadores a contar cómo lo habrían hecho mejor que los actores históricos del pasado. En la introducción a su colección If I Had Been... Ten Historical Fantasies [Si yo hubiera sido… Diez fantasías históricas], publicada en Londres en 1979, Snowman se quejó de que en las historias especulativas como la de Squire “no hay reglas respecto al grado de condicionalidad permitido, y los resultados pueden ser tan fantasiosos como a uno le apetezca”.31 Con la ayuda de diez historiadores profesionales, Snowman procuró reducir la arbitrariedad evidente de algunas contribuciones a la colección de Squire pidiéndoles

que evocaran un contexto histórico estrictamente auténtico y que recrearan tan exactamente como fuera posible la situación a la que se enfrentó la personalidad sobre la que trataba su ensayo. No podía haber deus ex machina, asesinatos inventados ni intervenciones melodramáticas del destino que dieran alas artificiales a la imaginación. Además, se pidió a los autores que se concentraran en un momento concreto del pasado y en el proceso de toma de decisiones que tuvo lugar entonces: la especulación sobre lo que podría haber ocurrido o no después solo debía ser una consideración secundaria. Por lo tanto, los ‘sis’ de este libro aparecen en un marco cuidadosamente circunscrito por los hechos históricos. Lo único que cambia es que se supone que el personaje principal de cada texto ha optado por una forma de actuar algo distinta, pero completamente plausible, de la que en realidad adoptó.32

La forma de proceder de Snowman introdujo importantes factores de restricción, que limitaban el grado de especulación de forma efectiva. Finalmente, pidió a los colaboradores (una vez más, todos eran hombres) que concluyeran su contribución con una reflexión sobre sus implicaciones. Todo ello dota a su recopilación de una unidad que encontramos en pocos casos.

Sin embargo, sigue presentando problemas. El primero, tal como reconoce Snowman, es que al escoger “grandes hombres” (y en efecto son todos hombres) da crédito a la desacreditada idea de que la historia la hacen los grandes hombres y poco o nada más, mientras que la mayoría de historiadores señalarían el papel de factores más impersonales además del impacto del individuo, o incluso en lugar de él. Desde luego, tal como admite Snowman, “solo un necio o un romántico incurable atribuiría los movimientos fundamentales de la historia casi exclusivamente a un puñado de dirigentes”. No obstante, finalmente el recopilador más que afrontar el problema lo esquiva y se limita a comentar que los ensayos del volumen “no pretenden adscribirse a un punto de vista en uno u otro sentido sobre el papel que han jugado los ‘grandes’ hombres de la historia, sino más bien proporcionar datos para un debate que a buen seguro seguirá muy vivo”.33 Quizá resulta más interesante que Snowman mencione la cuestión del libre albedrío y el determinismo, y señale que el presente es, o como mínimo parece ser, indeterminado, con un amplio abanico de posibles formas de proceder ante nosotros; no es hasta al cabo de un tiempo cuando empezamos a identificar las razones de tipo más general por las que escogimos una opción y no otra.34 Sin embargo, también en este caso deja la cuestión sin resolver, quizá como no podía ser de otra manera, ya que las condiciones en las que pide a sus colaboradores que imaginen que se escoge una opción distinta están cuidadosa y estrechamente circunscritas.

Lo que es más importante, tal como ha señalado Niall Ferguson, es que todo el volumen de Snowman cae en la trampa de expresar deseos.35 Ningún historiador, si le preguntan cómo se habría comportado si hubiera estado en la piel de un personaje histórico, dirá que no habría igualado la sagacidad, brillantez o valentía de aquella persona. La gracia del ejercicio es que lo hará mejor; no caerá en los errores de su personaje y tendrá éxito en aquello en lo que este fracasó. De este modo, Roger Thompson, en el papel de conde de Shelburne, evita la independencia de Estados Unidos; Esmond Wright, haciendo de Benjamin Franklin, impide que el descontento estadounidense de la misma época desemboque en una revolución; Peter Calvert, como Benito Juárez, salva al emperador Maximiliano, que los franceses endilgaron a los mexicanos, y trae décadas de paz a esa conflictiva tierra; Maurice Pearton es Adolphe Thiers y evita la guerra franco-prusiana de 1870-1871; Owen Dudley Edwards, que hace de Gladstone, resuelve la cuestión irlandesa; Harold Shukman, en el papel del demócrata liberal Aleksandr Kérenski, jefe del gobierno provisional en los meses que siguieron a la revolución de febrero de 1917 que derrocó al zar, evita que los bolcheviques lleguen al poder; Louis Allen, en la piel del general japonés Hideki Tojo, descarta bombardear Pearl Harbor; Roger Morgan es el canciller Konrad Adenauer y reunifica Alemania después de la nota de Stalin de 1952 que ofreció negociaciones; Philip Windsor, de Alexander Dubček, evita la invasión del Pacto de Varsovia que en realidad derrocó en 1968 al régimen comunista liberal que él encabezaba en Checoslovaquia; Harold Blakemore se encarna en Salvador Allende y salva el gobierno socialcomunista que este presidía en Chile, al impedir un golpe militar en 1972-1973.

Los historiadores del volumen de Snowman hacen lo que un historiador no debería hacer nunca: aleccionan a personas del pasado sobre cómo debían haber hecho las cosas. ¿Realmente pensamos que podríamos haber evitado los errores que ellos cometieron? Desde luego, es fácil caer en esa tentación. Pero debemos resistirnos. Como observa Ian Kershaw en su estudio de las actitudes de los alemanes de a pie hacia la dictadura nazi: “Me gustaría pensar que si yo hubiera vivido esa época habría sido un antinazi convencido comprometido con la resistencia clandestina. Sin embargo, en realidad sé que habría estado tan confundido y que me habría sentido tan indefenso como la mayoría de la gente sobre la que escribo”.36 Nos imaginamos que lo haríamos mejor que la gente del pasado porque tenemos el lujo de la perspectiva y, esto es crucial, porque somos personas distintas con ideas y supuestos distintos y formas distintas de tomar decisiones. Evidentemente, Snowman es consciente de este problema y por lo tanto insiste en que el comportamiento de los personajes históricos cuya identidad asumen los autores tiene que estar alineado con lo que sabemos de ellos por los datos históricos. Pero, como él mismo reconoce, esto no resuelve del todo el problema de ponerse en la piel de un actor histórico muerto hace tiempo.37 En la práctica, lo que estos historiadores hacen es desear un cambio de personalidad de las figuras históricas que abordan: Kérenski se vuelve más decidido de lo que en realidad era; Stalin se vuelve más sincero en su nota de 1952, en la que ofreció la reunificación alemana, de lo que realmente era; Allende se vuelve menos confundido de lo que estaba; Tojo se vuelve menos agresivo de lo que era; Maximiliano está menos desamparado de lo que estaba; y Thiers se vuelve más perspicaz de lo que era. Para que el truco funcione, hay que desobedecer la consigna de Snowman de respetar la personalidad de los individuos en cuya piel se ponen los colaboradores.

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