1 ...7 8 9 11 12 13 ...17 Al final de sus Confesiones escritas cuarenta años después, expresa que conocer a Freud y a Ella, su esposa, fue un golpe de suerte, y que ambos se convirtieron en imágenes primarias. Ella era única para él, un modelo de mujer, “la feminidad hecha persona”. Y Freud no sólo fue un gran hombre para él, sino el modelo de hombre con integridad, coraje moral, fortaleza e ingenio: “Lo que Ella y Freud significaron en aquellos años dejó huellas profundas e imborrables en mi carác-
ter…”. (47)
Sabemos que en su práctica Reik apuesta a lo singular, critica las lecturas corrientes y llama “tercer oído” a ese escuchar tras los dichos de un paciente: los matices, los colores, los detalles más sutiles, la enunciación. Al final escribe:
Todo a mi alrededor y en mi interior está silencioso. No hay urgencias poderosas, ni emociones intensas… pero sí esa desagradable sensación de presión y tirantez, la respiración pesada y un leve mareo… Ya no hay dolor por una mujer amada, sino preocupación por el músculo del corazón… Debo dejar de fumar… Recuerdo una frase que el viejo Freud dijo cierta vez: “En cuanto el alma alcanza la paz, el cuerpo comienza a preocuparnos”. (48)
Podemos situar en este final la presencia de lo que Freud llamaba restos sintomáticos y la articulación con el cuerpo que se goza, cuestiones que abonan lo que Lacan trabajará en su última enseñanza: que el pase es del orden del no-todo.
6.2. H. Doolittle: la escritura, del síntoma a la causa
El testimonio de Hilda Doolittle (HD) de su experiencia de análisis con Freud fue escrito en 1944 y publicado en Buenos Aires en 1979. (49) Resulta muy interesante y conmovedor, ya que se acerca a Freud desde el registro de una paciente que no es analista sino escritora. Es un tributo, es decir un homenaje al analista en un estilo poético, que es el estilo de esta poetisa norteamericana.
Si bien mi interés se centra en los finales de análisis y en su transmisión, considero que hay algunos pasajes que podemos tomar de su experiencia. Hay un entrecruzamiento entre la vida y el análisis; y a pesar del conflicto, las guerras, la muerte… HD nunca deja de tener en claro que está ahí para analizarse. Podemos destacar la enorme transferencia que tiene con Freud: lo llama “médico sin tacha”, “el Profesor”; por supuesto que es una transferencia idealizada, pero a la vez demuestra que el mismo Freud persigue desde su posición la posibilidad de agujerear ese gran Otro.
EL PROFESOR
“Recuerdo que el Profesor dijo que nunca se sabe, hasta que termina el análisis, qué es lo importante y qué no lo es”.
En el año 1933, en la ya inestable Europa, Hilda Doolittle decidió trasladarse a Viena para analizarse con Freud por sugerencia de su compañera, la escritora Bryher (Annie Winifred Ellerman), y de Hanns Sachs, con quien había tenido algunas sesiones antes de que él emigrara. Esta primera consulta duró tres o cuatro meses, y luego regresó en octubre de 1934 durante dos meses más. Buscaba aliviar su angustia y realizó con él un tratamiento durante el cual escribió lo vivido en sus sesiones.
Escribió “Escrito en la pared” en 1944; allí afirmaba que “el pasado había irrumpido literalmente en la conciencia con los bombardeos de Londres”, y el análisis con Freud formaba parte de ese pasado. Se publicó bajo el título Tributo a Freud (1944), junto con “Advenimiento”, que son las notas que tomó durante su análisis en 1933, y una selección de cartas de la correspondencia con Freud: “Era tan importante para mí, para mi propia leyenda. Sí, mi propia leyenda. Entonces a ponerse bien y a crearla de nuevo”. Norman Holmes Pearson, quien escribió el prólogo en julio de 1973, comentaba que ella usaba el término leyenda como cuento, historia, algo para leer, su propio mito. Y señalaba que “Advenimiento” era un testimonio.
