Irene Kuperwajs - El pase antes del pase... y después

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El pase, tal como ustedes pueden seguir en el recorrido de este libro, nunca está en el mismo lugar, está vivo, toca y resuena en lo que el psicoanálisis tiene de más vivaz. En el dispositivo, el jurado tampoco tiene un saber previo sobre lo que debe encontrar, el saber como decíamos siempre está presto a recomenzar, de ahí las preguntas que en cada momento atraviesan la historia del movimiento psicoanalítico: ¿Cómo se analiza hoy? ¿Cómo terminan los análisis? ¿Terminan? … Irene Kuperwajs condujo hasta el final su investigación sobre los finales de análisis y el pase, realizó un excelente trabajo de tesis que presentó y defendió ante un jurado de la Maestría de la UNSAM, de Buenos Aires, sé que su trabajo fue justamente valorado.La satisfacción experimentada después de un trabajo de esta envergadura imaginamos que tuvo que ser grande. Pero en esas llegó que Irene también condujo su análisis hasta el final. Y ahí lo que se juega es Otra satisfacción que poco tiene que ver con la anterior. Ella después de haber convencido con su tesis al jurado de la UNSAM quiso también convencer a la Escuela de su final de análisis. Quiso ser AE y así proseguir desde otro lugar con su deseo de transmisión. Logró convencer a los pasadores y al cártel del pase, fue nominada AE, y ahora se encuentra en la tarea de satisfacer al público, a la comunidad analítica de la Escuela Una y más allá. Su nominación ha sido bastante reciente, no tuve ocasión aún de escucharla pero espero con ganas tener pronto la ocasión de hacerlo. Del Prólogo de Xavier Esqué

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El Profesor dice: “Usted ha venido a ocupar su lugar”. ¿Qué le señala con esta respuesta? Le señala el goce, ese que tiene por volar alto y veloz; no parece tratarse sólo del desciframiento. Al decirle que ella ocupa su lugar, la sostiene en esa excepción no como analista, sino como poeta.

Ella dice que le envidiaba su personalidad aparentemente libre de complicaciones: “No parecía haber nada de Sturm und Drang en él”. (56) Y afirma que no quiere dejarse arrastrar por la sucesión estrictamente histórica de los acontecimientos: “Quiero evocar las impresiones o, más bien, que las impresiones me evoquen a mí”. (57) Hay una intervención de Freud que HD recorta, referida a la transferencia y a lo que podemos leer hoy como una vacilación calculada del analista. La encontramos tanto en “Escrito en la pared” como en “Advenimiento”.

HD tiene una obsesión constante con que el análisis será interrumpido por la muerte y con algunas asociaciones en las que liga a Freud con Lawrence (amigo muerto): “El Profesor me dijo: ‘Hoy –y golpeó con la mano– estuve pensando en lo que dijo, que no vale la pena amar a un anciano de 77 años’. Le dije que yo no había dicho eso. Él sonrió. Aclaré: ‘No dije que no valiera la pena, dije que lo temía’”. (58) Ella se pregunta por qué él dijo esto, queda desconcertada, no entiende qué dijo antes para que Freud hablara así. Recuerda la afirmación de Freud: “En análisis la persona está muerta luego que el análisis termina, tan muerta como su padre”. (59) HD concluye que tal vez después de todo era un recurso para romper en ella algo que sólo advertía parcialmente: “Él sabe que el problema es que yo no me entrego”. (60)

Ella nos transmite que para Freud al final del análisis el analista queda destituido de su lugar, tenga la edad que tenga. Pero antes, es necesario amarlo. Muestra así su castración, φ, posición muy distinta de la de un padre idealizado. Orienta el análisis hacia la caída del amor al padre analista. Sus intervenciones están en la línea de “por supuesto, usted comprende” o “quizá a usted le parece otra cosa”.

ESCRITO EN LA PARED

Uno de los puntos centrales de este “testimonio” es el análisis que realiza de una visión que tiene durante un viaje a las islas griegas. (61) Ella ve imágenes proyectadas en la pared del hotel. Freud insiste sobre esta visión y le pide asociaciones. Lo llamará su “síntoma peligroso”.

No podemos dejar de señalar que su nombre entra en el análisis. La inicial H, es asociada a Helen, a quien Poe dedica su poema; Helen se llamaba también la madre de HD; y es la inicial de Hellas, Grecia. Realiza el desciframiento de lo que su nombre interpela y concluye en grabar sus iniciales HD en un anillo. También será nombrada así por Freud en las cartas que le responde luego de concluido el análisis.

