Sí, esta es una petición bastante audaz, pero considérela en oración, por favor. No estoy seguro de cuánto tiempo le toma escribir un libro y ponerlo en los estantes de las librerías, pero sé que no me queda mucho tiempo. Al parecer, en los próximos años podría enfrentar tres posibilidades. El cambio probable es que continuaremos el declive hasta el punto en que la iglesia no pueda pagarme un salario. Otra posibilidad es que me despidan. Ahora mismo tengo más seguidores que adversarios, pero no sé cuánto durará esto. La opción más probable es que yo renuncie.
Estoy cansado. Mi esposa está cansada. Nunca pensé que el liderazgo de la iglesia sería así. Por favor, considere ayudarnos —a los líderes de la iglesia— a comprender cómo podemos guiar a una iglesia a cambiar cuando tenemos tantos obstáculos.
Por favor, ayúdeme. Creo que usted puede ayudar a muchísimos de nosotros. Por favor, ayúdenos antes de que sea demasiado tarde para muchos de nosotros.
Gracias.
Este libro es para ese pastor. Este libro es para todos los pastores que procuran guiar a sus iglesias al cambio. Este libro es para el personal de la iglesia y los líderes laicos que desean hacer una contribución positiva para guiar el cambio en la iglesia.
Ahora vamos a sumergirnos en el libro y en ese fatídico domingo cuando un pastor exclamó:
«¡¿Quién me movió el púlpito?!».
CAPÍTULO 1
CUANDO MUEVEN EL PÚLPITO
Derek es el tipo de persona con quien a uno le gusta estar. Tiene una risa contagiosa, y una personalidad que atrae a la gente. Y es un buen líder.
También es el pastor de la Iglesia del Redentor, una congregación de unos 250 miembros en el Medio Oeste. Derek ha sido pastor durante 23 años, por lo que no es un novato en liderar iglesias. Él ha estado en la Iglesia del Redentor durante ocho de esos años, y casi todos en la congregación lo respetan y aprecian.
Derek comprendía el tema de los cambios en las iglesias establecidas. Como líder, era metódico y gradual en su estilo. Su método de tratar con el liderazgo de la iglesia contribuyó significativamente a su permanencia en la iglesia y a su ministerio en general. No temía al conflicto, pero le parecía que demasiados líderes de la iglesia creaban conflictos innecesarios.
Como pastor, Derek notó un cambio en su propio ministerio. Sus sermones eran cada vez más conversacionales en su enfoque y tono. No había hecho ese cambio como parte de un gran plan estratégico, pero ciertamente constituía una variación notable del estilo que tenía hacía varios años.
Derek supuso que el aumento en la cantidad de los de la generación del milenio o millennials en la iglesia había influido en su enfoque de la predicación. Entre estos adultos jóvenes había profesionales de una empresa de tecnología en crecimiento de la comunidad, y otros provenían de una universidad cercana.
Era evidente que los millennials preferían el estilo conversacional de predicación. La retroalimentación más positiva a sus sermones llegó cuando cambió a un enfoque más informal. Por lo tanto, estaba seguro de que su cambio en el estilo de predicación era un resultado directo del creciente número de adultos jóvenes en la iglesia.
El pastor también había notado que los feligreses de mayor edad aceptaban su cambiante estilo de predicación. Sabía que para ellos estaba bien porque sus cambios eran graduales; predicaba un mensaje conversacional un domingo y luego pasaba seis semanas con su enfoque más formal y tradicional. Poco a poco añadió el estilo informal con mayor frecuencia hasta que la congregación se acostumbró y se sintió cómoda con él.
La vida y el ministerio eran buenos para Derek. Podía considerar quedarse en la Iglesia del Redentor por el resto de su ministerio. Estaba muy agradecido de tener el apoyo total e incondicional de los miembros de la iglesia.
Al menos así pensaba él.
Derek se había sentido cada vez más incómodo con el púlpito que había usado durante los ocho años en la Iglesia del Redentor. Le había servido bien cuando él predicaba más formalmente, apoyado en un manuscrito. Sin embargo, ahora le gustaba acercarse más a los congregados. Percibía el púlpito como una enorme barrera de madera. No complementaba su nuevo estilo de predicación. En su mente, el púlpito exclamaba: «tradicional»; «formal»; «barrera».
Tomó una decisión. El púlpito tenía que irse.
El viernes de la semana siguiente, Derek les pidió a los dos custodios que sacaran el viejo y enorme púlpito. Lo reemplazó por un nuevo estilo de púlpito, un pequeño atril que apenas se notaba. Ahora —pensó—, el púlpito complementará mi estilo de predicación .
En retrospectiva, el pastor ahora se da cuenta de que debería haber esperado la explosión; y admite que entró al servicio de adoración ese domingo con un poco de ingenuidad. Debería haber notado la tensión entre algunos en la habitación, al igual que las conversaciones entre dientes que tuvieron lugar antes y después de los servicios.
«Estaba ciego y me tomó por sorpresa —confesó Derek—. No me di cuenta de los rumores y murmullos de aquel domingo por la mañana. Supongo que me había confiado demasiado en mi estilo de liderazgo».
Todo comenzó aquel domingo por la tarde.
Primero, hubo una serie de correos electrónicos. Todos eran negativos, aunque el tono variaba en intensidad. Un miembro de cinco años sugirió amablemente: «Usted debería habernos advertido un poco». En el otro extremo, un miembro de setenta y tantos años atacó directamente al pastor: «¡Lo que ha hecho es herético! Debería avergonzarse de sí mismo. Creo que necesitamos ejercer un voto de no confianza contra usted». El resto del correo electrónico incluía otras ochocientas palabras, pero ya usted comprende la esencia.
Las cosas andaban mal. Muy mal.
Derek perdió la cuenta de los correos electrónicos, las reuniones y las llamadas telefónicas aquella semana. Entre todas, no había una voz de apoyo. Dejó de abrir el Facebook después de ver varias publicaciones que arremetían contra él.
El pastor sabía que lo había arruinado todo. «Violé mis propios principios de liderazgo —expresó—. En las iglesias establecidas en las que serví, siempre he realizado los cambios de manera gradual. He tratado de no sorprender a la gente, y de obtener la mayor participación posible —hizo una pequeña pausa—. Supongo que tuve un período de locura temporal», concluyó, pero solo medio en broma.
Derek sabía lo que tenía que hacer. Supuso que era demasiado tarde para traer el viejo púlpito de vuelta. El daño ya estaba hecho, y él realmente quería acentuar su estilo más informal. Determinó que el próximo domingo ofrecería una disculpa formal a la congregación.
El pastor entró algo turbado en el centro de adoración el domingo siguiente. No se sorprendió de ver a la gente haciendo comentarios entre dientes. No le sorprendió sentir la tensión en la habitación. Y no se sorprendió al ver muchos ojos mirando en dirección al púlpito.
Sin embargo, sí se sorprendió por lo que vio cuando miró al lugar donde estaba el púlpito. Cuando siguió aquellas miradas hacia el podio, Derek soltó un grito ahogado. Para sorpresa suya, constató el motivo de los murmullos de ese domingo.
El viejo púlpito estaba de vuelta.
Muchos miembros sostienen que la siguiente respuesta realmente sucedió. De hecho, afirman que se escuchó tan alto que toda la congregación se detuvo en una conmoción silenciosa. Todos alegan haberla escuchado. De hecho, algunos de los miembros señalaron que la pregunta del pastor se parecía más a un lamento de agonía. «¿Quién me movió el púlpito?».
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