Pitré no es verde
Belen Boville
Título original: Pitré no es verde
Primera edición: Marzo 2017
© 2017 Editorial Kolima, Madrid
www.editorialkolima.com
Autora: Belén Boville Luca de Tena
Dirección editorial: Marta Prieto Asirón
Ilustración de cubierta: José María Rueda
Maquetación de cubierta: Sergio Santos Palmero
Maquetación: Rocío Aguilar Bermúdez
Colaboración: Daniel de las Heras Fernández, Víctor Pérez Arizpe
ISBN: 978-84-16994-20-5
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A todos los chicos y chicas que disfrutan leyendo,
escribiendo y dibujando.
A vuestra imaginación y deseos de viajar por este maravilloso planeta recuperando la vida en cada
uno de sus rincones y acompañando al
disparatado π3.
A todos los que habéis participado o vayáis a
participar con vuestras ideas y creatividad, comenzando por los chicos de El Puerto de
Santa María (Cádiz, España), y los de
Ciudad Victoria (Tamaulipas, México).
A todos los futuros colaboradores que crean en este proyecto apasionante. Entre todos construiremos un mundo mejor, porque la ficción nos conecta
con la realidad y nos ayuda a transformarla.
¡Vaya paseo!
El Universo está cuajado de silencio y estrellas. Millones de galaxias, nebulosas y agujeros negros. ¡Como para perderse! π3 paseaba en moto por la galaxia que le quedaba más cerca de casa. Siempre había soñado con una moto intergaláctica: silenciosa, rápida, inteligente. Había pasado la secundaria con muy buenas notas y por fin la había conseguido. Significaba mucho para él. Se había esforzado bastante, no solo en aprender cómo funcionaba su mundo tecnológico, sino también los mundos lejanos en los que todavía existía la vida.
Su curiosidad lo movía tanto o más que su vehículo. Sus piernas se apretaban contra el chasis que protegía el ordenador de a bordo. Notaba el calorcito de los centenares de microcircuitos y sentía la excitación del viaje. Ya tenía una moto, su moto, que le permitiría explorar más allá de su aburrido planeta, tan limpio y ordenado.
π3 metió un acelerón y derrapó justo cuando una estrella cortaba su camino. Contempló la estela plateada y decidió seguirla. Así se metió en la cola de un cometa que lo llevaría a vivir una auténtica aventura.
Nunca se había atrevido a alejarse mucho, pero ahora había un no se qué en la estela que lo invitaba a seguir su paso. Se tranquilizó pensando que las estrellas fugaces eran un simple grano de arena de un cometa. Su huella quedaba grabada en el cosmos; no tendría problemas en volver a encontrarla más tarde y reanudar el camino de vuelta a casa.
π3 se fue alejando de su galaxia y entremetiéndose por estrellas y planetas que no había visto nunca. Si alguno le llamaba la atención se acercaba hasta rozar su atmósfera y sentir el cosquilleo de las radiaciones en su traje de fibra óptica.
A lo lejos vio un planeta con varios anillos; parecía una feria, un planeta de juguete. Más allá otro planeta tenía tres lunas como tres pecas. Y en medio había uno que brillaba especialmente.
Dio un par de vueltas y paró su vehículo. Se fijó en este planeta azul y blanco, en su satélite sumiso, y en otro planeta rojo un poco más alejado, y entonces lo reconoció:
−¡El Sistema Solar! Y su planeta vivo, la Tierra. Y aquello es Marte.
Para no equivocarse dio un acelerón y se paseó por el resto del sistema: Júpiter, Mercurio, Venus. Ahí estaban todos los planetas que bailaban alrededor del Sol. Se pegó más a la gran estrella y empezó a sentir demasiado calor, metió un acelerón formidable y se alejó de la masa de fuego para dirigirse a la Tierra, cuya biosfera había estudiado a conciencia.
Podía tocarla con la mano, podía entrar en su atmósfera. Ya no era una imagen dentro de un telescopio, ni de una pantalla, ni de un ordenador, por muy grande que fuera. La tenía ahí delante.
Tan fascinado estaba reconociendo lo que había estudiado en Geografía Universal que penetró en la estratosfera peligrosamente. Tanto, que la potencia de su moto no pudo con la fuerza de la gravedad, mucho más poderosa que cualquier motonave ingeniada o por ingeniar. Sintió que perdía el control. De nada servía acelerar o tratar de salir de allí. Apretaba los botones con fuerza pero su nave no lo obedecía.
El planeta Tierra lo succionaba con una fuerza brutal. Parecía que fuera a ser devorado por uno de sus volcanes o tragado por un remolino de sus océanos. Todos los mandos bailaban; los relojes digitales y el ordenador central se habían vuelto locos. Las cifras pasaban a una velocidad vertiginosa. Sintió entrar en caída libre. Por un momento le entró el pánico. Traspasó nubes, cúmulos y cirros a toda pastilla. Temiendo un posible accidente, tomó con fuerza los mandos y empezó a planear. Aunque no pudiera evitar la caída, al menos podía ir sentado y contemplándolo todo. Una experiencia única. Las corrientes de aire caliente le hacían elevarse y luego de golpe caer centenares de metros para ser vapuleado por el viento de un lado a otro. Cada vez se iba acercando más e iba perdiendo la noción de donde estaba, de las líneas que configuraban los continentes.
«Espero caer en blando; si no, me voy a romper los huesos y los chips...» se dijo mientras iba cayendo y sintiendo por primera vez un frío distinto, un frío húmedo.
Bajo él se extendía una masa enorme, azul y blanca, que se movía y removía mientras él se iba aproximando a ella hasta que:
−¡Plofff!
Menudo chapuzón. Cuando quiso darse cuenta ya estaba empapado y bajo algo denso y a la vez ligero que se movía. Burbujas de aire salían de su boca. Miles de burbujillas diminutas se escapaban de las distintas partes de su cuerpo.
¿Qué era eso? ¿Dónde había caído? ¿Por qué estaba tan mojado? ¿Por qué había caído en esa cosa líquida, hasta casi cinco metros, y ahora empezaba a subir? Su cuerpo parecía traspasar distintas zonas térmicas. Sus ojos no podían ver. Los había abierto con todas sus fuerzas pero el viento y la caída los habían encogido tras perder la visera protectora. Ahora aquello le hacía bizquear; apenas percibía algo, solo turbulencias mientras iba elevándose hasta la superficie y podía respirar de nuevo. Sintió una caricia líquida en sus mejillas. Trató de atrapar eso, pero no se dejaba. Soltó uno de sus guantes y también flotaba, como él mismo. Nunca había visto tanto líquido junto rodeándolo por todas partes.
¿Sería eso el agua? ¿El planeta azul que tanto había estudiado? Trató de recordar: sí, debía de ser eso, un planeta líquido, de agua. Pero ya no era azul, sino verde, y transparente, turquesa y marrón. Y eso, ahí donde estaba ahora mismo, donde flotaba, debía ser el mar.
Nunca había visto agua, ni mar, ni océanos, porque en su planeta no había H2O. Intentó atrapar el líquido, dejarlo entre sus manos, pero el agua le tenía atrapado a él.
Flotaba en su traje de fibra óptica al igual que su moto, que había volcado a unos metros. Aunque habían hecho todo el recorrido juntos, el impacto había sido tan fuerte que se habían separado. Sintió la sal en su boca; quiso beber y se atragantó. Qué asquerosa. Quizás los humanos bebían eso, pensó mientras escupía los restos de salitre e intentaba dar la vuelta a la moto.
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