Después de describir la situación inicial (la intolerancia romana hacia el judaísmo, que el autor justifica de un modo que recuerda a los antisemitas franceses de mediados del siglo xix, calificando a los judíos de fanáticos religiosos que soñaban con “dominar el mundo”; y una intolerancia comparable hacia el primer cristianismo), emprende la première déviation haciendo que se dé erróneamente por muerto en una de sus campañas al emperador Marco Aurelio y que lo sustituya el general Avidio Casio, partidario de la república romana. Más adelante, junto a Marco Aurelio, que vuelve al trono, Casio inicia un programa de reformas que crea un campesinado libre en lugar de una clase de esclavos y finalmente, a través de muchas idas y venidas, conduce al imperio de occidente a una religión de estado basada en los dioses propios junto a la tolerancia de otras religiones. En el este triunfa un fanático cristianismo ortodoxo, que lleva a las cruzadas, no contra Jerusalén, sino contra Roma, a cuyos habitantes un ejército de cuatrocientos mil cruzados del este, rabiosamente intolerantes, intenta convertir a lo que creen las verdaderas enseñanzas de Jesús, y afortunadamente no lo consiguen ya que empiezan a pelearse entre sí por cuáles son exactamente esas enseñanzas. En el este, la intolerancia conduce al caos político y a la derrota a manos de los bárbaros, mientras que el estoicismo tolerante del imperio de occidente sobrevive a la declaración de independencia de galos, británicos, hispanos y otros que, libres de conflictos religiosos, crean una federación de estados europeos independientes. De forma parecida, en el este, los bárbaros victoriosos vuelven a introducir el cristianismo, pero un cristianismo reformado, sin confesión, sin purgatorio, sin monasterios y en general sin ninguno de los símbolos del catolicismo o la fe ortodoxa. La ciencia y el estudio florecen en todas partes y Renouvier termina con un llamamiento a la humanidad para que forme una liga de naciones con una corte internacional. Al contrastar esta historia feliz en una serie de apéndices con lo que le parecían las depredaciones inhumanas y coercitivas del catolicismo a través de las distintas épocas, Renouvier puso de manifiesto el contraste entre la historia ideal y la historia real; esta última debe su significado a la primera, y efectivamente el libro se presenta como la traducción de un viejo manuscrito, que una familia de inconformistas religiosos sometidos a persecución conservó para recordar que las cosas podrían haber sido distintas, y fácilmente habrían sido mejores.14
Ni el breve ensayo de D’Israeli, publicado en una oscura edición que ni siquiera apareció en Inglaterra, ni la fantasía vertiginosa de Geoffroy, por mucho éxito que tuviera entre ciertos lectores franceses, ni el difícil y densamente argumentado tratado filosófico anticlerical de Renouvier, dieron inicio a ningún tipo de moda consistente en especular sobre los distintos caminos que habría podido tomar la historia. Las contribuciones al género solo aparecieron de forma esporádica, como es el caso del ensayo del historiador británico G. M. Trevelyan “If Napoleon Had Won the Battle of Waterloo” [Si Napoleón hubiera ganado la batalla de Waterloo], escrito para un certamen celebrado en 1907 por la Westminster Gazette. Trevelyan retomó las especulaciones de Victor Hugo para sugerir que si Napoleón hubiera ganado la batalla de Waterloo, los británicos se habrían visto forzados a firmar la paz y las condiciones económicas y sociales se habrían deteriorado bajo el liderazgo del archiconservador lord Castlereagh (a pesar de una rebelión de los trabajadores encabezada por lord Byron, que se habría sofocado y habría supuesto la ejecución del noble poeta). Los liberales británicos habrían huido a América Latina, donde un gobierno británico reaccionario habría unido esfuerzos con España en la lucha por la conservación de las colonias españolas, mientras que en Europa, a pesar de la influencia de Napoleón, el ancien régime habría seguido más o menos como antes con sus formas oscurantistas de siempre. Lejos de lanzarse a la conquista del mundo, Napoleón, enfrentado a una Francia y de hecho a una Europa agotadas por más de dos décadas de guerra casi ininterrumpida, habría decidido que ya era suficiente y habría optado por una vejez pacífica. En este escenario, Napoleón finalmente muere mientras se plantea una nueva guerra para unificar Italia, una guerra que no ocurrió.15 Trevelyan era un entusiasta de la unificación italiana, escribió tres enjundiosos volúmenes sobre su héroe, Giuseppe Garibaldi, y desde el punto de vista político era un liberal comprometido, formaba parte de una tradición whig que incluía a su tío abuelo lord Macaulay, uno de los más acérrimos defensores de la extensión del derecho de voto en 1832. Su relato de los acontecimientos que seguirían a una supuesta victoria de Napoleón está todo lo alejado que se puede de la expresión de un deseo; es más bien una historia negativa, que ilustra lo mal que habrían podido ir las cosas y por lo tanto, implícitamente, el hecho de que Waterloo, a pesar de una oleada temporal de represión política y dificultades económicas en Gran Bretaña, sentó las bases para los múltiples triunfos del liberalismo en el siglo xix al destruir la tiranía del emperador francés. De hecho, claro está, y Trevelyan lo sabía perfectamente, nada de esto era muy plausible, ya que la derrota de las fuerzas dirigidas por el duque de Wellington en 1815 no habría significado necesariamente el final de la guerra; los Aliados se podrían haber reagrupado y seguido luchando hasta una eventual victoria; al fin y al cabo, en aquel momento sus recursos superaban ampliamente a los de los agotados franceses. También en este caso estamos, por tanto, ante una historia alternativa impulsada principalmente por creencias y motivos políticos.16
Sin embargo, la función de la historia contrafactual como entretenimiento no estaba ni mucho menos agotada. En 1932 apareció la primera colección de ensayos del género, editada por sir John Collings Squire con el título de If It Had Happened Otherwise [Si hubiera sido distinto] y con una reimpresión del texto de Trevelyan sobre Waterloo. Squire era crítico literario y poeta, un personaje reaccionario que en la década de 1930 simpatizó con la Unión de Fascistas Británicos y que era furiosamente hostil a la modernidad literaria. Le gustaba proyectar una imagen de gentleman inglés amante de la cerveza y el críquet –de hecho, Virginia Woolf y el grupo de Bloomsbury solían referirse a él y a su círculo como “los hacendados” por el significado de su apellido, squire– y muchas de sus publicaciones eran desenfadadas y humorísticas. If It Had Happened Otherwise (publicado en Estados Unidos como If: Or History Rewritten) forma parte de esta categoría de libros.17 Los colaboradores eran en su mayor parte literatos (no había ninguna mujer entre sus filas). Muchos invirtieron el curso de la historia para entretener e impresionar: el divulgador histórico Philip Guedalla se divirtió de lo lindo imaginando el papel del Islam en Europa si los moriscos hubieran frenado el intento de expulsarlos de España en 1492,18 como se lo pasó en grande Harold Nicolson al especular sobre lord Byron como rey de Grecia. Más política era la contribución de monseñor Ronald Knox, que pintó un cuadro muy negro de cómo habría sido Gran Bretaña si la huelga general de 1926 hubiera triunfado; gobernado por los sindicatos y los socialistas de izquierda, el país se habría convertido en algo parecido a la Rusia soviética, con la libertad de educación y expresión abolidas y todo bajo el control del estado. Se trata de otro ejemplo de la versión distópica de la historia alternativa, tal como la había practicado Trevelyan muchos años antes.
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