George Saoulidis - Pie De Cereza

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CAÍDA ONCE

Héctor se pasó toda la mañana en el teléfono. Era nuevo en este negocio, y en realidad no logró contactar a nadie. Lo mantenían en espera por horas, la estúpida sosa música perforándole el cráneo. Incluso peor, algunos dueños usaban mensajes grabados que eran incluso más estúpidos que un estúpido hablando a través una lata atada a una cuerda.

Después de una hora queriendo arrancarse el cabello, admitió la derrota.

“Ni siquiera puedo tener una conversación con estos tipos, mucho menos discutir un negocio, se dijo a sí mismo, sujetándose la cabeza. Su escritorio era un desorden de notas, nombres y números de teléfonos, tanto en papel como en el veil. No conocía a esa gente y a los que sí conocía no eran un buen indicio de cómo eran los otros en realidad.

Admitió que necesitaba hablar más en el salón de propietarios. Ir a fiestas. Hablar con gente.

Bah.

Llamó a Hondros. ”Si, mi amigo” dijo el gordo bastardo cuándo atendió el teléfono. Héctor suspiró. No escoges a tus amigos, en realidad no. “Yo, Uh… necesito las dos chicas que mencionaste”

“¿En verdad? ¡Excelente! Te enviaré los contratos inmediatamente. Sus dueños me dijeron que las tenían listas para que salieran, pero definitivamente no esta noche…” se calló, la insinuación saliendo de su gorda lengua.

“Sí, no hay problema, las necesitamos para pasado mañana, para comenzar el entrenamiento. ¿Es posible?” dijo Héctor mientras seguía con los ojos a los que caminaban por la calle.

“Para ti, Héctor ¡todo es posible!” dijo Hondros alegremente, “Ahora, hay algunas cláusulas y espero que me las devuelvas en la misma condición prístina como te las estoy enviando. ¿Está bien?”

“Si, como sea. Ambos sabemos que no puedo escoger. Haz el negocio y que las lleven a HPP mañana en la noche para que puedan descansar. Pickle quiere comenzar a entrenarlas temprano”,

“Interesante… Bien, tan pronto firmes el contrato, ¡tenemos un trato!” Dijo Hondros.

Héctor sintió un sabor amargo en la boca, como si alguien de repente le hubiese dado unas gotas de jugo de pepinillos. “Si, Yianny. Gracias por la rápida preparación para el envío”.

Daba resultados el ser educado en los tratos de negocios. Una lección que había aprendido antes. Incluso si habías dicho algunas cosas sucias de antemano, cuando te sientas en la mesa de negocios aprendes a poner todo eso de lado.

Como un gato. Empuja todo lo que hay en la mesa y déjalos que caigan en pedazos. Se rio de su propio chiste estúpido. Dioses, estaba cansado.

CAÍDA DOCE

Pickle tragó una vez y caminó hasta él.

Héctor suspiró y dejó caer sus bocetos de armaduras en la mesa. “¿Qué pasa? Tienes ese ceño fruncido sólo cuando las cosas están mal”.

No perdió el tiempo “Necesitamos más dinero”.

“Por supuesto que sí. Siempre necesitamos más dinero”. Se relajó y se recostó en la silla.

“Si, pero hay una forma de que podamos hacer algún dinero”.

“Eso está bien, ¿No es así? Se inclinó hacia adelante e hizo un gesto de “continúa” con su mano. “Vamos a oírlo”.

Pickle golpeó el aire y le mostró un estandarte acerca de un partido de jugger. El equipo que le presentó era más tonto que el suyo: Las Torpes.

Ahogó un resoplido. “Está bien. ¿Qué hay con ellas?”

“Puedes prestarme a mí y a Cherry para un partido. No será mucho, pero será una inyección de efectivo, sin mencionar que ambas descargaremos algo de presión”.

“Seguro, ¿Cómo sabes que necesitan jugadoras?”

“Conozco algunas de las chicas, nos encontramos hace algunos días y nos mantuvimos en contacto. Las Torpes son un equipo chistoso, una marca. Aunque hacen bastante dinero. Ellas son más bien agradables, tan agradable como se puede ser en este negocio. Son buenas personas, pero no son buenas atletas y tienen autognosia (autoconocimiento)”.

Héctor miró mejor al poster digital y al sitio web de las Torpes. “Conócete a ti misma”, él asintió.