Estaba desorientada y consultó a Freud buscando respuestas; escribe:
No me doy cuenta de qué era específicamente lo que quería, pero sabía que, como mucha gente que conocía, en América, en el continente europeo, andaba sin rumbo. Por lo menos, sabía eso; […] hacer inventario de mis modestas pertenencias de alma y cuerpo, y pedir al viejo ermitaño que vivía en el límite de este vasto dominio que me hablara, que me dijera, si quería, cómo dirigir mi curso. (50)
Este tributo a quien fue su analista, “el Profesor”, como ella lo llamaba, aparece diez años después que este le dijera: “Por favor, nunca –quiero decir nunca, en ningún momento, en ninguna circunstancia– emprenda mi defensa si alguna vez oye opiniones ofensivas contra mí o contra mi obra”. (51) En su relato HD puede decir lo que entonces (según su testimonio) “no pudo decirle” a Freud.
Freud la nombra “poeta” y la alienta a que continúe por esta vía, y no a que se convierta en analista. Si bien cuando consulta a Freud ya es una reconocida poeta, cofundadora con Ezra Pound del imagismo, su elección está marcada por el análisis: “…sentí que encontrarlo a los 47 años, y ser aceptada por él como paciente o estudiante, parecía coronar todos mis otros vínculos y relaciones personales, justificar todas las espiraladas tortuosidades de mi mente y de mi cuerpo. […] nada de lo que recuerdo tiene importancia ahora excepto en relación con la cuestión de si se lo digo o no se lo digo a Freud” (“Advenimiento”, 1933).
Ella se sitúa con respecto a Freud en la alternativa de “ser aceptada por él como paciente o estudiante”. En esos años Freud estaba muy preocupado por el futuro del psicoanálisis y la formación de analistas. Debido a su avanzada edad y a los problemas de salud, sólo recibía en análisis a aquellos que pretendían ser formados como analistas. El análisis tenía ese sesgo de ser terapéutico o didáctico.
HD elabora su análisis en “Escrito en la pared”, diez años después de terminado, en el momento en que la guerra deja de ser una amenaza y se convierte en realidad:
La guerra se cernía sobre nosotros, antes de que yo tuviera tiempo de clasificar, de revivir, y de reunir la serie singular de acontecimientos y de sueños que pertenecían, según el tiempo histórico, al período 1914-1919… y atrapé la ocasión inesperada de trabajar con el Profesor mismo. […] Era en Viena, 1933-1934… Mis horas o sesiones habían sido acomodadas cuatro días a la semana… tal era la distribución de la segunda serie de sesiones… Volví a Viena porque oí acerca del hombre con el que me cruzaba a veces en las escaleras. (52)
Ella vuelve a ver a Freud ante la muerte accidental de J. J. van der Leeuw. Solamente había intercambiado horas con él, pero le “parecía el hombre perfecto para la tarea perfecta”:
El Profesor no me había dicho que J. J. van der Leeuw había advertido en sí mismo un deseo o una tendencia subconsciente profundamente arraigada, vinculada con su brillante carrera en la aviación. El Holandés Errante sabía que en un momento dado en el aire –su elemento– era probable que volara demasiado alto, demasiado velozmente. (53)
Freud le dice que eso era lo que realmente le interesaba. Y agrega: “Ahora puedo decirle que eso era lo que realmente nos interesaba a ambos. […] Luego que se fue la última vez sentí que había encontrado la solución, realmente tenía la respuesta, pero era demasiado tarde”. (54) HD responde:
Siempre tenía un sentimiento de satisfacción, de seguridad, cuando me cruzaba con el doctor Van der Leeuw en las escaleras… Parecía tan seguro de sí mismo, tan aplomado; y usted me había hablado de su trabajo. […] Sentí que usted y su obra y el futuro de su obra serían heredados especialmente por él. ¡Oh, sé que existe el gran cuerpo de la Asociación Psicoanalítica, investigadores, doctores, analistas preparados, etcétera! Pero el doctor Van der Leeuw era diferente. Sé que usted ha sentido esto muy profundamente. Volví a Viena para decirle cuánto me apena. (55)
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