Por otra parte, “la escritura” es ese síntoma que se va construyendo en el análisis. Ella lo ubica como “síntoma o inspiración”, y afirma que “síntoma o inspiración, la escritura continúa escribiéndose a sí misma o siendo escrita”. (62) Cuando HD consulta a Freud, se encuentra presa de una fobia a la guerra y del fantasma de esa escritura que le imponía su necesidad de repetición; no cesaba de repetir su fracaso, de escribirla y de contarla para liberarse de ella.

CONCLUIR

¿Qué podemos decir de este final? Podemos recortar la orientación a la escritura, que de síntoma peligroso se transforma en algo que la define, en la causa de su vida. Freud se barra, hay desciframiento de la verdad del inconsciente, y sobreviene el final, del cual no hay muchas precisiones. Uno de los últimos sueños que HD relata es: “Soñé con dos libros, yo era la autora… Haré salir este libro. Tengo dos más”, (63) junto con otro en el que se preguntaba: “¿Estamos todos muertos?”. La guerra era ya una realidad.

Se verifican los restos transferenciales, esos que Freud tan bien había localizado en la experiencia con sus pacientes. Y en una de las cartas publicadas, enviada por Freud el 20 de julio de 1933, él le dice: “…esperaba que me dijera que estaba escribiendo, pero tales asuntos no deben ser forzados. Confío en que más adelante lo hará…”. (64)

6.3. “El análisis que no fue” en el caso de Joseph Wortis

Joseph Wortis era un psiquiatra neoyorkino que se analizó con Freud en octubre de 1934, sólo por algunos meses. En 1935 introdujo en Estados Unidos el tratamiento por shock hipoglucémico. Recibió de Havelock Ellis, su héroe literario y científico, la propuesta de estudiar e investigar acerca del psicoanálisis. Para ello le otorgaron una beca con una gran suma de dinero.

Wortis tenía una posición escéptica ante el psicoanálisis, aunque a la vez se sentía atraído por la obra de Freud; por ello se decidió a solicitarle una entrevista. Escribió Mi análisis con Freud en 1965; (65) de este relato he recortado algunos puntos que me parecen interesantes ya que dan cuenta de una solución del final por interrupción.

Se presenta como psiquiatra y le plantea a Freud que quiere aprender psicoanálisis, por lo que le solicita una formación teórica informal. Freud le responde que la única manera de aprender psicoanálisis es someterse a un análisis, y le sugiere para esto a otros analistas, más baratos que él. Pero Wortis sólo quiere analizarse con Freud. “Un análisis requiere de una hora diaria, cinco días a la semana y se inicia con una prueba por 14 días durante la cual el analista y el paciente deciden si les interesa continuar”, (66) le responde Freud.

Wortis está allí pese a que Ellis se opone a que se someta a un análisis. Freud lo tiene claro y se lo transmite: le dice que Ellis rechaza el psicoanálisis. En el prólogo de su libro, W. escribe: “Este es un libro que trata sobre S. Freud y sus teorías, no sobre mi persona”. Le cuestiona a Freud sus teorías y no manifiesta síntomas.

En la segunda entrevista le dice:

Me molestaba la implicación de que el psicoanálisis permanecía claro y perfecto, como una revelación divina, y que únicamente aquellos dotados de gracia podían compartir sus secretos. Bien podría suceder que yo a mi vez rechace el análisis […] y permítame señalar que, en virtud de ello, hay algo en mí que no anda bien, no resulta muy agradable.

Freud responde: “Prefiero diez veces más un estudiante a un neurótico”. Está claro que un estudiante no trae su padecimiento sino más bien su interés científico. Wortis no se implica en el análisis, y Freud intenta diferentes intervenciones. También le sugiere que deje el tratamiento porque no ve progresos: “Es usted un condenado principiante”. (67) Pero Wortis insiste, quiere quedarse, seguir. Trae sueños que al decir de Freud no son más que nuevas resistencias. Finalmente, Freud también lo desautoriza a analizar: “Usted no tiene la menor idea respecto de la técnica… Usted tiene derecho a vivir pero no como analista… Si alguien me pregunta sobre cierto talentoso Sr. Wortis que vino a estudiar conmigo, le diré que no aprendió nada y me desligaré de toda responsabilidad”. Wortis escribe que Freud “posee un admirable talento para hacerle sentir a uno que es un inútil… Pronto concluirá esto y habrá constituido una excelente experiencia”. Freud le señala que lo que él desea es el proyecto de la insulina, y lo alienta a salir del análisis. Más bien lo echa.

¿Qué nos enseña este relato? La posición de Freud es firme y contundente: para poder analizar y analizarse hay que creer en el inconsciente.

1- Freud S., “Análisis terminable e interminable” (1937), Obras completas, t. 23, Buenos Aires, Amorrortu, 1997.

2- Freud S., “Cartas a Wilhelm Fliess” (1887-1904), Carta 242, Obras completas, t. 1, Buenos Aires, Amorrortu, 1996.

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