Recuerdo todas esas noches en las que la arropé con mis alas mientras le susurraba palabras de ánimo sin que ella lo supiera jamás. Pero bien sabe Dios que yo estaba cumpliendo con mi cometido lo mejor que sabía y podía.
Julie creció y dejó de ser una niñita indefensa para convertirse en una mujercita adolescente y luchadora. A escondidas de sus padres, y con la ayuda de un compañero de estudios, aprendió a pelear y defenderse ella sola. Participó en varias reyertas y luchó valerosamente contra adversarios a los que jamás hubiera vencido sin mis palabras de aliento. Pareció ser feliz durante un buen tiempo, su determinación crecía, pero en poco tiempo la vida volvió a darle un revés. Era una niña muy buena, jamás haría daño a nadie, pero sus padres sacaban lo peor de ella. Un día se defendió de los golpes de su progenitor y salió victoriosa. En represalia él la drogó y la violó mientras aún era consciente de lo que ocurría, incluso estando aturdida. Por primera vez vi la semilla del caos anidando en lo más profundo de su corazón, el mismo desorden y ansia de destrucción que surgió en el interior de su alma, poco antes de ser llamada La Reina Serpiente en su vida anterior. Fui a intervenir por primera vez, pero una voz muy cálida y familiar me detuvo.
—Sé lo que estás pensando y no es buena idea… —advirtió la voz de Dios desde mi espalda.
—¿Por qué? —pregunté triste, pero con decisión al girarme para mirarle directamente a los ojos.
—Dímelo tú…
—No. Te pregunto ¿por qué me tengo que limitar sólo a observarla con lo fácil que resultaría calmar su agonía?
—¿Y cómo calmarías su agonía?
—Eliminando los dos factores que le impiden ser feliz y avanzar en su vida.
—¿Los matarías?
—¿Acaso no es lo correcto madre?
—¿Es correcto matar a sus padres para que ella por fin consiga su tan anhelada felicidad?
Titubeé durante unos segundos antes de responder. Su sonrisa maternal y su faz impertérrita al hablarme me hicieron dudar.
—Si tanto quieres a tus hijos, ¿por qué permites que sufran de esta manera a veces? —pregunté dolido.
—¿Recuerdas cuál era el regalo que les otorgué a los humanos?
—El libre albedrío. El mismo regalo que provocó la caída de muchos de mis hermanos y el nacimiento de los nefilim.
—¿Es reproche lo que distingo en tus palabras?
—Admítelo madre, tus métodos no son perfectos, por lo cual no son siempre los correctos y adecuados.
—¿También cuestionas mis decisiones? ¿Por qué?
—Dímelo tú… —repliqué con una sonrisa mordaz, y su semblante se tornó bastante serio.
—¿Crees que mis decisiones han generado guerras y sufrimiento porque a unos les di libre albedrío y a otros no? ¿Crees que cometí un gravísimo error al darles todos los placeres a los humanos y a vosotros os los negué?
Ahora era mi semblante el que parecía frío e impasible.
—No exactamente, pero sí —finalicé.
—Está bien. Te dejaré con esta reflexión mientras custodias a Julie: ¿Qué crees que hubiera ocurrido si les hubiera otorgado el libre albedrío y los placeres de la carne a los ángeles?
Pasó el tiempo para Julie, y aunque el rencor y el odio habitaban en lo más profundo de su corazón, ella seguía luchando por ser buena chica. A veces me gustaba entrar en su mente para ver qué se le pasaba por la cabeza, cada vez que sentía el mal apoderándose por completo de ella. Escuchaba cómo rogaba y rezaba por ser buena chica, notaba que nos imploraba a los ángeles y a Dios, que la colmáramos de paciencia y sabiduría, para encontrar la luz dentro de la más tormentosa de las oscuridades. Su alma gritaba por dentro con agonía desesperanzadora, pues en el fondo sentía que su cometido en la vida, realmente era aplastar el cráneo de cualquier persona que se interpusiera en su camino. Pero cuando esos oscuros deseos asomaban al interior de su alma, como una sombra oculta tras el alféizar de una ventana acechando con ojos ávidos de sangre fresca, Julie cerraba los ojos y se concentraba en cosas que le hacían sentir feliz. Sonreía melancólica y se decía a sí misma: «Tranquila, todo esto pasará pronto y comenzarás a ser feliz».