“Se lo mencioné de manera casual y todas se emocionaron. Es decir, al prospecto de finalmente ganar un partido con nuestra ayuda”.

Héctor cerró el sitio web y regresó a sus bocetos. “Está bien”.

Pickle hizo una pausa de un segundo “¿Qué, así simplemente?”

“Seguro, háganlo. Prepárenlo. Hagan todos los arreglos. ¿De qué manera más clara puedo decir qué estoy de acuerdo?”

“Pero no puedo prepararlo. Tienes que llamarlos”.

Héctor suspiró y levantó la vista de sus bosquejos de armaduras. “¿Pickle?”

“¿Si?”

“¿Las otras chicas no tienen asistentes?”

“Por supuesto que sí”.

“Entonces coge el teléfono, diles que tú eres mi asistente y reserva el maldito cupo”.

“Pero – pero, podría arruinarlo”.

Héctor alzó los ojos y levantó los bosquejos de nuevo. “Ambos sabemos que eso no es probable”.

CAÍDA TRECE

En el gynaeconitis, justo antes del partido, Cherry y Pickle se alistaban para jugar. Héctor estaba recostado contra la pared mirando hacia otro lado, siendo discreto. A Cherry no le importaría si llamaba su atención, aunque sólo fuese un poco. “¿Ves? Te dije que podías con el negocio”, le dijo a Pickle.

“Si… y logré un buen precio también. Sólo un día de pago, pero nada de que burlarse”, dijo Pickle poniéndose la camiseta.

“Ha, no soy quien se va a burlar del dinero que entre. Sólo que no se excedan hoy, no quiero que salgan heridas”, dijo.

“Ven, ayúdame a uniformarme”, dijo Pickle muy erguida.

“Seguro”. Héctor fue hasta ella y tomó las partes de la armadura.

Cherry se avispó a la vista de eso. “¿Qué es esto?”

Pickle habló con un tono muy alto para que Cherry le creyera de verdad. “Oh, no es nada. Héctor me pone la armadura antes de cada partido” Ella hizo un gesto como sin darle importancia, riéndose para terminar con eso. “Es para la buena suerte”.

Héctor se arrodilló, le puso las espinilleras a Pickle, inclinándose detrás de sus piernas para sujetarlas en su lugar.

Se levantó, levantó su protector de pecho, lo inspeccionó por un momento y lo puso alrededor del pecho de Pickle para cubrir su exoesqueleto. Pasó sus manos por su cintura y lo ajustó en la forma correcta.

Luego tomó el escudo, Pickle extendió su brazo y Héctor lo deslizó sobre él permitiéndole que lo agarrara en el lugar correcto,

Apretó las correas tanto como fue necesario.

Luego tomó la espada. Podía haber tenido el filo cubierto con espuma, pero Cherry sabía que Pickle podía esgrimirla como una profesional. Héctor la ajustó en su correa.

Finalmente, levantó su casco, Pickle se inclinó como en una reverencia y Héctor lo puso en su lugar, deslizándole el pelo hacia atrás con sus manos. Le miró a los ojos de nuevo y él le puso la correa en su lugar. Ni muy apretada, ni muy suelta. Sólo correcta.

“Bueno, lista para patear traseros, Pickle”, le dijo con una sonrisa.

Cherry no pudo aguantarse más. “¡Eso. Fue. Increíble!”

Ambos voltearon hacia ella con aspecto confundido.

“Voy a dibujar esta escena tan pronto llegue a casa”. Luego miró hacia un lado y pateó un lado del banco. “Ay… ¿Héctor?”

“¿Si?”

Sostuvo la espinillera con un dedo. “¿Puedes ayudarme a vestirme también?” Preguntó, dudando. “Sólo si lo quieres, es decir…”

Los ojos de Héctor fueron de una a otra de las chicas. “Si, seguro, si puedo”

Héctor caminó hacia dónde estaba y se arrodilló frente a ella. Cherry era mucho más baja que Pickle, y ella podía verlo por la forma en que Héctor podía llegar alrededor de su pierna y atarle las espinilleras sin extender sus manos. Ella miró la cabeza de Héctor mientras le ponía la armadura, deslizando sus manos sobre su protector y revisando las partes, halándolas a la derecha y a la izquierda y apretándolas de la manera correcta. Ella se inclinó hacia adelante y tomó una bocanada de su cabello.

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