Deberíais establecer una correspondencia entre estos ejemplos y lo que podéis dar de vuestro corazón, de vuestro intelecto, de vuestra alma y de vuestro espíritu. No deis vuestro corazón, dad solamente vuestros sentimientos. No deis vuestro intelecto, sino vuestros pensamientos. No deis vuestra alma, sino el amor que de ella emana. No deis vuestro espíritu, sino las fuerzas benéficas que brotan de él.
II
Si os pregunto: “ ¿Conocéis las cuatro reglas aritméticas?”, me responderéis: “Claro que sí, sabemos sumar, restar, multiplicar y dividir...” Pues bien, no estoy muy seguro, porque estas operaciones son extremadamente difíciles de realizar. ¿No habéis sufrido nunca por haber hecho una suma imprudente con alguien sin saber luego cómo hacer la resta?... Lo que suma, en nosotros, es el corazón; el corazón sólo sabe sumar, siempre añade mezclándolo todo. El que resta es el intelecto. El alma multiplica y el espíritu divide.
Considerad al hombre a lo largo de su existencia. Cuando es niño toca todos los objetos, buenos o malos; los coge, los chupa y los come, hasta los que pueden hacerle daño. La infancia es la edad del corazón, de la primera regla, la suma. Cuando el niño crece y su intelecto comienza a manifestarse, rechaza todo lo que le es inútil, desagradable o perjudicial: resta. Luego se lanza a la multiplicación: su vida se puebla de mujeres, de hijos, de adquisiciones de todo tipo, de sucursales... Finalmente, cuando es viejo, piensa que pronto se va a ir al otro mundo y escribe su testamento para legar sus bienes a unos y a otros: divide.
Empezamos acumulando, y después rechazamos muchas cosas. A continuación debemos plantar lo bueno para multiplicarlo. Si no sabemos sembrar los pensamientos y sentimientos, no conocemos la verdadera multiplicación. Si sabemos sembrar se producirá una multiplicación, obtendremos una gran cosecha, y después podremos dividir, es decir, distribuir los frutos recogidos.
En la vida nos vemos continuamente enfrentados a las cuatro reglas. Esto ocurre cuando algo inquieta nuestro corazón y no conseguimos eliminarlo, o bien nuestro intelecto rechaza a un buen amigo con el pretexto de que no es sabio ni está bien situado. A veces multiplicamos lo malo y descuidamos plantar lo bueno... Hay que empezar por estudiar las cuatro reglas en la vida misma. Después, habrá que estudiar otras: las potencias, las raíces cuadradas, los logaritmos, etc... Pero, de momento, contentémonos con estudiar las cuatro primeras reglas, porque, hasta ahora, ni siquiera hemos aprendido a sumar y a restar. Algunas veces hacemos una suma aceptando alimentar un mal deseo, o bien rechazamos un buen pensamiento, un ideal elevado, debido a que el primero que ha llegado nos ha dicho que con semejantes pensamientos nos íbamos a morir de hambre. Ved, pues, cuántas cosas tenéis que aprender.
El corazón, el intelecto, el alma y el espíritu viven juntos en la misma casa, en el cuerpo físico, y a veces se oponen, se pelean, pero se ven obligados a vivir juntos; no se pueden separar. Y cada uno actúa a su manera en relación a la “casa”, es decir, en relación a todo el cuerpo, a las funciones, a los órganos, y también en relación al rostro. Cuando una persona engorda significa que en ella domina el corazón, puesto que el corazón no hace más que sumar. Si adelgaza, significa que domina su intelecto, lo que en ciertos casos es positivo, pero en otros, no. Antaño, la gente prefería estar más bien gorda. Actualmente está de moda estar más delgado. En ambas tendencias hay un peligro. El que tiene buen corazón tiende a engordar, está bien dispuesto, es jovial, magnético: se deja llevar y desbordar por el corazón. Pero, a veces, este exceso lleva consigo la pereza; el que engorda ya no quiere caminar, no quiere esforzarse, ni siquiera intentar nuevas experiencias porque su corazón ya no se lo permite.