De repente, un sentimiento de congoja atenazó mi alma, y una pregunta acudió a mi mente mientras el miedo me recorría la espina dorsal, para alcanzar la médula espinal y una vez allí explotar apoderándose de todo mi cuerpo: ¿Y si nunca conseguía la felicidad en su vida? ¿Y si su vida sólo iba a estar cargada de penas, pesares y desdicha? Aquello me llevó a pensar en la pregunta que nuestra creadora me formuló para que reflexionara. Y la única respuesta que se me ocurrió, fue que todos los ángeles hubiésemos mostrado nuestra verdadera cara y nos hubiéramos dado cuenta que el Paraíso, tan lleno de luz, rezuma el mismo olor a mierda que el Infierno. Pero… ¿realmente era así? ¿Realmente todos los ángeles somos un demonio infernal en potencia, solo que nuestra madre lo impide guiándonos y aconsejándonos a través de la senda de la luz?
CAPÍTULO II
AMOR IMPÍO
El tiempo siguió su curso y comprobé triste que la vida de Julie no mejoraba un ápice. Había cumplido los diecisiete años y ya se había dejado llevar por la ira en tres ocasiones –en una de ellas, casi provoca la muerte de su padre–. Me sentí orgulloso de que por fin hubiera aprendido a imponerse, e instaurase la dictadura del terror en su casa. Sus padres la temían y ya no volvieron a amenazarla ni a molestarla; ella había ganado su puesto dominante, y se sentía bien por haber plantado el miedo en los corazones de sus progenitores. Ahora harían todo cuanto ella comandara, y eso, la hacía sentir bien. Dios se me acercó mientras yo observaba a Julie desde la esfera que se les otorga a los ángeles de la guarda para cuidar a sus objetivos, y con gesto de reprobación suspiró.
—Así que ya empieza a ceder a los designios de Lucifer. Está ganándome terreno con ella... —reprobó Dios negando con gesto triste.
—¿Ambos competís por su alma? —pregunté sorprendido.
—Luchamos y competimos por todas las almas.
—¿Para qué?
—Para la gran guerra entre el Paraíso y el Infierno.
—¿Y por qué ella, si fue una malvada reina?
—Manipulada por uno de los comandantes de Lucifer.
—Pero… no lo entiendo, se supone que cuando uno escoge su bando ya no hay nada que hacer.
—Su caso es especial gracias al sacrificio de Arsenio Aurah, él la salvó de la oscuridad. La hizo cambiar, sacrificó su alma por el bienestar de la de ella, por eso Inanna obtuvo su oportunidad de unirse a mí.
—¿Qué pasó con Arsenio Aurah?
—Para él fue como elegir bando, eligió sacrificar su alma al Infierno y Lucifer, ahora seguramente esté ardiendo en las llamas eternas o quizás permanentemente congelado.
—¿No puedes salvarle?
—No, lo único que podemos hacer es custodiar y guiar a Julie, para que no vuelva a caer en las garras de Lucifer.
—¿Cómo? Se está descarriando, volviendo al lado oscuro y negativo.
—Te dije que puedes guiarla y darle pistas. Darle aliento y protegerla, pero nunca influir directamente en su vida. Al final serán sus decisiones las que la llevarán a un lado o al otro.
—Sigo sin comprender entonces por qué tanto dolor y sufrimiento en su vida.
—Porque ella lo eligió así.
La expresión de mi rostro cambió a súbita y repentina sorpresa.
—¿Cómo que ella lo eligió? —interrogué ansioso.
—¿Recuerdas que me viste hablando con ella? —me preguntó con una cálida sonrisa.
—Sí, claro que lo recuerdo.
—Hablábamos de su redención y cómo alcanzarla.
—¿Estás diciéndome que es un alma privilegiada?
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