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AUGUSTUS CARP
Portada
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Página de créditos
Sobre este libro
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Notas
Sobre el autor
V.1: mayo de 2020
Título original: Augustus Carp, Esq. by Himself
© M. Franklin, 1924
© de la traducción, Claudia Casanova, 2012
© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2020
Todos los derechos reservados.
Diseño de cubierta: Aideé Morales Garnica
Publicado por Ático de los Libros
C/ Aragó, 287, 2º 1ª
08009 Barcelona
info@aticodeloslibros.com
www.aticodeloslibros.com
ISBN: 978-84-18217-14-2
THEMA: FBC
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita usar algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
Augustus Carp
Una sátira contra la hipocresía
Administrador de una parroquia, superintendente de la catequesis y presidente de la Liga por la Pureza de San Potamus, Augustus Carp tiene por costumbre exponer los pecados y defectos de los demás mientras, al mismo tiempo, es perfectamente capaz de ignorar los propios.
Desde su más tierna infancia, Augustus emprende continuas campañas contra la lascivia, la bebida y el tabaco, mientras a su vez cae en muchos otros vicios en nombre de la piedad. Cuanto más en serio se toma Carp a sí mismo y más enardecidamente lucha contra los pecadores, más hace reír al lector, que verá fácilmente a través de la supuesta caridad cristiana del protagonista.
La vida de Carp recorre un abanico de situaciones vergonzosas que van desde su incapacidad de bajar de los autobuses sin caerse, pasando por sus problemas crónicos con las flatulencias o su cruzada para salvar a una linda actriz de teatro de los pecados de su profesión, hasta una borrachera de proporciones épicas producida por el consumo desmesurado de un misterioso «zumo de frutas».
Escrito en 1924, Augustus Carp es un gran clásico de la literatura de humor inglesa moderna.
«Una farsa sublime y feroz.»
The New Yorker
«Incomparable. Una divertida sátira contra la hipocresía.»
The New Statesman
«La voz narrativa de Augustus es una obra maestra de ironía controlada, que se revela en cada palabra y en cada giro de su elegante sintaxis.»
The Washington Post
«Carp es piadoso, hipócrita, glotón, no demasiado brillante y, sí, el criticón más célebre del sur de Londres.»
London Review of Books
«Autobiografía burlesca de un egocéntrico, estirado y puritano zoquete que se perdona sus numerosos defectos en nombre del cristianismo mientras condena a los demás por los mismos actos. Muy divertida.»
Library Journal
Servidor a la edad de veintiún años en una fotografía ahora en poder del reverendo Simeon Whey.
Ninguna disculpa por haber escrito este libro. Un deber imperativo en las actuales circunstancias. Descripción de mis padres y de su apariencia personal. Descripción de Mon Repos, Angela Gardens. Larga ansiedad previa a mi nacimiento. Alegría intensa cuando por fin tiene lugar. Decisión de mi padre respecto a mi nombre de pila. Temprana selección de mi primer padrino.
Es costumbre al publicar una autobiografía, según he comprobado, escribir un exordio que incluya algún tipo de disculpa. Pero hay ocasiones, y sin duda la presente es una de ellas, en que hacerlo es manifiestamente innecesario. En una época en que los valores morales han sido violentados o están a punto de desaparecer; en que todos los periódicos publican diariamente imágenes de violencia, divorcios e incendios provocados; cuando un buen número de chicas jóvenes fuma cigarrillos y, según me aseguran, incluso cigarros puros; cuando las mujeres maduras, madres de infelices niños, se adentran en el mar en bañadores de una sola pieza y los hombres casados, cabezas de sus familias, prefieren el parpadeo del cinematógrafo al credo de Atanasio, en una época así obviamente es un deber cuya elusión resulta injustificable el ofrecer al mundo un ejemplo mejor.
Esa es mi sensación, cada vez con mayor urgencia, desde hace un tiempo —tengo ahora cuarenta y siete años —. Y cuando no sólo mi esposa y sus cuatro hermanas, sino también el cura de mi parroquia, el reverendo Simeon Whey, acudieron a mí para sugerirme que emprendiera esta labor, sentí que retrasarla habría sido un pecado. Soy perfectamente consciente de que a muchos el pecado no les impresiona. Y me resulta igualmente familiar el hecho de que otros niegan incluso su existencia. Pero yo no me cuento entre ellos. En todos los terrenos soy un implacable enemigo del pecado. Lo he reprochado continuamente a otros y me he abstenido estrictamente de cometerlo. Y por ese motivo he considerado que debía escribir este volumen.
Me propongo, en primer lugar, tratar de mi entorno en mis primeros años y de la influencia que sobre mí ejerció mi padre, convencido como estoy de que todo hombre (y, en menor grado, toda mujer) es producto enteramente de sus decisiones y actos personales. No puedo pretender, por supuesto, atribuir demasiada importancia a la mera influencia paterna. Sin embargo, es indudable que desempeña un cierto papel en las vidas de todos y cada uno de nosotros. Y aunque mi padre poseía numerosos defectos, como descubrí y pude decirle posteriormente, se las arregló para descargar sobre mi persona la fuerza de un carácter frecuentemente noble.
No niego que ese fuera su deber, claro está. Pero el deber bien hecho es lo bastante escaso como para merecer su justo reconocimiento. Y hoy en día, cuando la paternidad se toma tan a la ligera y es con tanta frecuencia accidental, ciertamente no es excesiva la atención que podamos destinar a un comportamiento tan distinto, incluso opuesto.
Decía pues que en el momento de mi nacimiento, y hasta el día en que murió, mi padre fue un funcionario cuya posición entrañaba ciertas responsabilidades, puesto que era el recaudador de facturas pendientes de la Compañía del Agua. Además, también era el agente más respetado y que gozaba de la mayor confianza de la compañía de seguros por robo o incendio Durham y West Hartlepool; acólito de la iglesia de Santiago el Menor, e inquilino de Mon Repos, en Angela Gardens. Esta era una de las treinta y seis casas admirablemente concebidas, que pertenecían a un estilo arquitectónico similar y ricamente ornamentado, cuyas puertas delanteras, todas y cada una de ellas, estaban flanqueadas y coronadas por vidrios azules y bermellones en forma de diamante. Y aunque es cierto que esta casa en concreto había sido bautizada por su dueño en un idioma foráneo, el lector no debe suponer que su nomenclatura recibiera la aprobación de mi padre. Por el contrario, no solamente protestó, sino que tanta era su desconfianza acerca de la moral francesa que siempre insistió, tanto frente a los demás como a sí mismo, en emplear una pronunciación estrictamente inglesa.
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