Cuando el intelecto domina, se adelgaza. El intelecto está relacionado con la electricidad, cuyas vibraciones negativas rechazan las moléculas de la materia, lo que provoca adelgazamiento. El remedio contra la obesidad consiste, pues, en pensar. Todos los días los periódicos y las revistas hacen publicidad de productos adelgazantes que son peligrosos y muy costosos; pues bien, yo os doy uno que es muy eficaz y muy barato: ¡pensar! Sí, pensad un poco y adelgazaréis. Y el que esté delgado y quiera engordar, que dé trabajo a su corazón, que se vuelva más tranquilo, más caritativo, más acogedor. Para que haya equilibrio es necesario que el intelecto y el corazón trabajen con igual intensidad. No es bueno que el corazón o el intelecto dominen, especialmente el intelecto, porque a fuerza de restar, lo suprime todo y luego no queda nada, ni bondad, ni justicia, ni honestidad, ni providencia, ni alma, ni tan siquiera la existencia de Dios. El intelecto empobrece y agota al hombre.
Los cuatro principios del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu actúan también sobre nuestro rostro en el que cada uno de ellos realiza su trabajo. El corazón se ocupa de la boca. La forma de nuestra boca es el resultado del buen o mal funcionamiento de nuestro corazón, de nuestros sentimientos. La boca revela las cualidades del corazón. Es su imagen visible, mientras que él permanece escondido. El intelecto trabaja sobre la nariz, o si lo preferís, es el modelo invisible a partir del cual se construye la nariz. Según la longitud de la nariz, su posición – alta o baja en el rostro – su forma puntiaguda o redonda, su color, etc... se pueden conocer las particularidades intelectuales de una persona. El alma se ocupa de los ojos: en ellos se pueden adivinar todas las fuerzas o las debilidades de un alma. El espíritu trabaja sobre la frente: la frente revela la nobleza, el poder, las altas cualidades del espíritu o bien los vicios que le impiden manifestarse.
Los ojos y la boca, formados por el alma y el corazón, son dos elementos femeninos. La frente y la nariz, formados por el espíritu y el intelecto, son dos elementos masculinos. Ahí tenemos, pues, dos madres y dos padres; pero falta encontrar los hijos, porque la existencia de hijos es conforme a las leyes de la naturaleza. Si no hay hijos, el principio masculino y el principio femenino no están conectados. En una simple mezcla, se pueden separar los elementos, pero cuando hay combinación, ya no se puede. Si el oxígeno y el hidrógeno están simplemente mezclados no producen agua. Para producirla deben estar combinados. En la naturaleza, si no hay hijo, no hay alegría. Los hijos son como el agua, son el fruto de la combinación de los seres. El mismo fenómeno se produce en nosotros: el corazón y el intelecto, el alma y el espíritu producen un hijo en el plano físico. Para el corazón y el intelecto (la boca y la nariz), este hijo es el mentón; para el alma y el espíritu (los ojos y la frente), el hijo es la parte superior del cráneo.
El mentón, hijo del corazón y del intelecto, nos revela la voluntad, la resistencia de un ser, su capacidad para actuar en el plano físico; su forma redonda o cuadrada, su apariencia prominente o retraída, nos dan un gran número de indicaciones. El hijo del alma y del espíritu es el centro superior situado en lo alto de la cabeza: expresa la capacidad de realizar la voluntad divina, la perseverancia en el ideal divino.6
Los cuatro fenómenos esenciales que estudia la física: el calor, la luz, al magnetismo y la electricidad, también están ligados a la boca, la nariz, los ojos y la frente. La boca está relacionada con el calor, la nariz con la electricidad, los ojos con el magnetismo y la frente con la luz. La boca, que está relacionada con el calor, tiene también relación con los ojos, ligados al magnetismo; es la relación del corazón con el alma. Los ojos son una boca que absorbe la luz, y el alma se alimenta de sentimientos como el corazón, pero de sentimientos divinos. Con nuestros ojos absorbemos un alimento superior, la luz, de la misma forma que con la boca absorbemos el alimento físico y, asimismo, al igual que la nariz distingue los olores, el intelecto, con la luz de la sabiduría, discierne lo que es bueno o malo, mientras que el espíritu, relacionado con la frente, ve en el mundo superior.
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